Monday, December 26, 2011

Pequeños apuntes sobre libertad


Cuando se habla de conceptos también hay grados de “popularidad”. Existen títulos, frases, versos y palabras que levantan mucha más curiosidad, interés o polémica que otros. La “libertad” no es precisamente poco discutida; sin embargo en la lista de grandes ideales parece que únicamente se le ondea con cierta superficialidad.

Se está tan acostumbrado a escuchar su “definición” que la aparente simpleza del concepto le ayuda a ganar en automático su estatus de virtud. En mi caso debo decir que la libertad es un ideal deseable y probablemente no encuentre en mi telaraña de mapas mentales algo más valioso a nivel personal que el ser libre. Sin embargo, ¿A qué refiere esta libertad de la que tan seguido se habla? Todo mundo parece quererla y quiénes tienen el micrófono no dudan ni un segundo en ofrecerla, prometerla y asegurarla.

Los gobiernos de puño de hierro aún existen y a pesar de que hoy más que nunca se nos bombardea con imágenes de luchas, protestas y dictadores muertos; las conceptualizaciones de libertad parecen ser tan variables, vacías y torcidas como muchas de las manifestaciones que la reclaman a gritos.

La batalla retórica de los sistemas económicos enfoca siempre sus ataques en que tanta libertad da o quita el enemigo. Los partidarios del capitalismo puro la reflejan en el abstracto ente de los mercados desregulados. Los socialistas unifican sus voluntades en un espejismo de libertad colectiva. Los anarquistas interpretan la libertad individual de tantas maneras que sería desgastante describirlas aquí. Al final, todos dicen estar a favor de la libertad; y por supuesto, dispuestos a luchar por ella.

Pero el concepto de libertad no es un ideal vago, lejano ni infinitamente virtuoso. Ha sido bandera tanto de movimientos de justicia como de opresión. Hoy en día su carga histórica es tan pesada que se prefiere solo observarla sentado y desde un lugar lo suficientemente distante para que a nadie se le ocurra ponernos a cargarla.

La libertad es un concepto simple; pero no superficial. Su interpretación es variada y su mal interpretación peligrosa. Plagada de hipérboles estúpidas, deformaciones deshonestas y ridículas ilusiones; se destruye con acciones desencadenadas de esas mismas palabras que pretenden defenderla.

La libertad es uno de los conceptos más estrechamente ligados al ideal de felicidad. Y esto no viene de aquella simplona interpretación en dónde se es libre al hacer cual estupidez nos venga en gana siempre y cuando no se pierda “consideración” a los demás. Aunque seguir ese gastado concepto definitivamente nos pondría un paso adelante; sin embargo la libertad es mucho más que el grado de permisividad de nuestros actos a la sociedad.

Ese “ser libre” que te permite darle significado a la vida diaria o, en su defecto entender su falta de este, es la exploración del concepto que prefiero buscar. El hecho de que no podamos volar cuál pájaro no significa que somos menos libres, simplemente es una limitante intrínseca de nuestra naturaleza que pudiera causar cierta frustración. El hecho de no poder expresar esa frustración por una coerción externa es definitivamente un atentado a nuestra libertad; pero uno obvio y tangible que se muestra claramente en la acción de un agente externo. Esto no lo hace más digerible ni menos problemático; pero el mecanismo en juego es fácilmente asimilable. Cuando la incapacidad de expresar esa frustración va más allá del acto directo es cuando las cosas se tornan un poco más complicadas. ¿A quién podemos culpar de una inconsciente necesidad interna de mantener esa frustración en secreto? ¿Qué mecanismos explican el conformismo casi militante de nuestra sociedad?

Para responder a esas preguntas es entonces necesario considerar la libertad como una virtud integradora, no solo a un nivel instrumental; sino a un nivel psicológico y de desarrollo cognitivo. El ser libre entonces va más allá del “hacer” y se convierte también en el “sentir”. El concepto se vuelve algo más que un apartado legislativo o social y se transforma en una cualidad de desarrollo interno. En un requisito para la educación y formación humana. Estas estructuras serán entonces las que aseguren el dinamismo de una sociedad que no deja de cuestionarse a sí misma y, por ende, de evolucionar ante una realidad que, a diferencia de la actual, no sea accidental.

Sin embargo los mecanismos que gobiernan nuestra vida actualmente refuerzan la idea de que ya somos libres por el solo hecho de constituir la mítica idea de un país “democrático”. Y nuevamente abuso de las comillas para mostrar mi menosprecio por el concepto de democracia que hoy por hoy se antoja vacío y falso; tanto en México como en gran parte de la civilización occidental.

Entonces, al estar tan acostumbrados a la idea de ya ser libres por el simple hecho de poder escoger entre cientos de marcas de productos de consumo (que al final se rastrean a tan solo unas pocas decenas de mega-corporaciones) es fácil el olvidar no solo la importancia del concepto de libertad, sino su significado. Y cuando el preso se cree libre entonces menguan sus deseos de escapar; pues esto implica un peligroso esfuerzo cuya recompensa ni siquiera puede ser visualizada bajo el gris esquema de su celda.

Como la mayoría de estos problemas, su solución no es fácil ni mucho menos inmediata. Para poder comenzar a resolver estas contrariedades no pierdo la esperanza en poder hacerlo a través de la educación. Esto nuevamente suena terriblemente general y propio de la demagogia nacional; sin embargo, desde las bases de teóricos como Tagore y Pestalozzi; hasta las propuestas más concretas grandes pedagogos como Dewey y Froebel; ya muchos han estructurado bases teóricas y prácticas para intentar crear un sistema educativo integral, en dónde el concepto de libertad sea tan solo otro más de los ideales que se entiendan mediante el modelo Socrático y no a través de un bombardeo y atiborramiento de conceptos que refuerzan estática pasividad.

Thursday, December 15, 2011

Falsas esperanzas


Y todas las noches me sigo preguntando… ¿Por qué siempre escribir en estas condiciones? ¿Por qué esperar a no tener nada que decir para intentar plasmarlo todo en ambigüedades?

Las imágenes que retumban desplegando color en mi mente no son más que tenues y opacos cuadros reflejados en palabrería vacía en mis textos. El sentimiento de veloz movilidad se transforma en una estática deprimente. Las tonalidades cambiantes y danzantes se vuelven pinceladas de tonos primarios. La música que acompaña los torbellinos de viento y cristal no son más que aburridas brisas de banal fonética.

Pero algo de aquella intensidad emulada en mis sueños queda en el corazón de estos textos vacíos e intrascendentes. Una leve chispa permanece vibrando en el núcleo de esta conglomeración de vacíos. Una idea clara, concisa y presente es la que da forma a estas decenas de palabras sin aparente significación.

Es terriblemente simple, como el estado general de la humanidad. No somos cajas negras. El sentir y actuar propio es tan evidente y predecible como la caída libre de una roca. Pero nos enamoramos de la ilusión de complejidad. Confundimos la volatilidad de nuestro sentir con la supuesta impermeabilidad de su interpretación. Y así, al actuar de forma irracional y estúpida nos consolamos en la fragilidad de la voluntad humana y la falsa dificultad de esa actividad tan ramplona que llamamos “vivir”.

¿Cómo entonces pretendemos cambiar el mundo si voluntariamente negamos nuestra propia comprensión? ¿Qué podemos esperar de la vida si cuando se nos muestra clara y brillante la ignoramos? ¿Cómo definimos conceptos si nos rehusamos a entender los sentimientos que los producen?

No hay duda de que todo está mal. Ahora bien, tampoco debería haber duda del porqué. Todo esto se confunde con romanticismo, con ideales imposibles, con sueños, cuentos y hadas. Con ángeles y demonios. Con negros y blancos. Con historia, con memoria, con ilusiones y esperanzas. Pero esto no es más que simple y llana realidad. Proverbios de existencia, aforismos de permanencia… circuitos de tiempo.


Lo que pasa es que hemos olvidado lo que es vivir despiertos. La anestesia de la modernidad nos tiene hundidos en un estupor profundo y siniestro. Estamos tan adormecidos que la realidad, la humanidad y nuestros mismos sentimientos nos parecen exagerados, fantásticos, irreales e infantiles. Y así, preferimos hablar de “nada” y dejar pasar el tiempo para justificar nuestra miseria existencial.

Tuesday, December 6, 2011

De ideas y sentimientos


Más seguido de lo que me gustaría admitir comienzo a escribir sin realmente saber qué quiero expresar. La constante sería, en todo caso, esa despreocupación sobre una idea específica. Irónicamente (si ese es el adjetivo correcto) siempre termino hablando de los mismos temas, o más bien; de las mismas imágenes. Porque aunque uno puede escribir millones de hermosos párrafos sobre los colores de la luna, es pretencioso el argüir que dichas palabras corresponden a algo más profundo que un puntual y fugaz sentimiento.

Una idea requiere un esfuerzo mayor. En primera es necesario saber de lo que se quiere hablar y; por supuesto, tampoco está demás conocer un poco del tema. Así mismo la construcción del texto requiere una estructura un poco más rígida, en la que es más difícil ocultar banalidades, estupideces u obviedades con brillantes y distractores trazos lingüísticos.

Cuando simplemente se habla de imágenes y los sentimientos que las producen, el reto principal es sublimar la cotidianidad de la vida diaria en una opaca pero tenue niebla de fantasía. Quien lee tu ventana de realidad debe pensar que ese maravilloso y trepidante paisaje de emociones es algo inalcanzable en su mundana existencia. Claro que hay que tener cuidado, pues si no se le deja un pequeño espacio dónde reflejar sus sentimientos y vivencias, el paisaje seguirá siendo hermoso; pero extraño, insólito y distante. Y que terriblemente aburrido es lo distante.

El construir ideas o simplemente describir emociones son dos maneras de escribir distintas que se pueden llegar a complementar si se utilizan ambos estilos con la moderación adecuada. La verdad de todo esto es que aunque requieren diferentes enfoques y niveles de compromiso; ninguna es más que la otra. Son, como tantas cosas, simplemente diferentes.

Ahora, sin temor a perder la poca objetividad que me he permitido, es posible considerar una más deshonesta que la otra. O al menos considerar que la labor poética de plasmar estados de ánimo indescriptibles en el limitado esquema del lenguaje da más facilidad para exagerar irrelevancias.

Esto no significa ni pretende dar a entender que las “ideas” por sí solas tengan algún estado inherente de importancia superior a la tan elusiva tarea de asimilar sentimientos. Mucho menos el pensar que la comprensión de emociones propias es algo más “simple”. Una línea argumentativa en esta dirección carecería de sentido al ver como la gran mayoría de nuestros contemporáneos creen entender conceptos prostituidos como “amor”, “libertad”, “justicia” y “tolerancia” con definiciones incompletas, sosas y virtualmente vacías; sin embargo no son capaces de conjuntar una oración decente al intentar definir sus sentires más familiares. El alma del poeta mediocre es en parte causal de esta confusión.

Con la correcta iluminación, un lodoso charco puede reflejar el cielo de forma incluso más clara que el mismo mar. Y si se busca solamente un vistazo rápido a las nubes; puede que ambos cumplan con creces su tarea. Sin embargo muchos prefieren sumergirse en ese cristalino espejo de agua; y terrible es su sorpresa cuando del primero salen sucios y cegados por la mugre; mientras que en el mar pueden profundizar hasta que la luz no pueda penetrar sus cristalinas aguas.

Escribir cosas hermosas es diferente a expresar cosas hermosas. La diferencia es aún más notoria cuando la estética es definida por la autenticidad. Lo hermoso no son los campos de flores multicolores, ni el árbol solitario en la colina. Lo hermoso tampoco es el espejo con marco de plata, o el remolino que burbujea con violencia. La verdadera belleza no se encuentra en traslúcido reflejo de una esmeralda o en la maniaca sonrisa de la luna. La verdad es dónde radica lo realmente bello.

Cuando la palabrería se transforman en imágenes y estas a su vez delinean verdadera y tangible humanidad; es entonces cuando la prosa (o el exagerado verso) se vuelven realmente poesía y belleza. Pero esa misma incapacidad de entendernos a nosotros mismo nos hace presa fácil del párrafo abrillantado con maquillaje y alumbrado con baratos reflectores.

Todo esto, solo para decir que esa obtusa visión es más fácil de abusar cuando se hablar de sentir y no de pensar. Ahora bien, lo anterior puede quedar en la inocente y casi lúdica consecuencia de encaramelar estupideces, engañar soñadores y cautivar “almas libres”. Sin embargo, aunque un poco más laborioso, la misma cruel actividad del embuste puede ser utilizada en el campo de las ideas. Y es ahí donde el peligro radica.

La ilusión es un engaño voluntario que, aunque tóxico en altas cantidades, es deliciosamente embriagante con moderación. Sin embargo cuando se cae presa de una ideología torcida, hay pocas cosas de nuestro ser que quedan a salvo. Es por ello que hablar de ideas exige responsabilidad más allá del supuesto sentido común. Pero dejar esto a las buenas voluntades es tan ingenuo como pensar que el mundo es plano.

Profundizar en esta cuestión, siento yo, es algo que está por demás en este texto. De hacerlo me vería tentado (y eventualmente abrumado) a utilizar los miles de ejemplos del abuso del discurso que plagan nuestro país. Pero ya en otra ocasión hablaré de nuestra arcaica maquinaría política.

Wednesday, November 30, 2011

Recordando colores


Al principio no puedo decir que los veo; pero definitivamente los siento. Y eso sucede muy rápido en algunos casos, como si la vida misma quisiera darles importancia a esas miradas desconocidas. A muchas de ellas las conozco bien, a otras simplemente me hubiera gustado hacerlo. Al final, los colores que se desprenden de sus imágenes tienen todos un toque profundamente melancólico; pero de nuevo, muchas veces esto es obra de esa confusión tan deliciosa entre la memoria y los sueños.

Empezaré por ella cuyo color siempre me pareció el amarillo. Un tono suave y tímido cuando se pierde en la luz; pero alegre y contrastante en ciertos puntos de la noche. Tal vez por ello no la note al principio; pues al final la conocí en un día soleado y ruidoso. De regreso aquella tarde, cuando el cielo comenzó a nublarse y la lluvia se dejó caer, fue entonces que su voz me resulto importante.

Pasaron pocos días, la vi pocas veces; pero su color amarillo se volvió cálido, aunque tenue. El solo timbre de su voz y ese delicado acento eran suficientes para entenderla. Aunque es presuntuoso decir que así fue. Ella; sin embargo, parecía comprenderme a la perfección. Esas últimas palabras que me dijo fueren preocupantemente atinadas.

Sigamos pues con lo que el flujo de la memoria dicta. Ella se encuentra presente porque desde hace mucho tiempo se volvió cercana. Su color es más como el negro: inmutable y difícil de ignorar por su misma profundidad. A veces es pesado y, debo admitirlo, aburrido. Creo que prefiero los colores vivos. En su caso no ha sido un problema, pues hemos preferido contrastar que combinar, y tal vez por eso nos llevamos bien.

Ella es un suave tono púrpura que conozco muy poco, casi nada. El morado me encanta y me gustaría decir lo mismo de ella, pero no es así. Si se diese la oportunidad podría suceder; pero normalmente ese tipo de cosas no se presentan con la magia que se esperaría. Es un tono inteligente y fácil de combinar, cambiante y lleno de sorpresas. Lo veo de lejos porque lejos está, aunque ella no pierde oportunidad para dibujarse de forma sutil y constante. Es un tono triste y reconfortante al mismo tiempo, como esa canción que a ambos nos gusta.

Hablando de colores lejanos, como olvidar ese brillante y vivo blanco tan exótico como familiar, tan alegre como serio, tan claro como misterioso. Así tal cual es ella. Se lleva bien en todas partes y a todas horas, pero su combinación tan perfecta también era distante. Se podía ver a través de ella solo para encontrar otra vez esa blancura impecable. Libre, eufórica, reservada y madura. Al final su tono es sinónimo de paz.

Uno de mis colores favoritos siempre fue el gris; ese gris que ella representa en toda su belleza. Como el color, se sabe linda más no se considera hermosa. Este tono me es tan familiar como ella. Lamentablemente siempre requiere de algún otro tinte para resaltar. Es un color que lleva otros tiempos y otros ritmos. La conozco desde años, pero es como si solo hubiéramos convivido un par de días. En la lentitud de su pintura se disfrutan mucho los pequeños trazos; pero cuando volvemos al tiempo de nuestra realidad su hermosura se decolora en mi incapacidad para cambiar el tempo.

El café es una tonalidad fuerte, pesada y seria. Y en su caso esa rigidez provoca una inercia que al entrar en movimiento la lleva muy lejos, pero al desacelerar la hace caer con una tremenda fuerza.  Me gusta y nunca sabré porque. Su simplicidad y terrenal alegría me contagian, pero como el suelo mismo en el que piso, su tonalidad es superficial, predecible y demasiado estable para mí.

Ella es sin duda el rojo. Ese rojo que solo hace sentido en los labios de una mujer, ese rojo que contagia con un racional pero explosivo ardor. El rojo muchas veces termina por quemarme; pero detrás de esa corona de fuego parece haber alguien muy parecido a mí. Ella brilla con idealismo, energía y una verdadera alma de poeta. Al menos eso es lo que creo.

Otro tono interesante es el azul claro de esta elusiva dama. Ella no es más que una estela en la mirada de esas que vagan como fantasmas tras un severo cambio de luz. Hay días que parpadeo y su chispa se confunde con verdes, morados y anaranjados. Si dejo los ojos cerrados todos los colores desaparecen y esa tonalidad tranquila e inteligente permanece. El problema es que al abrir los ojos doy cuenta que esa mirada es tan engañosa como el mar y tan lejana como el cielo.

El verde en su presencia era palpable. Un color que debo admitir me quitó el sueño durante un tiempo. Graciosa e inadecuada, tal vez incluso más que yo. Tímida pero libre en su rareza. Tonta y feliz; triste y delicada. No supe cómo interpretar lo vivo de su esencia, lo esperanzador de su originalidad, lo tranquilizante de su individualidad. Hoy me parece distante; pero desde entonces lo era ya.

Anaranjado es tal vez el último que vale la pena mencionar. Exótico y llamativo; pero cansado si se le ve con regularidad. Es un tono divertido, pero insustancial. Ella era brillante y carismática en su estar; pero incluso si ignoramos las problemáticas circunstanciales de nuestro coincidir; lo único que me dejó fue su calidez inicial y esa frialdad surgida de la opacidad de su color.


Una paleta de emociones se refleja en las tonalidades de sus personalidades; pero siempre me es sencillo detectar un solo color distintivo que llena mi memoria y se refleja en mis sueños. Al final las combinaciones son infinitas y su movimiento es música. Tal vez el problema, si es que hubiera alguno, es que no puedo ver mi color; sino tan solo sentir su textura.

Wednesday, November 16, 2011

#Unhate


Nuevamente me fue muy difícil no comentar ante el revuelo del “Día internacional de la tolerancia” y, por supuesto, sobre la polémica campaña de United Colors of Benetton. Lo primero que llama mi atención es, con escasa sorpresa, lo fácil que olvidamos el significado de los conceptos. Estamos tan acostumbrados a utilizar la palabra “tolerancia” como sinónimo de todo lo que está bien con el mundo que a la mínima distracción comenzamos a mezclar cuestiones como amor, unión y paz en su concreta definición.

La tolerancia no es sinónimo de ninguna de estas palabras. Es si acaso un pariente olvidado del respeto y un ingrediente más o menos esencial de la forzada convivencia. De igual manera la “virtud” que conlleva el tolerar es altamente cuestionable; pues como la mayoría de las premisas éticas el llevarla a un absoluto siempre resulta peligroso.

Tolerar no es amar, no es querer, no es dialogar; muchas veces ni siquiera es respetar. Tolerar es conciliar una diferencia de actitud, de ideología, de visión, de hábitos o de vida. Tolerar es aceptar o incluso, ignorar.

La exaltación casi divina que recibe este verbo en los círculos más progresivos es casi dogmática y su utilización genera tanta euforia que muchas veces nubla la dualidad y peligrosidad de su utilización. Se exige tolerancia en un sentido a la vez que se ataca vorazmente los demás puntos de vista. Se transgrede en el nombre del respeto mutuo al mismo tiempo que éste se pierde. Se ofende para demandar aceptación y, por qué no, conversión.

Los adictos a la tolerancia se pierden en un juego de ridiculez e irrealidad dónde la fusión de todos los puntos de vista se ve como la solución a los problemas del mundo. Dónde la paz mundial es un tan clara como el aceptar todo de todos. Dónde la pasión del defender una ideología se diluye en la tibieza tan característica de nuestros tiempos de sobre-comunicación.

Los tolerantes no quieren dialogar. Se rehúsan a defender su postura con argumentos; pues su relativismo debe ser aceptado como bueno por sí mismo. Los adictos a la tolerancia se niegan a ver la rigidez de su supuesta apertura; disfrazando su indecisión, mediocridad y falta de definición.

Hay cosas que simplemente no son tolerables; ni siquiera admisibles en una sociedad. El decidir cuáles de ellas son es labor personal e individual; sin embargo hay muchos que prefieren ahorrarse el trabajo y exigir tolerancia absoluta al tiempo que se limita la libertad del otro.

La campaña de Benetton es un claro ejemplo de la terrible mal interpretación del concepto. Es creativa, provocadora y, claro, controversial; sin embargo poco tiene que ver con ese “oh divino” valor de tolerar las diferencias entre nuestros compañeros humanos.

Era obvio que la Iglesia, en su papel de ente conservador, rígido y predecible; levantaría la mano. Es obvio también que Benetton así lo quería. Así como los ejecutivos de Benetton sabían que ofender al Vaticano les aseguraría publicidad gratis a nivel mundial, así también sabían que dicha ofensa les ganaría instantáneamente el apoyo de millones de personas que no dejan de ver a la religión como el mal de todas las cosas en este mundo (cuando ahora nuestro verdadero Dios es el consumo; pero de eso muchos prefieren no darse cuenta).

Así, elogiando la osadía de otra enorme corporación, se nos apaga rápidamente el radar que avisa que Benetton no pretende cambiar el trágico destino de nuestra post-moderna sociedad pregonando amor, aceptación y conciliación; sino que simplemente le pareció buena idea ondear la transgiversada bandera de la tolerancia para vender unos cuantos pantalones más.

Pero en fin, al menos el día de hoy toleremos otra marca de ropa manufacturada por niños en países en desarrollo.

Sunday, November 13, 2011

No tengas miedo


Hoy es de esos domingos en los que desde temprana hora de la madrugada se comienzan a sentir emociones fuertes, pero muy vagamente delimitadas. Sentimientos que inquietan y alegran a la vez; que animan y angustian; que te enfatizan; pero te desvanecen. Reflejos, ilusiones, sueños, temores, injusticias, ficciones, vacíos, existencia, sentido, significado… falta de todo, ausencia de nada.

Al final siempre termino escribiendo sobre las mismas cosas. Sobre la irrelevancia de la vida y su carencia de significado; sobre la creación de espejismos y los reflejos de nuestras personalidades vacías; sobre las injusticias de una estructura invisible y la subjetividad del tiempo; sobre el placer de enamorarse de desconocidos y lo hermoso de la soledad; sobre la dualidad del silencio y lo tóxico de la indiferencia; sobre lo peligroso de la inercia y el gran y evidente sentido de la muerte.

Me gusta escribir sobre todo esto para tratar de expresar la naturalidad de esos sentimientos. Al final la existencia es un aglutinamiento de pensamientos y percepciones que en muy contadas ocasiones tienen sentido; pero siempre tienen significación e intencionalidad. Y yo sé que todo esto puede sonar vacío, triste, incómodo, disruptivo y, a veces, descorazonador. Decir que la vida es insignificante en la seriedad de una sana melancolía es inquietante para muchas personas. Es comprensible. Lo sentimientos suscritos a este tipo de oraciones escriben líneas invisibles que evocan cierto tipo de desesperación, ciertas tendencias a la nada, ciertos deseos de perdición… de destrucción.

Sin embargo no hay razón para tener miedo.

La diferencia entre el caos y el vacío es inmensa, pero su relación sigue siendo estrecha. El vacío total es la ausencia de caos, es un orden inalterable por la misma falta de elementos perturbadores. El caos absoluto; sin embargo, es inalcanzable, indescriptible e inexistente.  Pero lo inestable de los sentimientos y su leve pero perceptible desorden interno crea la ilusión de vacuidad individual: la definición de “inadecuado”.

Esos sentimientos son, sin embargo, tan banales como la vida misma. El error es pensar que lo “humano” no es suficiente; el tratar de buscar algo más grande que nuestra propia humanidad. La complejidad de la existencia, en su extraordinaria mundanidad, es abrumadora y emocionante. Eso; sin embargo, no le brinda propósito, justificación o verdadero significado. El otro gran error es pensar que por ello no vale la pena existir… o peor aún, que no vale la pena decidir en dicha existencia; pues ser y hacer son cosas muy diferentes.

El decir que la vida es irrelevante y carente de todo sentido, propósito o significado es tan trivial como el mismo domingo. La propia aserción se resta importancia al hacerse verdadera. Y a pesar de su superficialidad y carácter fragmentado, no deja de ser menos cierta.

El temor pude venir de sus sutiles tonos oscuros. De su invitación al nihilismo o a un hedonismo auto-destructor. De su aparente apoyo a un relativismo depredador o a una ética sin libertad ni libre albedrío. Inquieta y tranquiliza por las razones equivocadas; por la mal interpretación de palabras como destino, voluntad y responsabilidad.

No deben de tener miedo. No al menos a las revelaciones de esta naturaleza; pues ahí dónde confunden, desorientan o aíslan; ahí en lo profundo es dónde su reflexión ayuda a liberar, a desencadenar y a comprender; dónde comprender es transformar. Estos pasos son pequeños; pero esenciales para caminar en una vida más orientada hacia una verdadera libertad.

Si algo debería ser aterrador es el afianzarnos a creencias que aparentemente nos brindan seguridad y propósito mientras coartan nuestra verdadera flexibilidad humana…

Tuesday, November 8, 2011

La selva, la noche y la luna.


Imagina una selva, una noche, una luna. Imagina un río cargado, fluido, ruidoso; pero no violento. Imagina esa selva, esa noche, esa luna reflejadas en el río.

El reflejo se mueve al igual que la selva, que la noche y que la luna. A ellas las mueve el viento y a él, el río. La selva existe sin la noche y sin la luna. La noche existe sin la selva. La luna puede que ni siquiera exista. El río, sin embargo, sigue; pero sin la selva, sin la noche y sin la luna el reflejo se pierde y se vacía.

Imagina el ruido que hace el flujo del agua sobre las rocas. Imagina al torrente intentar destruirse para producir el sonido de agua en movimiento. Imagina las rocas cuyas redondas formas son fruto de ese tremendo esfuerzo.

Ese ruido destruye el silencio y cambia la selva y la noche; pero no la luna. El río destruye en los bordes el reflejo pero deja intacto el centro de su tenue espejo. El sonido viaja y se escapa en cuanto puede. El reflejo sigue móvil e intacto. La selva, la noche y la luna también.

Imagina la angustia del río, la banalidad del reflejo, la pesadez de la selva, la ilegibilidad de la noche y la indiferencia de la luna. Imagina que el río, el reflejo, la selva, la noche y la luna son parte del todo, pero entre ellos son y serán siempre nada.

Thursday, November 3, 2011

De pesca en el barco fantasma


¿Qué pasa cuando quieres decirlo todo con una sinceridad abrumadora; pero a la vez simplemente no deseas expresar absolutamente nada?

¿Qué sucede cuando quieres ser escuchado; pero simplemente no tienes la fuerza ni el deseo de hablar?

¿Qué haces cuando las cosas solo hacen sentido dentro de tu mente, cuando llegas a ese terrible punto en donde ves lo inadecuado de la situación?

Porque el mundo no tiene la culpa por ser como es. Y el fracaso es cuestión de momentos y enfoques. Escribir es como no decir nada. Una barrera invisible; pero firme y dura como un hermoso diamante. Y entonces recuerdo… todas esas analogías, esas frases, esas lindas imágenes que muestran piedras preciosas, elementos musicales, colores exóticos, astros, sentimientos y elegantes referencias que solo conllevan una pretensión estética, un placer por el hermoso sonido de las palabras bien combinadas.

Pero aún así, algo hay detrás de todo eso. Nada es arbitrario en verdad. El frío roce de esas piedras es un sentimiento real y palpable. A veces superficial y a veces tan profundo como el abismo que representan.
¿Qué tan graves son tus problemas? ¿Qué tan serios deberían de serlo antes de afrontarlos?

Si dejaras de sentir… no podrías darte cuenta de las llamas que rodean tu habitación. Entonces lo olvidas. Te levantas por la madrugada, desorientado por la luz; pero campante y adecuado. Sales del cuarto y bajas a la cocina por un vaso lleno de agua. Pero el agua hierve ante el infernal calor de tu hogar en llamas. Y la tomas; pero no la sientes. Baja hasta tu estómago y destruye tu interior; pero tú solo puedes pensar en volver a la cama y dormir.

Desahogar verdades ya no es suficiente. Vomitar el brebaje ardiendo no es solamente insuficiente, sino dañino. Pero la vida sigue, y tú con ella, hasta que tu tiempo termina. Porque todo tiene fecha de caducidad; y tus sueños, por más hermosos, nobles e idealistas; también tienden a expirar.

Pero nadie ve las llamas; y tú, que podrías apagarlas, no las sientes, no te importan. Pero sigues vivo, por lo que no es tan grave… no es tan serio. Nada es realmente tan importante. Son solamente pequeños detalles los que requieren tu atención. Vivir no es un juego, pero la vida si es una broma. Elaborada, mayormente cruel; pero estructurada y finalmente muy graciosa. Pero no puedes pasear por ahí jugando a comprender tu existencia; o ignorándola completamente mientras tu barco de humo se esfuma a la mitad de la noche.

Lo importante se encuentra dentro de tu pequeña embarcación. La realmente serio, lo que nos debería de importar. Pero a veces, lo conveniente es aligerar la carga, disminuir los reflejos, volver a esa sagrada utilidad y comportarnos en base a objetivos. ¿Las flamas? Para que apagarlas si muy a penas las podemos ver. Y aunque eventualmente nos destruirán internamente, nuestro cuerpo podrá seguir operando. Porque las llamas ahora son azules como el zafiro y heladas como el falso amor.

Y así, internamente dañado, y mentalmente vacio te acercas a los demás mientras los jalas en un invisible espiral de estupefaciente cotidianidad. Pero a veces nos damos cuenta de que estamos cubiertos de fuego y rodeados de arena. Extendemos la mano e intentamos escapar. Pero ellos no ven el torbellino y solamente saludan. Repentinamente, también son sofocados por la violencia de esa imaginaria pero terriblemente real tormenta.

Por eso somos culpables. Delincuentes de alguna manera o sentido. Yo no quiero escapar todavía. Aunque tal vez, si tomo toda esa agua hirviente y la derramó sobre el torbellino de arena… tal vez el polvo se asiente y pueda ver con un poco más de claridad. Y cuando la tierra esté seca, tal vez… con ese mismo vaso pueda tomar un poco y sofocar esas flamas celestes. Porque el fuego es frío y no consume mi oxígeno; pero sí agota mi alma.



Tuesday, November 1, 2011

Tal vez simplemente se acabaron las almas


Eran las seis de la mañana,
Y la muerte ya estaba ocupada.
Decían que ya eran 7 billones,
Mientras ella contaba angustiada.

“¡Ahora sí que estoy atrasada!”
Repetía mientras recorría los panteones,
“Tal vez sea hora de otra gran plaga”
Pensaba mientras cargaba muertos en cajones

“¿Pero cómo puede haber tantos?”
Cavilaba mientras rascaba su cabeza.
“Si ni a los diez dígitos llegábamos,
Apenas hace treinta décadas”.

“Debí haberlo adivinado”,
Se repetía con tristeza.
“Ese Thomas Robert Malthus,
Estaba más que alucinado”

“¡Y ahora ni como detenerlos!”
Decía la tilica ya un poco más ofuscada,
“Con el cuento del desarrollo sostenible,
Van a hacer hasta las piedras comestibles”

Al príncipe de las tinieblas,
Le pidió la muerte un asistente.
Pero en los nueve círculos del infierno,
Nadie quería llevarse las almas de la gente.

“¿Qué hago con todas estas?”
Preguntaba ansiosa la muerte
“En el abismo ya no hay espacio,
Para más almas inertes”

“El cielo también está lleno”
Le explicaban los ángeles a la muerte,
“¿Y si los dejas vivir?
La verdad que ni es tanta gente”

Seguía la huesuda pensando
De cómo el otro mundo estaba ya saturado
Entonces ¡Eureka!, se dio cuenta
Que su trabajo había terminado

“Los cielos e infiernos están llenos,
Porque ya todas las almas han sido procesadas
Lo que queda allá abajo en la tierra
Son puros cuerpos ahogados en la nada“

“Eso explica todo”,
Decía confiada la reina muerte,
“Con razón cuando me los llevaba
Se sentía diferente”

“Tal vez simplemente se acabaron las almas”
Pensaba la parca recostada en su hamaca.
“Ahora no me queda más que llevármelo con mucha, mucha calma”

Monday, October 31, 2011

Las nubes


Rápidas para moverse, lentas para desaparecer, las nubes arrastran consigo los aromas de la tierra, el granizo de la noche y la nieve de las montañas. Son fragmentos de mares, lagos y ríos. Blancas y puras; azules y pesadas; grises y ruidosas.

Del norte vienen estratificadas en nombre del gélido Boreas; del sur las envía Noto para secar la tierra; del este Euro las llena de lluvia y caos para terminar los veranos; y del oeste, el tranquilo viento de Céfiro las guía como mensajeras de fertilidad.

Dicen que las nubes respiran sueños; que en su andar recorren el mundo para crecer, llorar y transformarse. Entre ellas juegan, viajan, se unen y se abandonan. Hermanas, amigas y enemigas comparten todo, incluyendo su origen y destino.

Desde abajo las vemos para perdernos también. Para imaginar que nos miran allá en el cielo, y que tal vez ellas, desde arriba, pueden ver a dónde vamos.  A veces juegan con el viento, a veces bailan con las olas. En las noches brillan con relámpagos y estremecen la tierra con los truenos. Pequeñas y lejanas; inmensas y abrumadoras también. Sus ojos son abstractos y su sentir es su contraste.

La tierra las observa con envidia y el cielo las ignora con desdén. Las montañas las arañan con rencor y lo árboles las utilizan como adorno. El mar, su madre, las refleja con ternura. El sol, su padre, les cobra la vida con indiferencia. La luna las engaña y las invita en su locura a que bailen a su alrededor. Las flores y las plantas claman su presencia elevando, con el viento, su voz.

Ellas no saben si viven o mueren, si sufren o gozan, si aman u odian. Lejos de todo, cerca de nada. Así, como nosotros, son las nubes.

Tuesday, October 11, 2011

Cuando un sueño te despierta…


…puede ser por varias razones; aunque en mi caso es algo generalmente negativo. No sé bien a bien como describirlo por lo que puede que las siguientes líneas tengan un menor grado de elocuencia al esperado.

El sueño por si solo es bastante inofensivo; y de hecho viéndolo de forma objetiva, bastante carente de significación. Pero cuando algo tan vago y endeble logra despertarte con está angustia existencial, no puede ser ignorado. Tratar de interpretar los sueños como si su contenido albergara una fórmula mágica hacia nuestro futuro es algo tan estúpido como pasarse la vida buscando el significado de ésta. Si acaso, los sueños deben ser sentidos y tal vez vividos en la misma manera en la que sentimos o vivimos algún recuerdo.

Desde hace años me he estado dando cuenta de cuál es la vida que realmente quiero vivir; y a pesar que desde un punto de vista externo mi genérica existencia parece ser la progresión más normal y esperada de alguien con mi perfil; creo que nunca antes me había sentido tan lejos de mi subjetiva idealidad.

Lo peor de todo esto es que aún no me siento capaz de expresar mi disgusto en términos claros y concretos; pues aunque me cueste decirlo, la opinión establecida es bastante hostil a mi visión del mundo y su funcionamiento. El hecho es que me estoy dando cuenta, tanto consiente como inconscientemente de cosas que aún en mi supuesta “radicalidad” había pasado por alto. Cuestiones que ahora son las que están pesando en el día a día; pero que por lo mismo de su cotidianeidad son fáciles de ignorar; al menos mientras estoy despierto.

El tiempo jamás me había preocupado como ahora; el cansancio era prácticamente un mito en mi existencia y las opciones, aunque no numerosas, eran suficientes. Sin embargo, hoy por hoy siento que se me agotan los días al ser consumidos en las más irrelevantes de las actividades. Pareciera que sin darme cuenta renuncié a todo lo que realmente consideraba valioso para consagrarme a todo lo que la sociedad considera respetable.

Esto ha venido acompañado, como es de esperarse, con esos engañosos y furtivos sentimientos autodestructivos reflejados en actitudes, acciones y sentires por demás inofensivos; pero significativos por su intención. Es casi como un esfuerzo final de mi alma para protegerme de la inercia y “comodidad” de la meseta en la que ahora me encuentro. Un acercamiento peligroso al barranco para nuevamente tomar la velocidad requerida para saltar ese desfiladero hacia lo que realmente creo.

Nada de esto es nuevo y en su momento lo exprese de manera un poco más “poética” por ahí de principios del año, tratando de simplemente expugnar el sentimiento a manera de expresión. Hoy; sin embargo, estoy tratando de razonarlo un poco más, de ponerle nombre, dibujarlo, entenderlo y destruirlo de una vez por todas. El sueño de esta tarde ayudó en gran medida; pues cuando te escuchas a ti mismo pronunciar de manera clara y sin titubeos qué es lo que realmente extrañas de la vida es entonces cuando te das cuenta si lo tienes o no.

Aun así, entre más lúcido se vuelve todo esto en mi interior, más me cuesta explicarlo a los que me rodean. Al estar más cerca de entenderlo también las soluciones se vuelven claras y precisas; pero también más inminentes… más intimidantes. Son cambios que tal vez no tenga el valor de realizar. Decisiones con costos de oportunidad muy altos. Y tristemente el peso de esa visión que me rodea es algo que aún no puedo quitarme. Es entonces cuando siento mi alma encogerse y sacrificar la poca transcendencia que le puede quedar a mi vida.

Pero el primer paso es perder el miedo a aceptar que se es infeliz, de lo contrario, tal vez nunca se deje de serlo.

Thursday, October 6, 2011

Tenía que escribir algo sobre Steve Jobs…


Era inevitable me imagino yo. O al menos esa es la excusa que tomare el día de hoy para quejarme y gritar palabras bastante vacías a temas por demasía irrelevantes. El hecho es que hay pocas cosas que realmente detesto… y una de ellas es la ceguera de una opinión consolidada tan solo por su constante repetición.


Steve Jobs está muerto… es una lástima. Una tragedia como cualquier muerte prematura a manos de una terrible enfermedad. ¿Era un genio? Posiblemente. ¿Revolucionó su mercado? “Joder”… creó mercados. ¿Cambio nuestras vidas? Al menos la del “pequeño burgués” como yo y la mayoría de mi realidad inmediata, sí. Sin embargo nada de lo anterior es (o debería ser) un pase gratis hacia la exaltación casi divina que el ex-CEO de Apple parece gozar esta noche.

Pero lo que me incomoda de todo esto no es la mitificación de un hombre que impulso un modelo tecnológico con el que, en su base, difiero. Lo que levanta múltiples banderas rojas en mi limitado horizonte es el hecho de que, como una onda invisible e indetenible, todo mundo parece estar de acuerdo con esta práctica sin ni siquiera cuestionar la naturaleza de los excepcionales logros de Jobs.

Primero que nada, comprar un jodido iPod no significa que comprendan el impacto de las ideas de Steve Jobs; el cual, lamento decirles, no es del todo positivo. Su genio le ayudó no solo a crear productos, sino a creas necesidades, generar nichos, alterar conductas e incluso formas de vida. Apple dejó de ser la alternativa de Microsoft para simplemente ser Apple. Con un diseño industrial bajado del mismísimo cielo y un manejo de marca que la misma Coca-Cola envidaría, los productos de Steve Jobs pronto se colocaron como un símbolo de funcionalidad, estética, status y una visión por demás progresiva. Jobs creaba y a los demás no les quedaban más que seguir.

Pero, ¿qué es lo que estaban creando? ¿hacia dónde nos estaban dirigiendo? y ¿ con qué propósito y bajo qué premisas? Para nosotros, los tristes mortales, es difícil aceptar la cantidad de genios que pueblan nuestras generaciones. Wittgentstein, Einstein, Joyce, Miyazaki, Disney, Kubrick, Gates, Miyamoto, Zuckerberg, Page & Brin y cientos más. Personajes tan diferentes como fascinantes entre sí. Todos con visiones divergentes del mundo y la vida; cada uno con su valores y creencias; los cuales consciente o inconscientemente se permean en su trabajo, obra e influencias. Lo mismo para Jobs. Ser diferente (algo que ahora todos pretenden tener en altísima estima a pesar de que sus comentarios sobre él parecen salidos de una línea de manufactura en serie) es algo demasiado vago para ser exaltado.

¿Qué pretendía al retar el status quo con sus productos? Ser revolucionario es un concepto aún más vacío de significado en este contexto. Jobs creó un culto a sus productos y, por añadidura, un culto a su personalidad. La misma manzana renunció a los siete colores del arcoíris para transformarse en un logotipo limpio, puro… casi asceta.

Apple ya no vendía tecnología; pues en cuestiones técnicas sus productos nunca fueron realmente superiores o revolucionarios. Apple vendía sueños, sentimientos e imagen. Superficialidad dirían algunos… diría yo. Así, con “necesidades” nuevas (por demás innecesarias) se cambió únicamente nuestra forma de consumo. Apple era diferente por fuera, pero siempre fue lo mismo por dentro. Así, mes con mes con el nuevo iPod, el nuevo iPhone, la nueva Mac y ahora el bendito iPad, Apple vendía cientos de miles de productos tan similares entre sí que el mayor atractivo era ver un número más alto después de la denominación del artículo. Los productos de Apple trabajan en conjunto y complementan su propio Universo. Son versiones, extensiones o adiciones los unos de los otros. Pero a la vez, cerradas de todo aquello que disminuía su potencial de venta o alteraba la dinámica de su marca. Una estrategia definitivamente brillante en cuestión de negocios; pero no así desde el punto de verdadera innovación.

Todos estos productos nos dieron (y nos seguirán dando) la oportunidad de sentirnos partícipes de una revolución que jamás comprendimos. De sentirnos tecnológicamente competentes en una época en la que jamás ha sido más fácil utilizar una computadora. Pertenecer a un enunciado de diseño y estética alineado a nuestras demás superficialidades y alimentado por nuestra misma pretensión. En su cristalino blanco, su reflejante plata o su pulido negro siempre podemos ver nuestra imagen potencializada por las posibilidades tecnológicas del mañana en un esquema coherente y atractivo. Y así, cuando se nos coloca en un marco adornado tan bellamente, es difícil no amar nuestro propio y plano reflejo.

Nada de esto pretende demeritar el verdadero genio de Steve Jobs; simplemente me gustaría que antes de alabarlo se le intentara comprender; no en su naturaleza, pero en su impacto e intención.

Wednesday, September 28, 2011

Ficción y mi realidad



Tengo un grave problema. Uno grave para escribir al menos. No para hacer lo que estoy haciendo ahorita, que es escribir también, pero para escribir mucho. Algo así como un libro dirían algunos. No un libro de esos de en dónde hablas de un montón de cosas bajo un solo hilo conductual. Esos libros son divertidos de leer, porque cuando los lees suenas muy inteligente en tu cabeza. Y aunque no los leas puedes decir “ah claro, yo sé mucho de ese tema porque leí este libro”. Ya saben; de esas cosas que te hacen sentir realmente adulto. Pero no, yo hablo de esos otros libros dónde se cuentan historias que puede que hayan pasado o no. O de esos libros de historias que si pasaron pero no como se escriben. Aunque mis preferidas son aquellos libros de historias que pueden pasar… no que lo vayan a hacer; pero que de que pueden, pueden pasar.

El problema tal cual no es escribir; pues he der serles sincero que cuando le dedico su tiempo, no lo hago tan mal. Pero esto no trata de estilo o soltura escrita; es más una cuestión de ideas. Trataré de precisar nuevamente. Las ideas nunca faltan. La propia vida da más ideas de las que podemos siquiera asimilar. Es, creo yo, una cuestión de atención a esas ideas… de interés principalmente.

Tal vez no se hayan dado cuenta… tal vez sí; pero la ficción no es más que una reducción de la realidad. Y no me refiero a esa frase cliché que gustan de usar cuando algo realmente trágico o impresionante sucede en las noticias; pues si acaso aquí estoy hablando de comedia(s). La verdad es que sin importar lo exagerado, inconcebible, novedoso o aparentemente original de cualquier ficción; esta remite todo su origen a la realidad individual que experimentamos. Una construcción por así decirlo.

Lo anterior puede significar muchas cosas. Para mí, al menos, significa que toda historia que valga la pena contar viene, en mayor o menor medida, cargada de realidad. Ahora… la realidad es una palabra tan amplia que hay veces que me da vergüenza utilizarla. Aquí cuando digo realidad me refiero a “ese momento”. Sé que eso no ayudó de mucho; pero así quiero expresarlo.

“Ese momento” es cuando vas en tu carro y dices: “coño, eso tiene sentido”. O cuando estás disfrutando del mejor momento de tu vida y dices “coño, este es el mejor momento de mi vida”. O cuando ves a los ojos de un desconocido y realmente crees hasta el punto de una certidumbre total que esa persona es todo lo que imaginas que puede ser. “Ese momento” es cualquier pequeño instante en el que no puedes más que sentir tu propia humanidad.

El problema es que cuando quieres plasmar “ese momento” se vienen varias complicaciones. La más normal es que se ha perdido en el limbo etéreo de la fugacidad. “Ese momento” es fuerte, intenso pero corto, elusivo y trasparente… casi fantasmal. Una pequeña distracción y se ha ido para siempre. ¿Cómo entonces capturarlo en papel si el solo tomar un lápiz requiere TANTA concentración?

Pero lo anterior es superable. Se ha hecho y se volverá hacer. Algunos por ello prefieren escribir poemas. Otros, componer música. Muchos más… solo escucharla.

Lo que en gran medida destruye “ese momento” (y con ello toda posibilidad de expandirlo, plasmarlo, desarrollarlo y construir la historia más maravillosa entorno a él) es lo irrelevante que se vuelve después de comprendido (al menos para mí). Qué difícil es recrear “ese momento” y vestirlo de algún tipo de significación trascendental para quién lo lee. Qué difícil es hacer comprender a alguien la angustia que se vive cuando sientes el viento en un balcón abandonado. Qué difícil es comunicar que aquella noche la Luna lo era todo. Qué difícil explicar que el Universo y mi Universo son la misma coincidencia. Qué difícil expresar lo humano que es el enamorarse de una desconocida.

Y si “ese momento” pierde esa importancia… esa trascendencia… esa fuerza reveladora… ese mapa del alma, esa visión interior, ese esquema que muestra la realidad tal cómo es y cómo funciona; entonces sí… lo único que tenemos son historias. A mí no me gusta contar esas historias, ni mucho menos escribirlas… al final cada quién tendrá la suyas.

Tuesday, September 20, 2011

Al terror


Que sentimiento tan maravilloso es el terror verdadero. Imagina ese miedo incontrolable; pero comprensible… asimilable. No hablo de la sola angustia de correr peligro; pues ésta es demasiado fugaz para saborearse. Tampoco me refiero a esa preocupación por una incertidumbre incontrolada o un egoísta e infantil estrés.

El verdadero espanto al que me refiero es ese que parece invisible al tiempo que corroe el alma y aplasta el corazón. Ese punto en el que el terror es tan angustiante y abrumador que no queda más que encontrar la salida en algo igual de sobrenatural.

Cuando la oscuridad se funde con la confusión verdadera; cuando no es posible ni siquiera razonar la situación; cuando comienzas a divisar la frontera que separa la sanidad de la locura; cuando ni siquiera el cerrar los ojos ofrece un descanso; cuando no se tiene la capacidad para pensar en que las cosas no van a salir terriblemente mal. Ese es el verdadero sentimiento de vacuidad total.

Un vacío mudo que absorbe todo a su alrededor como un agujero negro que se expande en la infinidad de nuestro espacio interior. Una pesadez que hunde consigo todos aquellos pensamientos más ligeros. Una bufanda hecha de la pesada tela de la noche, la cual no ahuyenta el frío; sino que lo resguarda en nuestro interior mientras te sofoca con el calor que absorbió de ti.

El terror aquel que se alimenta de un deseo verdadero de morir. Donde la misma certidumbre del fin es entonces el único consuelo, la única esperanza. Esa nube densa y maligna que se posa sobre la enloquecida luna y su rojo palpitar. Aquel horror que arrebata fe en la lógica y lo real. Que hace parecer lo imposible perfectamente factible. Ese sentimiento que nos hace creer sin argumentar, aquel que va drenando nuestra voluntad de dudar con la inevitabilidad de su presencia.

Ese sentir es hermoso por sublime, por poderoso, por innegable. Es sublime por verdadero, por independiente, por amoral. Es poderoso por ser definitivo, único y sin piedad. Es innegable porque existe y se coloca por sobre todo lo demás. Se apodera no solo del ser, sino del estar. Se vuelve lo único realmente importante en esta vida; lo único que justifica nuestra presencia en ese instante.

Es razón y causa de vida. Especie superior entre otros sentimientos. Con una intensidad casi infinita y una duración inagotable. Más allá que lo efímero de un sueño, lo fugaz de la alegría, lo engañoso del amor o lo subjetivo de la más noble de las realizaciones. Por arriba de toda instancia física y solo comparable en complejidad con la locura misma. Así se funge como rey del sentir, líder de todo lo vivo y bofetada de verdadera realidad.

Nubla y embriaga. No solo opaca la razón sino que la pone a dormir… eso cuando decide no matarla de una vez. El terror, junto con la angustia verdadera, muchas veces engendra la demencia. Abre las puertas prohibidas de la percepción y el entendimiento del mundo. Boletos de ida a la irracionalidad de una lógica que conocemos, pero no podemos comprender. Prueba de vida, prueba de existencia. El terror es hermoso por ser verdaderamente poético. Por arrancarnos sentimientos sin tener ninguna intención de hacerlo. Así es la concentración de oscuridad: pesada y perfecta; reflejo de todo aquello que es humano.

Sunday, September 18, 2011

X: Espejismos


Dicen que es estúpido enamorarse de una desconocida. Yo pienso que es la manera más correcta de enamorarse;  y sin querer sonar trágico, tal vez la única forma de hacerlo.

Aquellos días en Ozora viví con el solo cobijo de la libertad. Nada –y lo digo con total convicción- me faltaba. La música, el viento, la lluvia, la gente, la lejanía, el tiempo, las nubes, los colores, sus ojos, su baile… el fuego.

Era una joven hada musical. No había mejor manera de definirla. Y yo, siendo un poco tonto como soy, me enamore de ella. No fue la primera vez (y espero tampoco la última) en la que caigo presa de un sublime sentimiento de atracción hacia una completa desconocida. Es un poderoso conjunto de pensamientos que van más allá de una simple enajenación física. Porque es importante mencionar que si bien la superficialidad de la apariencia es importante; nunca ha jugado un papel definitorio en la creación de mis ilusiones.

Tiene que ver con el hecho de que envidio a todas esas personas que parecen más libres que yo (aunque necesariamente no lo sean). Pero esa envidia pronto se transformó en un curiosidad disfraza de atracción. Su cabello pelirrojo no era más hermoso que el de otras bellezas europeas aquella noche; pero su mirada, su baile, su ser se desbordaba con cada alegre brinco que daba mientras la música sonaba cada vez más fuerte; solo para mostrarla a ella tal y como era.

Lo que observaba era tan real como lo que imaginaba. A diferencia de otras veces en dónde mi maquinado mental se conjuntaba con engañosas circunstancias; esta vez construí un espejismo con algo más que tan solo los pañosos espejos de mis sentidos. Ella era esa libertad encarnada en una ágil y hermosa dama.

El fuego de la fogata ardía con intensidad, danzando al ritmo que el viento le dictaba. Yo me encontraba cerca… pasivo… expectante. Algunos más responsables que yo alimentaban la flama para no dejarla morir. Levantaban los troncos y los arrojaban con la sola esperanza de prolongar ese calor por el resto de la noche. Alrededor la gente bailaba, brincaba y vivía los sonidos y el calor. La música era intensa, pero nunca en demasía.

Ella bailaba, feliz y animosa. Su aura era suficiente para levantar una profunda necesidad de bailar junto con ella, junto con la gente, junto con las estrellas. Sin importar las horas que habían pasado ya, la falta de agua o la torrencial lluvia; sin poner atención si lo que brillaba era la luna o el sol del amanecer; si la música era real o solo un sueño; ella se movía por toda la pista como un espíritu del mismo bosque que ahora vibraba en la misma frecuencia que nosotros.

Sus ojos eran un viaje aparte. Muchas veces cerrados, dentro de sí, imaginando el movimiento explosivo de las galaxias y cometas que desde lejos se movían como impulsados por los ritmos impredecibles de la psicodelia del lugar. Pero cuando los dejaba entrever, esa energía misma se proyectaba hacia afuera y dentro de mí propia alma.

Ella y yo éramos uno sólo. Todos los presentes éramos y somos uno solo. ¡Que increíble revelación! ¡Qué gran sentido tiene todo esto! Y las imágenes pasaban entonces demasiado rápido para saber si eran verdaderas o falsas. Si las había creado yo o se habían creado ellas mismas… dentro de mí.

Era una felicidad difícil de describir. Efímera más que otra cosa; pero fuerte y real. Esa era, tal vez, la gran diferencia de esta ilusión. Que fuera del contexto de mi pesada realidad; aquí parecía válida, vibrante, coherente y verdadera. Ya otras veces había tenido sentimientos así; pero nunca los había sentido como entonces.

Enamorarte de un espejismo es un bellísimo sentimiento. Es una complacencia propia y trascendental. Es un mecanismo más de auto-conocimiento y un refrescante respiro de esperanza. Es un juego peligroso; pero divertido. Si se le hace con prisa puede ser devastador. Si se le toma como importante también tiende a lastimar profundamente. La clave es tratar de encontrar lo que ya se ve y olvidar todo lo que solo imaginamos. Al final es solo combustible; un catalizador para el motor de la verdadera voluntad del interés romántico. Tiene que ser suficiente para engañarnos; pero no suficiente para complacernos.

Es por ello que tiene sentido enamorarse de gente desconocida. Porque no hay otra forma de conocerlos más que a través de nuestras ilusiones; como reflejo de nuestro ser; como parte nosotros mismo y lo que con ello podemos comprender.

Tuesday, September 13, 2011

Fragmentos del ensayo: “Un espacio para el aprendizaje” de Michael Oakeshott

Sobre la educación liberal:

El autoengaño más ingenuo que sufrió fue haber escuchado solo a la voz seductora del mundo que la exhortaba, en nombre de la “relevancia”, a ocuparse de asuntos ajenos es incluso a alterar su curso. Cuando, tal como lo hizo Ulises, deberíamos haber tapado nuestros oídos con cera y habernos atado al mástil de nuestra propia identidad, no sólo nos engatusaron las palabras, sino también los alicientes. Abrir una Escuela de negocios, para capacitar a periodistas o abogados corporativos, le parece una concesión bastante inofensiva a la modernidad; se le puede defender con el engañoso argumento de que sin duda implica un aprendizaje; le da una imagen atractiva de “relevancia” a un espacio de aprendizaje liberal y puede dejar pasar la corrupción que implica. Sin embargo, los hechos no confirman precisamente este optimismo. Al no tener lugar establecido en el aprendizaje liberal, es difícil contener esas divergencias atractivas; debilitan el compromiso en lugar de atacarlo. Su virtud es ser evanescentes y contemporáneas; si no están al día, no tienen ningún valor. Y esta modernidad incondicional se contagia al verdadero interés por las lenguas, las literaturas y las historias, que, de esta manera, quedan restringidas al estudio de lo que está vigente en la cultura. La historia se comprime en lo que se conoce como historia contemporánea, las lenguas empiezan a reconocerse como medios de comunicación contemporáneos y, por eso, en la literatura el libro que “verbaliza lo que todos están pensando en este momento” se convierte en el preferido, en desmedro de todo lo demás.

Pero el verdadero ataque contra el aprendizaje liberal viene de otra parte; no de la riesgosa tarea de preparar a sujetos de aprendizaje para alguna profesión, que con frecuencia se elige de manera prematura, sino de la idea de que la “relevancia” exige que cada uno de esos sujetos sea reconocido sólo como intérprete de un papel en lo que llamamos un sistema social y la consecuente rendición del aprendizaje (que es lo que les interesa a los individuos) ante la “socialización”: la doctrina que establece que, debido a que el actual aquí y ahora es mucho más uniforme que lo que solía ser, la educación debe reconocer y promover esta uniformidad. No se trata de un autoengaño reciente; es el tema que se tocó en aquellas maravillosas conferencias de Nietzsche, tituladas Sobre el porvenir de nuestras instituciones educativas, presentadas en Basilea hace un siglo, en las que Nietzsche preveía el colapso que hoy nos amenaza. Y aunque esto pueda parecer más que nada una cuestión de doctrinas, simplemente de cómo se piensa y se habla acerca de la educación y que está muy poco relacionado con lo que en realidad puede ocurrir en un espacio de aprendizaje, se trata del tipo de corrupción más insidioso. No sólo le asesta un golpe al corazón del aprendizaje liberal, sino que presagia la abolición del hombre.

Monday, September 12, 2011

El agua siempre me pareció azul

Hay veces que con tantas cosas sucediendo al mismo tiempo, tantos intereses fragmentados, tantas ocupaciones obligadas y un cansancio difícil de aceptar se me olvida escribir algo “bonito”. No me refiero a algo “positivo”, inspirador, motivacional o básicamente agradable… simplemente a algo en un tono más personal.

Lo “bonito” de un escrito así es que atiende a una realidad mucho más inmediata. A sentimientos que puede sean más confusos, pero también más completos. Lo vasto del universo interno es rival respetable a la infinidad de la configuración sideral y por ello no importa cuándo ni dónde comencemos; al buscar es probable que encontremos algo nuevo.

Lamentablemente me es muy complicado expresar las irrelevancias de mi vida de forma clara y entretenida sin tender a exagerar o velar sus mensajes. Siendo estos tan solo el mero y puro afán de expresar un sentimiento. A mí no me interesa contar historias; finalmente cada quién tiene las suyas. Lo que me interesa es comunicar un estado mental de forma similar a como lo puede hacer un cuadro o una canción.

Para ello hay veces que tengo que recurrir a recursos que normalmente evitaría. Pero la realidad no es normal y su interpretación jamás debe ser normativa. Al final, como sea que la asimilemos, lo hacemos de forma inconsciente y ahogados en un Universo que no podemos comprender. No del todo al menos. Pero cuando nos detenemos un momento para ver como el resto del todo sigue fluyendo sin consideración alguna de nuestra inactividad; entonces nos sentimos en casa. Dentro de ella.

Somos espectadores porque a veces se nos olvida que también podemos observarnos. Entonces nos transformamos en esta especie de ser todopoderoso, unido y conectado a sí mismo a través de sí mismo y su realidad. Es como ahogarnos en la coherencia del estado de las cosas. En la verdad de todo aquello existe sin necesidad de ser interpretado o pensado.

Muchas cosas han pasado en estos últimos años y aunque sigo cansado de vivir en el estado de esta misma existencia tal y como se quiere presentar; entiendo día con día un poco más este pesar. Creo, incluso, tener alternativas; aunque puede que solo funcionen para mí. Entonces me doy cuenta que no importa que tan lento camine, tarde o temprano me tropiezo con la misma individualidad que hace todo verse tan complicado e imposible. Una contradicción que existe en mi mente y que siento se permea en toda la realidad. Pero aun así me rehúso a aceptar la existencia de una supuesta naturaleza humana; y aunque por todos lados se parece asumir como obvia, rígida y estática yo me refugio en la explicación histórica del comportamiento y la terrible pero lógica niebla de la circunstancialidad.

Nadie nace siendo héroe o villano; pero aprendemos a blindar nuestras débiles creencias y es entonces cuando, dependiendo de ellas, todos creemos ser mártires de nuestro mismo delirio personal. Y eso mismo que aprecio y encuentro en la misma soledad de las letras puede que sea un reflejo más de ese aislamiento que potencializa nuestro desconocer como un ente natural y colectivo. Otra contradicción.

El agua siempre me pareció azul antes de entender sobre su naturaleza, la de la luz y la de los colores. El Universo antes me parecía finito porque el pensarlo inmenso y eterno creaba un vació en mi mente tan abrumador como emocionante. Al mundo lo veía con indiferencia pues tenía (y tengo aún) suficientes ilusiones, ficciones y fantasías en las cuáles podía refugiarme.

Poco a poco sentí que todo esto era más grande. Que yo era más grande. No en el sentido de grandeza que los hombres o lo ciencia consideran de forma superflua o cuantitativa respectivamente. Era más grande porque era parte de la misma infinidad de la realidad. No lo comprendí (y dudo aún hacerlo); pero sentí como las líneas que dividen todo lo que existe son tan ilusorias como el mismo lenguaje.

Y es probable que esa proyección sea fruto y razón única del lenguaje. Es posible que ese código adaptable y algorítmico de nuestro DNA no contenga nada más que nuestra predisposición lingüística, su estructura y formulación. Cualidades que al final modelan nuestro entender de la realidad que nos rodea.

La memoria, por otro lado, es una simple acumulación de información; engañosa como los mismos sueños; pero definible igual por el mismo marco de la lengua. Es si acaso nuestro único mecanismo válido para creer en nuestra propia existencia.

Entonces, si el Universo existe también; ¿qué memoria tiene y como se interpreta a sí mismo? Aquí quedan de lado las contradicciones. Los hombros de gigantes son también los sueños de las estrellas y el material de todo lo que existe y existirá. Si nos acercamos lo suficiente es posible encontrar los defectos de todo lo que nos rodea; pero al alejarnos cada vez más y más; la totalidad, la colectividad, el gran orden del mismo desorden hace que todo parezca perfecto, unitario, colectivo e instrumental.

Creo, sin entenderlo, que esa es la verdad de todo lo que existe. La existencia surgió de una perfección sin finalidad. La fragmentación expandió lo perfecto a través del caos. La intención nos mueve a unirnos; más no ha homogenizarnos. Pero todo lo estoy viendo desde muy cerca; y por lo menos ahora, parece bastante contradictorio e imperfecto. Tal vez no sea así.

Wednesday, September 7, 2011

Ser y/o estar

Ser parte del “sistema” y estar a favor del mismo son cosas diferentes. De entrada utilizo las comillas porque la misma palabra se presta a erróneas interpretaciones. ¿Qué es este sistema del que se habla? En términos muy simples es el estado de las cosas tal y como son en mi inmediata realidad; refiriéndome principalmente al funcionamiento económico de nuestra sociedad. Que si es un sistema “capitalista”, “neoliberal” o “conservador” es una discusión mayormente infructuosa. Al final, independientemente del nombre que se le quiera dar, sus mecanismos no cambian y estos son los que considero reprobables.

El caso es que las ideologías pueden decir misa; pero cualquiera que sea su sermón este ya no es más que una tenue y anacrónica memoria en las páginas de nuestra modernidad. Hasta en esto hay que ser centrados. En el mejor de los casos las doctrinas que originaron nuestro actual arreglo social nos sirven de contexto histórico ante el caos del día a día; en el peor, siguen siendo utilizadas como dogmatismos que pretenden justificar los excesos y depraves moralmente aceptados por la doctrina económica; tanto en su manejo como en su confrontación.

Pero lo que quiero discutir aquí es esa casi inmediata desacreditación que sufrimos los críticos del sistema en cuanto expresamos algún leve signo de inconformidad. Dicho ataque se presenta normalmente haciendo alusión a nuestro propio estilo de vida, nuestro trabajo o la obvia aseveración de que somos también parte del sistema. Con ese débil embate se pretende hacer a un lado cualquier punto o argumentación que tengamos con respecto al modelo de vida actual.

Primero que nada y antes de que algunos “artistas” o pseudo-intelectuales se emocionen; lo que estoy a punto de criticar no es aplicable a ustedes si su único despliegue de inconformismo es mostrar una total ignorancia y apatía por el funcionamiento de todo eso que dicen detestar. La “contra-cultura” es igualmente vacía cuando se basa en la negación casi nihilista de todo lo que acontece, haciendo tan solo una conveniente y arbitraria selección de todo lo que en su opinión merece el título de “legítimo”.

Es casi conocimiento general que las cosas se encuentran bastante mal, no solo en México sino en todo el mundo. Lo que sigue siendo esencialmente un misterio para la mayoría es el porqué. Es entonces normal que la única solución factible en la cabeza del gureso de la gente sea “echarle ganas” y “seguir trabajando”.

Cuando algunas voces se levantan ante tales alternativas, de inmediato se les insta a dejar de “pensar demasiado” y continuar con sus respectivas labores. Si eventualmente esa voz de inconformidad continua intentando cuestionar el porqué del devenir actual; entonces para muchos se vuelve molesta (o provocativa) y para callarla se le desacredita antes de desmantelarla con argumentación.

Cuando se cuestiona el trabajo se nos tacha de vividores. Cuando se cuestiona el consumo se nos hace ver que estamos lejos del ascetismo. Cuando se critican los poderes fácticos nos mencionan que son controlados por individuos que en vez de quejarse se pusieron a trabajar. Cuando se reprueba la injusticia se nos dice, así sin más, que la vida es injusta. Y por supuesto, cuando se pone algún mecanismo de nuestra sociedad de consumo en evidencia se nos dice que no estamos haciendo absolutamente nada al respecto para remediarlo más que vivir de lo mismo que criticamos.

Lo primero que los defensores del sistema fallan en ver es que la crítica misma ya es una actividad que conlleva tiempo, interés y esfuerzo. A diferencia de lo que se pueda pensar, los economistas, filósofos, sociólogos y científicos que arguyen en contra del “status quo” no sacaron sus argumentos de una repentina epifanía o alguna divina causa de iluminación. Para hacer una crítica (una válida al menos) se requiere tener curiosidad sobre un tema particular y el planteamiento de cuestionamientos sobre dichos tópicos. Eventualmente las preguntas llevan a una búsqueda de respuestas que, independientemente de su éxito o fracaso, trae consigo aprendizaje, ideas y bases para la discusión.

En un mundo dónde la absoluta congruencia fuera el fin máximo, el retirarse a las montañas y vivir de un huerto de tomates sería la única acción con la que podríamos defender una crítica del actual declive social. Sin embargo; como en toda peligrosa radicalidad, los extremos no suelen traer muchos beneficios y el perdernos en un bosque como ermitaños es algo que de poco ayudaría a la sociedad. La idea es tomar los mecanismos positivos y las posibilidades tecnológicas de nuestro haber actual para encaminarlas al mejoramiento de todo eso que se critica.

Como ingeniero de manufactura, al expresarme aunque sea levemente en contra del capitalismo puro, el primer lugar por dónde se me ataca es por mi ultra-capitalista profesión… y mi automóvil verde. La verdad es que ya sea siendo el dueño de Monsanto o un bohemio escritor de haikus, perteneces al mismo sistema. Más esto no significa que simpatices con él. Así como el CEO de un corporativo multinacional puede en cualquier momento darse cuentas de las deficiencias del país en cuestión de justicia social y trabajar para hacer algo al respecto; ese mismo poeta puede traicionar su consciencia artística y suscribirse a la voluntad del mercado (el arte también lo es) en beneficio de la mediocridad. De tal manera que el atacar ciertas profesiones o labores es tan vacío como cualquier otra generalización. Es posible que algunos puestos se encuentren más cerca de otros, en concepto y finalidad, del eje que mueve la maquinaria capitalista; pero para bien o para mal todos los engranes de ésta se requieren para verla funcionar.

Pasando al apartado de las posesiones materiales es fácil ignorar cualquier aportación al debate de la inconformidad cuando quién lo hace lo sube a su portal de Facebook tras escribirlo en se mega-computadora de cientos de dólares. En este caso tenemos dos cuestiones importantes: la primera es la circunstancia de la “suerte”. Me atrevo a decir que la mayoría de nosotros, “pequeños burgueses” nos encontramos en este mundo clase-mediero por azares del destino y la previa fortuna y/o trabajo de nuestros padres. Lo mismo les sucede a todos ellos que rozan las altas esferas de la sociedad y los que de plano viven en las nubes de la riqueza virtualmente ilimitada.

Sin embargo, no veo porque un reclamo argumentativo del sistema pierda o gane validez por las circunstancias económicas en las que nos encontramos. Así como un obrero puede detectar las injusticias de la explotación laboral; de la misma manera lo puede hacer su patrón. Pero para los defensores de la “inercia”, el segundo debería entonces donar todas sus riquezas y trabajar de sol a sol con sus propias manos para legitimar su preocupación sobre las regulaciones del trabajo. En una manera similar al ejemplo del ermitaño, esto tendría poco sentido en el momento en que tal acción se encuentra muy lejos de resolver las problemáticas subyacentes a dicha inconformidad. ¿O acaso entonces debemos ignorar el hecho de que la mayoría de la población vive en condiciones deplorables simplemente porque nos tocó la suerte de no ser alguna de ellas? El que el sistema nos tenga en una posición cómoda no significa para nada que sea justo, loable o defendible; pues lo anterior es meramente circunstancial en la gran mayoría de los casos.

La inconformidad no presupone una renuncia total del sistema en que se vive; pues es de los puntos positivos de éste de dónde se debe sacar la fuerza y el momentum necesario para proponer alternativas de cambio. Si dicho proyecto involucra la utilización de recursos, ideas y rituales de la misma sociedad que criticamos; lejos de desacreditar el esfuerzo, lo anterior atiende a la sensatez de utilizar lo que se encuentra a nuestra disposición para efectuar el cambio deseado. Al final es diferente el consumir que el ser consumista.

El renunciar a la totalidad del sistema es un impulso emocional, vertiginoso y principalmente visceral; cualidades con las que muchas veces se identifica el activismo. Sin embargo muchos de los que toman ese camino son los que eventualmente se ven inmersos en la inflexibilidad de la radicalidad dogmática; cayendo en incongruencias verdaderamente relevantes fruto de su caduca dialéctica. La inconformidad, el activismo y el debate sobre nuestro sistema económico y social deben ser tomados como actividades racionales, metódicas y reflexivas que nos permitan utilizar la fuerza inercial de esta mole capitalista para canalizar impulsos de cambio asentados en argumentos y no en meras desacreditaciones.

Lo anterior no exime de contradicciones tampoco; pues el trecho entre el pensar, el decir y el hacer puede ser abismal en algunos casos y también injustificable. Pero muchas veces, esas pequeñas incongruencias son mayormente irrelevantes y el atacarlas previene de entablar discusiones fructíferas sobre los hechos en cuestión.

Al final ser parte del sistema es muy diferente a estar a favor de él.