Wednesday, October 23, 2013

Agua estancada y otros fragmentos

No quiero escribir sobre memorias. No quiero tampoco inventar imágenes, al menos no hoy. ¿Qué queda entonces? ¿Hay manera de redactar el futuro y lo inexistente? ¿Será posible ir descubriendo la realidad en el mismo instante en que se lee? No jugaré a ser músico con mis letras.

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Es difícil ver colores vivos cuando cierro los ojos. Los pocos destellos naranjas, azules y verdes se esconden en la oscuridad de nuestro interior. ¿Han sentido alguna vez los colores? Hoy, en el silencio de las conversaciones de desconocidos sentí la calidez de un color rosa. Una memoria. El silencio.

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Sentir que se flota es terrible. Es perder el control con los pies en la tierra. ¿Somos acaso tan ligeros? Hay veces que siento que el más débil de los vientos podría llevarme hasta al mar, en dónde el miedo se confunde con la desesperación.

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Todos la imaginan vestida de negro. Un traje largo y oscuro, con esa negrura que solo se encuentra en los vacíos. Le queda bien ese color, tiene tal gracia que hasta a el tiempo ha enamorado.  Y lo mejor: le gusta bailar.

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Tantas personas existen en una libertad superior a la mía. Me atraen.

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El pasto, el fuego y la música. La lluvia, el lodo y un naipe. Si alguien me la describiera y yo no hubiera estado ahí, no podría creer en su existencia. Era un hada, pues nosotros no tenemos almas tan bellas.

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Hay sufrimientos que disfruto. Me interesan aquellos esencialmente triviales, todos esos que son trágicos por su patetismo antes que por su ilusoria magnitud. Son maneras de sobrellevar la vida.

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Darte cuenta de que no conoces el dolor es una lección de humildad.

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Imágenes de dinamismo que equiparen a la música las encuentro solo en nuestras emulaciones del espacio. En esas alucinaciones de cometas, estrellas y cuerpos celestes en infinito movimiento. Ahí también hay muchos llamados a la auto-destrucción.

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Esconderé sentimientos también en estos párrafos. Nadie jamás ha sido tan sincero como para ahogarse en su propio texto.

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El mar tiene un aroma a perdición delicioso. No son las sirenas las que producen encantamientos con su voz sino la sola sensualidad de las olas y su traicionero susurro. Solo eso basta para superar el temor a la muerte. Cuando se encuentra uno en mar abierto, incluso los vacíos enamoran.

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Nada de ti me interesa y aun así me deleito en pensar que tal vez, en otro tiempo, no hubiera sido así.

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Hay noches que escribo con la sola esperanza de redactar una línea brillante. Si lograra armar una oración que se lea como la siento entonces podría dedicar el resto de mis días a dormir, embriagarme o trabajar. No sea que sea más detestable.

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Te dije tantas mentiras y tantas verdades como me las dije a mi mismo.

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Desconocidas en la pista de baile o sueños de imágenes idealizadas. No sé bajo cuál de esas circunstancias me he enamorado más veces.

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La luna es de las pocas cosas quietas que amo; y la verdad es que también se mueve y cambia con algo de velocidad.

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Cuando la música me hace sentir arrogante y humilde al mismo tiempo; cuando la felicidad y la tristeza ocupan un mismo lugar… es cuando dan ganas de llorar.

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Alguna vez alguien trató de “salvarme”. Es una ironía enervante que quién se está ahogando cree que puede ayudar.

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Yo también he pecado al tratar de salvar un mundo que no me pertenecía. ¿Existe acaso algo más egoísta que eso? No hay peor afrenta contra la humildad.

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Espero hayas despreciado todos mis consejos en igual medida que me despreciaste a mí. El que mis palabras se hayan ahogado en el pozo del silencio es consuelo suficiente de tu indiferencia.

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Caos es otro nombre para la incertidumbre.

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Así como la tierra, es importante mantenerse frío o caliente según la época del año.

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La gran maldición de nuestra existencia es que la sensibilidad humana no alcanzará jamás para entender los sentimientos del otro. Malditos aquellos instantes en los que pretendí decirles que esperar de sus emociones. Solo se puede hablar con tal prepotencia desde una profunda ignorancia.

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La hora como excusa para dejar de escribir. Aunque me salve el tiempo lo seguiré odiando.

Tuesday, October 15, 2013

Barrancos y otras imágenes pt. II

Hoy me siento un poco más contento. Esa cosa de los ánimos es tan cambiante como el clima de mi amada y fea ciudad. No se hagan los ofendidos, todos sabemos que Monterrey es feo, pero interesante. Es como esa chica no muy agraciada que hace un genuino esfuerzo por arreglarse bien; pero que cuando llueve igual se desmorona a pedazos ¿o cómo era la alegoría?

En fin, mi buen humor también me hace retomar estilos más pintorescos de describir las tragedias de nuestra híper-modernidad. Aunque no estoy seguro que “trágico” sea la palabra correcta. Tal vez algo más por el orden de “ridículo” es cómo debería describir nuestras superficiales desavenencias.

Y perdonaran el tono cínico con que a veces me manejo; pero la gente ya no entiende buenos modos; y si eso le aunamos que ya se me dificulta hacer reverencias mientras levanto mi vestido; pues entenderán entonces esta angustiante posición mía.

No hace falta más que algunos rápidos ejercicios para darse cuenta de lo absurdo del todo. Pero quién tiene tiempo para soltar su teléfono y hacer ejercicio… peor aún; un ejercicio existencial. Es más, me encuentro en un estado tan relajado y de tan deliciosa banalidad que hoy perdonaré la insignificancia infinita del cosmos en pro de unas cuantas líneas más de palabrería ligera; aunque no se salvarán de una que otra leve queja sobre tópicos varios.

Hoy es de esos días dónde escribir se da por el simple hecho de hacerlo. No hay nada detrás. No hay espejos ni angustia; no hay mensajes ocultos o críticas teóricas; no hay interpretaciones del momento histórico pero si hay constante revolcar en él. Un sucio y lúdico revolcar cual marranito en un chiquero.

Los puercos, por cierto, son bastante contradictorios, al menos como imagen. Se les idealiza rosas, juguetones, redonditos y abrazables; mientras la realidad nos recuerda que son criaturas tan horripilantes como nosotros (en apariencia al menos, ya que la podredumbre del alma es tema aparte).

En fin, se me terminan las palabras pero nunca la queja. Esa gran pasión que me mantiene sano y fuerte cual complemento vitamínico. Hay muchas cosas saludables detrás de una buena y razonada queja. Cosas más nutritivas que las excusas de nutrientes que supuestamente vienen con nuestra dosis diaria de veneno alimenticio.

Una queja, en primero, es una forma de manifestar existencia; una que ya supera el respirar de las plantas y el solo estar de las rocas. Superar tal vez no sea la palabra adecuada, pero ustedes entienden. Segundo, la queja razonada ayuda a destapar imbéciles. Vale más vociferar en contra de lo que se cree que enaltecer un estúpido sentido de seguridad soportado en falacias. Adicional a esto la queja es un excelente vehículo para ventilar el estrés. Más efectivo y menos riesgoso que golpear a tu vecino en la cara –aunque esto conlleva otro tipo de satisfacción-.

Siempre sospecho de aquellos que no solo evitan quejarse; sino que únicamente lo hacen cuando se refieren a quiénes gozamos de esta actividad. Inconformes nos llaman, como si ese adjetivo tan extraño para ellos fuera algún tipo de insulto. En un principio me gustaba intentar razonar con ellos, hacerles ver que las cosas son mucho peores de lo que ellos creen y, que aun así, no hay porque preocuparse demasiado. Pero uno se cansa de tirar piedras al río también; por más que estas suenen chistoso cuando caen.

No me queda mucho más hoy. De hecho nada de esto merece ni siquiera ser releído; pero hay compulsiones de las que a veces no puedo escapar. Sírvase esto de ejemplo. Para terminar les recomiendo que leen el timeline de su propio twitter por diez minutos seguidos. Así comenzarán a entender la absurdidad a la que me refiero.


Tormentos Eternos

Aquel día me preguntaste si era un fantasma. No supe que responder. Hasta la fecha me ha dado un poco de miedo tratar de contestar esa pregunta. No hay tal cosa como ángeles ni demonios; y si existieran, ambos serían espectros; destellos de pasiones y virtudes olvidadas.


 -Pero me dijiste que la música era un ángel.

-Un fantasma. Los ángeles suenan siempre igual. A ellos no se les permite ser espontáneos. Por eso nunca nadie se ha enamorado de uno.

-¿Y qué me dices de aquella joven? Silfa, la de la leyenda de Diaspola.

-Ella era un ángel que renunció al cielo por un hombre. Por un mago. Aquel hombre jamás la amó, pues es imposible enamorarse de la frialdad de un ser divino, de un ser inmortal. Cuando ella le ofreció aquel diamante que representaba su alma prístina ella lo perdió todo. Su alma era su esencia, pero ni el más ambicioso de los hombres puede enamorarse de una roca.

-Pero entonces ella se transformó en un mortal, como nosotros. Dejo de ser un ángel para poder enamorarlo.

-No era su inmortalidad lo que alejaba al hechicero de su corazón. Su renuncia a la eternidad solo confirmó su desdén por ella. La temporalidad es una ilusión para todos los mortales. Los seres divinos pueden ver a través de esa cortina, para ellos no existe el tiempo. Tanto ella como él eran eternos de forma diferente. Pero un ángel nunca deja de ser gélido y cortante como el viento desgarrador de los picos elevados. Su inmanencia los hace indiferentes, silenciosos e inmutables. La expresión de su amor es mediante el sacrificio. No tienen otra manera de demostrar afecto más que a través de una piedad mal entendida, de una sumisión ante castigos auto-impuestos por su osadía de atreverse a amar.

-¿Es entonces imposible enamorarse de un ser inmortal? ¿Aunque este deje de serlo? ¿Jamás aprendió a vivir en lo temporal? ¿Su corazón no pudo calentarse en compañía de los mortales?

-Nosotros nos enamoramos porque sabemos que algún día todo lo que somos terminará. La eternidad no nos asusta porque hemos olvidado comprenderla. Aquel hombre entendía bien el corazón de la joven serafín. Él la quería, pero nunca pudo amarla. Lo que hace impensable el amor entre un hombre y ángel es que los ángeles son eternamente conscientes, sus almas se encuentran sustraídas de las demás. Esa es su bendición y su castigo.

-Pero entonces, ¿cómo es que ella se enamoró de aquel mago?

-Los ángeles cargan con su alma en pequeños relicarios. Algunas tienen forma de piedras preciosas, otras son simplemente figuras y aire. El precio de su divinidad, de su aura, de su paz y abrumadora sabiduría es tener que cargar por siempre con su propia alma. No se les permite soltarla o renunciar a ella. Ella se enamoró de aquel mago como nosotros nos enamoramos de las nubes, de las montañas, de la lluvia o de una canción. Con superioridad, con ingenuidad, sin pensarlo demasiado. Más que amor es una afinidad fugaz, un lapsus existencial de añoranza ante lo eterno. Para ellos es al revés. Añoran lo efímero, lo que muere, lo que sufre y lo que se marchita. Aquel mago era un hombre desdichado…

 - Desdichado tal vez, pero sin duda orgulloso. Le negó su corazón para hacer obvio el despreció a su indulgencia.

-Puede ser. Es difícil hablar de sentimientos cuando se cuentan mitos, cuando se comparten leyendas.

-¿Cuál es el castigo cuando un ángel renuncia a su alma, a su eterna conciencia?

-Nadie sabe a ciencia cierta, pero dice la gente que aquel hombre la castigó con su indiferencia por mandato divino. Otros dicen que la joven aún ronda los callejones de Diaspola atrapada en un cuerpo joven y una desdicha eterna. Dicen también que intento inmolarse ante Dios para ganar su rencor y su descanso; pero yo no creo ninguna de esas historias.

-¿Qué es lo que crees?

-Cuenta una historia que la hermana de este ángel bajó del cielo para matarla. Silfa era tan miserable que los días le parecían más desgastantes que todo lo que había vivido desde que se originó el universo y desde que ascendieron los reinos flotantes al cielo. Su hermana, desobedeciendo a los arcángeles, tomo una lanza de marfil y cristal durante la tarde de un hermoso día de otoño para darle muerte frente al mago que le había negado su amor. Dicen que cuando cayó al piso no derramó ni sangre ni lágrimas. El diamante de su alma se quebró en mil pedazos estallando en la mano de aquel hechicero. Los fragmentos perforaron su corazón como en una cruel alegoría. Ambos murieron esa tarde. Ambos fueron condenados también al fuego del infierno; dónde su amor ahora florecía con una ingenua pasión que nunca jamás pudo ser satisfecha.

Sunday, October 13, 2013

Al lado de un camino en la Huasteca

No me gusta la ansiedad. La ansiedad es como una conversación incómoda con uno mismo.

Tampoco me gusta temerle a la naturaleza. Siento que estamos tan alejados y desentendidos de ella que nos causa gran miedo y ansiedad estar a solas en su territorio. Es triste, ya que en el sentido estricto de las cosas, somos parte de ella.

Me gusta platicar conmigo mismo de amores que nunca fueron. Hay algo hermoso en la nostalgia romántica de la potencialidad pedida. Idealizar memorias es respirar nuevamente ilusiones ¿Y de qué vive uno en este mundo sino de espejismos?

Prefiero perder el tiempo en fantasías de mi propia autoría a comprar la falacia de nuestra “mágica” híper-modernidad y su mercadotecnia de momentos de vida. Pero no quiero devenir, nuevamente, en otra crítica vacía de lo que vivo día con día. Hoy quiero volver a la nostalgia y el romanticismo de amores pasados en una tarde de domingo en compañía de las rocas.

¿Qué defendemos con nuestro solo existir? Probablemente solo aquella decisión que tomó el Universo hace millones de años de someterse al tiempo para buscar propósito. No hace falta más que algunos minutos para recobrar la paz cuando uno se sienta sobre las rocas.

Retomando el tema del amor y la potencialidad; no estoy seguro si disfruto más recordar las posibilidades perdidas o imaginar aquellas que nunca fueron más que sueños en el aire. ¿Qué pensaran ellas?

La sola idea, la sola ilusión, el puro espejismo me ha llevado siempre al límite, a creer y hacer cosas que tal vez no debería haber hecho. Sigo siendo estúpidamente ingenuo. Pero cómo no serlo si el miedo al instante perdido, a la indiferencia crónica y a la potencialidad desaparecida es el núcleo de mis arrepentimientos.

Por eso escribo aquí, sentado en una piedra, vestido de azul, de morado y de melancolía. Decir sus nombres solo haría esto más mundano. Lo cual por sí solo no tiene nada de reprobable; pero el poner toda esta carga de memorias en un plano tan explícito también destruye la magia de posibilidades inadvertidas; de realizaciones que aún puede que no se hayan dado.

Mientras escribo todo esto, innumerables vehículos  pasan ida y vuelta frente a mí en este extraño refugio. El describir la variedad de transportes y personas que ha cruzado frente a mis ojos me llevaría toda la tarde y parte de la noche. Yo no pienso mucho al verlos; pues mi mente sigue distraída con ideas y emociones que se rehúsan a concluir. No creo, tampoco, que ellos le den mucha importancia a mi presencia en esta roca; sin embargo cuando algunos de ellos deciden llamar mi atención con saludos, chiflidos y señas; no puedo más que asumir que incluso aquí, mi soledad es observada aún con particular extrañeza. Si supieran que solo son estos efímeros momentos en los que me siento libre.

Debo admitir que me tomó un tiempo acostumbrarme (o re-acostumbrarme) al sentimiento de escribir sentado en una piedra al lado de una carretera rodeada de hermosas montañas; sin embargo, ahora que me encuentro aquí con esa misma libertad que tienen los renacuajos que a mi lado se deslizan por los riachuelos que dejo un mes de lluvias; me gustaría que esto se prolongara indefinidamente.

Tendrán que perdonar la falta de hilo conductual en este desvarío dominical. Cuando escribo en mi libreta freno y acelero al gusto; de forma que pocas veces pongo atención a la integridad discursiva del escrito.

Cuando se habla de amores que no fueron, generalmente se habla sobre historias muy lejanas o muy cercanas. Elucidar cuestiones amorosas de mediano plazo es ejercer un extraño tipo de mediocridad emocional. Siempre he criticado las pastillas de anestesia que se les receta a nuestras jóvenes generaciones. Esas pastillas de alegría eterna en dónde el amor son bellas coincidencias y caminatas sobre la playa. Para mi suerte, yo también he caído presa de esas prosaicas apropiaciones de romance, de forma que me encuentro igual de maldito en cuestiones románticas como el resto de nuestro durmiente colectivo social.

Yo también me he sentido presionado a forzar interacciones mágicas y aparentemente significativas mediante banales citas y expresiones de cariño mal-entendido. La gran preocupación (mía al menos) es que no tengo idea de cómo operar ese tipo de contradicciones a la luz de mis carencias relacionales. Tal pareciera que la única diferencia entre una preadolescente fanática de novelas románticas de vampiros y yo es la temática de las insignificancias sentimentales que asumimos como enamoramiento.

Me dan muchas ganas de renunciar a toda la idea y retórica del amor; pero me cuesta más imaginarme como alguien emocionalmente estéril –aunque puede que ya sea demasiado tarde-. Pero no se dejen engañar por mis patrañas. Todo lo que escribo pareciera que es real. Tal vez algún día pueda platicar contigo sobre estos textos inertes. Lástima que vivas tan lejos (En el sentido que tú prefieras interpretarlo).

Saturday, October 12, 2013

Fragmentos escritos de día

Hoy quiero hablarle a la nada y escupir palabras sin ningún cuidado o intención. Expresar aforismos como si estos fuera verdades universales, seguridades incuestionables del misterio del nuestro existir.

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La oscuridad absoluta sigue siendo inquietante, y más cuando se acompaña de sonidos poco familiares. Ahí, en la soledad de un eterno presente, los sentidos se tornan en contra de uno y la mente oscila entre alucinaciones y realidad. Así debió haberse sentido el Universo cuando decidió fragmentarse y existir.

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Hay momentos en los que observo fijamente un punto sobre el plano imaginario de mi realidad. Pongo atención en la configuración del espacio e ignoro el tiempo por completo. Entonces, la ventana transparente de la percepción se torna visible y las imperfecciones de su cristal también. Manchas de colores, puntos finos que flotan sobre las cosas, turbulencias de la sábana de visión. Todo ello acompañado de un extraño sentimiento de sustracción. Una pausa. Un sentir, presente y alejado del todo. Un vacío. Nada es perfecto, ni siquiera el todo.

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Es probable que la experiencia que tiene el Universo de su realidad a través de nosotros sea también subjetiva. De entrada, he llegado a dudar sobre la infalibilidad de la conciencia eterna del cosmos. La naturaleza es tan violenta que pareciera que el Universo tampoco sabe lo que hace.

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En ese sentido parece que todo se reduce a una búsqueda de propósito. Todo lo que refiere al existir en sí. Las estrellas tampoco pidieron existir y sin embargo, lo hacen. Las rocas son, a mi parecer, quiénes mejor llevan este castigo.

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La explosión de una estrella y sus coronas de fuego son combustible del cambio. Sin embargo es solo mediante su lírica descripción que toda esa majestuosa violencia cobra significado. Hace falta que se experimente, aunque sea en la conciencia de lo imaginado, para que signifique algo; carezca o no de sentido.

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Todos compartimos un fragmento de culpa en el orden instantáneo del aquí y del ahora. Sea por trascendencia o puro y llano patetismo; manifestamos inconscientemente una voluntad al existir. Tal vez exista algo fuera del Universo que le condeno a sentir esta ilusa necesidad.

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Dicen que hablo de cosas deprimentes y; sin embargo, jamás me he sentido realmente miserable. La desesperación la tomo como a un té y la siento como si fueran gotas de lluvia. La angustia se antoja como un día soleado pero pañoso. Al fin todo este cuento de la tristeza y la felicidad es tan inconsecuente como hablar del clima.

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Es más cansado escribir cuando se intenta explicar algo. No confío en la claridad de mis palabras y mucho menos en la perspicacia de lectores invisibles; pero no me gusta ir exhausto por la vida.

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¿Cuál es su mayor deseo en esta interrupción de eternidad que llamamos vida? ¿Cuál es el mío? ¿Merecemos tener esos deseos? En nuestra insignificancia, ¿qué derecho tenemos a ser felices? Esto no sería tanto problema si no esparciéramos sufrimiento y destrucción de forma tan inconsiderada.

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Si hablo de la insignificancia del todo y dudo hasta de la misma conciencia del Universo, no lo hago para deprimir a nadie; pues eso ya es trabajo de cada quién.