Hoy quiero hablarle a la nada y escupir
palabras sin ningún cuidado o intención. Expresar aforismos como si estos fuera
verdades universales, seguridades incuestionables del misterio del nuestro
existir.
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La oscuridad absoluta sigue siendo inquietante, y más cuando se acompaña de sonidos poco familiares. Ahí, en la soledad de un eterno presente, los sentidos se tornan en contra de uno y la mente oscila entre alucinaciones y realidad. Así debió haberse sentido el Universo cuando decidió fragmentarse y existir.
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Hay momentos en los que observo fijamente un punto sobre el plano imaginario de mi realidad. Pongo atención en la configuración del espacio e ignoro el tiempo por completo. Entonces, la ventana transparente de la percepción se torna visible y las imperfecciones de su cristal también. Manchas de colores, puntos finos que flotan sobre las cosas, turbulencias de la sábana de visión. Todo ello acompañado de un extraño sentimiento de sustracción. Una pausa. Un sentir, presente y alejado del todo. Un vacío. Nada es perfecto, ni siquiera el todo.
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Es probable que la experiencia que tiene el Universo de su realidad a través de nosotros sea también subjetiva. De entrada, he llegado a dudar sobre la infalibilidad de la conciencia eterna del cosmos. La naturaleza es tan violenta que pareciera que el Universo tampoco sabe lo que hace.
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En ese sentido parece que todo se reduce a una búsqueda de propósito. Todo lo que refiere al existir en sí. Las estrellas tampoco pidieron existir y sin embargo, lo hacen. Las rocas son, a mi parecer, quiénes mejor llevan este castigo.
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La explosión de una estrella y sus coronas de
fuego son combustible del cambio. Sin embargo es solo mediante su lírica
descripción que toda esa majestuosa violencia cobra significado. Hace falta que
se experimente, aunque sea en la conciencia de lo imaginado, para que signifique
algo; carezca o no de sentido.
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Todos compartimos un fragmento de culpa en el orden instantáneo del aquí y del ahora. Sea por trascendencia o puro y llano patetismo; manifestamos inconscientemente una voluntad al existir. Tal vez exista algo fuera del Universo que le condeno a sentir esta ilusa necesidad.
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Dicen que hablo de cosas deprimentes y; sin embargo, jamás me he sentido realmente miserable. La desesperación la tomo como a un té y la siento como si fueran gotas de lluvia. La angustia se antoja como un día soleado pero pañoso. Al fin todo este cuento de la tristeza y la felicidad es tan inconsecuente como hablar del clima.
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Es más cansado escribir cuando se intenta explicar algo. No confío en la claridad de mis palabras y mucho menos en la perspicacia de lectores invisibles; pero no me gusta ir exhausto por la vida.
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¿Cuál es su mayor deseo en esta interrupción de eternidad que llamamos vida? ¿Cuál es el mío? ¿Merecemos tener esos deseos? En nuestra insignificancia, ¿qué derecho tenemos a ser felices? Esto no sería tanto problema si no esparciéramos sufrimiento y destrucción de forma tan inconsiderada.
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Si hablo de la insignificancia del todo y dudo hasta de la misma conciencia del Universo, no lo hago para deprimir a nadie; pues eso ya es trabajo de cada quién.
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