No me gusta la ansiedad. La ansiedad es como
una conversación incómoda con uno mismo.
Tampoco me gusta temerle a la naturaleza.
Siento que estamos tan alejados y desentendidos de ella que nos causa gran
miedo y ansiedad estar a solas en su territorio. Es triste, ya que en el
sentido estricto de las cosas, somos parte de ella.
Me gusta platicar conmigo mismo de amores que
nunca fueron. Hay algo hermoso en la nostalgia romántica de la potencialidad
pedida. Idealizar memorias es respirar nuevamente ilusiones ¿Y de qué vive uno
en este mundo sino de espejismos?
Prefiero perder el tiempo en fantasías de mi
propia autoría a comprar la falacia de nuestra “mágica” híper-modernidad
y su mercadotecnia de momentos de vida. Pero no quiero devenir, nuevamente, en
otra crítica vacía de lo que vivo día con día. Hoy quiero volver a la nostalgia
y el romanticismo de amores pasados en una tarde de domingo en compañía de las
rocas.
¿Qué defendemos con nuestro solo existir?
Probablemente solo aquella decisión que tomó el Universo hace millones de años
de someterse al tiempo para buscar propósito. No hace falta más que algunos minutos para
recobrar la paz cuando uno se sienta sobre las rocas.
Retomando el tema del amor y la potencialidad;
no estoy seguro si disfruto más recordar las posibilidades perdidas o imaginar
aquellas que nunca fueron más que sueños en el aire. ¿Qué pensaran ellas?
La sola idea, la sola ilusión, el puro
espejismo me ha llevado siempre al límite, a creer y hacer cosas que tal vez no
debería haber hecho. Sigo siendo estúpidamente ingenuo. Pero cómo no serlo si
el miedo al instante perdido, a la indiferencia crónica y a la potencialidad desaparecida
es el núcleo de mis arrepentimientos.
Por eso escribo aquí, sentado en una piedra,
vestido de azul, de morado y de melancolía. Decir sus nombres solo haría esto
más mundano. Lo cual por sí solo no tiene nada de reprobable; pero el poner
toda esta carga de memorias en un plano tan explícito también destruye la magia
de posibilidades inadvertidas; de realizaciones que aún puede que no se hayan
dado.
Mientras escribo todo esto, innumerables vehículos pasan ida y vuelta frente a mí en este
extraño refugio. El describir la variedad de transportes y personas que ha
cruzado frente a mis ojos me llevaría toda la tarde y parte de la noche. Yo no
pienso mucho al verlos; pues mi mente sigue distraída con ideas y emociones que
se rehúsan a concluir. No creo, tampoco, que ellos le den mucha importancia a
mi presencia en esta roca; sin embargo cuando algunos de ellos deciden llamar
mi atención con saludos, chiflidos y señas; no puedo más que asumir que incluso
aquí, mi soledad es observada aún con particular extrañeza. Si supieran que
solo son estos efímeros momentos en los que me siento libre.
Debo admitir que me tomó un tiempo
acostumbrarme (o re-acostumbrarme) al sentimiento de escribir sentado
en una piedra al lado de una carretera rodeada de hermosas montañas; sin
embargo, ahora que me encuentro aquí con esa misma libertad que tienen los
renacuajos que a mi lado se deslizan por los riachuelos que dejo un mes de
lluvias; me gustaría que esto se prolongara indefinidamente.
Tendrán que perdonar la falta de hilo
conductual en este desvarío dominical. Cuando escribo en mi libreta freno y
acelero al gusto; de forma que pocas veces pongo atención a la integridad discursiva
del escrito.
Cuando se habla de amores que no fueron,
generalmente se habla sobre historias muy lejanas o muy cercanas. Elucidar
cuestiones amorosas de mediano plazo es ejercer un extraño tipo de
mediocridad emocional. Siempre he criticado las pastillas de anestesia que se
les receta a nuestras jóvenes generaciones. Esas pastillas de alegría eterna en
dónde el amor son bellas coincidencias y caminatas sobre la playa. Para mi
suerte, yo también he caído presa de esas prosaicas apropiaciones de romance,
de forma que me encuentro igual de maldito en cuestiones románticas como el
resto de nuestro durmiente colectivo social.
Yo
también me he sentido presionado a forzar interacciones mágicas y aparentemente
significativas mediante banales citas y expresiones de cariño mal-entendido. La
gran preocupación (mía al menos) es que no tengo idea de cómo operar ese tipo de
contradicciones a la luz de mis carencias relacionales. Tal pareciera que la
única diferencia entre una preadolescente fanática de novelas románticas de
vampiros y yo es la temática de las insignificancias sentimentales que asumimos como enamoramiento.
Me dan muchas ganas de renunciar a toda la idea
y retórica del amor; pero me cuesta más imaginarme como alguien emocionalmente
estéril –aunque puede que ya sea demasiado tarde-. Pero no se dejen engañar por
mis patrañas. Todo lo que escribo pareciera que es real. Tal vez algún día pueda platicar contigo sobre
estos textos inertes. Lástima que vivas tan lejos (En el sentido que tú
prefieras interpretarlo).
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