Sunday, October 13, 2013

Al lado de un camino en la Huasteca

No me gusta la ansiedad. La ansiedad es como una conversación incómoda con uno mismo.

Tampoco me gusta temerle a la naturaleza. Siento que estamos tan alejados y desentendidos de ella que nos causa gran miedo y ansiedad estar a solas en su territorio. Es triste, ya que en el sentido estricto de las cosas, somos parte de ella.

Me gusta platicar conmigo mismo de amores que nunca fueron. Hay algo hermoso en la nostalgia romántica de la potencialidad pedida. Idealizar memorias es respirar nuevamente ilusiones ¿Y de qué vive uno en este mundo sino de espejismos?

Prefiero perder el tiempo en fantasías de mi propia autoría a comprar la falacia de nuestra “mágica” híper-modernidad y su mercadotecnia de momentos de vida. Pero no quiero devenir, nuevamente, en otra crítica vacía de lo que vivo día con día. Hoy quiero volver a la nostalgia y el romanticismo de amores pasados en una tarde de domingo en compañía de las rocas.

¿Qué defendemos con nuestro solo existir? Probablemente solo aquella decisión que tomó el Universo hace millones de años de someterse al tiempo para buscar propósito. No hace falta más que algunos minutos para recobrar la paz cuando uno se sienta sobre las rocas.

Retomando el tema del amor y la potencialidad; no estoy seguro si disfruto más recordar las posibilidades perdidas o imaginar aquellas que nunca fueron más que sueños en el aire. ¿Qué pensaran ellas?

La sola idea, la sola ilusión, el puro espejismo me ha llevado siempre al límite, a creer y hacer cosas que tal vez no debería haber hecho. Sigo siendo estúpidamente ingenuo. Pero cómo no serlo si el miedo al instante perdido, a la indiferencia crónica y a la potencialidad desaparecida es el núcleo de mis arrepentimientos.

Por eso escribo aquí, sentado en una piedra, vestido de azul, de morado y de melancolía. Decir sus nombres solo haría esto más mundano. Lo cual por sí solo no tiene nada de reprobable; pero el poner toda esta carga de memorias en un plano tan explícito también destruye la magia de posibilidades inadvertidas; de realizaciones que aún puede que no se hayan dado.

Mientras escribo todo esto, innumerables vehículos  pasan ida y vuelta frente a mí en este extraño refugio. El describir la variedad de transportes y personas que ha cruzado frente a mis ojos me llevaría toda la tarde y parte de la noche. Yo no pienso mucho al verlos; pues mi mente sigue distraída con ideas y emociones que se rehúsan a concluir. No creo, tampoco, que ellos le den mucha importancia a mi presencia en esta roca; sin embargo cuando algunos de ellos deciden llamar mi atención con saludos, chiflidos y señas; no puedo más que asumir que incluso aquí, mi soledad es observada aún con particular extrañeza. Si supieran que solo son estos efímeros momentos en los que me siento libre.

Debo admitir que me tomó un tiempo acostumbrarme (o re-acostumbrarme) al sentimiento de escribir sentado en una piedra al lado de una carretera rodeada de hermosas montañas; sin embargo, ahora que me encuentro aquí con esa misma libertad que tienen los renacuajos que a mi lado se deslizan por los riachuelos que dejo un mes de lluvias; me gustaría que esto se prolongara indefinidamente.

Tendrán que perdonar la falta de hilo conductual en este desvarío dominical. Cuando escribo en mi libreta freno y acelero al gusto; de forma que pocas veces pongo atención a la integridad discursiva del escrito.

Cuando se habla de amores que no fueron, generalmente se habla sobre historias muy lejanas o muy cercanas. Elucidar cuestiones amorosas de mediano plazo es ejercer un extraño tipo de mediocridad emocional. Siempre he criticado las pastillas de anestesia que se les receta a nuestras jóvenes generaciones. Esas pastillas de alegría eterna en dónde el amor son bellas coincidencias y caminatas sobre la playa. Para mi suerte, yo también he caído presa de esas prosaicas apropiaciones de romance, de forma que me encuentro igual de maldito en cuestiones románticas como el resto de nuestro durmiente colectivo social.

Yo también me he sentido presionado a forzar interacciones mágicas y aparentemente significativas mediante banales citas y expresiones de cariño mal-entendido. La gran preocupación (mía al menos) es que no tengo idea de cómo operar ese tipo de contradicciones a la luz de mis carencias relacionales. Tal pareciera que la única diferencia entre una preadolescente fanática de novelas románticas de vampiros y yo es la temática de las insignificancias sentimentales que asumimos como enamoramiento.

Me dan muchas ganas de renunciar a toda la idea y retórica del amor; pero me cuesta más imaginarme como alguien emocionalmente estéril –aunque puede que ya sea demasiado tarde-. Pero no se dejen engañar por mis patrañas. Todo lo que escribo pareciera que es real. Tal vez algún día pueda platicar contigo sobre estos textos inertes. Lástima que vivas tan lejos (En el sentido que tú prefieras interpretarlo).

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