Wednesday, January 23, 2013

El nihilismo y los nuevos revolucionarios


Es fecha que seguimos creyendo en las revoluciones de antaño. Las ideologías del siglo pasado se nos presentan con el atractivo recubrimiento de la nostalgia y el sabor amargo de potencialidad perdida. Si a esto le aunamos el estado casi putrefacto al que ha llegado nuestra gloriosa modernidad; no es sorpresa el que todavía muchos entreguen su voz al clamor de causas perdidas.

En un romanticismo alimentado por la misma anestesia que se quiere erradicar, las luchas de sistemas fallidos y visiones utópicas se han convertido en dogmas de fe incuestionables. Si bien los arreglos políticos y sociales de otras épocas son valioso material de estudio y reflexión; el utilizar lo más superficial de estos como estandartes reactivos de nuestro fracaso actual es poco más que inútil.

Consideraría, incluso, que el daño auto-infligido en años de reclamos anacrónicos no solo nos ha valido perder el tiempo; sino que además ha nublado nuestro entendimiento crítico de la infinidad de capas de nuestra realidad social. Estamos ideológicamente estancados –frase que ya alcanza cierto nivel de redundancia. Nuestra indignación e inconformidad ante la precariedad de la vida se ha vuelto el contra-balance perfecto de una existencia cargada de vacíos devoradores.

Es cómo ver el ocaso del existir humano en voluntad propia. Tanto en la aceptación como en la protesta hemos acordado, en colectivo, a reducirnos a máquinas; como todas aquellas que en nuestra presunción de dioses hemos ayudado a crear. Si entonces, la contra-cultura (palabra terriblemente anticuada) se ha vuelto otro bien de consumo más ¿Cómo podemos escapar este vórtice deshumanizador sin renunciar a todo; sin caer en un nihilismo desesperante?

Los creyentes de un destino (o ser) supremo a la humanidad misma de inmediato tratarán de remontarse a ficciones de grandeza y eternidad ininteligibles para justificar el sentido -o búsqueda de éste- en la vida. Ese grandioso esquema de infinidad divina puede ser tanto un dios como varios. Puede ser una devoción religiosa, científica o inclusive histórica. Me parece gracioso el ver la necesidad de justificar nuestro estado actual con la idea de un divino manifiesto que pondría lo terrible y violento del orden natural y artificial del hombre en un reconfortante estado transitorio.

Más no comprendo porqué buscar eternidad y trascendencia en una ilusión ajena, externa y extraña; cuando a pesar de lo fugaz de la vida humana, su existencia en la colectividad del todo, es casi tautológicamente eterna. Basta intentar dimensionar la extensión del Universo para sentir al cuerpo vaciarse y desvanecerse en una confusión abrumadora que sabe a infinidad. El instante que es la vida ya es suficientemente eterno y divino para evitarnos la molestia de buscar fantasmas tras estrellas lejanas.

Así, dejando de lado el misticismo que intentamos disfrazar de espiritualidad, es más sencillo darnos cuenta que no podemos dejar a la mal entendida eternidad el corregir nuestro decadente devenir histórico. Sin esa red de seguridad existencial la pregunta de cómo evadir un nihilismo destructor resuena más fuerte que nunca.

Ese nihilismo y su sentimiento tabú ya han permeado en el corazón de toda la sociedad. Me parece evidente, especialmente en referencia a la cultura, cómo la artificialidad de una negación del todo ya es cosa de todos los días. No pretendo sonar melancólico y defender aquellos fantasmagóricos días en los que la “alta cultura” era la gema de nuestros mal educados nobles; pues si bien la exclusión y parametrización arbitraria de la estética es de los pocos pecados de nuestra supuesta racionalidad; es verdad que el arte, en su esencia liberadora y de añoranza, progresó y floreció más allá de sus utilización como arma en la guerra de clases.

Poco queda de esas distinciones artificiales que fungían como guardianas de una burbuja de elite cultural. Hoy, incluso la marginalidad se ha visto envuelta en un vórtice homogeneizador que ha disuelto la creación estética a un consumo glotón y enfermizo de imágenes y referencias. Todo se ha negado y esa negación se ha apoderado del todo. Se niega lo popular al tiempo que se exaltan las pequeñas historias sin importar su mérito o mediocridad artística, equiparando minucias circunstanciales con experiencia estética.

Progresivamente la contra-cultura comenzó a negarse ella misma y se convirtió en el mismo vacío estético que promueve sus mismas contrariedades. La ironía de cómo lo más subjetivo se ha relativizado aún más es un fenómeno difícil de asimilar. Se ha creado un lugar para todo aquello que forma arte y lo transforma en rechazo o transgresión; incluyéndose a sí mismo. Esto ha producido un vacío recurrente en sí mismo, inmune ante cualquier validación teórica de sus excesos y socavado por su asumida y voluntaria trivialidad.

Ya no se experimenta arte; sino que se consumen envolturas de este. Se devora todo lo que se antoja como estético; aunque su contingencia sea banal y des-intencionada. Las apariencias que el arte y los poetas pretenden pasar por verdaderas ahora son consideradas verdad en sí; elevando las obras por encima de la realidad que pretenden emular. En ejemplo de todo esto, así se ha formado ese tabú superficial, iconoclasta y asquerosamente general del “hipsterismo”.

Si el arte –inclusive la música- ha caído y perdido su alma; si los dioses y juegos de la eternidad no existen o su existencia es trivial ¿Cómo entonces salvarnos del vacío metafísico, epistemológico y existencial de un nihilismo absoluto? ¿Cómo reformamos o erradicamos un sistema dañino si no tenemos bases de dónde partir? ¿Qué referencia moral será nuestra brújula si hemos aceptado la degeneración de un escepticismo total e igual de dogmático que quién le dio origen?

Ante este descorazonador panorama pareciera que no queda más que creer en nosotros mismos. En forjar bastiones internos ante la traicionera realidad de las cosas. Todo parece decirnos que la única manera de huir a la desesperación es ser nosotros nuestro propio Dios. Y en ese aislamiento y vacío perpetuo no sorprende el observarnos llenando hueco tras hueco imaginario con un consumo material e irresponsable; ejerciendo un ilusorio poder sobre una naturaleza sometida a través de una técnica que ya no podemos gestionar adecuadamente.

Es precisamente ese aterrador nihilismo pasivo que alimenta nuestra mal interpretación de individualidad y nos convierte en monstruos de un hedonismo irracional que se balancea con una ramplona culpabilidad mediocre; resaca de generaciones de dogmas abusivos y mayormente superficiales. El permitir este tipo de nihilismo es el error fatal que nos lleva a confirmar eficazmente el sistema que se alimenta de nuestros vacíos individuales o a confrontarlo con ideas infantiles de escapismo histórico; ahogados en los grandes fracasos de nuestras “ciencias” sociales.

No cuesta, entonces, mucho trabajo el ver como el sistema ha creado, voluntaria o involuntariamente, un eficaz círculo vicioso que nos drena de toda motivación o posibilidad de alterar el detestable orden actual. ¿Qué nos queda entonces? Esa es la pregunta detonadora de otro tipo de nihilismo. Uno verdaderamente revolucionario que ya me tomaré después el tiempo de explicar.

Tuesday, January 22, 2013

Apuntes sobre fantasmas


-La estética también tiene alma.

Una fotografía de un hombre muerto a balazos, ahogado en su propio charco de sangre es una pizca de realidad. Esa misma fotografía sumergida en una paleta de colores pastel y tonos morados es una interpretación de ésta. Nombrar esa imagen arte es osado. El arte no se crea en imágenes; sino que se produce cuando la imagen encuentra su lugar dentro de nosotros y nos abofetea con toda la crudeza y absurdidad de esa pizca de realidad de dónde surgió.


-La música es, por definición, melancólica.

En su labor de reflejo del orden y caos invisible del Universo, la música es una expresión de carencia, de añoranza y relatos de fragmentación. El cosmos, en su infinidad, no deja de ser una capa inmensa de espacios vacíos. La música es la reivindicación de esos vacíos, sea cuál sea la naturaleza de estos. Ahí es dónde radica su belleza. En lo vasto del todo, la música es la única forma de expresión verdadera y con significación; a diferencia de los retratos que dicen mucho, pero no significan nada.


-La estética no debe aceptar reglas o convenciones.

La belleza tiende a degenerar en reglas burdas y esfuerzos estúpidos de emular su grandeza natural. El “gusto” es una paradójica broma que define concepciones arbitrarias e incompletas como reglas de apreciación y creación estética. Éstas son fruto de la arrogancia de algunos pocos que se sienten Dios. Ese Dios conceptual y eterno que todos llevamos dentro cómo espejo esférico, reflejo de nuestra incapacidad de entender el todo (y la nada). 

¿Cómo puede ser que alguien acepte la parametrización de la experiencia estética? Es mediante esas inertes definiciones que lo bello se convierte en protocolo anestésico y vacío de toda relevancia artística y existencial. Nada es bello por definición. Ésta se define en la concepción individual de su impacto estético dentro de la temporalidad y subjetividad de nuestras carencias personales. El arte es añoranza.


-La lluvia y el viento siempre han sido amantes.

Símbolo de aquel amor que ni siquiera las nubes comprenden; pero del que han decidido ser partícipes.  Ese amor indefinible en dónde la palabra es solamente un artificio para llenar los huecos de un texto. Es importante notar que el “siempre” no refiere en absoluto a una idea de eternidad; sino más bien a una opción de intención. Ni la lluvia ni el viento son eternos. ¿No sería acaso una estupidez decir que su amor si lo es? 

Ellos (y ellas) se aman cuando gustan, pero siempre se encuentran con predisposición a hacerlo. No lo hacen por amor a ellos; sino por amor a ellos mismos. Su dicha es que no se pueden observar; y su grandeza y mérito estético es que juntos solo se reflejan en momentos. 

Inadvertidamente rechazan al tiempo y se niegan a ser representados en imágenes vacías. ¡Incluso los poetas fallan al tratar de capturar su amor! La música casi lo logra, falla a la hora de tocarnos como nos tocan el viento y la lluvia. ¿Es ese el secreto del amor, su negación a ser descrito? Por ello es fácil darse cuenta que la fantasmagoría que llamamos amor es tan ridícula como nosotros.


-La noche es indulgente. Es un fantasma amistoso.

Muchos temen a la noche como algunos temen a la soledad. Ambos miedos son espejos y tanto la noche como la solitud son fantasmas de inmensa profundidad y belleza. De hecho, se llevan muy bien entre ellos. Algunas veces se transforman en sinónimos; otras tantas transfiguran en palabras y en ideas. De vez en cuando se convierten en día, en luna, en temor, en provocación y en muerte.

En donde se diferencian es en su duración. La noche dura instantes; la soledad dura eternidades en abrumadora subjetividad. La noche tiene vocación de madre. ¿Será que el Universo quiso comenzar a existir de noche y en la soledad? La noche escucha, perdona y guarda secretos. Acompaña el llanto y el éxtasis por igual. Nos invita a ser libres, a confesar pasiones y desnudar el alma. Esconde nuestras imperfecciones y sublima de la manera más hermosa nuestra desesperación. Nos deja llorar en su traslúcido regazo y nos consuela con imágenes de llamas que desgarran sus bordes. Nos invita a perdernos en océanos de ilusiones y sin importar cuantos días o años pasemos en su presencia, siempre nos cubrirá con su manto púrpura, mostrándonos las estrellas para no caer nunca en absoluta oscuridad.

Sunday, January 20, 2013

XXII: Paz y amor


Es chistoso el encontrarte con un apunte sobre la nada cuando empiezas a escribir sin ganas de hacerlo; sin embargo es tan real mi estima por los vacíos que el comenzar un texto sin idea ni motivación pareciera ser lo más adecuado. Ya que no tengo nada sobre lo cual escribir, lo haré sobre lo que me rodea para darle un poco de contexto a estos peculiares apuntes.

Me encuentro en una excusa de café, en una conceptualización de ideales hippies corrompida y transformada en una coraza que epitomiza la vacuidad de la clase alta regiomontana. No es que me importe la justificación que esto lugares tengan para abarrotar su interior con pretensiones estéticas e ideas huecas; simplemente me sofoca un poco la cantidad de atentados y contradicciones que produce el café hacia sí mismo.

Paz, amor, naturaleza, arte e intelectualidad. Difícil no ver la ironía de todo ello en el aroma de un mediocre té rojo servido en un vaso desechable mientras unas jóvenes de la crema y nata de la sociedad destrozan el lenguaje con muletillas estúpidas y un tono tan característico e indescriptible que sus odiosos ritmos las identifica como dueñas y herederas de una burbuja de orgullo y auto-indulgencia.

Resulta complicado el distinguir una de la otra cuando todas hablan con un desdén involuntario hacia la vida al tiempo que se esfuerzan por darle relevancia a cosas deliberadamente vacías. No me refiero a la vacuidad inherente de la vida, sino a un hoyo negro que no solo las despoja de todo significado, sino que atrapa cualquier instante de existencia estética o reflexiva  para destruirlo en una agresiva muestra de la hilarante violencia propia de la naturaleza.

Escucharlas me vacía, inclusive de angustia y desesperación. Me acerca al no-existir, al plano existencial de una roca. Pero no puedo culparlas a ellas ni a nadie. Su estupidez es inculcada y su potencialidad aun es infinita. ¿Y qué acaso el no-existir no es la libertad última? Cada que escucho la palabra libertad, cada que la uso, no puedo dejar de sentirme culpable de seguir propagando un himno fatuo de ideales tan banales que se nos ha olvido preguntar si son vigentes aún. 

Todos, incluyendo el Universo, éramos más libres antes de nacer. Y no sé si volveremos a esa hermosa totalidad después de nuestra muerte; pero en este momento no hablo de esa libertad que hoy alimenta al gigante gusano del individualismo y al hedonismo destructor e irracional que nos aísla de la colectividad de nuestro ser incompleto. Me refiero a la libertad de ser eterno en la nada y el todo. La libertad que implica la muerte del tiempo.

Tal vez las descorazonadoras voces de estas mujercitas sean el reclamo artificial y oculto de nuestro anhelo libertad perdida; de nuestro impulso primario al no existir: a la eternidad. En sus triviales desavenencias han olvidado todo. Ni inmanencia ni trascendencia tiene cabida en su ser. Son fragmentos desconectados del existir. Cómo una nube, cómo una montaña o cómo una planta cualquiera. Son estética pura; una imagen sin nada detrás.

Para ellas el tiempo no significa nada, pues su vacío ya es vitalicio- a menos que caigan en la angustia del saber existir. ¿Habrá que envidiar su condición? ¿O hundirse en la desesperación es algo deseable? ¿Qué tan justificable es la lucha por el sufrir existencial? ¿Por qué hay algo en lugar de nada? Todo nos lleva al mismo nihilismo, pero bajo diferentes enfoques. Uno de ellos artificial, automático, acartonado e indiferente; el otro, profundo, traicionero y desesperante. Ambos son reclamos inconscientes del Universo. Ambos buscan la unión de todo lo que el cosmos dejó hecho pedazos. Uno mediante la homogenización del todo en el tiempo, en la vida; el otro mediante la negación del tiempo y la confrontación de una realidad reflexiva pero igual de carente de significado. 

Al final, tanto ellas como yo sonreímos, ¿y quién puede decir que sus sonrisas valen más que las ajenas? La tristeza es más delicada y la angustia aún más compleja; pero la alegría momentánea no conoce corolarios existenciales, lógicos o filosóficos. ¿Es acaso la reflexión tan solo un vehículo para criticar la existencia? ¿Por qué algunos son la voz infeliz del Universo mientras otros son su indiferencia? Todo es tan evidente; pero la temporalidad ofusca nuestra percepción y los recuerdos siguen siendo mentiras. 

Quiero terminar mi té, quiero dejar este lugar; quiero seguir jugando juegos de destrucción en otro lado.

Monday, January 14, 2013

Un barco


Pensando se dan muchos malos pasos. Se puede estar disfrutando de las más acogedoras imágenes y de repente, olvidarlo todo. Otras veces, con los fantasmas de melodías antiguas, se generan monólogos enteros con espontanea elocuencia solo para perderse en la infinidad del vacío de la mente.

Palabras y sueños perdidos. ¿Quién los encontrará entonces? ¿A dónde van las memorias olvidadas? ¿A qué lugar van las ilusiones a morir? ¿Temen también los fantasmas a la muerte? Y de repente, tras cinco preguntas estamos perdidos de nuevo. Hablar de la nada es, paradójicamente, una actividad que puede extenderse indefinidamente, pero las aguas de un texto sin dirección son turbulentas y traicioneras. No hay forma de orientarse en un mar sin norte. Es jugar con ese sinsentido que llamamos suerte. En un buen día el viaje nos llevará por islas, pueblos, playas y bosques hundidos en delicada niebla y el aroma de la melancolía. Otras veces, sin embargo, no queda más que asquearse ante el mareo crónico que produce un océano interminable.

La clave –cómo muchas cosas en la vida- es saber cuándo detenerte. Habrá momentos en que la sensatez creativa dictamine acampar en algún paraje inhóspito a pasar la noche. O tal vez sea mejor el pasar a una vieja y abandonada casa a cerrar ventanas mientras rompemos otras. Cabe también la posibilidad de sentarnos toda la tarde en un peculiar bar de pueblo y mezclar el aroma del alcohol con el sabor de recuerdos, anhelos y espejismos.

Me gusta imaginar que esos momentos perduran para siempre. No en un nocivo reposo inerte, pero tampoco en una impetuosidad creada por la burbuja del tiempo. Me reconforta pensar que las ideas e imágenes perdidas fluyen eternamente en un río invisible de conciencia en conciencia. Que es ese caudal el que produce las sensaciones que se niegan a identificarse –en un primer momento- con el lenguaje.

La imagen de ese río me emociona. Así cómo la lluvia alimenta las arterias de la tierra, imagino a la música fluyendo a raudales en cascadas de luz llenando los cauces de estos arroyos con hilos y ráfagas de colores tenues, transparentes y con un brillo ligeramente místico. Imaginar ¡No! Sentir al mismo Universo derramarse sobre el espacio interior es la hermosa dicha del dinamismo existencial. Los sentimientos no son más que realidad experimentada, realidad sin interpretación.

Es el calor de nuestro existir lo que evapora sensaciones y las transforma en ideas. Así, en nuestros firmamentos internos, en nuestros campos y espejos de nubes; así nos parece más fácil encontrarle forma a los lagos, arroyos, océanos y vórtices marinos de soledad y éxtasis; de euforia e ira; de tranquilidad y desesperación; de angustia y melancolía.

¿De qué sirve imaginar que los sueños son eternos? Ni siquiera la colectividad del sentir universal es suficiente para revindicar la noción de sentido. La pretensión poética de un panteísmo emocional es una imagen más. Un fragmento que en su cercanía no puede ser entendido como un todo. Pero me divierte describir fantasmas. Espectros que en su insignificancia componen el orden oculto de una eternidad de nada. La salvación del Universo es y será su búsqueda de propósito. El caos y la inercia luchan en cada rincón de la realidad bajo la mirada burlona del tiempo, enemigo de todo lo que existe. Han peleado por tanto tiempo ya que la destrucción y la creación se confunden entre su arsenal de entropía. Pero cuando la música te descubre, cuando una conversación se torna en un vuelo, cuando la estética cobra sentido cómo significancia de intenciones verdaderas; los instantes son tan eternos como la historia del cosmos. Vivir eternidades, esa es la ilusión última de la existencia consiente; aquella que al nacer fue involuntariamente sacada fuera de aquel mundo dónde los ríos son sensaciones, la lluvia es cadencia y disonancia; y las nubes son ideas que se desvanecen en el pensar de cada una de las almas que han dejado la eternidad.

Monday, January 7, 2013

Luces


Desde el elevador de aquel hospital se podía observar una vista maravillosa. Caía la tarde y un centenar de luces adornaban el horizonte de la ciudad. Es gracioso, nunca había hecho conciencia de los cientos de colores que se pueden observar al caer la noche; pero, ¿qué es esto sino una imagen más? No siento nada, ni alegría, ni tristeza; simple y llanamente estoy ahí, a merced del tiempo.

Llego al noveno piso y de la nada, un re-encuentro inesperado. Mi mente salta de inmediato años atrás a un evento similar. Las mismas personas pero en la parada del autobús. En aquel momento me preguntaron sobre la cruz que traigo en el llavero. Quien pregunta de ella es porque sabe lo qué representa, a qué santo pertenece y qué mitos tiene detrás. Saben de ella más de lo que yo jamás sabré. Preguntan para hablar, para contestar ellos mismos sus preguntas. No hay mucho de que hablar, no sé con qué grado de afectuosidad o alegría deba comportarme. Desconocidos con nombre. Con ojos bellos y un nombre. 

Es un día gris. La muerte sigue dando vueltas en mi cabeza y yo aquí, en un hospital. Pero aquí la gente no viene a morir. Se rehúsan a hacerlo. Otra imagen. ¿Es tan diferente el morir del nacer? Cuando se nace se renuncia involuntariamente a la eternidad de manera momentánea; cuando se muere, se elige –tal vez- el volver a ella. No hay nada antes, no hay nada después. Todo está aquí.

Voy a pagar por bienestar. Un laberinto de consultorios. Torres de marfil, imperios de un mercado que ni siquiera debería de existir. Se siente un vacío y se respira un aire de inquietud. No se escucha nada, pero no se está en silencio. Entro y comienza un ritual. Lleno mis datos, espero mi turno, pienso en la nada. En recepción, una desconocida más. Con ojos bellos y sin nombre.

Él me recibe sin saber quién soy. Un paciente más con otro padecimiento genérico. ¿Qué tan cerca habré estado de la muerte? ¿Qué tan cerca he estado de la muerte? ¿He estado acaso cerca de la muerte? Aquel día tal vez. El dolor no deja morir. A él le interesa ser sentido y experimentado, aunque sea por un instante. La muerte no tiene dolor. El dolor no precede a la muerte.

Me pregunta muchas cosas, irrelevancias y estupideces. ¿Será mi cara de niño? Se dice obsesivo y asume, por mi apariencia, que comparto su triste delirio. Me obsesiona la insignificancia –tal vez-.  Platica más de él que de mí. Algo le respondo y entonces me trabo en la frase “cartera de….” ¿Clientes? Aquí no se les llama así, aunque en efecto y fondo sean lo mismo. Al final, con cierto nivel de reluctancia, me da una cita abierta. No entraré a su “cartera” pronto.

Me voy pensando en su escritorio, en su oficina. Una imagen más. ¿Qué jerarquía tienen las imágenes sobre las palabras? ¿Son acaso más reales? Siempre se me han antojado vacías. ¿Así visualizó él su vida? Las imágenes es lo que tenemos para llenar memorias y crear ilusiones. Es la realidad que le contamos a nuestra mente. Las creamos a partir de sensaciones y sensaciones son lo que producen. Aún no lo comprendo.

El camino de regreso al coche es casi en automático. Lo enciendo y me encamino a una Iglesia. El ritual de hoy sería vacío. No llegué a tiempo. En la entrada, más y más re-encuentros. Estaba listo porque ya lo había vivido en el hospital; pero muchos de ellos siguen siendo desconocidos. No entiendo esta imagen. No hay sensación alguna. ¿Qué significa todo esto? Ese es el problema… que me veo forzado a buscarle significado. No hay tal cosa. Eso no existe. ¿Sólo existen las imágenes? Tal vez. El Universo es una fotografía, un instante. Es un momento de momentos. Ese mismo en el que decidió dejar de ser uno solo y se convirtió en infinidad de uno mismo.