Monday, December 31, 2012

Generalidades de fin de año

El hecho de que la vida no tenga ningún sentido es una razón para vivir, la única en realidad
E. M. Cioran

Hay algo de perverso en nuestra necesidad de atormentarnos año con año con reflexiones superficiales sobre oportunidades perdidas, propósitos no cumplidos y resoluciones tan comunes y corrientes que lejos de inspirar un cambio hacia esa mágica pero desconocida dirección de la eterna “felicidad” nos disparan en un inmenso mar de frustraciones y angustias incomprendidas.

Lamentablemente el proceso de finalizar el año es tan ordinario que, como muchas otras de nuestras tareas cotidianas, lo ejecutamos sin el menor grado de conciencia. Como si se activase un pequeño chip, en estos días nos da por hacer un recuento general del año, sus éxitos, fracasos y todas las circunstancias que sin más ni menos nos dejaron dónde estamos.

Pero así como el mundo no término el 21 de Diciembre y el fin de un ciclo cósmico parece igual de inconsecuente que el sabor del café de esta mañana; así el arbitrario cambio de año no pinta más que para ser una excelente excusa para festejar y hartarse de comida y bebida una vez más. El hacer una lista de propósitos por el solo hecho de seguir una ambigua tradición es tan benéfico como no hacer nada en absoluto.

La vida, especialmente en sus primeros años, resulta ser un camino ya señalado y delimitado en la mayoría de sus aspectos. Conforme vamos avanzando es fácil perdernos en la inmensidad de una maliciosa inercia que permea cada actividad e instante de ésta. En ese entonces, cuando ya estamos desorientados y sin dirección, que mediante unas pocas horas de “reflexión” resolvemos que hacer ejercicio y dejar de fumar son los pilares claves que nos faltan para alcanzar la plenitud humana.

¿De qué nos sirve una lista de propósitos aislados al tratar de ponerle metas y objetivos a la vida? De muy poco, de forma similar que una lista con indicaciones de como limpiar la proa de un barco le sería irrelevante a un capitán tratando de llevar a su navío fuera de una terrible tormenta en altamar.

Antes de enumerar 5, 10 o 15 propósitos aislados bien valdría la pena el detenernos un segundo y definir dónde estamos y hacia dónde queremos ir. Para bien o para mal eso no es un ejercicio de una cuantas horas antes del brindis; sino una labor verdadera de introspección en la que podamos ser realmente sinceros con nosotros mismos y evaluar si lo que ésta sistemática y prefabricada vida de burgueses es lo que siempre deseamos o no.

Planear es algo mayormente tedioso y algunas veces complicado. Otras tantas es totalmente innecesario; pero el determinar esa cuestión requiere de una etapa de meta-planeación también. Si pasan los años con decenas de propósitos incumplidos es porque son metas que no nos interesa cumplir, cuestiones que puede que ni siquiera tengan que ver con nuestro plan de vida (si es que se tiene uno).

No fumar, no tomar, bajar de peso, hacer ejercicio, leer unos cuantos libros… todas ellas son metas de alguien más. Lugares comunes que no dicen nada sobre la forma en la que vivimos. No valdría más preguntarnos ¿Por qué fúmanos? ¿Por qué tomamos? ¿Para qué quiero hacer ejercicio? ¿Qué libros quiero leer? ¿En dónde quiero estar y con quién? ¿Quiénes somos?

Da un poco de miedo el darnos cuenta que no sabemos ni siquiera que es lo que nos mueve. Descubrir que el tener un carro o una pantalla gigante en la casa es, tal vez, la menor de nuestras preocupaciones. Es más, igual y es posible darse cuenta que todo en la vida es más o menos insignificante, de forma que no hay razón para pertúrbanos por pequeñeces como las 12 uvas. Pero mientras sigamos nublando la mente con cánticos repetitivos de buenos deseos y listas mayormente inconsecuentes; será complicado darnos cuenta de ello.


Tuesday, December 11, 2012

Elegía por los instantes perdidos


¿Quién podrá medir la infinita alegría de la eternidad? ¿No es, acaso, prepotencia el creer que solo el sufrir merece espacio en las conversaciones de la noche? Llorar es lo más elemental del instinto humano; es lo más fácil, lo más banal. Es más patético aquel sufrir falso que miles de sonrisas fingidas.

En la inmensidad de un momento, lo que se siente y por lo que se sufre es por ese instante de alegría perdido para siempre. Nublar la mente en ilusiones de felicidad, reír un segundo ante la simplicidad de una vida incomprendida, mostrar una sonrisa a un mundo que se niega a entenderla; todo aquello es parte de la delicada comedia del Universo entero. Es mediante el risueño humor que acepta la inevitabilidad del caos y lo violento de la naturaleza que el espíritu se vuelve verdaderamente humano.

Los animales también sufren. El dolor es un mecanismo que proviene del subsuelo más profundo del mundo natural. Es la herramienta más básica que se programó en el ininteligible orden oculto del cosmos. Incluso las estrellas lloran al inflarse y vomitar energía, calor y muerte. Se empequeñecen y vagan eternamente en la más desdichada de las penas. Los cometas en su descarada y petulante danza de vanidad se extinguen con la velocidad de cualquier alma perdida. Las rocas se agrietan, se estremecen y se derrumban ante el llorar de las nubes que, entristecidas por su fugaz existencia, se conmueven de todo aquello que puede respirar.

Los fantasmas, ¿qué hay más desdichado qué un fantasma? Los fantasmas de los sonidos nunca escuchados; los fantasmas de las conversaciones nunca tenidas; los fantasmas de lo sueños muertos, de la música silenciada, de la lucha inútil y de la esperanza ciega. Los fantasmas de las letras vacías, de los significados perdidos, de las intenciones mal puestas y las ventanas rotas. Los fantasmas de la ayuda arrogante, de la estética vacía, de la violencia que le llaman arte y del arte que se alimenta del vacío. Los fantasmas del viento que mata, del juego interrumpido, de la guerra sin sentido y de la paz mal interpretada.

Toda esa desdicha, todo ese dolor, ese sufrimiento, esa melancolía, esa tristeza, esos abismos, esos vacíos, esas angustias, esos miedos, esas parálisis, esas pesadillas, ese desasosiego, esa desesperación, ese hastío, esa crudeza, esa incertidumbre, esa violencia, esa destrucción, esas ilusiones, esos espejismos, esos ecos de muerte; todo ese lamento no es más que una elegía por los instantes perdidos,

No sucede nada y la nada es lo que reverdece en nuestro vacío interior. No hay nada más que el momento eterno del ahora. Por ello es tan fácil sentir que se sufre y tan menospreciado el momento de verdadera y trivial alegría. ¡Qué poderoso es aquel instante que destruye esta nube púrpura y nos permite reír! ¿Acaso habrá fuerza más poderosa en el Universo que aquella que le da significado a la más profunda irrelevancia? Aquella que disfraza de realidad el existir.

Las alegorías se agotan cuando se expresa la grandeza del humor, de la risa tonta, de la cosquilla traviesa y la sonrisa despreocupada. Los poetas se derraman sobre un mar de petróleo y aceite; oscuro, denso, pesado y tóxico. ¿Quién no ha sido culpable de tratar de engrandecer su patética desgracia? Lo único absoluto de la auto-conciencia es la necesidad de expresión. Y sin embargo, quién sigue riendo es el tiempo.

¿Cómo no aborrecer esa maldita ilusión de temporalidad? ¿Cómo no odiar, fría y verdaderamente, a ese ser invisible del tiempo? El Rey de los espejos, la reina de las ilusiones, la mayor falsedad de todo el Universo. Su único propósito es atormentar la existencia con la mentira de una referencia eterna, incalculable, infinita hacia ambos extremos y falsa. El tiempo no era nada hasta que el Universo le dio cabida. Fue así que comenzó todo; es por ello que hay algo en vez de nada. El tiempo es el demonio verdadero de aquella divinidad absoluta del infinito. Es el fantasma último, aquel que goza con la eternidad de las horas miserables y con la fugacidad de los momentos de verdadera alegría. Aquel que se acelera cuándo no sabemos que hacer y se frena en la soledad de la noche fría. Es un espectro que ronda en todos los cristales rotos del Universo, conspirando para que la entropía no descanse jamás.

Cuando nos perdemos en sonrisas infantiles, ahí el tiempo teme entrar. Le asusta la emulación del instante completo, le aterra observar ensayos de completitud; momentos en los que derribamos lo que nos fragmenta. Es entonces que un segundo se vuelve un paraíso eterno y las horas pasan al ritmo que nosotros prefiramos. El reír con alguien al lado es fusionar una parte del cosmos; es compartir la conciencia colectiva del todo y volver al origen completo, final y perfecto del Universo. A ese punto de partida dónde la referencia del tiempo era redundante, innecesaria y molesta. Por eso el bufón de los segundos engaña las almas con el espejismo de la temporalidad; lo hace para darle forma a todo lo que es sinónimo de sufrimiento; para seccionar los instantes y hacernos llorar la partida del eterno ahora.

Honremos pues el momento de todos los momentos. Seamos verdaderos instantes.

Monday, December 10, 2012

Ventanas rotas


"Escribir no es mostrarse, sino ocultarse y mutar" – Antonio Ortuño

¿Por qué es tan similar mi sentimiento al de aquel otro que vivió en otro tiempo, en otro país, en otro idioma, rodeado de otras almas?

Somos ecos de una eternidad que no nos pertenece. Somos sollozos de un Universo que se experimenta así mismo a través de nosotros, seres incompletos.

Más y más pruebas de que somos una colectividad perdida en el infinito. Nos separa el tiempo y nos fragmenta la irrealidad.

Antes temía que me descubrieran otros. Me aterraba la vulnerabilidad. Era como si quisiese compartir mi indiferencia, fomentar la apatía del todo. Tiempo después me di cuenta que mi miedo era encontrarme en otros. En la ironía de la joven estupidez, estaba aterrado de confirmar la revelación que hoy le da sentido a mi perspectiva del funcionar humano: somos espejos, somos colectividad desquebrajada en el abismo del todo y la nada. Uno solo, pero jamás uno mismo.

Ahora prefiero guiar las apariencias y jugar con los prejuicios que harán y hacen de mí. Aprovechar la enferma necesidad de clasificación que tiene la gente y utilizarlos para conocerme. He desarrollado una empatía poderosa y egoísta. Una dualidad que ha vaciado, gracias a “Dios”, de significado al todo. Ahora soy la más dulce de las contradicciones, esa que se llena de júbilo ante el despojo del todo y esa misma que en sus nimiedades produce la única verdadera angustia; esa que está en el núcleo de la inexistente naturaleza humana; la desesperación de la libertad incompleta, compartida e involuntaria del existir sin más.

Nunca me había encontrado tan cerca del abismo y tan cómodo en lo que otros consideran como oscuridad. Juego, de forma prudente, con inicios de un hedonismo inocente, pronunciación de un nihilismo manifiesto y justificado en su misma negación. Soy obra, reflector y reflejo. Soy apariencia de vacío. Soy estética de nuestros tiempos, mensajero de promesas de libertad, luchador inerte de causas perdidas. Realista y escriba del alma. Soy los colores de la música y las ráfagas del más seco de los vientos. Soy la sana arrogancia del sensible. Soy el respeto perdido y la brutal timidez. Soy la Luna, alta, sola y hundida en formal demencia. Soy el que maldice al sol y engaña a las nubes. El que hace amistad hipócrita con la lluvia y solo come para sobrevivir. Soy los dos que las estrellas dictaminan, el que camina hacia atrás mientras ignora los espejos. Soy lo que se lee; pero no lo que mira. Soy la torre y la balanza olvidada, soy la claridad de las letras y la opacidad de las imágenes. Soy lo que soy en otros, soy lo que los otros son en mí. Soy las palabras perdidas y el miedo, aún presente, de que no se comprenda mi juego de realidad. Soy todo en lo que no creo.

Monday, December 3, 2012

Hablando con la Nada


Es divertido empezar a escribir sin tener necesidad de hacerlo. El conversar con una hoja en blanco es una experiencia de esas que reconstruyen el alma. Cuando se vierten palabras sin ninguna finalidad más que el expresar líneas de eterna irrelevancia es posible sentir una libertad que ni siquiera la conversación interna con el “yo” puede emular.

El sacar las palabras de un “adentro” imaginario es como expulsar una carga, aunque los párrafos que se redacten no pretendan decir algo. Inclusive si estas palabras carecieran de sentido, cada que completo una oración es como si todo mi ser diera un respiro.

Con los años he aprendido a compartir esa nada que tanto disfruto. Esa nada que permea todo lo que existe y que se confunde con sentido. Es una nada que se exime de toda responsabilidad; que no expresa significado alguno y que ha renunciado; desde su creación, a justificar su honrosa y sutil existencia.

Es difícil hablar de ella en público ya que algunos temen enfrentarla. Las conversaciones que socavaban la ilusión de una vida “feliz” son mejor dejarlas para las horas de penumbra. Es ahí, cuando la oscuridad de afuera se confunde con la interior, que se abre un canal al corazón del Universo.

Dicen (“digo”) que el mundo pertenece a los sensibles. Que el sentir es existir, que el existir es contemplar, que el contemplar es plantear aforismos en un sueño. Como toda fuerza destructiva,  la creatividad se ejercita de las formas más extrañas y en los momentos más inoportunos. Las barreras que crea no dejan de ser humo y espejos. Restos de intención, notas en papel arrugado.

El riesgo es perderse en laberintos del lenguaje, el querer saciar el impulso de una risa maliciosa con imágenes vacías. Caer en la trampa del poeta, en los engañosos ritmos del pintor en éxtasis, del melancólico encolerizado. Hasta para escribir hay que mantener la calma. La tranquilidad también tiene sus ritmos y en su azul oscuro, pinta la noche de verde.

Por ello me agrada el color morado, que en su arrogancia se sabe dual. Alegre y depresivo; pero no bipolar; siempre es dos y uno al mismo tiempo. Uno solo, pero no uno mismo. Alegoría del Universo.

Es difícil no reír cuando la vida en su irónica faceta inerte te presenta ensayos de expresión con la desgarradora sutileza del viento seco de invierno. Un cigarro innecesario, un té de manzanilla que se ha dejado enfriar, un luz anaranjada en la pista de baile, una libreta que se llena un domingo por la tarde, una ventana que da hacia la mirada de una desconocida. Lo sublime brota cada instante de lo mundano. La nada, más seguido de lo que uno podría pensar, se convierte en el todo.

¿Y si dejara de hablar de todo esto? Me divierte escribir preguntas. Es emocionante porque nunca sé las respuestas. Las preguntas realmente bellas siempre vienen acompañadas de otras aún más hermosas. Es adictivo, podría pasar la noche entera escribiendo preguntas sin ningún ánimo de responderlas.

¿Qué es realmente lo que quiero escribir? ¿Quién lo leerá? ¿Quién quiero que lo lea? ¿Deseo que alguien lo haga? ¿Por qué prefiero que me lea un desconocido? ¿Acaso todos ellos son desconocidos? ¿Por qué ella lo era y ya no le es? ¿Por qué ella ya no lo era, y ahora lo es? ¿Por qué todo es más claro de noche? ¿Quién es la noche? ¿A quién le pertenece? ¿Acaso la luna realmente esta loca? Las letras falsas no tienen sabor.

Por eso me cansé de escribir cuentos.



Monday, November 26, 2012

Hipsteria


Es importante el delimitar los bordes de la angustia. No se puede disfrutar de un sentimiento tan abstracto y tan profundo sin darle el cuidado y atención que requiere. Al final, como el resto del sentir humano, la angustia se confunde y se mezcla con otras ilusiones de la mente, haciendo complicada su vivencia.

Extraño es, por ejemplo, cuando la euforia de un momento mancha la transparente tela de la desesperación. Esa angustia pasiva permanece durmiente mientras se nos olvida que estamos en esta vida para existir; entonces se confunde la mente y el corazón; se produce un momento de estética inigualable pero difícil de contemplar. Fugaz como cualquier instante, saca de posición nuestra alma y la realización que produce se esfuma como una chispa sin combustible para estallar.

Esos momentos valen la pena por si solos; pero lo que se les gana en sentimiento sublime es poco comparado con lo mucho que vacían el ser. Es por eso que es peligroso no conocer los límites de nuestra propia angustia; pues entonces vamos por ahí descuidados goteando desesperanza e ilusiones de amor.

Estar vacío es la burla ideal del Universo ante nuestra pretensión de relevancia. Esa ironía se presenta de forma natural en nuestra generación, dónde la estética se ha drenado de todo fondo y la negación del todo se ha convertido en el contenido más sustancial; partiendo y terminando en un profundo abismo. Ese hueco es estéticamente superfluo y en su superficialidad se pretende así mismo como arte. Son las imágenes la nueva droga. Imágenes que se perpetuán así mismas en movimiento y dinamismos cuasi-musicales. Se alimentan de restos de otras artes, de aforismos de individualidad masificada y de falsas promesas de particularidad.

Es doloroso que la música se le haya hecho cómplice de este juego, que el espíritu de nuestros tiempos la haya enfermado también. Es un pecado condenar a cualquier conjunto de notas musicales, pues hacerlo es maldecir al Universo en su infinito orden disfrazado de caos. Criticar la vacuidad de una pieza musical es como reclamar un cierto patrón en las llamas de una fogata. Sin embargo, a pesar de esa inocencia inherente, la música también se le puede vaciar de trascendencia al utilizarla para guiar ese mismo vórtice de la “nada” estética.

La música que identifica este abismo no se le escucha por lo que es, sino por lo que pretende representar. Se compone, sí, pero primeramente en imágenes, fotografía e ilusiones de relevancia. Se le reduce a ser aparador de pretensión de existencia. Ritmos, letras y colores cuyo orden es tal que permiten seguir perforando las mismas goteras existenciales que pretenden subsanar con sus momentos de joie de vivre trastornados.

Entonces, cuando este “arte” ligero e insustancial se vuelve vida y sus instantes se vuelven eternos; es imposible no transformarse en un ente hueco, perdido y profundamente angustiado. Lamentablemente esa angustia es superficial también, de manera que ya no hay forma de redimirse. No existe ya una salida para volver a recordarnos el fenómeno tan delicioso que es existir en un mundo de irrelevancias.

Los tratados sociológicos no hablaran de esto. No al menos como lo harían las artes y las “ciencias” del espíritu. Ellos hablaran de “cultura” y mediante “métodos científicos” dibujaran tenues correlaciones de comportamientos y un entorno atrapado en la burbuja de un “observador”. Sus conclusiones serán válidas e inciertas; tal y como el juego de las ciencias sociales dictamina que deben ser. Sin embargo, a pesar de la formalidad de sus enfoques, sus investigaciones no dirán nada. Nada humano al menos.

Para cuando la antropología entienda la crisis del existir, la crisis de una posmodernidad saturada; será ya demasiado tarde para las generaciones de una sociedad que se empeña en auto-destruirse de las maneras más aburridas de todos los tiempos. Aún hoy en día es difícil imaginar que no será el calentamiento global o alguna catástrofe hollywoodense la que nos orillará a la destrucción. Pocos son los que han observado (desde décadas atrás) que es nuestra misma racionalidad cruda es la que se esta encargando de contradecir todo lo que nos ha dicho el Universo. Es nuestra voluntad soberbia de conocimiento certero la que nos esta llevando por un proceso en el cual día con día negamos categóricamente nuestra conciencia. Nos rehúsanos a existir.

En otras circunstancias sería posible el comprender este escabroso devenir desde una perspectiva histórica; pero nuestra visión se encuentra tan distorsionada que no hemos podido ni siquiera comprender la inevitabilidad de un pasado que se siente casi inmediato. Un pasado que se veía como adviento evidente del estado actual de la humanidad. Se podrá decir que el caos de las guerras nubló nuestro juicio, que fue ahí dónde perdimos control de nuestra modernidad; sin embargo fue cuando retomamos la calma que comenzamos a socavar nuestra conciencia. Nos acostumbramos a la eficiencia que demandaba el conflicto, a la premura que reclama la inestabilidad, a las decisiones masificadas de un nuevo mundo que no podíamos ni sabíamos como delimitar.

Sometimos a la naturaleza sometiéndonos a nuestro mismo aparato tecnológico. Ese mismo que hoy modela nuestros mapas mentales acorde a discursos morales embebidos, involuntarios e invisibles. No nos queda más que la gestión del mismo monstruo que hemos creado. Una esclavitud aún más espantosa por abstracta y voluntaria. ¿Qué sería de los hombres si conocieran los límites de su angustia? ¿Sería esa leve reflexión suficiente para desquebrajar los espejos de este valle de ilusiones? Probablemente no.

Sigue habiendo un factor fruto de esa misma carencia de perspectiva. Hoy, más que en ningún otro momento, abunda un temor profundo a la libertad. La verdadera emancipación del hombre radica en el conocimiento; pero no en ese que intenta explicar y racionalizar el mundo en la visión de las ciencias naturales y el positivismo lógico; sino en el conocimiento interno de nuestros fantasmas, sombras y ángeles.

Ese temor latente, ese miedo paralizante a ser verdaderamente diferente; a romper con una vida genérica dictaminada por el inefable destino que escribe una sociedad enferma;  a emprender una búsqueda verdadera de la felicidad que no se auto-define en idealizaciones huecas; a ser verdaderamente humano y buscar la compañía de almas humanas; ese miedo esta permeado en lo más profundo de nuestro ser.

También soy culpable de permitir que ese temor frene la verdadera estética de la vida. El hedonismo manifiesto que no alimenta vacíos sino que reconstruye el alma. La sensibilidad al existir que crea y expresa el verdadero arte y no las cortinas de espejo y humo que en su soberbia se plantean como evolución de una mundana interpretación del mundo. Me excuso atendiendo a la misma complejidad que intento destruir. El mismo vacío que me ata me engaña y me hace pensar que confort y tranquilidad son sinónimos de repetición y monotonía.

¿Qué hay que hacer entonces para liberarnos de ese estupefaciente terror? Precisamente el reconocimiento de las fronteras de nuestra angustia es y deber ser el móvil para desmitificar ese miedo. La angustia y la desesperación razonada son el motor principal de las verdaderas manifestaciones de genio que  la humanidad puede ofrecer. El descifrar los motores de nuestra desesperación nos permite reconocer que el verdadero temor no es el dejar la inercia de una existencia sin sentido; sino por el contrario, el continuar alimentándonos de un recipiente vacío. Este es un procedimiento que puede tomar años o tan solo un instante de profunda auto-realización. Es también un sendero peligroso y arriesgado, especialmente para el débil de espíritu.

Acercarse al núcleo de la infelicidad es aceptar fracasos, limitantes, oportunidades perdidas y arrepentimientos profundos. Es también una oportunidad de entender nuestros vacíos y movilizar los acontecimientos que nos lleven a subsidiar su presencia. Cuando se le observa a la angustia desde adentro y se le comprende, entonces esta se vuelve como una bomba de inquietud. Un catalizador que servirá para hacer estallar una llamarada de cambio o un torbellino de destrucción. Es con ese mismo momentum que podemos arriesgarlo todo por una oportunidad perdida hacia la verdadera realización estética de la vida o precipitarnos como una roca en llamas al vacío de un nihilismo auto-destructivo.

Aun así, más le valdría al loco destruirse así mismo antes de que alguien más lo haga; pues la traición del tiempo es inevitable y la única certidumbre no deja de ser la muerte, en la naturaleza que sea que se presente.

Sunday, November 25, 2012

Las rocas no están del todo ocupadas


No es que los sueños estén en tu contra. Son advertencias, tal vez, de esas partes de nuestra mente que son más inteligentes que nosotros. Aquellas que en su distanciamiento de nuestra realidad permanecen dolorosamente racionales antes el caos emocional de la profunda insignificancia de la vida. Ahí dónde se encuentran la luz no alcanza a llegar, las señales que analizan son simplemente collages de imágenes despojadas de toda subjetividad. Conciencia fría y pesada como un bloque gigante color esmeralda. Espejo de la obra maestra de auto-engaño que llamamos memoria.

No debe entonces parecer sorpresivo cuando todo el reino onírico propio se vuelca a fomentar la más desesperante de las angustias: la de lo estático. ¡Ah la inercia! Hay pocas cosas más detestables. Es devastadora la destrucción que puede causar aquello que se queda quieto… o incluso peor, aquello que se mueve por causa de una fuerza que ignora o ha olvidado ya.

La pesadez es contradictoria desde el concepto. La pesadez existencial al menos. No puede existir peso en lo que no significa nada, en lo que no importa nada. ¿Por qué nos oprime entonces el yugo de lo invisible, de lo inexistente, de lo etéreo? ¿A caso la mente también puede crear sentido de la nada, del vacío? Más le valiera al viento guardarse sus juegos, esos juegos que hacen a las nubes llorar.

Sentir que un sueño te traiciona es doloroso. Es señal inequívoca de una traición propia, profunda y personal. Los sueños los creamos sin saber, los alimentamos de lo mismo que nos vacía y los mezclamos con ilusiones, espejismos y tontas idealizaciones. Cada que cerramos los ojos se activa una peligrosa batidora que amalgama esperanzas, memorias, engaños y un poco… un poquito de realidad.

Hay ocasiones que sueño con sus nombres verdaderos. Otras, solo con sus rostros. Todos ellos soy yo. Todo ello soy yo. ¿Por qué, entonces, me es tan difícil entenderlos? Entre más cercano es el sueño a la realidad, más profunda es la desesperación que produce.

Pero a los sueños no se les comprende ni se les cuestiona. Se les contempla, como al resto de la vida. Se les observa y, sobre todo, se les siente. Se toman como un vaso de arena o fuego, como una cucharada de viento o rocas. Se guardan en el mismo cajón de dónde salieron, para usarlos después. A los sueños se les entiende como se le entiende a los planetas y a las estrellas: en una estética mística, pero real.

¿A caso los planetas no sueñan también? Su conciencia es infinita, pero no totalizadora. Cada roca es una fracción de universo, una potencialidad inagotable, una página más del eterno retorno. Es entonces obvio que el navegar los ríos del subconsciente en barcos de humo es transitar por los flujos mentales de lo único divino que existe en el Universo: el todo.

Sunday, November 18, 2012

De viajes, estrellas y almas perdidas


Es una mentira el decir que no hay sobre lo cual escribir. Una mentira absurda y casi patética. Basta tan solo el más fugaz de los recuerdos para redactar cientos de páginas de ambiguas y feroces metáforas. Falta tan solo la opacidad del dejo de humanidad cotidiana para construir laberintos de imágenes e historias. Pero el que se pueda sublimar el instante mundano no significa que este sea trascendental ni que el tiempo le de pauta. 

La exageración es inherente dentro del violento presente, dentro del todo “aquí”, del todo “ahora”. El exceso es la plenitud del momento. Por azares de la construcción histórica actual, es solo mediante la saturación que nos permitimos recordar el existir. La experiencia estética se ha vuelto peligrosamente similar al hedonismo irresponsable y cuando no se le toma con el debido cuidado el riesgo de caer en un vórtice nihilista está siempre presente.

La insignificancia del todo y la cruda e iluminante experiencia de la autoconciencia parecen estar en conflicto conceptual y práctico. La reconciliación de nuestro existencialismo mal enfocado con la infinidad cruel, violenta, explosiva y caótica del Universo pareciera imposible. Pero a pesar de ello, la angustia, ese bello sentimiento, parece más sensato que cualquier oscura y superficial definición de felicidad o amor.

De igual manera la libertad se nos presenta como un espejismo de antítesis y contradicciones. Ser libre y sentirse libre se equiparan en la más detestable de las falacias mientras que la no-existencia ni siquiera figura dentro de los diálogos sobre nuestra realidad. Se habla sobre la muerte con miedo y sobre nacer con alegría, en uno de los ejemplos de “blanco y negro” más detestables de la historia humana.

Y a pesar de ello, a pesar del horror de la saturación sensorial y la vacuidad de un alma sin definición, naturaleza o explicación; a pesar de todo, de vez en cuando me invade un engañoso sentimiento de plenitud. Una inexplicable dosis de euforia leve ante la abrumadora simpleza del todo y su compleja potencialidad. El ser, en toda su expresión, se confunde entonces en una pequeña y etérea burbuja de confort existencial. Sin explicación, sentido, ni temporalidad. Fragmentada del tiempo mismo, ajena a la realidad e impenetrable por el rigor de una lógica construida en un intento fallido por emular la pureza de los números.

Así es la alegría de un instante. El júbilo de esos minutos que nadie recordará jamás. Momentos de los que nadie escribirá, historias que nadie leerá, diálogos internos que nadie jamás compartirá. Palabras que son demasiado frágiles e inexpresables para escribirlas en un libro. Segundos tan cortos… que ni siquiera la hipocresía de un poema puede capturar. Un parpadeo de eternidad.

¿De qué sirve entonces escribir? ¿Es acaso tan solo un banal registro de mi contemplación? Jamás nos entenderemos, ni tu, ni yo, ni el Universo.

Tuesday, October 30, 2012

15


No debería ser tan difícil escribir. Mucho menos cuando realmente se quiere hacerlo. Pero este maldito dolor de cabeza perfora todas mis palabras, todas mis memorias. ¿Será acaso un reflejo de la pesadumbre de mi alma? Cada momento, cada instante que pasa me siento más inmerso en un existir del cual no solo carezco de control; sino que también detesto. 

Odio al tiempo, lo aborrezco. Nos fragmenta, nos separa, nos angustia de la forma más estúpida y mientras se burla de la desgracia de la vida, nos consume. Su soberbia no conoce rival; pues al ser la referencia absoluta del infinito cree también ser autoridad, ley y métrico. Se nos juzga por su cuenta, asociándonos con falsas ideas de madurez, progreso y avance en un juego absurdo de caminos trazados y ríos secos. 

Siempre esta presente, con la ironía terrible de que el eterno instante del todo es la verdad que se oculta en el espejismo del operar de los relojes. Como ese místico demonio que nos persigue cuando apagamos la luz del pasillo, así, esa presencia maligna se apodera de nuestras mentes en un mundo dónde ese eterno hoy es un hervidero de esperanzas vacías prefabricadas en nuestros mismos medios de producción.

Hemos olvidado cómo existir pues la existencia misma nos ha cerrado sus puertas. Acabamos con dioses de antaño, con misticismos y supersticiones para volvernos esclavos de nuestra propia idealización. Pensábamos que recorríamos un camino de liberación, de emancipación total de la violenta e irracional naturaleza; pero en nuestra misma fe ciega en la modernidad nos volvimos fanáticos de religiones aún más peligrosas que aquellas que profesan de una vida más allá de la muerte.

Las ciencias naturales consumieron las ciencias del espíritu y nuestra enajenación de la supuesta “razón” de las cosas nos transformó en cómplices de una falsa racionalidad. Cambiamos la estética por anestesia y jugamos a ser tan espontáneos y utilitarios como el Universo.  Pero el diseño agota y el someter reclama también que encadenemos parte de nosotros. La gestión del grandioso esquema se convirtió en el abrumador espíritu de nuestros tiempos.

La logística de la vida es todo lo queda, la inconsciente mecanización de todo atiende a lo mucho que nos hemos separado del mundo natural. Las cosas cumplen ahora siempre y sin excepción un ¿por qué?, cuando el volver al ¿qué? casi ontológico es ahora un pecado de pretensión. Nos topamos con el problema de nuestra misma conciencia y al no poder resolverla en siglos de pensamiento y abstracciones decidimos renunciar a ella; decidimos reclamar la libertad de la ignorancia eterna; del sentir de roca; del vacío perpetuo.

Seguimos precisamente el camino contrario a la inmersión total de aquel malentendido nirvana budista. El sentir la totalidad del divino universo mediante la renuncia, momentánea, a la individualidad del alma es tabú por incomprensible; sin embargo, el ahogarnos en el mar del “yo” mediante la negación de la colectividad del todo es lo que ahora se simboliza como libertad. Ambas esbozan su fuerza en el no-existir. La primera en esa esperanza de arañar el cielo aquel que antecedía al todo; en sentir fugazmente el equilibrio de la nada en un absoluto. La segunda, en dejar de existir mediante la negación de la existencia misma; en el volvernos objetos inertes de un cosmos que renunciamos a controlar, explicar y sentir.

Cada mañana me estremezco al ver la hermosura de las montañas y saber que no puedo (o quiero) disfrutar de ellas. Tal vez por esa razón me he enamorado de la Luna, pues es solo cuando su rostro se asoma es que me encuentro en esa banal y temporal libertad de decidir mis acciones. Tal vez por ello la noche alberga tantos ángeles y demonios; pues es solo bajo su manto que recordamos nuestra humanidad… al menos aquella que solo nos atrevemos a expresar en la oscuridad o en los libros.

No me queda duda que la angustia de nuestro fracaso moderno se siente a través de una o dos generaciones enteras, pues aunque lo expresen diferente se lee y respira en todo el vivir actual. Me preocupa; sin embargo, que no se hable de ello, que cuando se toca el tema se hace de la misma forma auto-referente a todo el cancerígeno crecimiento de una teoría anacrónica y brutalmente elemental.

Me pesa recalcar lo que a mi parecer es obvio; sin embargo los pocos que aún conservan un poco de cordura van por ahí alucinando auto-descubrimientos elementales a personajes de siglos atrás. ¿Por qué era tan claro entonces? ¿Por qué lo hacemos ver tan complicado ahora? Es simple y llanamente el crecimiento exponencial de una potencialidad perdida. Perdida en la historia de nuestros supuestos progresos. Hemos manchado la única naturaleza del hombre; la de la temporalidad razonada.

Odio aceptar que los poetas muchas veces tienen razón. Solía detestar sus pretensiones de ritmo y la ambigüedad absurda de sus imágenes; pero me he dado cuenta que lo que me molestaba era más bien la exageración falsa de aquellos que no merecen ostentar el bohemio título de tal oficio. Lo humano de un momento se lee en la sinceridad de una descripción, por más mundana que esta sea. Lo poético es lo real y cuando lo real es perceptible más allá de esos barcos de humo metafóricos, entonces su labor es loable. 

Me da risa mi propio descaro. El juzgar a los que abusan de un recurso que frecuentemente utilizo ya. Mi respeto hacia la música me prohíbe el intentar siquiera coordinar un tempo que transforme estos pesimistas textos en verso. Creo aún que lo más cercano a la comprensión del Universo viene de la infinidad del espectro musical; de ese torrente fantasmagórico inmanente al todo, descubierto (jamás creado) por los músicos.

De lo que hablo es de la estética de lo perdido. La reflexión crítica podrá ser una incómoda tarea; pero cuando das cuenta que ni siquiera las imágenes representan ya nada; entonces la tristeza se convierte en esa decepción ante el fracaso cultura de toda una generación. El vacío es tan profundo que no me queda más que buscar la reivindicación de los poetas. Tal vez sea ya demasiado tarde… tal vez ya no nos quede nada más que las letras que jamás se leerán.

Sunday, October 21, 2012

Una imagen de “paz”


Cuando escribo no lo hago para nadie más que para mí. Es el refugio más cómodo de todas mis preocupaciones. Es un compromiso egoísta y emancipador, un ejercicio potencializado por la angustia, la inconformidad, los espejismos y la esperanza de reflexiones perdidas.

Todos los días cierro los ojos. Algunas veces por la sola mecánica de dormir, otras por la añoranza de un sueño. Hay día enteros que parpadeo sin pensar y habrá otros en los que conscientemente decida abstraerme de todo lo que me rodea para emprender un viaje interno a través de paisajes musicales y luminosidades teóricas.

El día de hoy alguien me pidió que lo hiciera para imaginar y visualizar mi definición de paz. Cuando cierro los ojos no me gusta pensar en conceptos, ni en relaciones… mucho menos en realidades. Me gusta suspenderme en el vacío estético del todo. Encontrarme con el sentir absoluto del Universo y su misterioso funcionamiento caótico y desordenado. Cuando cierro los ojos pierdo el control; y lo hago de forma voluntaria.

Así, el espejo de mi mente toma fragmentos, creando un hermoso y confuso conglomerado de sueños, visiones, espejismos, memorias, emociones y añoranzas. Tomando todo lo que afuera existe, dentro se moldean visiones de sinceridad abrumadora.

Paz… no me gusta ese concepto. No creo en el. No por lo que representa, sino por todo lo que pretende representar. Es confuso, es ambiguo, es general y pretende una universalidad soberbia y casi prepotente. Pero a pesar de ello salí a su encuentro en ese corto y etéreo viaje.

Esto fue lo que encontré:

Un vasto y enorme desierto púrpura. Cubierto de tierra estéril y opaca, con un viento cortante pero liberador. El horizonte, con tonos morados, era una alegoría al infinito. Un cielo limpio, claro y melancólico. Hacia un lado, un mar de tierra sin fin; hacia el otro, un cráter verde, frondoso y vibrante. En el centro, un par de torres demacradas, infestadas por el viento desolador. Colores vivos, claros y desgastados. Ruinas en todo el sentido; pero con un aura cálida; como un refugio ante el desolador infinito. Ese aislamiento total, ese refrescante vacío… eso era la paz. Como aquella libertad absoluta del no-existir; así la pérdida de toda referencia significaba la tranquilidad final. Las torres; sin embargo, daban un alivio. Un puente, un escondite, una construcción, un templo contra la infinidad; contra la abrumadora abundancia de la nada. Un ancla con nuestra realidad, esa que siente su fragmentación; pero no la entiende. Así sentí yo la “paz”…

Wednesday, October 3, 2012

Sobre la muerte de desconocidos


La muerte es natural. Que alguien muera antes de tiempo es un más de las irrelevantes contrariedades de la vida. No me pone triste la muerte, mucho menos la de un desconocido. 

Soy sincero ante la indiferencia que me produce la muerte de alguien lejano a mi realidad. Más aún cuando yo sería indiferente ante mi propio fin. Sería hipócrita decir que el deceso de algún personaje con quién jamás he convivido me produce algún sentimiento. La empatía no fluye en una sola dirección.

Las situaciones que causan la muerte son tema a parte. Ahí podemos hablar de cosas que, con mucho mayor justificante, producen algún sentir específico. Se puede hablar de injusticias, de mala suerte, de tragedia e incluso de comedia. Pero ahí no quiero entrar.

Lo verdaderamente ridículo es que estos hechos produzcan placer en alguien. No lo comprendo. Tal vez sea que la gente solo simula ese supuesto gusto por la muerte de algún “enemigo” desconocido. Lo cuál es más patético aún.

Es triste que ya no sepamos reconocer nuestros propios sentimientos. Ni si quiera los más simples.

Sunday, September 30, 2012

Nacer y morir


No hay razón para temer a la muerte después de haber nacido. Si nuestra conciencia recordara ese estado previo al existir individual, recordaría entonces el insoportable temor al nacer. 

Nacer es fragmentarnos del todo, es olvidar que pertenecemos al Universo. Es comenzar el doloroso proceso de auto-realización desde cero. Es iniciar una momentánea salida de la eternidad. Es algo verdaderamente aterrador.

Esa angustia; sin embargo, es deliciosa, motivante y valiosa. Lo es cuando se le descubre y se le comprende. ¿Quién no ha experimentado ese aterrador escalofrío de la desesperación? Ese instante dónde te encuentras totalmente consiente de la realidad que te rodea y al encontrarse fuera de nuestro control y desviada del sendero de la ética del todo, una angustia existencial y trascendental se apodera de ti. Esa realización es de lo que esta hecho el verdadero existir. 

Ahora imaginemos el crudo y vivo terror de ese escalofrío potencializado en la expulsión del absoluto de las conciencias. Ese es el verdadero miedo, el miedo a nacer.

Bajo esa luz, la muerte es un proceso de alivio. Un rencuentro con la intangible y abstracta naturaleza del alma. El alma que no se explica ni en materia, ni en espiritualidad, ni en dualidad. Un alma que se explica en abstracción racional, no de una naturaleza inexistente del hombre, sino en la potencialidad absoluta de la historia del todo; ese todo banalmente denominado como Universo. Que importante es entonces la muerte en el proceso evolutivo de esa alma. Esa que nos pertenece a todos. 

Si razonamos la muerte a partir del intelecto formalista, rígido e incompleto; es entendible que la comprendamos como algo insoportablemente aterrador. Y en esa realización se captura la ironía latente del estado actual de las cosas. Hemos racionalizado la existencia de forma tan burda y particularizada que nuestras revelaciones han provocado los mismos sentimientos irracionales y contradictorios que alimentan el miedo a vivir y a morir.

Hemos alejado el pensamiento de la universalidad, del colectivo, de la conciencia del mundo. Hemos olvidado la poderosa totalidad de la que todos compartimos un fragmento. Individualizamos las conciencia al tiempo que masificamos los pensamientos. Dominamos la receta de la alineación. Socavamos la potencialidad con aislamiento emocional e intelectual mientras mal direccionamos la unión confundiéndola con conglomeración y estandarización de conductas, valores y pensamientos.

Hemos reducido la existencia a la mecanización del actuar humano. Sometimos a la naturaleza sometiendo nuestra misma humanidad. Ahora somos esclavos de la gestión de nuestra racionalidad vacía. Hemos olvidado que somos todo, que tu eres yo y que somos uno solo; más no uno mismo. Es por ello que tememos a la muerte y olvidamos la angustia del nacer.

Lamentablemente es difícil escapar. Se castiga a quién lo intenta. Las masas se escandalizan cuando el estado de las cosas se cuestiona; cuando su visión de la vida se derrumba, cuando ven en alguien la potencialidad que poseemos todos, realizada. Ese temor colectivo ha creado mecanismos para reforzar y prevenir que se quebranten nuestras falsas y anacrónicas nociones de seguridad. Por un error del pensamiento hemos aprendido a temerle a la libertad. A esa libertad entendida y reflexionada como la comprensión profunda de nuestro existir particular en el esquema del todo. No a la versión miope y limitada que se nos da bajo conceptos “liberales” vacíos ya de toda relevancia. Es precisamente esa premisa “libertaria” que se reduce al superficial e ilusorio acto de elegir dentro de un esquema limitante y limitado la que nos ata permanentemente a la mecanización y reducción de la vida.

No se tiene ya la sensibilidad ante la delicada angustia que conlleva el existir consiente. Esa sensibilidad que se siente y se expresa más allá de todo lenguaje. Esa actitud de la que es verdaderamente posible el enamorarse, en el amor entendido como racionalización del vivir colectivo, de la búsqueda de fragmentos, del placer de sentir y sufrir. Ese amor que se nutre de la libertad descrita anteriormente. Porque no podemos confundir la angustia y desesperación del despertar estético hacia la vida con el detestable motor de nuestra misma esclavitud: el miedo.

El traicionero e ilusorio flujo del tiempo permanece neutral ante esta dialéctica universal. Cada instante se sublima y trasciende en su reflexión. Reflexión que requiere tiempo, inspiración y realización de su propia importancia. Requiere que se camine despierto, que se sueñe al dormir y que quiera uno levantarse caminando. Pero el tiempo no alcanza ya. Luchamos contra él para sobrevivir sin darnos cuenta que al sacrificarlo estamos sacrificando la misma vida que pretendemos salvar.

Quisiera vivir para fotografía cada momento en mi mente, para llevar la insignificancia y sus nimiedades a la trascendencia que se han ganado con su solo existir. Quisiera vivir para sublimar el todo, para intentar comprenderlo, capturarlo, expresarlo y descansar en él y en la infinidad del lenguaje que lo representa. Sin embargo estamos condenados a ver y oír todo esto sin observarlo ni escucharlo.

Esta esclavitud relativa que vivimos ahonda el vacío natural de nuestro ser, trastornando la delicada y sensible angustia del existir en un miedo a la vida, a la libertad, al amor y a la muerte. Ese vacío, al ensancharse y profundizarse, nos demanda el ser llenado con sinsentidos que alivien ese irracional temor de desperdicio y soledad. Pero al intentarlo llenar solo alimentamos más su misma vacuidad; pues no solo nublamos nuestros sentidos al hacerlo; sino también nuestra mente y nuestra alma.

Hemos intentado llenarlo con alcohol, con comida, con falsas pretensiones, con fanatismos, con esperanzas vacías, con luces, con humo, con danza, con auto-destrucción, con maquillaje, con superficialidad, con religión, con compañía, con ilusiones, con trabajo, con lucha, con clasificaciones, con caricias, con ruido, con sexo, con imágenes, con droga, con “arte”, con metas inalcanzables, con discursos, con silencio, con anestesia.

Esa absurda reducción del ser es la que termina por fulminar no solo nuestra existencia; sino la colectividad de nuestras sociedades. Esa es la verdadera ignorancia, la que nos ha destruido y nos ha hecho fracasar. La ignorancia voluntaria ante la existencia.

¿Qué hay de malo entonces en morir? ¿No es entonces evidente que nacer es una mayor desgracia?

Que fácil es darse cuenta de todo lo que está mal en este mundo. Es tan sencillo que muchos se han dado cuenta ya de todo esto. Otros incluso lo habían visto venir desde hace décadas, desde la perspectiva de otros siglos. Y aun así, vale la pena repetirlo una y otra vez hasta que todos y cada uno de los fragmentos de este mundo den cuenta de estas evidentes revelaciones. 

El tratar de salvar al mundo conlleva en sí un dejo inherente de arrogancia, egoísmo y soberbia. Por otro lado, la humildad del alma recae en la fe de que el mundo debe y puede salvarse así mismo.

Monday, September 24, 2012

"Nada Sucede"


Voy caminando en las amplias y antiguas calles de Morelia. Hay mucha gente. En sábado siempre hay mucha gente en todos lados. Paso por puestos de tortas, de ropa, de electrodomésticos. En la acera de enfrente bancos y más bancos. Todos con letras doradas, porque ese es el estándar en el centro histórico de esta ciudad. 

Camino sin fijarme mucho en los que me rodean. Escucho, pero por instinto. Oigo más bien. Entonces oigo voces alegres que gritan a lo lejos. Volteo a mi derecha y por una angosta calle perpendicular a Madero veo tres jóvenes en bicicleta. Dos hombres, una mujer. Traen pocas prendas. No puedo evitar notar el bromoso pecho de esa muchacha. Cruzo la calle y espero a verlos pasar. “¡Más bicis, menos ropa!” gritan mientras toman la vía hacia el oriente. Sonrío. Me recuerdan a una joven que apenas hace unas semanas conocí. No por la poca ropa o por sus pechos; sino por las bicis.

Sigo caminando, como distraído, como en una misión. Quiero llegar al acueducto y nada más; llegando ya me preocupare de que ver o que sentir. Entonces llego a “Las Tarascas”, símbolo de Morelia y la cultura purépecha. Recuerdo a mi madre. Tomo fotos para recordar, para tratar de no olvidar estos insignificantes momentos. Me siento tonto cuando lo hago. Me siento común.

Es un poco frustrante esto de las fotos. Por un lado, son solo retratos vacíos. No indican nada. Ayudan a recordar el cuadro, pero no el momento. Si el instante es realmente significativo, la foto lo desvirtuara pues todo lo que ese momento provoque desbordará de la foto y será difícil de emular incluso en los rincones de la memoria y la imaginación. Por otro lado, si el momento es soso, común e insignificante -como es este caso en particular- la foto engañará a nuestra memoria en algunos años cuando tratemos de recordar por qué decidimos capturar ese fugaz evento. Si algo aprendería es que son aquellos instantes que no puedes fotografiar los que realmente valen la pena.

Ya estaba ahí; y observando la antigua construcción del ese símbolo local sabía que hoy, a esta hora, esto era justo lo que tenía que estar haciendo. Proseguí unas cuantas cuadras más para llegar a la esquina de ese parque trapezoidal que llaman “Bosque Cuauhtémoc”. Antes se llamaba algo de “San Pedro” o no sé qué. Imagino quisieron darle un toque más mexicano y menos español en algún brote leve de orgullo nacional.

El clima era maravilloso, y más cuando se está rodeado de árboles. En mí Monterrey no queda más que derretirse en estas fechas; pero aquí, tras la amigable lluvia del día anterior, el viento corría libre y fresco. No sabía que horas eran ya y no me interesaba saber. Así, con el sonido de las hojas jugueteando con las ráfagas de aire, a mi izquierda escuchaba gritos muy parecidos al de aquel trío de ciclistas de hace unos momentos. De inmediato me asomé hacia la vía que corría norte al acueducto para ver a unas decenas de metros un colectivo enorme de ciclistas en paños menores. 

No podía saber mucho de su causa, menos cuando jamás había aprendido a andar en bicicleta. Pero eso de la abstracción es particularmente útil en momentos como este. Mientras pensaba esto, observé a ambos lados de la calle para cruzar rápidamente y colocarme bajo uno de los arcos de cantera. Ahí, con cámara en mano, comencé a observarlos. Gritaban consignas concretas y mayormente inofensivas. Pedían ciclo vías y con razón. Era normal para mi escuchar ese reclamo en mi ciudad, pues Monterrey es un lugar hostil al peatón y al ciclista –cómo no serlo si es incluso hostil al conductor-. Aun así no imaginaba que lo mismo sucedía en la Morelia de mi madre.

Eran cientos de jóvenes y no tan jóvenes. Gritando, divirtiéndose, haciendo algo de su sábado. Me emocionaba verlos así, aunque no tanto como me ha emocionado el clamor de otras “marchas”. Quería tomar una fotografía, pero me daba pena. Me daba pena no conocerlos, me daba pena no conocer su movimiento. Me daba pena objetivizar su reclamo, me daba pena hacerlo irrelevante. Más de lo que ya era.

Es un poco extraño el contenerse de maneras tan arbitrarias. Dentro de mí, por cuestiones tal vez estúpidas e inexplicables, sabía que quería tomar una fotografía. Una foto que probablemente solo vería un par de veces antes de olvidarla por completo en algún rincón de mi computadora. Sin embargo, el no haberla tomado me producía un vacío molesto y difícil de ignorar. Un vacío que duraría solo algunos minutos; pero que en su pequeñez alimentaría mi cerebro de cuestionamientos aderezados de arrepentimientos leves sin ninguna explicación o sentido.

Pensaba todo esto mientras comenzaba a caminar por los caminos del bosque, escuchando la tierra crujir ante mi paso. El sonido de una sierra interrumpió entonces mi intrascendente reflexión. Cortaban algunos árboles. Árboles muy grandes. No me interesa.

Continúo caminando y a lo lejos veo un delgado pilar. Sobre él, una estatua del emperador Cuauhtémoc con un brazo en el aire. La figura es color negro por si se preguntaban. Sé que le tomaré una foto; pero realmente no quiero hacerlo. Si lo hago, lo hago y ya. Una foto más. Pero si no, me quedaré con ese pequeñísimo pero real vacío existencial de aquel que no tomo una foto sin significado. La de los ciclistas creo que sí tenía algo más de significado.

Sigo mi leve paso y me encuentro con algunos juegos mecánicos, puestos de globos, botana, algunos globos y un patinadero. No hay mucha gente; pero lo hay. Tengo ganas de ir al baño. Quiero hacerlo antes de dar la vuelta al muse Alfredo Zalce. Sé que por aquí encontraré sanitarios. Mientras los busco recuerdo. Recuerdo que hace añales yo venía aquí a patinar, con mi tía, con mi abuelo, con mi madre, con mis primos. Me encantaba patinar. Me encanta ir rápido. El dinamismo, el viento. Amo el viento en mi rostro. Encuentro el baño. Todo listo ahora para ir al museo. Retorno por un camino diferente. Veo un par de ciclistas por aquí por allá. No tomé la foto. En fin. Al menos lo recuerdo.

Me gustan los museos de arte moderno. Los de historia natural o historia del arte son respiros de humanidad muy lejana. Son explicaciones, descripciones y no sentimientos. Estas obras están aquí no porque haya hecho historia, sino porque tienen deseo de hacerlo. 

Entro. Dejo mis cosas y firmo el registro. El primer piso no tiene nada para mí. Subo las escaleras que crujen. Arriba dos hombres platican al pie de una ventana abierta. No poco mucha atención pero por la fluidez y ánimo imagino como si fueran grandes artistas discutiendo su gran talento plástico y sensibilidad. Imagino que hablan de cosas así, aunque ese no es el caso. Pero igual no entiendo bien de lo que hablan, así como no entiendo bien sobre el arte. Sobre este arte. 

Envidio la sensibilidad del artista, del pintor y del fotógrafo. Pero detesto la superficialidad de aquel que dice “entender” el arte. El arte se siente y se expresa. No se entiende más que como tu entiendes estas palabras. Las entiendes porque te son familiares, te muestran un lenguaje de símbolos que no te son del todo extraños. Pero no lo entiendes. No puedes entenderlo –y hay veces que yo tampoco-. 

Me parece estúpido el tratar de “entender” a los artistas por sus obras. A los artistas, si se les quisiera entender, se les trata, se les habla, se les saluda, se les pregunta, se les quiere y se les ama. Lástima que ya casi todos están muertos. Me parece también un poco tonto el tratar de entender la obra misma. ¿Por qué mejor no sentir la obra? Lo sensato es entendernos a través de ella. La verdadera estética.

Cristóbal Tavera es su nombre. Interesante trabajo. “Sueños”, “Fortuna”, “Fui tuya, ya no”. Que brillante esa última. Será por su simpleza. Pero hubo una que me dejó perplejo. La vi, la vi y no me cansé de verla. ¡Una foto! Claro que sí. Me da pena igual… no sé por qué. Pero no importante porque esa obra vale la pena. Quito el flash y tomo, no una, pero varias fotos. No hay nadie que me vea. Escucho a los dos hombres platicar, escucho el crujir de las escaleras. “Nada sucede”.

Guardo la cámara y entonces veo a dos señoras con dos niñas recorrer el piso sin mucha prisa pero sin ponerle mucha atención tampoco. Me voltean a ver con una extrañeza leve. Ven las obras. ¿Qué verán en ellas? Los cuadros son los mismos que yo veo, pero esos ocho ojos de seguro ven cosas que yo jamás veré, cosas que jamás he visto.

Me siento cómodo. Volveré. Bajo por la escalera que cruje, me acerco al libro de visitas y solo puedo pensar en ese bonito cuadro:

16/06/2012
"Nada sucede" y así es. Dentro de la tranquilidad de las paredes de esta casa son las obras las que observan dentro de nosotros y de nuestras almas. El tiempo aquí no existe y pareciera que afuera tampoco. El instante es tan relativo y; sin embargo lo único verdaderamente absoluto. Un momento dentro de todos los momentos.

Sunday, September 23, 2012

Sobre la lucha estudiantil


De: Ciencia y Tecnología como "ideología” de Jürgen Habermas

IX

Una nueva zona de conflictos, en lugar del virtualizado antagonismo de clases y prescindiendo de los conflictos que las disparidades provocan en los márgenes del sistema, sólo puede surgir allí donde la sociedad del capitalismo tardío tiene que inmunizarse por medio de la despolitización de la masa de la población contra la puesta en cuestión de la ideología tecnocrática de fondo: precisamente en el sistema de la opinión pública administrada por los medios de comunicación de masas. Pues sólo ahí puede quedar afianzado el encubrimiento que el sistema exige de la diferencia entre el progreso de los subsistemas de acción racional con respecto a fines y las mutaciones emancipatorias en el marco institucional —entre cuestiones prácticas y cuestiones técnicas—. Las definiciones permitidas públicamente se refieren a qué es lo que queremos para vivir, pero no a cómo querríamos vivir si en relación con los potenciales disponibles averiguáramos cómo podríamos vivir.

Resulta muy difícil pronosticar quién podría avivar esas zonas de conflicto. Ni el viejo antagonismo de clases ni el subprivilegio de nuevo cuño contienen potenciales de protesta que por su propio origen tiendan a la repolitización de esta opinión pública disecada. El único potencial de protesta que a través de intereses reconocibles se dirige a las nuevas zonas de conflicto surge principalmente entre determinados grupos de estudiantes. Voy a referirme a tres tipos de constataciones:

1. El grupo de protesta que constituyen los estudiantes es un grupo privilegiado. No representa ningún interés que surja de forma inmediata de su posición social y que pudiera ser satisfecho de modo conforme con el sistema con un aumento de compensaciones sociales. Las primeras investigaciones americanas[22] sobre los activistas estudiantiles confirman que no se recluían en las capas del estudiantado en ascenso social, sino en capas del estudiantado que gozan de una posición favorable en lo que se refiere a status y que provienen de estratos sociales económicamente favorecidos. 

2. Las ofertas de legitimación que hace el sistema de dominio no parecen resultarles convincentes a estos grupos por razones plausibles. El programa sustitutorio con que el Estado social reemplaza a las ideologías burguesas tras el desmoronamiento de estás comporta una orientación hacia el status y el rendimiento. Pues bien, según las mencionadas investigaciones, los activistas estudiantiles parecen menos privatisticamente orientados hacia la carrera profesional y a la creación de una familia que el resto de los estudiantes. 

Sus rendimientos académicos están por lo general por encima de la media y su proveniencia familiar no fomenta un horizonte de expectativas que estuviera determinado por la anticipación de las coacciones previsibles del mercado de trabajo. Los activistas estudiantiles, que con frecuencia provienen de las especialidades de ciencias sociales, las de historia y filología, resultan más bien inmunes frente a la conciencia tecnocrática, ya que las experiencias primarias hechas en su propio terreno de trabajo universitario no concuerdan con los supuestos fundamentales de la tecnocracia.

3. En un grupo así constituido el conflicto no puede versar sobre la proporción de disciplina y cargas que se le exigen, sino solamente sobre el tipo de renuncias que se le imponen. Por lo que los estudiantes luchan no es por una mayor participación en las compensaciones sociales del tipo disponible, como son los ingresos y el tiempo libre. Su protesta se dirige más bien contra la categoría misma de «compensación». Los pocos datos de que disponemos abonan la sospecha de que la protesta de estos jóvenes provenientes de familias burguesas no concuerda ya con el modelo del conflicto de autoridad. 

Los estudiantes activos tienen más bien padres que comparten sus actitudes críticas; con relativa frecuencia han crecido en un ambiente de más comprensión psicológica y de unos principios educativos más liberales que los grupos de control no activos[23]. Su socialización parece haberse llevado a cabo en subculturas exentas de premuras económicas inmediatas, en las que las tradiciones de la moral burguesa y de sus derivaciones pequeño burguesas han perdido su función, de tal forma que el «training» para la sintonización con las orientaciones valorativas de la acción racional con respecto a fines, no incluye ya la fetichización de este tipo de acción. Estas técnicas de educación pueden posibilitar experiencias y favorecer orientaciones que chocan frontalmente con la conservación de una forma de vida propia de una economía de la pobreza. Sobre esta base puede cristalizar una incomprensión y rechazo de principio de la reproducción absurda de virtudes y sacrificios que se han hecho ya superfluos; un no entender por qué la vida del individuo, pese al alto grado de desarrollo tecnológico, sigue estando determinada por el dictado del trabajo profesional, por la ética de la competitividad en el rendimiento, por la presión de la concurrencia de status, por los valores de la cosificación posesiva, y por los sucedáneos de satisfacción ofertados, ni por qué han de mantenerse la lucha institucionalizada por la existencia, la disciplina del trabajo alienado y la eliminación de la sensibilidad y de la satisfacción estéticas.

Para esta sensibilidad tiene que resultar insoportable la eliminación de las cuestiones prácticas del espacio público despolitizado. Pero de todo ello sólo puede resultar una fuerza política si esa sensibilización afecta a algún problema sistémico insoluble. Y a mi entender en el futuro puede plantearse un tal problema. Efectivamente, la proporción de riqueza social que crea un capitalismo industrialmente desarrollado y las condiciones tanto técnicas como organizativas bajo las que se produce esta riqueza, hacen cada vez más difícil vincular la atribución de status, aunque sólo sea de forma subjetivamente convincente, al mecanismo de la evaluación del rendimiento individual[24]. Por eso, la protesta de los estudiantes podría acabar destruyendo a la larga esta ideología del rendimiento que empieza a resquebrajarse, y, con ello, derrumbando el fundamento legitimatorio del capitalismo tardío, que ya es frágil, pero que está protegido por la despolitización.

1968

[22] S. M. Lipset, P. G. Altbach, «Student Politics and Higher Education in the USA», en S. M. Lipset (eds.) Student Politics, New York. 1967; R. Flacks, «The Liberated Generation. An Exploration of the Roots of the Student Protest», en Journ. Soc. Issues. julio, 1967; J. Keniston, «The Sources of Student Dissent», ibid.

[23] Cfr. Flacks: «Activists are more radical than their parents; but activist’s parents are decidedly more liberal than others of their status.» «Activistn is related to a complex of values, not ostensible political, shared by both the students and their parents»; «Activists’s parents are more “permissive” than parents of non–activists.»

[24] Cfr. R. L. Heilbronner, The Limits of American Capitalism. New York. 1966.

Friday, August 10, 2012

Democracia y superficialidad


A más de un mes de las elecciones presidenciales todo parece indicar que México ha vuelto a la normalidad. A una normalidad entendida cómo un conformismo, voluntario o involuntario, del estado de las cosas. Una normalidad reflejada en una negación profunda y reiterada a reflexionar, plantear y descubrir los verdaderos problemas y soluciones del país.

Las mega-marchas y repetitivos gritos contra la “imposición” son reclamos vacíos y superficiales que, lejos de ayudar al verdadero despertar de México, lo desorientan y confunden en una maraña de absurdos e insignificancias. Todo esto mientras políticos y empresarios siguen explotando los mecanismos de un arreglo económico y social que no solo promueve la injusticia; sino que poco a poco va reduciendo a la nada lo poco que nos queda de humanidad.

El discurso “indignado” se ha tornado monótono y mayormente inofensivo; tanto como los mismo oficialismos de nuestros medios y entidades institucionales. Lo único que aún mantiene viva la esperanza es la injustificada presunción de la calidad moral de estos “revolucionarios”. Y es injustificada principalmente porque lo único que los salva de una crítica más feroz y destructiva es el supuesto de su involuntaria ignorancia ante las ironías de sus propios reclamos.

En primera tenemos todas esas frases y palabras que mediante un uso recurrente se han convertido en el mantra de sus movilizaciones. “Imposición”, “fraude”, “defensa de la democracia” y otras tantas más que, cómo cualquier cosa, al repetirse cientos y miles de veces sin pensar pierden todo significado.

Sin tener una base real en términos cuantitativos, argumentativos o materiales, se da por un hecho que en el evento hipotético de que Peña Nieto no hubiera tenido un desbalanceado apoyo mediático y/o no hubiera movilizado la compra masiva de votos –que en términos estrictos, el dar una despensa o una tarjeta de Soriana no asegura que el votante haya apoyado al PRI- el resultado hubiera sido distinto.

Lo cual es un poco aventurado tomando en cuenta la amplia diferencia entre EPN y su más cercano rival, López Obrador. También lo es si consideramos que el apoyo mediático recibido por el PRI durante el 2012 fue mayormente irrelevante pues la preferencia por el candidato PRIista era mayor antes de comenzar la campaña electoral.

Entonces, argumentaran algunos, el problema fueron las crasas irregularidades en le proceso electoral. Sin embargo, fuera los testimonios presentados en un panfleto apropiadamente llamado “Fraude 2012”, no hay una evidencia clara de juego sucio en términos logísticos y operacionales el 1º de Julio. A eso le aunamos que dicha premisa no solo desacredita al IFE, sino a miles de ciudadanos voluntarios que como consejeros u observadores se capacitaron durante meses para llevar las elecciones dentro del ambiente requerido de legalidad. Pero al parecer eso es irrelevante cuando se grita “fraude” muy fuerte.

Los “defensores de la democracia” clamaban fraude desde que se anunciaron los resultados pre-eliminares. ¿Cómo podían ya declarar ganador a EPN si apenas se había contado un porcentaje menor de votos? Me imagino que de la misma manera en la que se argumentaba que la elección era un fraude antes de que esta terminara.

El defender la democracia es una contradicción en sí; pues en la definición más básica del concepto, esta es algo que nunca ha existido en nuestro país. La representatividad que podríamos tener de parte de nuestros servidores públicos esta ahogada por la pesadez de una burocracia estática y la influencia de intereses que mediante el apalancamiento económico pueden ser priorizados arriba de cualquier reclamo social.

Las diferencias ideológicas de nuestros partidos son espejismos retóricos diseñados para darle un toque de validez al simulacro electoral. Para confundirnos y hacernos pensar que nuestra elección será relevante y demócrata en el cacicazgo político y empresarial en el que vivimos. ¿Cómo entonces argumentar que se defiende algo que nunca existió? Y peor aún, que se defiende mediante un apoyo casi dogmático a un candidato del mismo sistema partidista que nos tiene hundidos en este desierto ideológico y moral.

¿Y qué se pretende realmente con la invalidación de las elecciones? ¿Repetirlas, acaso, para generar otra hemorragia fiscal de corrupción, mercadotecnia política y absurdo reduccionismo de las problemáticas nacionales? ¿O la única esperanza es la imposición, ahora sí, del candidato de nuestra supuesta izquierda?

Como todo en México, estos incoherentes reclamos van acompañados de culpables y figuras fácilmente identificables como villanos, opresores y tiranos. Visualizaciones infantiles que nos permiten descargar nuestra justificada ira sin tener que pensar demasiado. Esta vez fue turno de Soriana y Televisa, que si acaso son meros actores instrumentales fruto de problemáticas más profundas.

De lo que no se habla es de la reforma política, de candidaturas ciudadanas, de cambios fuertes al sistema educativo, de la reforma penal que sigue avanzando a paso lento, de la burocracia institucional, del arcaico sistema de justicia punitivo, de una condición deprimente y peligrosa del sistema penitenciario, de las burbujas económicas, de los insostenibles subsidios, del enclenque y corrupto sistema policiaco, de la terribles ineficiencias de las empresas públicas, de la falta de recaudación, de la evasión de impuestos, de los monstruosos sindicatos corruptos, del sistema como tal. Porque dejar de comprar en una tienda, mexicana al menos, y no ver televisión resolverá todas estas problemáticas.

Me es sorprendente que en vez de manifestarse y cercar el Congreso de la Unión para que todos esos supuestos mecanismos de legalidad y civilidad que tenemos sean ejercidos (incluyendo la eficiente persecución de crímenes electorales) se prefiera cercar y hostigar a dos empresas privadas que en primer lugar, perderán muy poco de todo esto; y en segundo, simplemente son actores y participes de un sistema diseñado para que no se requiera ningún tipo de ética empresarial para redituar.

Esta ceguera colectiva es justificable, tal vez, si consideramos que muchos de esto jóvenes a penas se introdujeron al contradictorio e idiosincrático mundo del activismo social. No es casualidad que el movimiento YoSoy132 se haya gestado en tiempos de elecciones. Un período específicamente diseñado para levantar un interés temporal y mayor intrascendente sobre las cuestiones políticas, sociales y económicas del país. La cereza del pastel en el mecanismo ilusorio de democracia nacional.

Así, con esa impulsividad joven y la euforia de un par de marchas se piensa que coreando la parte más superficial de anacrónicas luchas sociales realmente se está despertando al país. Se idealiza una resistencia “sublime” ante una pequeñez tan mundana como es la ambición de poder de un candidato narcisista. Se blande la libertad de expresión como una licencia para decir estupideces y exigir, no solo que se respeten, sino que se coincida con ellas. El pensamiento crítico se reduce a no coincidir con Televisa y a injuriar a cualquier persona, medio o reportero que difiera en cierta medida de su irracional reclamo.

Si no es por confusión masiva no encuentro otra manera de justificar que se pretenda aliar voces con grupos como la CNTE, un conjunto de maestros que, ahogados por las corruptelas del SNTE, han tratado de exprimir al contribuyente con su propia organización. Una amalgama de ignorancia, conformismo y total desapego a los objetivos educativos del país. Dónde la evaluación de sus aptitudes como tutores de generaciones es vista como una afrenta mientras invocan su derecho a seguir siendo parásitos de nuestro sistema. Un caso similar al del SME, porque cuando por fin alguien decidió apagar el foco de una empresa ineficiente, corrupta e impenetrable; se le tacho (por mero sentimentalismo histórico mal entendido) como un villano. Ahora, aún en estado semi-simbiótico con grupos de poder, estos “trabajadores” (que se rehusaron a recibir su liquidación y se han rehusado aún a trabajar) demandan sus cómodas plazas de vuelta, cuando es claro que no se requieren más.

Y creo que ahí recae la mayor de las ironías y el mayor de los fracasos actuales del movimiento estudiantil. En pensar que se han emancipado de un mundo de manipulación cuando, en su educado ambiente, simplemente han sido presa de otro esquema de control igual de dañino. Ese diseñado específicamente para explotar su sed de cambio y su hambre de lucha. Un sesgo tan deshonesto como el de cualquier reportero de Televisa.

Sunday, August 5, 2012

De los sueños y otros peligros


Basta un sueño para entender la insignificancia del todo. Por eso me levanto desganado y desilusionado con la vida; pero a la vez con un poderoso impulso de expresar todas esas revelaciones bombardeadas por ese místico concepto del subconsciente. Nada es casualidad, más que el Universo mismo, por ello creo que vale la pena buscar ideas en los sueños. No significados, porque estos no existen ni siquiera en la realidad, de manera que buscar entre símbolos creados del mismo vacío de la existencia es querer perderse voluntariamente en falsedades.

Cuando se duerme a media tarde la mente responde de forma diferente. Entre los sonidos que el silencio contrasta se esconden señales y disparos que provocan sensaciones de verdadera iluminación. Un sentimiento verdadero incluso si sus revelaciones son falsas, ignoradas u olvidadas. Al levantarme de una noche de sueños es complicado el recordar los mensajes de mi mente. Batallo incluso con el sobrehumano reto de mantener los ojos abiertos, de forma que no acostumbro rescatar imágenes en forma de fragmentos escritos como muchos atrapa-sueños pretenden hacerlo.

Es, sin embargo, cuando el sueño es verdaderamente poderoso que las imágenes se proyectan en ese estado intermedio entre la conciencia diurna y el trance profundo. Es en ese momento dónde incluso la música suena diferente, como en cualquier estado alterado de realidad. Esa realidad sigue y seguirá siendo la misma, pero es muy diferente asomarse por una ventana, abrir una puerta o volar el techo entero para apreciar las montañas y el cielo limpio después de una lluvia torrencial. En ese estado de semi-pasividad fisiológica, el cerebro no da marcha atrás y comienza a mezclar una solución peligrosa de memorias, ilusiones y sueños. Entre espejismos y parches de vivencias verdaderas, nos mostramos a nosotros mismos tejidos abstractos de nuestra vida de la misma manera en que nuestros ojos tapizan un rango de visión con manchas de fracciones de segundo anteriores.

Cuando la actividad de soñar se produce por la tarde el resultado es un tanto más emocionante, pues al realizarse en intervalos más cortos la mente nunca termina de caer en el profundo abismo de la inconciencia total; de forma que es más sencillo mantenerse en ese mágico estado intermedio dónde la recepción de ilusiones de vuelve más propicia.

Así como escuchar una canción aparentemente dominada puede producir toda una nueva experiencia estética, en ese estado cualquier fotografía ignorada de nuestra realidad se carga con un contenido mucho más significativo, al menos en su percepción.

No tendría caso describirles mis sueños, pues si para mi representan únicamente una vivencia emocional profunda, el verterlos en papel, sacarlos de contexto y pretender que sean comprendidos es traicionar lo poco en lo que creo. Para tratar de expresar las poderosas revelaciones de un sueño a otros es necesario hacerlo desde la irracionalidad de la exageración. Implica necesariamente jugar al poeta. Las ambigüedades me parecen un mal necesario, pero no disfruto del todo el tergiversar imágenes para emular la efectividad expresiva de la música. 

Hablar de sueños implica necesariamente hablar de fragmentos, de aforismos de realidad. Pinturas, fotografías y espejismos. Hay veces que sueño gente que no conozco o gente que me he rehusado a conocer. Pocas veces sueño nombres verdaderos. Sueño alegorías casi literarias sobre sentimientos que me cuesta replicar. Imágenes cargadas de sentimientos con un poder estético que devastaría a cualquiera que se diera cuenta de su limitada capacidad para expresar la sensibilidad artística del lenguaje expresivo.

Son fragmentos nebulosos que mantienen cierto encanto en sus mismos trazos borrosos e inconsistentes. Es como una corriente turbulenta de verdadera humanidad, dónde nos separamos –literal y figurativamente- del existir para entrar a un cauce de conciencia colectiva, para compartir con el Universo el flujo siempre expansivo y entrópico que lo caracteriza. Imagino yo es una resaca cósmica de la creación del todo. Una creación que si la describimos objetivamente es la pura y sola fragmentación de todo lo que es. Lo que fue y será no existe en el eterno instante de la realidad ni el ilusorio flujo del tiempo. Ese es otro villano más que aqueja los sueños.

Pero es ahí, en la surreal experiencia del trance onírico que el tiempo muestra su verdadera falsedad. En segundos se pueden revivir vidas enteras. Con procesos recurrentes, los fragmentos de ese “yo” tan elusivo nos engañan al confundirnos con el evidente relativismo del flujo temporal mientras reta el objetivo concepto de todo el orden referenciado en intervalos.

Los sueños son peligrosos en el sentido mismo que el preguntarnos por ese “yo” es peligroso. Ese peligro sería en dado caso un burdo adjetivo para englobar las posibles consecuencias de derrumbar el costumbrista esquema moral que dictamina, sin sustento alguno, que el existir es relevante; y peor aún, ¡Qué solo el existir humano lo es! No sorprende que solo lo humano nos interese; pero es sano reflexionar que, cómo decía Cioran, “un pulgón consciente tendría que desafiar exactamente las mismas dificultades, el mismo género de insolubles que el hombre.”

La insignificancia del todo se presenta tanto en sueños como en la realidad fuera de estos; asumiendo con cierto grado de arrogancia que tenemos bases para distinguir entre ambos casos. Es en ese collage de memorias y espejismos que mediante la estética del sentir –que incluye la nostalgia, melancolía, ira y euforia- nos ubicamos momentáneamente en ese incómodo estado de auto-conciencia. Entonces, al ver la hermosura o el desalentador horror que nuestra mente incompleta puede generar es fácil el darse cuenta que todo lo concebible puede ser destruido o construido por un sueño. Lo aterrador del caso es que esa generación de revelaciones es, en todo caso, un proceso que de nosotros únicamente requiere el existir.

Pero eso no debe desanimarnos en lo absoluto. La total insignificancia de la vida no es un pecado que deba ser perdonado o redimido en algún complejo proceso de absolución cósmica. Esa irrelevancia inherente al existir se nos muestra como parte del camino –un tanto abstracto- de la significación colectiva del todo. Los sueños son una actividad de interacción universal, en la definición más extensa del término. Pues  a pesar de que nos muestra la fragilidad de nuestra conciencia y la posible ilusión del libre albedrío, también nos revela que el todo también coincide en nosotros, y que dentro de ese Universo lleno de espacios vacío, la totalidad –referida como perfección- aún existe, aunque solo veamos las tenues hilachas de esos lazos en la inconciencia total.

Thursday, July 26, 2012

Sobre la soledad


La soledad hoy, primero que nada, es un lujo. Así como cada vez es más difícil escuchar el sonido del silencio, la gente cada vez tiene menos tiempo para estar sola. Si a eso le aunamos el hecho de que la soledad es clasificada como negativa bajo los extraños estándares de nuestra actualidad, no es sorpresivo encontrarnos que la gente no sabe ni quiere estar por si misma.

Aquí hay dos cuestiones interesantes. Primero, la gente normalmente negará su soledad, tanto a ellos mismos como a quienes les rodean. Inventarán excusas y falsos acontecimientos para mostrar que nunca se encuentran solos; que la gente desea su presencia y ellos se mueven en sociedad. Eso hace difícil el determinar si la soledad hoy en día es realmente un hecho poco común o simplemente es una percepción fruto de una cortina de engaños y mentiras.

Ese problema proviene directamente de que la soledad es mal vista. Y aunque el aislamiento no es en sí positivo, su estatus actual es tal que la gente no solo lo ve como algo perjudicial sino que han llegado a temerle. Y esa es la segunda gran cuestión: el miedo a la soledad.

Para los pequeños es perfectamente normal temerle a la oscuridad. La negrura de la noche muchas veces esconde la realidad de forma tan efectiva que nuestra imaginación es lo único que tenemos para complementarla. De niño, la máquina de nuestra mente aún es joven y sin experiencia; ignora entonces el funcionar de las cosas y llena lo desconocido con exageraciones, ilusiones e incoherencias. De ahí esa irracionalidad llamada miedo. Lo desconocido es aterrador, incluso para el adulto, y así como el chicuelo no sabe que hay debajo de las sombras, así la mayoría de la gente desconoce lo que se oculta en lo más profundo de su ser.

La gente le teme a la soledad porque se temen a ellos mismos. Vamos por esta vida de forma tan rápida y frenética que no nos damos cuenta de quiénes somos ni hacia dónde nos dirigimos. Nos levantamos y cuando terminamos de realizar de manera casi automática nuestros preparativos matutinos ya nos encontramos rodeados de gente. El trabajo es colaborativo, la comida en compañía y la diversión siempre en grupo. Cansados nos recostamos y antes de darnos cuenta de que estamos solos cerramos los ojos para olvidar.
No sabemos enfrentar la soledad. No estamos acostumbrados y por ello es algo que nos aterra, que despreciamos. No entendemos la gente que pasa horas en sus hogares tan solo en compañía de su propio ser. Nos sorprende que alguien se niegue a salir con nosotros por pasar un tiempo a solas. Juzgamos a aquel hombre que se encuentra solo en el bar o aquella mujer que prefiere sentarse a comer lejos de la demás gente.

Pero el estar solo y en silencio no tiene por qué ser una experiencia desagradable. Si se practica y se comprende puede llegar a ser una actividad no solo enriquecedora, sino altamente recompensable.  El estar solo implica varios factores de igual relevancia. Es una relación con nosotros, con el tiempo, con la realidad y con el silencio. Es un momento para abrirse ante las ideas, las revelaciones y la existencia en sí. Un momento para pensar o a veces tan solo para sentir. Para llorar si fuera necesario o tan solo para sonreír y estar. Estar sin más.

La soledad no puede ser vista tan solo como una actividad. Es muchas veces esa falta de actividad lo que la caracteriza. Su naturaleza comparte elementos con el tedio, con el ocio y con la contemplación. Es una manifestación en contra del mundo y a favor de nosotros mismos. Es como ordenarle al riachuelo que se detenga y observe hacia dónde va. La soledad es introspección, es diálogo personal. Es dejar de buscar la utilidad en el ser y simplemente disfrutar del solo hecho de estar ahí, tranquilo y en silencio.

La soledad también es dinamismo. Puede ser energía, explosión y un manifiesto de verdadera expresión. La soledad es hacer lo que se quiera hacer; pero solo. Es ponerse de acuerdo con uno mismo para disfrutar o sufrir sin ayuda de nadie. Es conectarse o tan solo desaparecer. La soledad es dormir despierto, es correr estando quieto, es soñar sin tener un sueño. Es vivir sin olvidar como hacerlo, es respirar y sentir el aire, parpadear y mirar la oscuridad, escuchar el silencio.

La soledad es, ante todo, un encuentro cara a cara con lo que somos. Una mirada interior a todo lo que nos representa. Es ver el espejo, destruirlo y tomar el fragmento que nos corresponde a nosotros y nada más. Ver lo que somos desde nuestro punto de vista, evaluar la fracción que representamos. La parte de nuestro ser que nos corresponde.
Esto muchas veces es difícil. Para algunos es como conocer por primera vez a un sujeto con el que estarán forzados a convivir el resto de su vida. Para otros es como tratar de explicar el resultado de una ecuación refiriéndose a ella misma. Para todos será encarar de frente todo aquello que detestamos y amamos de nosotros mismos.

La soledad es un viaje el cual puede ser recorrido lenta o rápidamente, dentro de nuestra habitación o en las bulliciosas calles de una ciudad desconocida. La soledad es nostalgia, alegría, introspección, melancolía, narcisismo, amor, desesperación, sentimientos e ideas.  Al final, la soledad puede llegar a ser un hermoso placer; sin olvidar que la compañía es una cruel necesidad.

Sunday, July 22, 2012

Sobre la angustia

La angustia es de las cosas más maravillosas que hay. Es una mirada sincera a todo lo que conlleva existir. Curiosamente y a pesar de sus contrariedades, la angustia es una de los pocos sentimientos de nuestra época que pueden re-afirmar la existencia de nuestra supuesta humanidad.

Vivimos en tiempos de posibilidades e inmensa potencialidad; sin embargo también son épocas de espejismos y falsas realizaciones. Las opciones parecieran ser infinitas, pero al verlas de cerca no es complicado darse cuenta que la mayoría son barcos de humo en un océano de caminos que todo mundo ha recorrido ya.

Son paralizantes por su misma multiplicidad superficial y en su devenir de irrelevancia nos vacían. Nos vacían de tiempo, sentido y sensibilidad. Vivimos como viven los espejos, reflejamos luces tenues distorsionando esbozos de realidad.

Sin embargo la angustia aún existe y en sus diferentes facetas nos despierta de la plasticidad que hoy llamamos existir. El tiempo, en su naturaleza confusa e ilusoria, es la representación cósmica de la tragedia. Su rapidez es devastadora; su falta, aterrorizarte; sus consecuencias, irreversibles; su memoria, imborrable; su huella, la muerte. En esa construcción del marco temporal es dónde la semilla de la angustia florece y es, junto con la significación de lo fugaz, el único agradecimiento que le debo al tiempo.

La angustia ensombrece nuestros paisajes pero embellece nuestra alma. Cuando es aceptada y razonada, es reflexión del existir. Cuando es repentina e inesperada, es experiencia estética; fulgor de vida. La angustia se nos muestra como nostalgia, ansiedad, melancolía, temor, expectativa, tristeza y desesperación. Es nuestro manifiesto de potencialidad ante el Universo, nuestra involuntaria aceptación de los límites del ser. Es auto realización de lo incompleto y el vacío que nos deja esa momentánea salida de la eternidad a la que llamamos vivir.

Buscar la tranquilidad pacificadora, la paz adormecedora o la estabilidad anestésica es contradictorio por irreal. Más, es posible el razonar la angustia como se hace con la locura de este supuesto relato de posmodernidad. Dónde la razón no es para buscar un fútil significado de nuestra auto-conciencia; sino para arrancarle pinceladas de sentido a la monotonía de lo insignificante. Es ahí donde radica la supuesta genialidad de los artistas o el irreflexivo y poderoso arrastre emocional de la música y las auto referencias existenciales.

La angustia es un aparato de autodestrucción así como un munición para el frágil cañón de la creatividad. Es tan peligrosa como la soledad auto infligida, la indiferencia crónica o la creación de ilusiones alimentadas en la idealización de lo desconocido. Los sentimientos que producen son explosivos e inestables en su naturaleza; pero superan, niegan y evitan nuestra enferma glotonería emocional. Nos produce un apetito de expresión y no un hambre devoradora de imágenes, símbolos y momentos que representan esa misma comercialización de lo que generaciones enteras entienden falsamente como existir.

Los resultados de una pronunciada angustia pueden ser inmediatos -en una desesperación extrema- o progresivamente apremiantes cuando se da el tiempo para digerir la belleza de su revelación. El cuidado debe ser extremo; pues en su volatilidad y fuerza pueden ocasionar voluntades torcidas y nublar su afirmación de verdadera humanidad. De no tomarse con precaución, pueden destruir no solo a su autor; sino a quiénes se vean arrastrados en el vórtice de su mal interpretación emocional. 

Pero si la angustia llega a conjugarse con la subjetividad de un lente enfocado y la humildad evidente de nuestra fragilidad cognitiva, emocional y física; entonces su función de pivote emocional es combustible para la inspiración como parte de ese hermoso proceso de expresión interpretativa; creadora de motores de arte, vehículos de sueños y guías multiplicadoras de construcción de historias, discursos y verdades.