Sunday, July 22, 2012

Sobre la angustia

La angustia es de las cosas más maravillosas que hay. Es una mirada sincera a todo lo que conlleva existir. Curiosamente y a pesar de sus contrariedades, la angustia es una de los pocos sentimientos de nuestra época que pueden re-afirmar la existencia de nuestra supuesta humanidad.

Vivimos en tiempos de posibilidades e inmensa potencialidad; sin embargo también son épocas de espejismos y falsas realizaciones. Las opciones parecieran ser infinitas, pero al verlas de cerca no es complicado darse cuenta que la mayoría son barcos de humo en un océano de caminos que todo mundo ha recorrido ya.

Son paralizantes por su misma multiplicidad superficial y en su devenir de irrelevancia nos vacían. Nos vacían de tiempo, sentido y sensibilidad. Vivimos como viven los espejos, reflejamos luces tenues distorsionando esbozos de realidad.

Sin embargo la angustia aún existe y en sus diferentes facetas nos despierta de la plasticidad que hoy llamamos existir. El tiempo, en su naturaleza confusa e ilusoria, es la representación cósmica de la tragedia. Su rapidez es devastadora; su falta, aterrorizarte; sus consecuencias, irreversibles; su memoria, imborrable; su huella, la muerte. En esa construcción del marco temporal es dónde la semilla de la angustia florece y es, junto con la significación de lo fugaz, el único agradecimiento que le debo al tiempo.

La angustia ensombrece nuestros paisajes pero embellece nuestra alma. Cuando es aceptada y razonada, es reflexión del existir. Cuando es repentina e inesperada, es experiencia estética; fulgor de vida. La angustia se nos muestra como nostalgia, ansiedad, melancolía, temor, expectativa, tristeza y desesperación. Es nuestro manifiesto de potencialidad ante el Universo, nuestra involuntaria aceptación de los límites del ser. Es auto realización de lo incompleto y el vacío que nos deja esa momentánea salida de la eternidad a la que llamamos vivir.

Buscar la tranquilidad pacificadora, la paz adormecedora o la estabilidad anestésica es contradictorio por irreal. Más, es posible el razonar la angustia como se hace con la locura de este supuesto relato de posmodernidad. Dónde la razón no es para buscar un fútil significado de nuestra auto-conciencia; sino para arrancarle pinceladas de sentido a la monotonía de lo insignificante. Es ahí donde radica la supuesta genialidad de los artistas o el irreflexivo y poderoso arrastre emocional de la música y las auto referencias existenciales.

La angustia es un aparato de autodestrucción así como un munición para el frágil cañón de la creatividad. Es tan peligrosa como la soledad auto infligida, la indiferencia crónica o la creación de ilusiones alimentadas en la idealización de lo desconocido. Los sentimientos que producen son explosivos e inestables en su naturaleza; pero superan, niegan y evitan nuestra enferma glotonería emocional. Nos produce un apetito de expresión y no un hambre devoradora de imágenes, símbolos y momentos que representan esa misma comercialización de lo que generaciones enteras entienden falsamente como existir.

Los resultados de una pronunciada angustia pueden ser inmediatos -en una desesperación extrema- o progresivamente apremiantes cuando se da el tiempo para digerir la belleza de su revelación. El cuidado debe ser extremo; pues en su volatilidad y fuerza pueden ocasionar voluntades torcidas y nublar su afirmación de verdadera humanidad. De no tomarse con precaución, pueden destruir no solo a su autor; sino a quiénes se vean arrastrados en el vórtice de su mal interpretación emocional. 

Pero si la angustia llega a conjugarse con la subjetividad de un lente enfocado y la humildad evidente de nuestra fragilidad cognitiva, emocional y física; entonces su función de pivote emocional es combustible para la inspiración como parte de ese hermoso proceso de expresión interpretativa; creadora de motores de arte, vehículos de sueños y guías multiplicadoras de construcción de historias, discursos y verdades.

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