La angustia
es de las cosas más maravillosas que hay. Es una mirada sincera a
todo lo que conlleva existir. Curiosamente y a pesar de sus
contrariedades, la angustia es una de los pocos sentimientos de
nuestra época que pueden re-afirmar la existencia de nuestra
supuesta humanidad.
Vivimos en
tiempos de posibilidades e inmensa potencialidad; sin embargo también
son épocas de espejismos y falsas realizaciones. Las opciones
parecieran ser infinitas, pero al verlas de cerca no es complicado
darse cuenta que la mayoría son barcos de humo en un océano de
caminos que todo mundo ha recorrido ya.
Son
paralizantes por su misma multiplicidad superficial y en su devenir
de irrelevancia nos vacían. Nos vacían de tiempo, sentido y
sensibilidad. Vivimos como viven los espejos, reflejamos luces tenues
distorsionando esbozos de realidad.
Sin embargo
la angustia aún existe y en sus diferentes facetas nos despierta de
la plasticidad que hoy llamamos existir. El tiempo, en su naturaleza
confusa e ilusoria, es la representación cósmica de la tragedia. Su
rapidez es devastadora; su falta, aterrorizarte; sus consecuencias,
irreversibles; su memoria, imborrable; su huella, la muerte. En esa
construcción del marco temporal es dónde la semilla de la angustia
florece y es, junto con la significación de lo fugaz, el único
agradecimiento que le debo al tiempo.
La angustia
ensombrece nuestros paisajes pero embellece nuestra alma. Cuando es
aceptada y razonada, es reflexión del existir. Cuando es repentina e
inesperada, es experiencia estética; fulgor de vida. La angustia se
nos muestra como nostalgia, ansiedad, melancolía, temor,
expectativa, tristeza y desesperación. Es nuestro manifiesto de
potencialidad ante el Universo, nuestra involuntaria aceptación de
los límites del ser. Es auto realización de lo incompleto y el
vacío que nos deja esa momentánea salida de la eternidad a la que
llamamos vivir.
Buscar la
tranquilidad pacificadora, la paz adormecedora o la estabilidad
anestésica es contradictorio por irreal. Más, es posible el razonar
la angustia como se hace con la locura de este supuesto relato de
posmodernidad. Dónde la razón no es para buscar un fútil
significado de nuestra auto-conciencia; sino para arrancarle
pinceladas de sentido a la monotonía de lo insignificante. Es ahí
donde radica la supuesta genialidad de los artistas o el irreflexivo
y poderoso arrastre emocional de la música y las auto referencias
existenciales.
La angustia
es un aparato de autodestrucción así como un munición para el
frágil cañón de la creatividad. Es tan peligrosa como la soledad
auto infligida, la indiferencia crónica o la creación de ilusiones
alimentadas en la idealización de lo desconocido. Los sentimientos
que producen son explosivos e inestables en su naturaleza; pero
superan, niegan y evitan nuestra enferma glotonería emocional. Nos
produce un apetito de expresión y no un hambre devoradora de
imágenes, símbolos y momentos que representan esa misma
comercialización de lo que generaciones enteras entienden falsamente
como existir.
Los
resultados de una pronunciada angustia pueden ser inmediatos -en una
desesperación extrema- o progresivamente apremiantes cuando se da el
tiempo para digerir la belleza de su revelación. El cuidado debe ser
extremo; pues en su volatilidad y fuerza pueden ocasionar voluntades
torcidas y nublar su afirmación de verdadera humanidad. De no
tomarse con precaución, pueden destruir no solo a su autor; sino a
quiénes se vean arrastrados en el vórtice de su mal interpretación
emocional.
Pero si la angustia llega a conjugarse con la subjetividad de un lente enfocado y la humildad evidente de nuestra fragilidad cognitiva, emocional y física; entonces su función de pivote emocional es combustible para la inspiración como parte de ese hermoso proceso de expresión interpretativa; creadora de motores de arte, vehículos de sueños y guías multiplicadoras de construcción de historias, discursos y verdades.
0 comments:
Post a Comment