Thursday, July 26, 2012

Sobre la soledad


La soledad hoy, primero que nada, es un lujo. Así como cada vez es más difícil escuchar el sonido del silencio, la gente cada vez tiene menos tiempo para estar sola. Si a eso le aunamos el hecho de que la soledad es clasificada como negativa bajo los extraños estándares de nuestra actualidad, no es sorpresivo encontrarnos que la gente no sabe ni quiere estar por si misma.

Aquí hay dos cuestiones interesantes. Primero, la gente normalmente negará su soledad, tanto a ellos mismos como a quienes les rodean. Inventarán excusas y falsos acontecimientos para mostrar que nunca se encuentran solos; que la gente desea su presencia y ellos se mueven en sociedad. Eso hace difícil el determinar si la soledad hoy en día es realmente un hecho poco común o simplemente es una percepción fruto de una cortina de engaños y mentiras.

Ese problema proviene directamente de que la soledad es mal vista. Y aunque el aislamiento no es en sí positivo, su estatus actual es tal que la gente no solo lo ve como algo perjudicial sino que han llegado a temerle. Y esa es la segunda gran cuestión: el miedo a la soledad.

Para los pequeños es perfectamente normal temerle a la oscuridad. La negrura de la noche muchas veces esconde la realidad de forma tan efectiva que nuestra imaginación es lo único que tenemos para complementarla. De niño, la máquina de nuestra mente aún es joven y sin experiencia; ignora entonces el funcionar de las cosas y llena lo desconocido con exageraciones, ilusiones e incoherencias. De ahí esa irracionalidad llamada miedo. Lo desconocido es aterrador, incluso para el adulto, y así como el chicuelo no sabe que hay debajo de las sombras, así la mayoría de la gente desconoce lo que se oculta en lo más profundo de su ser.

La gente le teme a la soledad porque se temen a ellos mismos. Vamos por esta vida de forma tan rápida y frenética que no nos damos cuenta de quiénes somos ni hacia dónde nos dirigimos. Nos levantamos y cuando terminamos de realizar de manera casi automática nuestros preparativos matutinos ya nos encontramos rodeados de gente. El trabajo es colaborativo, la comida en compañía y la diversión siempre en grupo. Cansados nos recostamos y antes de darnos cuenta de que estamos solos cerramos los ojos para olvidar.
No sabemos enfrentar la soledad. No estamos acostumbrados y por ello es algo que nos aterra, que despreciamos. No entendemos la gente que pasa horas en sus hogares tan solo en compañía de su propio ser. Nos sorprende que alguien se niegue a salir con nosotros por pasar un tiempo a solas. Juzgamos a aquel hombre que se encuentra solo en el bar o aquella mujer que prefiere sentarse a comer lejos de la demás gente.

Pero el estar solo y en silencio no tiene por qué ser una experiencia desagradable. Si se practica y se comprende puede llegar a ser una actividad no solo enriquecedora, sino altamente recompensable.  El estar solo implica varios factores de igual relevancia. Es una relación con nosotros, con el tiempo, con la realidad y con el silencio. Es un momento para abrirse ante las ideas, las revelaciones y la existencia en sí. Un momento para pensar o a veces tan solo para sentir. Para llorar si fuera necesario o tan solo para sonreír y estar. Estar sin más.

La soledad no puede ser vista tan solo como una actividad. Es muchas veces esa falta de actividad lo que la caracteriza. Su naturaleza comparte elementos con el tedio, con el ocio y con la contemplación. Es una manifestación en contra del mundo y a favor de nosotros mismos. Es como ordenarle al riachuelo que se detenga y observe hacia dónde va. La soledad es introspección, es diálogo personal. Es dejar de buscar la utilidad en el ser y simplemente disfrutar del solo hecho de estar ahí, tranquilo y en silencio.

La soledad también es dinamismo. Puede ser energía, explosión y un manifiesto de verdadera expresión. La soledad es hacer lo que se quiera hacer; pero solo. Es ponerse de acuerdo con uno mismo para disfrutar o sufrir sin ayuda de nadie. Es conectarse o tan solo desaparecer. La soledad es dormir despierto, es correr estando quieto, es soñar sin tener un sueño. Es vivir sin olvidar como hacerlo, es respirar y sentir el aire, parpadear y mirar la oscuridad, escuchar el silencio.

La soledad es, ante todo, un encuentro cara a cara con lo que somos. Una mirada interior a todo lo que nos representa. Es ver el espejo, destruirlo y tomar el fragmento que nos corresponde a nosotros y nada más. Ver lo que somos desde nuestro punto de vista, evaluar la fracción que representamos. La parte de nuestro ser que nos corresponde.
Esto muchas veces es difícil. Para algunos es como conocer por primera vez a un sujeto con el que estarán forzados a convivir el resto de su vida. Para otros es como tratar de explicar el resultado de una ecuación refiriéndose a ella misma. Para todos será encarar de frente todo aquello que detestamos y amamos de nosotros mismos.

La soledad es un viaje el cual puede ser recorrido lenta o rápidamente, dentro de nuestra habitación o en las bulliciosas calles de una ciudad desconocida. La soledad es nostalgia, alegría, introspección, melancolía, narcisismo, amor, desesperación, sentimientos e ideas.  Al final, la soledad puede llegar a ser un hermoso placer; sin olvidar que la compañía es una cruel necesidad.

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