Basta un sueño para entender la insignificancia del todo. Por eso me levanto desganado y desilusionado con la vida; pero a la vez con un poderoso impulso de expresar todas esas revelaciones bombardeadas por ese místico concepto del subconsciente. Nada es casualidad, más que el Universo mismo, por ello creo que vale la pena buscar ideas en los sueños. No significados, porque estos no existen ni siquiera en la realidad, de manera que buscar entre símbolos creados del mismo vacío de la existencia es querer perderse voluntariamente en falsedades.
Cuando se duerme a media tarde la mente responde de forma diferente. Entre los sonidos que el silencio contrasta se esconden señales y disparos que provocan sensaciones de verdadera iluminación. Un sentimiento verdadero incluso si sus revelaciones son falsas, ignoradas u olvidadas. Al levantarme de una noche de sueños es complicado el recordar los mensajes de mi mente. Batallo incluso con el sobrehumano reto de mantener los ojos abiertos, de forma que no acostumbro rescatar imágenes en forma de fragmentos escritos como muchos atrapa-sueños pretenden hacerlo.
Es, sin embargo, cuando el sueño es verdaderamente poderoso que las imágenes se proyectan en ese estado intermedio entre la conciencia diurna y el trance profundo. Es en ese momento dónde incluso la música suena diferente, como en cualquier estado alterado de realidad. Esa realidad sigue y seguirá siendo la misma, pero es muy diferente asomarse por una ventana, abrir una puerta o volar el techo entero para apreciar las montañas y el cielo limpio después de una lluvia torrencial. En ese estado de semi-pasividad fisiológica, el cerebro no da marcha atrás y comienza a mezclar una solución peligrosa de memorias, ilusiones y sueños. Entre espejismos y parches de vivencias verdaderas, nos mostramos a nosotros mismos tejidos abstractos de nuestra vida de la misma manera en que nuestros ojos tapizan un rango de visión con manchas de fracciones de segundo anteriores.
Cuando la actividad de soñar se produce por la tarde el resultado es un tanto más emocionante, pues al realizarse en intervalos más cortos la mente nunca termina de caer en el profundo abismo de la inconciencia total; de forma que es más sencillo mantenerse en ese mágico estado intermedio dónde la recepción de ilusiones de vuelve más propicia.
Así como escuchar una canción aparentemente dominada puede producir toda una nueva experiencia estética, en ese estado cualquier fotografía ignorada de nuestra realidad se carga con un contenido mucho más significativo, al menos en su percepción.
No tendría caso describirles mis sueños, pues si para mi representan únicamente una vivencia emocional profunda, el verterlos en papel, sacarlos de contexto y pretender que sean comprendidos es traicionar lo poco en lo que creo. Para tratar de expresar las poderosas revelaciones de un sueño a otros es necesario hacerlo desde la irracionalidad de la exageración. Implica necesariamente jugar al poeta. Las ambigüedades me parecen un mal necesario, pero no disfruto del todo el tergiversar imágenes para emular la efectividad expresiva de la música.
Hablar de sueños implica necesariamente hablar de fragmentos, de aforismos de realidad. Pinturas, fotografías y espejismos. Hay veces que sueño gente que no conozco o gente que me he rehusado a conocer. Pocas veces sueño nombres verdaderos. Sueño alegorías casi literarias sobre sentimientos que me cuesta replicar. Imágenes cargadas de sentimientos con un poder estético que devastaría a cualquiera que se diera cuenta de su limitada capacidad para expresar la sensibilidad artística del lenguaje expresivo.
Son fragmentos nebulosos que mantienen cierto encanto en sus mismos trazos borrosos e inconsistentes. Es como una corriente turbulenta de verdadera humanidad, dónde nos separamos –literal y figurativamente- del existir para entrar a un cauce de conciencia colectiva, para compartir con el Universo el flujo siempre expansivo y entrópico que lo caracteriza. Imagino yo es una resaca cósmica de la creación del todo. Una creación que si la describimos objetivamente es la pura y sola fragmentación de todo lo que es. Lo que fue y será no existe en el eterno instante de la realidad ni el ilusorio flujo del tiempo. Ese es otro villano más que aqueja los sueños.
Pero es ahí, en la surreal experiencia del trance onírico que el tiempo muestra su verdadera falsedad. En segundos se pueden revivir vidas enteras. Con procesos recurrentes, los fragmentos de ese “yo” tan elusivo nos engañan al confundirnos con el evidente relativismo del flujo temporal mientras reta el objetivo concepto de todo el orden referenciado en intervalos.
Los sueños son peligrosos en el sentido mismo que el preguntarnos por ese “yo” es peligroso. Ese peligro sería en dado caso un burdo adjetivo para englobar las posibles consecuencias de derrumbar el costumbrista esquema moral que dictamina, sin sustento alguno, que el existir es relevante; y peor aún, ¡Qué solo el existir humano lo es! No sorprende que solo lo humano nos interese; pero es sano reflexionar que, cómo decía Cioran, “un pulgón consciente tendría que desafiar exactamente las mismas dificultades, el mismo género de insolubles que el hombre.”
La insignificancia del todo se presenta tanto en sueños como en la realidad fuera de estos; asumiendo con cierto grado de arrogancia que tenemos bases para distinguir entre ambos casos. Es en ese collage de memorias y espejismos que mediante la estética del sentir –que incluye la nostalgia, melancolía, ira y euforia- nos ubicamos momentáneamente en ese incómodo estado de auto-conciencia. Entonces, al ver la hermosura o el desalentador horror que nuestra mente incompleta puede generar es fácil el darse cuenta que todo lo concebible puede ser destruido o construido por un sueño. Lo aterrador del caso es que esa generación de revelaciones es, en todo caso, un proceso que de nosotros únicamente requiere el existir.
Pero eso no debe desanimarnos en lo absoluto. La total insignificancia de la vida no es un pecado que deba ser perdonado o redimido en algún complejo proceso de absolución cósmica. Esa irrelevancia inherente al existir se nos muestra como parte del camino –un tanto abstracto- de la significación colectiva del todo. Los sueños son una actividad de interacción universal, en la definición más extensa del término. Pues a pesar de que nos muestra la fragilidad de nuestra conciencia y la posible ilusión del libre albedrío, también nos revela que el todo también coincide en nosotros, y que dentro de ese Universo lleno de espacios vacío, la totalidad –referida como perfección- aún existe, aunque solo veamos las tenues hilachas de esos lazos en la inconciencia total.
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