A más de un mes de las elecciones presidenciales todo parece indicar que México ha vuelto a la normalidad. A una normalidad entendida cómo un conformismo, voluntario o involuntario, del estado de las cosas. Una normalidad reflejada en una negación profunda y reiterada a reflexionar, plantear y descubrir los verdaderos problemas y soluciones del país.
Las mega-marchas y repetitivos gritos contra la “imposición” son reclamos vacíos y superficiales que, lejos de ayudar al verdadero despertar de México, lo desorientan y confunden en una maraña de absurdos e insignificancias. Todo esto mientras políticos y empresarios siguen explotando los mecanismos de un arreglo económico y social que no solo promueve la injusticia; sino que poco a poco va reduciendo a la nada lo poco que nos queda de humanidad.
El discurso “indignado” se ha tornado monótono y mayormente inofensivo; tanto como los mismo oficialismos de nuestros medios y entidades institucionales. Lo único que aún mantiene viva la esperanza es la injustificada presunción de la calidad moral de estos “revolucionarios”. Y es injustificada principalmente porque lo único que los salva de una crítica más feroz y destructiva es el supuesto de su involuntaria ignorancia ante las ironías de sus propios reclamos.
En primera tenemos todas esas frases y palabras que mediante un uso recurrente se han convertido en el mantra de sus movilizaciones. “Imposición”, “fraude”, “defensa de la democracia” y otras tantas más que, cómo cualquier cosa, al repetirse cientos y miles de veces sin pensar pierden todo significado.
Sin tener una base real en términos cuantitativos, argumentativos o materiales, se da por un hecho que en el evento hipotético de que Peña Nieto no hubiera tenido un desbalanceado apoyo mediático y/o no hubiera movilizado la compra masiva de votos –que en términos estrictos, el dar una despensa o una tarjeta de Soriana no asegura que el votante haya apoyado al PRI- el resultado hubiera sido distinto.
Lo cual es un poco aventurado tomando en cuenta la amplia diferencia entre EPN y su más cercano rival, López Obrador. También lo es si consideramos que el apoyo mediático recibido por el PRI durante el 2012 fue mayormente irrelevante pues la preferencia por el candidato PRIista era mayor antes de comenzar la campaña electoral.
Entonces, argumentaran algunos, el problema fueron las crasas irregularidades en le proceso electoral. Sin embargo, fuera los testimonios presentados en un panfleto apropiadamente llamado “Fraude 2012”, no hay una evidencia clara de juego sucio en términos logísticos y operacionales el 1º de Julio. A eso le aunamos que dicha premisa no solo desacredita al IFE, sino a miles de ciudadanos voluntarios que como consejeros u observadores se capacitaron durante meses para llevar las elecciones dentro del ambiente requerido de legalidad. Pero al parecer eso es irrelevante cuando se grita “fraude” muy fuerte.
Los “defensores de la democracia” clamaban fraude desde que se anunciaron los resultados pre-eliminares. ¿Cómo podían ya declarar ganador a EPN si apenas se había contado un porcentaje menor de votos? Me imagino que de la misma manera en la que se argumentaba que la elección era un fraude antes de que esta terminara.
El defender la democracia es una contradicción en sí; pues en la definición más básica del concepto, esta es algo que nunca ha existido en nuestro país. La representatividad que podríamos tener de parte de nuestros servidores públicos esta ahogada por la pesadez de una burocracia estática y la influencia de intereses que mediante el apalancamiento económico pueden ser priorizados arriba de cualquier reclamo social.
Las diferencias ideológicas de nuestros partidos son espejismos retóricos diseñados para darle un toque de validez al simulacro electoral. Para confundirnos y hacernos pensar que nuestra elección será relevante y demócrata en el cacicazgo político y empresarial en el que vivimos. ¿Cómo entonces argumentar que se defiende algo que nunca existió? Y peor aún, que se defiende mediante un apoyo casi dogmático a un candidato del mismo sistema partidista que nos tiene hundidos en este desierto ideológico y moral.
¿Y qué se pretende realmente con la invalidación de las elecciones? ¿Repetirlas, acaso, para generar otra hemorragia fiscal de corrupción, mercadotecnia política y absurdo reduccionismo de las problemáticas nacionales? ¿O la única esperanza es la imposición, ahora sí, del candidato de nuestra supuesta izquierda?
Como todo en México, estos incoherentes reclamos van acompañados de culpables y figuras fácilmente identificables como villanos, opresores y tiranos. Visualizaciones infantiles que nos permiten descargar nuestra justificada ira sin tener que pensar demasiado. Esta vez fue turno de Soriana y Televisa, que si acaso son meros actores instrumentales fruto de problemáticas más profundas.
De lo que no se habla es de la reforma política, de candidaturas ciudadanas, de cambios fuertes al sistema educativo, de la reforma penal que sigue avanzando a paso lento, de la burocracia institucional, del arcaico sistema de justicia punitivo, de una condición deprimente y peligrosa del sistema penitenciario, de las burbujas económicas, de los insostenibles subsidios, del enclenque y corrupto sistema policiaco, de la terribles ineficiencias de las empresas públicas, de la falta de recaudación, de la evasión de impuestos, de los monstruosos sindicatos corruptos, del sistema como tal. Porque dejar de comprar en una tienda, mexicana al menos, y no ver televisión resolverá todas estas problemáticas.
Me es sorprendente que en vez de manifestarse y cercar el Congreso de la Unión para que todos esos supuestos mecanismos de legalidad y civilidad que tenemos sean ejercidos (incluyendo la eficiente persecución de crímenes electorales) se prefiera cercar y hostigar a dos empresas privadas que en primer lugar, perderán muy poco de todo esto; y en segundo, simplemente son actores y participes de un sistema diseñado para que no se requiera ningún tipo de ética empresarial para redituar.
Esta ceguera colectiva es justificable, tal vez, si consideramos que muchos de esto jóvenes a penas se introdujeron al contradictorio e idiosincrático mundo del activismo social. No es casualidad que el movimiento YoSoy132 se haya gestado en tiempos de elecciones. Un período específicamente diseñado para levantar un interés temporal y mayor intrascendente sobre las cuestiones políticas, sociales y económicas del país. La cereza del pastel en el mecanismo ilusorio de democracia nacional.
Así, con esa impulsividad joven y la euforia de un par de marchas se piensa que coreando la parte más superficial de anacrónicas luchas sociales realmente se está despertando al país. Se idealiza una resistencia “sublime” ante una pequeñez tan mundana como es la ambición de poder de un candidato narcisista. Se blande la libertad de expresión como una licencia para decir estupideces y exigir, no solo que se respeten, sino que se coincida con ellas. El pensamiento crítico se reduce a no coincidir con Televisa y a injuriar a cualquier persona, medio o reportero que difiera en cierta medida de su irracional reclamo.
Si no es por confusión masiva no encuentro otra manera de justificar que se pretenda aliar voces con grupos como la CNTE, un conjunto de maestros que, ahogados por las corruptelas del SNTE, han tratado de exprimir al contribuyente con su propia organización. Una amalgama de ignorancia, conformismo y total desapego a los objetivos educativos del país. Dónde la evaluación de sus aptitudes como tutores de generaciones es vista como una afrenta mientras invocan su derecho a seguir siendo parásitos de nuestro sistema. Un caso similar al del SME, porque cuando por fin alguien decidió apagar el foco de una empresa ineficiente, corrupta e impenetrable; se le tacho (por mero sentimentalismo histórico mal entendido) como un villano. Ahora, aún en estado semi-simbiótico con grupos de poder, estos “trabajadores” (que se rehusaron a recibir su liquidación y se han rehusado aún a trabajar) demandan sus cómodas plazas de vuelta, cuando es claro que no se requieren más.
Y creo que ahí recae la mayor de las ironías y el mayor de los fracasos actuales del movimiento estudiantil. En pensar que se han emancipado de un mundo de manipulación cuando, en su educado ambiente, simplemente han sido presa de otro esquema de control igual de dañino. Ese diseñado específicamente para explotar su sed de cambio y su hambre de lucha. Un sesgo tan deshonesto como el de cualquier reportero de Televisa.
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