Tuesday, May 13, 2014

Repeticiones y otros sones



Las palabras no se agotan, simplemente se acaba la voluntad de redactarlas. La infinidad de configuraciones que permite una hoja en blanco es suficiente para comprender la inmensidad del universo. Habrá palabras que se repitan y habrá otras que se vuelven palabras al hacerlo. Una coma es suficiente para re-descubrir el significado de una cortina más del cosmos y un texto; para entrever los colores del todo.

Las estrellas son diosas e imágenes vacías a la vez. ¿Qué no somos acaso lo mismo? Al menos venimos del mismo lugar. Puede entonces pasar uno la eternidad de las eras intentando descubrir el lirismo de una existencia vacía y, a la vuelta del tiempo, darse cuenta que los agujeros negros son el estanque de las galaxias.

Si la luz dictamina la visión de lo existente (en la saturada ironía de los reflejos); ¿no será entonces la oscuridad redentora de los sueños? Resulta agobiante la precisión de las imágenes metafóricas cuando estas se observan ensimismadas en la realidad que pretenden desafiar; más, la necesidad de comprender la disonancia de las ideas y el dinamismo de emociones que hemos olvidado persiste. 

Ya no hay tiempo para evocar sentimientos y sublimar banalidades. No por nada los jóvenes se burlan del artista con sus agotadas imágenes de lo inadecuado. Son flujo e histéresis de un fracaso generacional. Son réplicas y replicantes de una broma infinita de repetición carente de arrepentimiento, angustia y voluntad.

Cansa también el intentar explicar lo obvio. El desperdiciar líneas y momentos de inspiración para justificar visiones sesgadas de una actualidad más allá de la redención. Cuesta trabajo también volver al dinamismo de una expresión libre y literaria de pretensiones conceptuales y momentos de divinidad individual. Atiendo entonces a la musicalidad del destino. A los acordes que dibuja el viento y las transiciones que marcan las nubes. La pauta entonces se vuelve eternidad. El pentagrama del existir se toca con la lucidez de la conciencia y con la añoranza de una totalidad que solo le pertenecía al tiempo antes de su existir.

Somos prisioneros de la irrisoria libertad de los vacíos. Experimentamos la conciencia del instante dividido en copretéritos de insulsa entropía. Y de repente, las estrellas colapsan, las galaxias desaparecen y los cometas se encogen. La luz queda atrapada en un mar de oscuridad y vacíos eternos. La nostalgia de un pasado redentor se esboza de nuevo y así, en fragmentos, comienzan a repetirse las palabras una y otra vez.  

La luna deslumbra. El sol, mientras tanto, siempre me pareció demasiado gris



Con la perspectiva adecuada, el arreglo de luces correcto y el ángulo ideal, todo parece mostrarse como definitivo y trascendental. Entre más lejano se encuentre el foco que alimenta nuestras ilusiones, su haz se transforma, de simple circunstancia mundana, en la historiografía de un fantasma cual aura derrama cascadas de espejismos. 

El reclamo de eternidad que cargamos en nuestros frágiles cuerpos es como un aneurisma a nuestra supuesta racionalidad. Esa habilidad de exagerar himnos de existencia es una vocación al patetismo poético que cualquier artista que se jacte de algo de sensibilidad debe comprender.

Lo anterior no debe escucharse como alguna condena a la ingenuidad que conlleva el romanticismo del delirio; simplemente hay que reconocer, en estos tiempos de niebla y oscuridad, lo contradictorio de nuestros ecos de voluntad. Mi labor; sin embargo, nunca se ha basado en la censura de sentimientos o emociones. Jugar al juez de la memoria y al capataz de los sueños es pronunciarse en contra del manifiesto entero del existir. Es evidenciar la estupidez que proviene de la mayor de las arrogancias; aquella que se alimenta de los retratos de nuestra atomizada individualidad y su esfuerzo de redimir la humanidad mediante decadencia.

La humildad y la soberbia de estas palabras conviven como luz y reflejos en un cuarto modernamente oscuro. Robaré palabras ajenas para aderezar con otra alegoría: Alegría y pena en un mismo lugar. No es tan difícil concebir la multiplicidad de los estados anímicos cuando se describe al tiempo como la traición principal de nuestra elusiva realidad. Si consideramos todo en un instante eterno, dividido a su vez por las limitantes de nuestros sentidos, entonces se vuelve aún más familiar el sentimiento de perdición que se combina con la euforia del momentáneo vacío cotidiano.

Todo lo anterior se pierde en la generalidad de un escrito sacado de contexto. Por más que nuestros esfuerzos de respirar originalidad se muestren como exhalaciones de poetas muertos; es importante aceptar que solo la superficialidad permite localizar particularidades de forma sencilla ante los ojos de algún lector invisible. Si se quiere alimentar una emotividad compartida y múltiple es necesario describir y derramar imágenes de sentimientos encuadernados con apuntes de realidad. Se vuelve necesario, en pocas palabras, destapar la flama que se asfixia es nuestro interior.

Por desgracia (para usted), el fuego que descubre estas letras en la oscuridad de la noche abochornada es de origen, desarrollo y efervescencia múltiple. Le debo a muchos nombres propios la añoranza de esta conversación; de forma que anecdotizar el escrito sería ahogarlo en agua de río.

Lo que escribo y lo que siento se lo debo a la niña de la jaula de plata, al ave de las cadenas doradas y al dragón del corazón de agua. Lo escribo por la memoria  del hada del cabello de fuego, la filósofa de los pueblos antiguos y a la sílfide del aura morada. Se lo debo a la leona de rugidos melódicos, al bólido de estela aguazul, al torbellino de la voz distraída y a la europea de los ojos tristes. Pienso entonces en otros muchos nombres más y lleno de alegría y tristeza el hueco que la memoria permite deformar con nociones de nostalgia y potencialidad perdida. Es entonces cuando doy cuenta que tomé demasiadas fotos con mi cámara y muy pocas con mi alma. Las conversaciones que tuve con todas ellas (reales e imaginadas) servirían para llenar un par de servilletas. Si exagero es para diferenciar el ejercicio de un simple lamento privado.

No me quejo mucho de estos últimos años; pues en perspectiva todo parece marchar en una dirección más o menos adecuada. Sin embargo hay noches en que la luna no parece mirarme de la misma manera…