Sunday, June 26, 2011

Sobre la “traición” de Sicilia a la “izquierda” mexicana

"Ser de izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil; ambas en efecto, son formas de la hemiplejía moral"
José Ortega y Gasset


Los ojos del país se centraron el jueves pasado en el icónico encuentro entre Javier Sicilia y nuestro presidente Felipe Calderón. Durante los últimos meses el poeta ha sido identificado como líder de un movimiento ciudadano como el que no se había visto en mucho tiempo ya. Sin embargo, la misma naturaleza de éste y la creciente atención que ha acaparado por parte de los medios y diversas organizaciones civiles han contribuido ha generar un ambiente de polémica y controversia en torno a la movilización y la misma figura de Sicilia.

La primera iteración del movimiento concluyó en el Zócalo dónde se expusieron seis demandas coherentes, legitimas y, en mi opinión, necesarias. Posteriormente se llevó acabo la marcha del consuelo hacia ciudad Juaréz dónde se dio a conocer un acuerdo con exigencias más “radicales” como la retirada total del ejército de las calles y el juicio político a Calderón y otros funcionarios.

Inmediatamente después, Sicilia, junto con otros líderes de la marcha, se deslindaron públicamente de esta resolución para el descontento de muchos grupos que habían encontrado en el movimiento un vehículo perfecto darle un toque de legitimidad a sus agendas.

Fue entonces cuando Sicilia aceptó reunirse con el representante del ejecutivo para entablar un diálogo público y de frente en relación a toda esta problemática. Como es de esperarse en una mesa donde la idea es llegar a acuerdos y empatizar puntos de vista, tanto Sicilia como Calderón se vieron en la necesidad de encontrar puntos medios y bases comunes para dialogar.

Era de esperarse que Calderón, con su experiencia política y asesoramiento, saliera mejor parado que el poeta; quién si bien es un articulado y lúcido ciudadano; no tiene la técnica requerida para este tipo de encuentros. Aún así, creo que el evento fue bastante benéfico tanto para el Estado como para la ciudadanía.

En el peor de los casos pudimos ver una incidencia directa de las demandas civiles en la agenda del gobierno federal, así como una humanización de dos causas que parecieran (o que así se nos ha querido vender la idea) diametralmente opuestas. Aún así, algunos de los viciados grupos de la “izquierda” mexicana se han visto en la penosa necesidad de recriminar a Sicilia su “traición” al movimiento.

No deja de sorprenderme lo cerrado que es la visión de todos esos grupos “revolucionarios” en torno a cualquier opinión que no sea esencialmente la misma que ellos exponen. El desacreditar un ejercicio cívico como el que presenciamos el pasado jueves para seguir exigiendo demandas irresponsables, incongruentes o, en el mejor de los casos, irrelevantes; me parece detestable.

Por primera vez en mucho tiempo vemos a un grupo de personas con demandas válidas, propuestas centradas y un verdadero ánimo de sacar al país adelante cuando este tipo de grupos cancerígenos para el progreso nacional tratan de desmantelar eso que ellos nunca ayudaron a construir.

Javier Sicilia puede que no sea la idealización perfecta de ese líder que llevará a México a su gran época dorada; pero es, para variar, una persona moderadamente coherente y con ganas de hacer las cosas en el marco de legalidad y diálogo que se exige de nuestros gobernantes e instituciones.

Pero no, para estos grupos esto no es suficiente. Para ellos, que ni siquiera pueden presumir de haber leído los escritos más básicos de Marx, Engels, Lenin o Trostky, la izquierda es un simple estandarte por el cuál apelan a la parte más marginada de la sociedad civil mexicana.

Con nada más que el exhausto y vacío simbolismo de figuras como el martillo, la hoz o el rostro del Che Guevara tratan de capitalizar la desesperación del pueblo mexicano para colocarse ellos mismo en los puestos de poder que tanto se jactan de atacar.

Sin embargo detrás del rojo y amarillo no hay nada más que un abismo terrible de ideas, propuestas o justificación que les de una pizca de legitimidad. Para ellos es lo mismo decir que hacer; de forma que gritar en pro de la retirada del ejército es ser un luchador de paz; pero tratar de encontrar esa misma pacificación mediante el diálogo y el trabajo conjunto con nuestras autoridades es un signo de mezquindad, debilidad y rendición ante el “enemigo”.

Así, les es más fácil gritar consignas que han repetido suficientes veces para dejar de cuestionarlas y prefieren atacar todo lo ajeno antes de plantear argumentos propios. Al fin que nadie se dará cuenta de su vacuidad conceptual mientras sigan gritando fuerte palabras como “espurio”, “justicia social” y “juicio político”.

Reconocer que la responsabilidad de esos 40,000 muertos corresponde no solo a una sola persona sino a todo el mecanismo del Estado (en todos sus niveles), la ciudadanía y, por supuesto, a los criminales que han cometido una gran mayoría de los agravios, no es suficiente. Para ellos hay un solo culpable y debe ser castigado. ¿Con qué propósito o bajo que premisa? Eso no queda muy claro.

La “radicalidad” de estos ejes políticos se ha reflejado más en su fundamentalismo que en lo progresivo que podrían ser sus ideas. Los temas tan necesarios de justicia social, reforma del sistema de impartición de justicia, participación ciudadana, educación, derechos humanos, libertad y democracia; son tomados de la manera más superficial posible con consignas que llevan décadas sin saberse o quererse articular.

La objetividad, neutralidad, apertura al diálogo, actualización conceptual e ideológica, contextualización política, entre otros muchos conceptos; no son más que vagas ilusiones o, incluso, signos de debilidad en el ambiente ortodoxo de la izquierda nacional.

Y así, durante años, se nos ha tratado de vender la idea de que ninguna de sus vagas demandas ha sido atendida porque el Estado se rehúsa a escucharlas. De que ellos han hecho todo lo que se encuentra a su alcance para cambiar el país, pero la opresión de un gobierno represor a frenado todos sus esfuerzos. Puede que tengan razón; sin embargo cuando se da una oportunidad de dialogar y en vez de ello se prefiere seguir enemistando frentes; es difícil creerles.

Es obvio que el diálogo entre Sicilia y Calderón no resolverá la injusticia hacia las víctimas de este clima de violencia. Es incluso probable que el seguimiento que se le dará a las demandas se vaya desvaneciendo poco a poco en nuestro viciado sistema político. Pero es triste que muchos prefieran seguir atacando desde sus trincheras antes de dar un poco de sí para tratar de reconstruir la estrategia del país bajo los medios legalmente aceptados.

Esto es algo que es increíblemente complicado si consideramos que ese mismo fundamentalismo es más de naturaleza partidista que ideológica; de forma que se encuentra permeado en todos los niveles y orientaciones del espectro político mexicano. Más eso no significa que las únicas dos opciones sean la completa rendición ante la aparente inevitabilidad de nuestro destino o la destrucción de nuestro marco institucional mediante algún tipo de emblemática “revolución”.

Para muchas de estas organizaciones de izquierda el diálogo no es más que un inútil acto mediático. Con lo anterior es difícil ignorar la gran ironía en la que caen cuando ellos se defendían de esas mismas acusaciones por grupos de “derecha” en relación a las marchas. Las similitudes son espeluznantes ya que al final, tanto nuestra derecha como nuestra izquierda no son más que frutos diferentes del mismo árbol, el cuál tiene una raíz profunda y aferrada a un suelo lleno de falacias, vicios, delirios de poder y muy carente de ideas.

Al final, mi problema no es con la supuesta radicalidad; sino con el fundamentalismo y cerrazón que pretende darle fuerza.