Monday, December 10, 2012

Ventanas rotas


"Escribir no es mostrarse, sino ocultarse y mutar" – Antonio Ortuño

¿Por qué es tan similar mi sentimiento al de aquel otro que vivió en otro tiempo, en otro país, en otro idioma, rodeado de otras almas?

Somos ecos de una eternidad que no nos pertenece. Somos sollozos de un Universo que se experimenta así mismo a través de nosotros, seres incompletos.

Más y más pruebas de que somos una colectividad perdida en el infinito. Nos separa el tiempo y nos fragmenta la irrealidad.

Antes temía que me descubrieran otros. Me aterraba la vulnerabilidad. Era como si quisiese compartir mi indiferencia, fomentar la apatía del todo. Tiempo después me di cuenta que mi miedo era encontrarme en otros. En la ironía de la joven estupidez, estaba aterrado de confirmar la revelación que hoy le da sentido a mi perspectiva del funcionar humano: somos espejos, somos colectividad desquebrajada en el abismo del todo y la nada. Uno solo, pero jamás uno mismo.

Ahora prefiero guiar las apariencias y jugar con los prejuicios que harán y hacen de mí. Aprovechar la enferma necesidad de clasificación que tiene la gente y utilizarlos para conocerme. He desarrollado una empatía poderosa y egoísta. Una dualidad que ha vaciado, gracias a “Dios”, de significado al todo. Ahora soy la más dulce de las contradicciones, esa que se llena de júbilo ante el despojo del todo y esa misma que en sus nimiedades produce la única verdadera angustia; esa que está en el núcleo de la inexistente naturaleza humana; la desesperación de la libertad incompleta, compartida e involuntaria del existir sin más.

Nunca me había encontrado tan cerca del abismo y tan cómodo en lo que otros consideran como oscuridad. Juego, de forma prudente, con inicios de un hedonismo inocente, pronunciación de un nihilismo manifiesto y justificado en su misma negación. Soy obra, reflector y reflejo. Soy apariencia de vacío. Soy estética de nuestros tiempos, mensajero de promesas de libertad, luchador inerte de causas perdidas. Realista y escriba del alma. Soy los colores de la música y las ráfagas del más seco de los vientos. Soy la sana arrogancia del sensible. Soy el respeto perdido y la brutal timidez. Soy la Luna, alta, sola y hundida en formal demencia. Soy el que maldice al sol y engaña a las nubes. El que hace amistad hipócrita con la lluvia y solo come para sobrevivir. Soy los dos que las estrellas dictaminan, el que camina hacia atrás mientras ignora los espejos. Soy lo que se lee; pero no lo que mira. Soy la torre y la balanza olvidada, soy la claridad de las letras y la opacidad de las imágenes. Soy lo que soy en otros, soy lo que los otros son en mí. Soy las palabras perdidas y el miedo, aún presente, de que no se comprenda mi juego de realidad. Soy todo en lo que no creo.

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