Es divertido empezar a escribir sin tener necesidad de hacerlo. El conversar con una hoja en blanco es una experiencia de esas que reconstruyen el alma. Cuando se vierten palabras sin ninguna finalidad más que el expresar líneas de eterna irrelevancia es posible sentir una libertad que ni siquiera la conversación interna con el “yo” puede emular.
El sacar las palabras de un “adentro” imaginario es como expulsar una carga, aunque los párrafos que se redacten no pretendan decir algo. Inclusive si estas palabras carecieran de sentido, cada que completo una oración es como si todo mi ser diera un respiro.
Con los años he aprendido a compartir esa nada que tanto disfruto. Esa nada que permea todo lo que existe y que se confunde con sentido. Es una nada que se exime de toda responsabilidad; que no expresa significado alguno y que ha renunciado; desde su creación, a justificar su honrosa y sutil existencia.
Es difícil hablar de ella en público ya que algunos temen enfrentarla. Las conversaciones que socavaban la ilusión de una vida “feliz” son mejor dejarlas para las horas de penumbra. Es ahí, cuando la oscuridad de afuera se confunde con la interior, que se abre un canal al corazón del Universo.
Dicen (“digo”) que el mundo pertenece a los sensibles. Que el sentir es existir, que el existir es contemplar, que el contemplar es plantear aforismos en un sueño. Como toda fuerza destructiva, la creatividad se ejercita de las formas más extrañas y en los momentos más inoportunos. Las barreras que crea no dejan de ser humo y espejos. Restos de intención, notas en papel arrugado.
El riesgo es perderse en laberintos del lenguaje, el querer saciar el impulso de una risa maliciosa con imágenes vacías. Caer en la trampa del poeta, en los engañosos ritmos del pintor en éxtasis, del melancólico encolerizado. Hasta para escribir hay que mantener la calma. La tranquilidad también tiene sus ritmos y en su azul oscuro, pinta la noche de verde.
Por ello me agrada el color morado, que en su arrogancia se sabe dual. Alegre y depresivo; pero no bipolar; siempre es dos y uno al mismo tiempo. Uno solo, pero no uno mismo. Alegoría del Universo.
Es difícil no reír cuando la vida en su irónica faceta inerte te presenta ensayos de expresión con la desgarradora sutileza del viento seco de invierno. Un cigarro innecesario, un té de manzanilla que se ha dejado enfriar, un luz anaranjada en la pista de baile, una libreta que se llena un domingo por la tarde, una ventana que da hacia la mirada de una desconocida. Lo sublime brota cada instante de lo mundano. La nada, más seguido de lo que uno podría pensar, se convierte en el todo.
¿Y si dejara de hablar de todo esto? Me divierte escribir preguntas. Es emocionante porque nunca sé las respuestas. Las preguntas realmente bellas siempre vienen acompañadas de otras aún más hermosas. Es adictivo, podría pasar la noche entera escribiendo preguntas sin ningún ánimo de responderlas.
¿Qué es realmente lo que quiero escribir? ¿Quién lo leerá? ¿Quién quiero que lo lea? ¿Deseo que alguien lo haga? ¿Por qué prefiero que me lea un desconocido? ¿Acaso todos ellos son desconocidos? ¿Por qué ella lo era y ya no le es? ¿Por qué ella ya no lo era, y ahora lo es? ¿Por qué todo es más claro de noche? ¿Quién es la noche? ¿A quién le pertenece? ¿Acaso la luna realmente esta loca? Las letras falsas no tienen sabor.
Por eso me cansé de escribir cuentos.
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