Aquel día me
preguntaste si era un fantasma. No supe que responder. Hasta la fecha me ha
dado un poco de miedo tratar de contestar esa pregunta. No hay tal cosa como
ángeles ni demonios; y si existieran, ambos serían espectros; destellos de
pasiones y virtudes olvidadas.
-Pero me
dijiste que la música era un ángel.
-Un fantasma. Los ángeles suenan siempre igual.
A ellos no se les permite ser espontáneos. Por eso nunca nadie se ha enamorado
de uno.
-¿Y qué me dices de aquella joven? Silfa, la de
la leyenda de Diaspola.
-Ella era un ángel que renunció al cielo por un
hombre. Por un mago. Aquel hombre jamás la amó, pues es imposible enamorarse de
la frialdad de un ser divino, de un ser inmortal. Cuando ella le ofreció aquel
diamante que representaba su alma prístina ella lo perdió todo. Su alma era su esencia,
pero ni el más ambicioso de los hombres puede enamorarse de una roca.
-Pero entonces ella se transformó en un mortal,
como nosotros. Dejo de ser un ángel para poder enamorarlo.
-No era su inmortalidad lo que alejaba al hechicero
de su corazón. Su renuncia a la eternidad solo confirmó su desdén por ella. La
temporalidad es una ilusión para todos los mortales. Los seres divinos pueden
ver a través de esa cortina, para ellos no existe el tiempo. Tanto ella como él
eran eternos de forma diferente. Pero un ángel nunca deja de ser gélido y
cortante como el viento desgarrador de los picos elevados. Su inmanencia los hace
indiferentes, silenciosos e inmutables. La expresión de su amor es mediante el
sacrificio. No tienen otra manera de demostrar afecto más que a través de una
piedad mal entendida, de una sumisión ante castigos auto-impuestos por
su osadía de atreverse a amar.
-¿Es entonces imposible enamorarse de un ser
inmortal? ¿Aunque este deje de serlo? ¿Jamás aprendió a vivir en lo temporal?
¿Su corazón no pudo calentarse en compañía de los mortales?
-Nosotros nos enamoramos porque sabemos que algún
día todo lo que somos terminará. La eternidad no nos asusta porque hemos
olvidado comprenderla. Aquel hombre entendía bien el corazón de la joven serafín.
Él la quería, pero nunca pudo amarla. Lo que hace impensable el amor entre un
hombre y ángel es que los ángeles son eternamente conscientes, sus almas se
encuentran sustraídas de las demás. Esa es su bendición y su castigo.
-Pero entonces, ¿cómo es que ella se enamoró de
aquel mago?
-Los ángeles cargan con su alma en pequeños
relicarios. Algunas tienen forma de piedras preciosas, otras son simplemente
figuras y aire. El precio de su divinidad, de su aura, de su paz y abrumadora
sabiduría es tener que cargar por siempre con su propia alma. No se les permite
soltarla o renunciar a ella. Ella se enamoró de aquel mago como nosotros nos
enamoramos de las nubes, de las montañas, de la lluvia o de una canción. Con
superioridad, con ingenuidad, sin pensarlo demasiado. Más que amor es una
afinidad fugaz, un lapsus existencial de añoranza ante lo eterno. Para ellos es
al revés. Añoran lo efímero, lo que muere, lo que sufre y lo que se marchita.
Aquel mago era un hombre desdichado…
-
Desdichado tal vez, pero sin duda orgulloso. Le negó su corazón para hacer
obvio el despreció a su indulgencia.
-Puede ser. Es difícil hablar de sentimientos
cuando se cuentan mitos, cuando se comparten leyendas.
-¿Cuál es el castigo cuando un ángel renuncia a
su alma, a su eterna conciencia?
-Nadie sabe a ciencia cierta, pero dice la
gente que aquel hombre la castigó con su indiferencia por mandato divino. Otros
dicen que la joven aún ronda los callejones de Diaspola atrapada en un cuerpo
joven y una desdicha eterna. Dicen también que intento inmolarse ante Dios para
ganar su rencor y su descanso; pero yo no creo ninguna de esas historias.
-¿Qué es lo que crees?
-Cuenta una historia que la hermana de este ángel
bajó del cielo para matarla. Silfa era tan miserable que los días le parecían
más desgastantes que todo lo que había vivido desde que se originó el universo
y desde que ascendieron los reinos flotantes al cielo. Su hermana,
desobedeciendo a los arcángeles, tomo una lanza de marfil y cristal durante la
tarde de un hermoso día de otoño para darle muerte frente al mago que le había
negado su amor. Dicen que cuando cayó al piso no derramó ni sangre ni lágrimas.
El diamante de su alma se quebró en mil pedazos estallando en la mano de aquel
hechicero. Los fragmentos perforaron su corazón como en una cruel alegoría.
Ambos murieron esa tarde. Ambos fueron condenados también al fuego del
infierno; dónde su amor ahora florecía con una ingenua pasión que nunca jamás
pudo ser satisfecha.
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