Tuesday, December 6, 2011

De ideas y sentimientos


Más seguido de lo que me gustaría admitir comienzo a escribir sin realmente saber qué quiero expresar. La constante sería, en todo caso, esa despreocupación sobre una idea específica. Irónicamente (si ese es el adjetivo correcto) siempre termino hablando de los mismos temas, o más bien; de las mismas imágenes. Porque aunque uno puede escribir millones de hermosos párrafos sobre los colores de la luna, es pretencioso el argüir que dichas palabras corresponden a algo más profundo que un puntual y fugaz sentimiento.

Una idea requiere un esfuerzo mayor. En primera es necesario saber de lo que se quiere hablar y; por supuesto, tampoco está demás conocer un poco del tema. Así mismo la construcción del texto requiere una estructura un poco más rígida, en la que es más difícil ocultar banalidades, estupideces u obviedades con brillantes y distractores trazos lingüísticos.

Cuando simplemente se habla de imágenes y los sentimientos que las producen, el reto principal es sublimar la cotidianidad de la vida diaria en una opaca pero tenue niebla de fantasía. Quien lee tu ventana de realidad debe pensar que ese maravilloso y trepidante paisaje de emociones es algo inalcanzable en su mundana existencia. Claro que hay que tener cuidado, pues si no se le deja un pequeño espacio dónde reflejar sus sentimientos y vivencias, el paisaje seguirá siendo hermoso; pero extraño, insólito y distante. Y que terriblemente aburrido es lo distante.

El construir ideas o simplemente describir emociones son dos maneras de escribir distintas que se pueden llegar a complementar si se utilizan ambos estilos con la moderación adecuada. La verdad de todo esto es que aunque requieren diferentes enfoques y niveles de compromiso; ninguna es más que la otra. Son, como tantas cosas, simplemente diferentes.

Ahora, sin temor a perder la poca objetividad que me he permitido, es posible considerar una más deshonesta que la otra. O al menos considerar que la labor poética de plasmar estados de ánimo indescriptibles en el limitado esquema del lenguaje da más facilidad para exagerar irrelevancias.

Esto no significa ni pretende dar a entender que las “ideas” por sí solas tengan algún estado inherente de importancia superior a la tan elusiva tarea de asimilar sentimientos. Mucho menos el pensar que la comprensión de emociones propias es algo más “simple”. Una línea argumentativa en esta dirección carecería de sentido al ver como la gran mayoría de nuestros contemporáneos creen entender conceptos prostituidos como “amor”, “libertad”, “justicia” y “tolerancia” con definiciones incompletas, sosas y virtualmente vacías; sin embargo no son capaces de conjuntar una oración decente al intentar definir sus sentires más familiares. El alma del poeta mediocre es en parte causal de esta confusión.

Con la correcta iluminación, un lodoso charco puede reflejar el cielo de forma incluso más clara que el mismo mar. Y si se busca solamente un vistazo rápido a las nubes; puede que ambos cumplan con creces su tarea. Sin embargo muchos prefieren sumergirse en ese cristalino espejo de agua; y terrible es su sorpresa cuando del primero salen sucios y cegados por la mugre; mientras que en el mar pueden profundizar hasta que la luz no pueda penetrar sus cristalinas aguas.

Escribir cosas hermosas es diferente a expresar cosas hermosas. La diferencia es aún más notoria cuando la estética es definida por la autenticidad. Lo hermoso no son los campos de flores multicolores, ni el árbol solitario en la colina. Lo hermoso tampoco es el espejo con marco de plata, o el remolino que burbujea con violencia. La verdadera belleza no se encuentra en traslúcido reflejo de una esmeralda o en la maniaca sonrisa de la luna. La verdad es dónde radica lo realmente bello.

Cuando la palabrería se transforman en imágenes y estas a su vez delinean verdadera y tangible humanidad; es entonces cuando la prosa (o el exagerado verso) se vuelven realmente poesía y belleza. Pero esa misma incapacidad de entendernos a nosotros mismo nos hace presa fácil del párrafo abrillantado con maquillaje y alumbrado con baratos reflectores.

Todo esto, solo para decir que esa obtusa visión es más fácil de abusar cuando se hablar de sentir y no de pensar. Ahora bien, lo anterior puede quedar en la inocente y casi lúdica consecuencia de encaramelar estupideces, engañar soñadores y cautivar “almas libres”. Sin embargo, aunque un poco más laborioso, la misma cruel actividad del embuste puede ser utilizada en el campo de las ideas. Y es ahí donde el peligro radica.

La ilusión es un engaño voluntario que, aunque tóxico en altas cantidades, es deliciosamente embriagante con moderación. Sin embargo cuando se cae presa de una ideología torcida, hay pocas cosas de nuestro ser que quedan a salvo. Es por ello que hablar de ideas exige responsabilidad más allá del supuesto sentido común. Pero dejar esto a las buenas voluntades es tan ingenuo como pensar que el mundo es plano.

Profundizar en esta cuestión, siento yo, es algo que está por demás en este texto. De hacerlo me vería tentado (y eventualmente abrumado) a utilizar los miles de ejemplos del abuso del discurso que plagan nuestro país. Pero ya en otra ocasión hablaré de nuestra arcaica maquinaría política.

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