Y todas las noches me sigo preguntando… ¿Por
qué siempre escribir en estas condiciones? ¿Por qué esperar a no tener nada que
decir para intentar plasmarlo todo en ambigüedades?
Las imágenes que retumban desplegando color en
mi mente no son más que tenues y opacos cuadros reflejados en palabrería vacía
en mis textos. El sentimiento de veloz movilidad se transforma en una estática deprimente.
Las tonalidades cambiantes y danzantes se vuelven pinceladas de tonos
primarios. La música que acompaña los torbellinos de viento y cristal no son
más que aburridas brisas de banal fonética.
Pero algo de aquella intensidad emulada en mis
sueños queda en el corazón de estos textos vacíos e intrascendentes. Una leve
chispa permanece vibrando en el núcleo de esta conglomeración de vacíos. Una
idea clara, concisa y presente es la que da forma a estas decenas de palabras sin
aparente significación.
Es terriblemente simple, como el estado general
de la humanidad. No somos cajas negras. El sentir y actuar propio es tan
evidente y predecible como la caída libre de una roca. Pero nos enamoramos de
la ilusión de complejidad. Confundimos la volatilidad de nuestro sentir con la
supuesta impermeabilidad de su interpretación. Y así, al actuar de forma
irracional y estúpida nos consolamos en la fragilidad de la voluntad humana y
la falsa dificultad de esa actividad tan ramplona que llamamos “vivir”.
¿Cómo entonces pretendemos cambiar el mundo si
voluntariamente negamos nuestra propia comprensión? ¿Qué podemos esperar de la
vida si cuando se nos muestra clara y brillante la ignoramos? ¿Cómo definimos
conceptos si nos rehusamos a entender los sentimientos que los producen?
No hay duda de que todo está mal. Ahora bien,
tampoco debería haber duda del porqué. Todo esto se confunde con romanticismo,
con ideales imposibles, con sueños, cuentos y hadas. Con ángeles y demonios.
Con negros y blancos. Con historia, con memoria, con ilusiones y esperanzas. Pero
esto no es más que simple y llana realidad. Proverbios de existencia, aforismos
de permanencia… circuitos de tiempo.
Lo que pasa es que hemos olvidado lo que es
vivir despiertos. La anestesia de la modernidad nos tiene hundidos en un
estupor profundo y siniestro. Estamos tan adormecidos que la realidad, la
humanidad y nuestros mismos sentimientos nos parecen exagerados, fantásticos,
irreales e infantiles. Y así, preferimos hablar de “nada” y dejar pasar el
tiempo para justificar nuestra miseria existencial.
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