Sobre la educación liberal:
El autoengaño más ingenuo que sufrió fue haber escuchado solo a la voz seductora del mundo que la exhortaba, en nombre de la “relevancia”, a ocuparse de asuntos ajenos es incluso a alterar su curso. Cuando, tal como lo hizo Ulises, deberíamos haber tapado nuestros oídos con cera y habernos atado al mástil de nuestra propia identidad, no sólo nos engatusaron las palabras, sino también los alicientes. Abrir una Escuela de negocios, para capacitar a periodistas o abogados corporativos, le parece una concesión bastante inofensiva a la modernidad; se le puede defender con el engañoso argumento de que sin duda implica un aprendizaje; le da una imagen atractiva de “relevancia” a un espacio de aprendizaje liberal y puede dejar pasar la corrupción que implica. Sin embargo, los hechos no confirman precisamente este optimismo. Al no tener lugar establecido en el aprendizaje liberal, es difícil contener esas divergencias atractivas; debilitan el compromiso en lugar de atacarlo. Su virtud es ser evanescentes y contemporáneas; si no están al día, no tienen ningún valor. Y esta modernidad incondicional se contagia al verdadero interés por las lenguas, las literaturas y las historias, que, de esta manera, quedan restringidas al estudio de lo que está vigente en la cultura. La historia se comprime en lo que se conoce como historia contemporánea, las lenguas empiezan a reconocerse como medios de comunicación contemporáneos y, por eso, en la literatura el libro que “verbaliza lo que todos están pensando en este momento” se convierte en el preferido, en desmedro de todo lo demás.
Pero el verdadero ataque contra el aprendizaje liberal viene de otra parte; no de la riesgosa tarea de preparar a sujetos de aprendizaje para alguna profesión, que con frecuencia se elige de manera prematura, sino de la idea de que la “relevancia” exige que cada uno de esos sujetos sea reconocido sólo como intérprete de un papel en lo que llamamos un sistema social y la consecuente rendición del aprendizaje (que es lo que les interesa a los individuos) ante la “socialización”: la doctrina que establece que, debido a que el actual aquí y ahora es mucho más uniforme que lo que solía ser, la educación debe reconocer y promover esta uniformidad. No se trata de un autoengaño reciente; es el tema que se tocó en aquellas maravillosas conferencias de Nietzsche, tituladas Sobre el porvenir de nuestras instituciones educativas, presentadas en Basilea hace un siglo, en las que Nietzsche preveía el colapso que hoy nos amenaza. Y aunque esto pueda parecer más que nada una cuestión de doctrinas, simplemente de cómo se piensa y se habla acerca de la educación y que está muy poco relacionado con lo que en realidad puede ocurrir en un espacio de aprendizaje, se trata del tipo de corrupción más insidioso. No sólo le asesta un golpe al corazón del aprendizaje liberal, sino que presagia la abolición del hombre.
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