Dicen que es
estúpido enamorarse de una desconocida. Yo pienso que es la manera más correcta
de enamorarse; y sin querer sonar
trágico, tal vez la única forma de hacerlo.
Aquellos
días en Ozora viví con el solo cobijo de la libertad. Nada –y lo digo con total
convicción- me faltaba. La música, el viento, la lluvia, la gente, la lejanía,
el tiempo, las nubes, los colores, sus ojos, su baile… el fuego.
Era una
joven hada musical. No había mejor manera de definirla. Y yo, siendo un poco
tonto como soy, me enamore de ella. No fue la primera vez (y espero tampoco la
última) en la que caigo presa de un sublime sentimiento de atracción hacia una
completa desconocida. Es un poderoso conjunto de pensamientos que van más allá
de una simple enajenación física. Porque es importante mencionar que si bien la
superficialidad de la apariencia es importante; nunca ha jugado un papel
definitorio en la creación de mis ilusiones.
Tiene que
ver con el hecho de que envidio a todas esas personas que parecen más libres
que yo (aunque necesariamente no lo sean). Pero esa envidia pronto se
transformó en un curiosidad disfraza de atracción. Su cabello pelirrojo no era
más hermoso que el de otras bellezas europeas aquella noche; pero su mirada, su
baile, su ser se desbordaba con cada alegre brinco que daba mientras la música
sonaba cada vez más fuerte; solo para mostrarla a ella tal y como era.
Lo que
observaba era tan real como lo que imaginaba. A diferencia de otras veces en
dónde mi maquinado mental se conjuntaba con engañosas circunstancias; esta vez construí
un espejismo con algo más que tan solo los pañosos espejos de mis sentidos. Ella
era esa libertad encarnada en una ágil y hermosa dama.
El fuego de
la fogata ardía con intensidad, danzando al ritmo que el viento le dictaba. Yo
me encontraba cerca… pasivo… expectante. Algunos más responsables que yo
alimentaban la flama para no dejarla morir. Levantaban los troncos y los
arrojaban con la sola esperanza de prolongar ese calor por el resto de la
noche. Alrededor la gente bailaba, brincaba y vivía los sonidos y el calor. La
música era intensa, pero nunca en demasía.
Ella bailaba, feliz y animosa. Su aura era suficiente para levantar una profunda
necesidad de bailar junto con ella, junto con la gente, junto con las
estrellas. Sin importar las horas que habían pasado ya, la falta de agua o la
torrencial lluvia; sin poner atención si lo que brillaba era la luna o el sol
del amanecer; si la música era real o solo un sueño; ella se movía por toda la
pista como un espíritu del mismo bosque que ahora vibraba en la misma
frecuencia que nosotros.
Sus ojos
eran un viaje aparte. Muchas veces cerrados, dentro de sí, imaginando el
movimiento explosivo de las galaxias y cometas que desde lejos se movían como
impulsados por los ritmos impredecibles de la psicodelia del lugar. Pero cuando
los dejaba entrever, esa energía misma se proyectaba hacia afuera y dentro de
mí propia alma.
Ella y yo éramos
uno sólo. Todos los presentes éramos y somos uno solo. ¡Que increíble
revelación! ¡Qué gran sentido tiene todo esto! Y las imágenes pasaban entonces
demasiado rápido para saber si eran verdaderas o falsas. Si las había creado yo
o se habían creado ellas mismas… dentro de mí.
Era una
felicidad difícil de describir. Efímera más que otra cosa; pero fuerte y
real. Esa era, tal vez, la gran diferencia de esta ilusión. Que fuera del
contexto de mi pesada realidad; aquí parecía válida, vibrante, coherente y
verdadera. Ya otras veces había tenido sentimientos así; pero nunca los había
sentido como entonces.
Enamorarte
de un espejismo es un bellísimo sentimiento. Es una complacencia propia y
trascendental. Es un mecanismo más de auto-conocimiento y un refrescante
respiro de esperanza. Es un juego peligroso; pero divertido. Si se le hace con
prisa puede ser devastador. Si se le toma como importante también tiende a
lastimar profundamente. La clave es tratar de encontrar lo que ya se ve y olvidar
todo lo que solo imaginamos. Al final es solo combustible; un catalizador para
el motor de la verdadera voluntad del interés romántico. Tiene que ser
suficiente para engañarnos; pero no suficiente para complacernos.
Es por ello
que tiene sentido enamorarse de gente desconocida. Porque no hay otra forma de
conocerlos más que a través de nuestras ilusiones; como reflejo de nuestro ser;
como parte nosotros mismo y lo que con ello podemos comprender.
0 comments:
Post a Comment