Sunday, September 18, 2011

X: Espejismos


Dicen que es estúpido enamorarse de una desconocida. Yo pienso que es la manera más correcta de enamorarse;  y sin querer sonar trágico, tal vez la única forma de hacerlo.

Aquellos días en Ozora viví con el solo cobijo de la libertad. Nada –y lo digo con total convicción- me faltaba. La música, el viento, la lluvia, la gente, la lejanía, el tiempo, las nubes, los colores, sus ojos, su baile… el fuego.

Era una joven hada musical. No había mejor manera de definirla. Y yo, siendo un poco tonto como soy, me enamore de ella. No fue la primera vez (y espero tampoco la última) en la que caigo presa de un sublime sentimiento de atracción hacia una completa desconocida. Es un poderoso conjunto de pensamientos que van más allá de una simple enajenación física. Porque es importante mencionar que si bien la superficialidad de la apariencia es importante; nunca ha jugado un papel definitorio en la creación de mis ilusiones.

Tiene que ver con el hecho de que envidio a todas esas personas que parecen más libres que yo (aunque necesariamente no lo sean). Pero esa envidia pronto se transformó en un curiosidad disfraza de atracción. Su cabello pelirrojo no era más hermoso que el de otras bellezas europeas aquella noche; pero su mirada, su baile, su ser se desbordaba con cada alegre brinco que daba mientras la música sonaba cada vez más fuerte; solo para mostrarla a ella tal y como era.

Lo que observaba era tan real como lo que imaginaba. A diferencia de otras veces en dónde mi maquinado mental se conjuntaba con engañosas circunstancias; esta vez construí un espejismo con algo más que tan solo los pañosos espejos de mis sentidos. Ella era esa libertad encarnada en una ágil y hermosa dama.

El fuego de la fogata ardía con intensidad, danzando al ritmo que el viento le dictaba. Yo me encontraba cerca… pasivo… expectante. Algunos más responsables que yo alimentaban la flama para no dejarla morir. Levantaban los troncos y los arrojaban con la sola esperanza de prolongar ese calor por el resto de la noche. Alrededor la gente bailaba, brincaba y vivía los sonidos y el calor. La música era intensa, pero nunca en demasía.

Ella bailaba, feliz y animosa. Su aura era suficiente para levantar una profunda necesidad de bailar junto con ella, junto con la gente, junto con las estrellas. Sin importar las horas que habían pasado ya, la falta de agua o la torrencial lluvia; sin poner atención si lo que brillaba era la luna o el sol del amanecer; si la música era real o solo un sueño; ella se movía por toda la pista como un espíritu del mismo bosque que ahora vibraba en la misma frecuencia que nosotros.

Sus ojos eran un viaje aparte. Muchas veces cerrados, dentro de sí, imaginando el movimiento explosivo de las galaxias y cometas que desde lejos se movían como impulsados por los ritmos impredecibles de la psicodelia del lugar. Pero cuando los dejaba entrever, esa energía misma se proyectaba hacia afuera y dentro de mí propia alma.

Ella y yo éramos uno sólo. Todos los presentes éramos y somos uno solo. ¡Que increíble revelación! ¡Qué gran sentido tiene todo esto! Y las imágenes pasaban entonces demasiado rápido para saber si eran verdaderas o falsas. Si las había creado yo o se habían creado ellas mismas… dentro de mí.

Era una felicidad difícil de describir. Efímera más que otra cosa; pero fuerte y real. Esa era, tal vez, la gran diferencia de esta ilusión. Que fuera del contexto de mi pesada realidad; aquí parecía válida, vibrante, coherente y verdadera. Ya otras veces había tenido sentimientos así; pero nunca los había sentido como entonces.

Enamorarte de un espejismo es un bellísimo sentimiento. Es una complacencia propia y trascendental. Es un mecanismo más de auto-conocimiento y un refrescante respiro de esperanza. Es un juego peligroso; pero divertido. Si se le hace con prisa puede ser devastador. Si se le toma como importante también tiende a lastimar profundamente. La clave es tratar de encontrar lo que ya se ve y olvidar todo lo que solo imaginamos. Al final es solo combustible; un catalizador para el motor de la verdadera voluntad del interés romántico. Tiene que ser suficiente para engañarnos; pero no suficiente para complacernos.

Es por ello que tiene sentido enamorarse de gente desconocida. Porque no hay otra forma de conocerlos más que a través de nuestras ilusiones; como reflejo de nuestro ser; como parte nosotros mismo y lo que con ello podemos comprender.

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