Hay veces que con tantas cosas sucediendo al mismo tiempo, tantos intereses fragmentados, tantas ocupaciones obligadas y un cansancio difícil de aceptar se me olvida escribir algo “bonito”. No me refiero a algo “positivo”, inspirador, motivacional o básicamente agradable… simplemente a algo en un tono más personal.
Lo “bonito” de un escrito así es que atiende a una realidad mucho más inmediata. A sentimientos que puede sean más confusos, pero también más completos. Lo vasto del universo interno es rival respetable a la infinidad de la configuración sideral y por ello no importa cuándo ni dónde comencemos; al buscar es probable que encontremos algo nuevo.
Lamentablemente me es muy complicado expresar las irrelevancias de mi vida de forma clara y entretenida sin tender a exagerar o velar sus mensajes. Siendo estos tan solo el mero y puro afán de expresar un sentimiento. A mí no me interesa contar historias; finalmente cada quién tiene las suyas. Lo que me interesa es comunicar un estado mental de forma similar a como lo puede hacer un cuadro o una canción.
Para ello hay veces que tengo que recurrir a recursos que normalmente evitaría. Pero la realidad no es normal y su interpretación jamás debe ser normativa. Al final, como sea que la asimilemos, lo hacemos de forma inconsciente y ahogados en un Universo que no podemos comprender. No del todo al menos. Pero cuando nos detenemos un momento para ver como el resto del todo sigue fluyendo sin consideración alguna de nuestra inactividad; entonces nos sentimos en casa. Dentro de ella.
Somos espectadores porque a veces se nos olvida que también podemos observarnos. Entonces nos transformamos en esta especie de ser todopoderoso, unido y conectado a sí mismo a través de sí mismo y su realidad. Es como ahogarnos en la coherencia del estado de las cosas. En la verdad de todo aquello existe sin necesidad de ser interpretado o pensado.
Muchas cosas han pasado en estos últimos años y aunque sigo cansado de vivir en el estado de esta misma existencia tal y como se quiere presentar; entiendo día con día un poco más este pesar. Creo, incluso, tener alternativas; aunque puede que solo funcionen para mí. Entonces me doy cuenta que no importa que tan lento camine, tarde o temprano me tropiezo con la misma individualidad que hace todo verse tan complicado e imposible. Una contradicción que existe en mi mente y que siento se permea en toda la realidad. Pero aun así me rehúso a aceptar la existencia de una supuesta naturaleza humana; y aunque por todos lados se parece asumir como obvia, rígida y estática yo me refugio en la explicación histórica del comportamiento y la terrible pero lógica niebla de la circunstancialidad.
Nadie nace siendo héroe o villano; pero aprendemos a blindar nuestras débiles creencias y es entonces cuando, dependiendo de ellas, todos creemos ser mártires de nuestro mismo delirio personal. Y eso mismo que aprecio y encuentro en la misma soledad de las letras puede que sea un reflejo más de ese aislamiento que potencializa nuestro desconocer como un ente natural y colectivo. Otra contradicción.
El agua siempre me pareció azul antes de entender sobre su naturaleza, la de la luz y la de los colores. El Universo antes me parecía finito porque el pensarlo inmenso y eterno creaba un vació en mi mente tan abrumador como emocionante. Al mundo lo veía con indiferencia pues tenía (y tengo aún) suficientes ilusiones, ficciones y fantasías en las cuáles podía refugiarme.
Poco a poco sentí que todo esto era más grande. Que yo era más grande. No en el sentido de grandeza que los hombres o lo ciencia consideran de forma superflua o cuantitativa respectivamente. Era más grande porque era parte de la misma infinidad de la realidad. No lo comprendí (y dudo aún hacerlo); pero sentí como las líneas que dividen todo lo que existe son tan ilusorias como el mismo lenguaje.
Y es probable que esa proyección sea fruto y razón única del lenguaje. Es posible que ese código adaptable y algorítmico de nuestro DNA no contenga nada más que nuestra predisposición lingüística, su estructura y formulación. Cualidades que al final modelan nuestro entender de la realidad que nos rodea.
La memoria, por otro lado, es una simple acumulación de información; engañosa como los mismos sueños; pero definible igual por el mismo marco de la lengua. Es si acaso nuestro único mecanismo válido para creer en nuestra propia existencia.
Entonces, si el Universo existe también; ¿qué memoria tiene y como se interpreta a sí mismo? Aquí quedan de lado las contradicciones. Los hombros de gigantes son también los sueños de las estrellas y el material de todo lo que existe y existirá. Si nos acercamos lo suficiente es posible encontrar los defectos de todo lo que nos rodea; pero al alejarnos cada vez más y más; la totalidad, la colectividad, el gran orden del mismo desorden hace que todo parezca perfecto, unitario, colectivo e instrumental.
Creo, sin entenderlo, que esa es la verdad de todo lo que existe. La existencia surgió de una perfección sin finalidad. La fragmentación expandió lo perfecto a través del caos. La intención nos mueve a unirnos; más no ha homogenizarnos. Pero todo lo estoy viendo desde muy cerca; y por lo menos ahora, parece bastante contradictorio e imperfecto. Tal vez no sea así.
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