Monday, December 26, 2011
Pequeños apuntes sobre libertad
Thursday, December 15, 2011
Falsas esperanzas
Tuesday, December 6, 2011
De ideas y sentimientos
Wednesday, November 30, 2011
Recordando colores
Wednesday, November 16, 2011
#Unhate
Sunday, November 13, 2011
No tengas miedo
Tuesday, November 8, 2011
La selva, la noche y la luna.
Thursday, November 3, 2011
De pesca en el barco fantasma
Tuesday, November 1, 2011
Tal vez simplemente se acabaron las almas
Monday, October 31, 2011
Las nubes
Tuesday, October 11, 2011
Cuando un sueño te despierta…
Thursday, October 6, 2011
Tenía que escribir algo sobre Steve Jobs…
Steve Jobs está muerto… es una lástima. Una tragedia como cualquier muerte prematura a manos de una terrible enfermedad. ¿Era un genio? Posiblemente. ¿Revolucionó su mercado? “Joder”… creó mercados. ¿Cambio nuestras vidas? Al menos la del “pequeño burgués” como yo y la mayoría de mi realidad inmediata, sí. Sin embargo nada de lo anterior es (o debería ser) un pase gratis hacia la exaltación casi divina que el ex-CEO de Apple parece gozar esta noche.
Wednesday, September 28, 2011
Ficción y mi realidad
Tuesday, September 20, 2011
Al terror
Sunday, September 18, 2011
X: Espejismos
Tuesday, September 13, 2011
Fragmentos del ensayo: “Un espacio para el aprendizaje” de Michael Oakeshott
Sobre la educación liberal:
El autoengaño más ingenuo que sufrió fue haber escuchado solo a la voz seductora del mundo que la exhortaba, en nombre de la “relevancia”, a ocuparse de asuntos ajenos es incluso a alterar su curso. Cuando, tal como lo hizo Ulises, deberíamos haber tapado nuestros oídos con cera y habernos atado al mástil de nuestra propia identidad, no sólo nos engatusaron las palabras, sino también los alicientes. Abrir una Escuela de negocios, para capacitar a periodistas o abogados corporativos, le parece una concesión bastante inofensiva a la modernidad; se le puede defender con el engañoso argumento de que sin duda implica un aprendizaje; le da una imagen atractiva de “relevancia” a un espacio de aprendizaje liberal y puede dejar pasar la corrupción que implica. Sin embargo, los hechos no confirman precisamente este optimismo. Al no tener lugar establecido en el aprendizaje liberal, es difícil contener esas divergencias atractivas; debilitan el compromiso en lugar de atacarlo. Su virtud es ser evanescentes y contemporáneas; si no están al día, no tienen ningún valor. Y esta modernidad incondicional se contagia al verdadero interés por las lenguas, las literaturas y las historias, que, de esta manera, quedan restringidas al estudio de lo que está vigente en la cultura. La historia se comprime en lo que se conoce como historia contemporánea, las lenguas empiezan a reconocerse como medios de comunicación contemporáneos y, por eso, en la literatura el libro que “verbaliza lo que todos están pensando en este momento” se convierte en el preferido, en desmedro de todo lo demás.
Pero el verdadero ataque contra el aprendizaje liberal viene de otra parte; no de la riesgosa tarea de preparar a sujetos de aprendizaje para alguna profesión, que con frecuencia se elige de manera prematura, sino de la idea de que la “relevancia” exige que cada uno de esos sujetos sea reconocido sólo como intérprete de un papel en lo que llamamos un sistema social y la consecuente rendición del aprendizaje (que es lo que les interesa a los individuos) ante la “socialización”: la doctrina que establece que, debido a que el actual aquí y ahora es mucho más uniforme que lo que solía ser, la educación debe reconocer y promover esta uniformidad. No se trata de un autoengaño reciente; es el tema que se tocó en aquellas maravillosas conferencias de Nietzsche, tituladas Sobre el porvenir de nuestras instituciones educativas, presentadas en Basilea hace un siglo, en las que Nietzsche preveía el colapso que hoy nos amenaza. Y aunque esto pueda parecer más que nada una cuestión de doctrinas, simplemente de cómo se piensa y se habla acerca de la educación y que está muy poco relacionado con lo que en realidad puede ocurrir en un espacio de aprendizaje, se trata del tipo de corrupción más insidioso. No sólo le asesta un golpe al corazón del aprendizaje liberal, sino que presagia la abolición del hombre.
Monday, September 12, 2011
El agua siempre me pareció azul
Hay veces que con tantas cosas sucediendo al mismo tiempo, tantos intereses fragmentados, tantas ocupaciones obligadas y un cansancio difícil de aceptar se me olvida escribir algo “bonito”. No me refiero a algo “positivo”, inspirador, motivacional o básicamente agradable… simplemente a algo en un tono más personal.
Lo “bonito” de un escrito así es que atiende a una realidad mucho más inmediata. A sentimientos que puede sean más confusos, pero también más completos. Lo vasto del universo interno es rival respetable a la infinidad de la configuración sideral y por ello no importa cuándo ni dónde comencemos; al buscar es probable que encontremos algo nuevo.
Lamentablemente me es muy complicado expresar las irrelevancias de mi vida de forma clara y entretenida sin tender a exagerar o velar sus mensajes. Siendo estos tan solo el mero y puro afán de expresar un sentimiento. A mí no me interesa contar historias; finalmente cada quién tiene las suyas. Lo que me interesa es comunicar un estado mental de forma similar a como lo puede hacer un cuadro o una canción.
Para ello hay veces que tengo que recurrir a recursos que normalmente evitaría. Pero la realidad no es normal y su interpretación jamás debe ser normativa. Al final, como sea que la asimilemos, lo hacemos de forma inconsciente y ahogados en un Universo que no podemos comprender. No del todo al menos. Pero cuando nos detenemos un momento para ver como el resto del todo sigue fluyendo sin consideración alguna de nuestra inactividad; entonces nos sentimos en casa. Dentro de ella.
Somos espectadores porque a veces se nos olvida que también podemos observarnos. Entonces nos transformamos en esta especie de ser todopoderoso, unido y conectado a sí mismo a través de sí mismo y su realidad. Es como ahogarnos en la coherencia del estado de las cosas. En la verdad de todo aquello existe sin necesidad de ser interpretado o pensado.
Muchas cosas han pasado en estos últimos años y aunque sigo cansado de vivir en el estado de esta misma existencia tal y como se quiere presentar; entiendo día con día un poco más este pesar. Creo, incluso, tener alternativas; aunque puede que solo funcionen para mí. Entonces me doy cuenta que no importa que tan lento camine, tarde o temprano me tropiezo con la misma individualidad que hace todo verse tan complicado e imposible. Una contradicción que existe en mi mente y que siento se permea en toda la realidad. Pero aun así me rehúso a aceptar la existencia de una supuesta naturaleza humana; y aunque por todos lados se parece asumir como obvia, rígida y estática yo me refugio en la explicación histórica del comportamiento y la terrible pero lógica niebla de la circunstancialidad.
Nadie nace siendo héroe o villano; pero aprendemos a blindar nuestras débiles creencias y es entonces cuando, dependiendo de ellas, todos creemos ser mártires de nuestro mismo delirio personal. Y eso mismo que aprecio y encuentro en la misma soledad de las letras puede que sea un reflejo más de ese aislamiento que potencializa nuestro desconocer como un ente natural y colectivo. Otra contradicción.
El agua siempre me pareció azul antes de entender sobre su naturaleza, la de la luz y la de los colores. El Universo antes me parecía finito porque el pensarlo inmenso y eterno creaba un vació en mi mente tan abrumador como emocionante. Al mundo lo veía con indiferencia pues tenía (y tengo aún) suficientes ilusiones, ficciones y fantasías en las cuáles podía refugiarme.
Poco a poco sentí que todo esto era más grande. Que yo era más grande. No en el sentido de grandeza que los hombres o lo ciencia consideran de forma superflua o cuantitativa respectivamente. Era más grande porque era parte de la misma infinidad de la realidad. No lo comprendí (y dudo aún hacerlo); pero sentí como las líneas que dividen todo lo que existe son tan ilusorias como el mismo lenguaje.
Y es probable que esa proyección sea fruto y razón única del lenguaje. Es posible que ese código adaptable y algorítmico de nuestro DNA no contenga nada más que nuestra predisposición lingüística, su estructura y formulación. Cualidades que al final modelan nuestro entender de la realidad que nos rodea.
La memoria, por otro lado, es una simple acumulación de información; engañosa como los mismos sueños; pero definible igual por el mismo marco de la lengua. Es si acaso nuestro único mecanismo válido para creer en nuestra propia existencia.
Entonces, si el Universo existe también; ¿qué memoria tiene y como se interpreta a sí mismo? Aquí quedan de lado las contradicciones. Los hombros de gigantes son también los sueños de las estrellas y el material de todo lo que existe y existirá. Si nos acercamos lo suficiente es posible encontrar los defectos de todo lo que nos rodea; pero al alejarnos cada vez más y más; la totalidad, la colectividad, el gran orden del mismo desorden hace que todo parezca perfecto, unitario, colectivo e instrumental.
Creo, sin entenderlo, que esa es la verdad de todo lo que existe. La existencia surgió de una perfección sin finalidad. La fragmentación expandió lo perfecto a través del caos. La intención nos mueve a unirnos; más no ha homogenizarnos. Pero todo lo estoy viendo desde muy cerca; y por lo menos ahora, parece bastante contradictorio e imperfecto. Tal vez no sea así.
Wednesday, September 7, 2011
Ser y/o estar
Ser parte del “sistema” y estar a favor del mismo son cosas diferentes. De entrada utilizo las comillas porque la misma palabra se presta a erróneas interpretaciones. ¿Qué es este sistema del que se habla? En términos muy simples es el estado de las cosas tal y como son en mi inmediata realidad; refiriéndome principalmente al funcionamiento económico de nuestra sociedad. Que si es un sistema “capitalista”, “neoliberal” o “conservador” es una discusión mayormente infructuosa. Al final, independientemente del nombre que se le quiera dar, sus mecanismos no cambian y estos son los que considero reprobables.
El caso es que las ideologías pueden decir misa; pero cualquiera que sea su sermón este ya no es más que una tenue y anacrónica memoria en las páginas de nuestra modernidad. Hasta en esto hay que ser centrados. En el mejor de los casos las doctrinas que originaron nuestro actual arreglo social nos sirven de contexto histórico ante el caos del día a día; en el peor, siguen siendo utilizadas como dogmatismos que pretenden justificar los excesos y depraves moralmente aceptados por la doctrina económica; tanto en su manejo como en su confrontación.
Pero lo que quiero discutir aquí es esa casi inmediata desacreditación que sufrimos los críticos del sistema en cuanto expresamos algún leve signo de inconformidad. Dicho ataque se presenta normalmente haciendo alusión a nuestro propio estilo de vida, nuestro trabajo o la obvia aseveración de que somos también parte del sistema. Con ese débil embate se pretende hacer a un lado cualquier punto o argumentación que tengamos con respecto al modelo de vida actual.
Primero que nada y antes de que algunos “artistas” o pseudo-intelectuales se emocionen; lo que estoy a punto de criticar no es aplicable a ustedes si su único despliegue de inconformismo es mostrar una total ignorancia y apatía por el funcionamiento de todo eso que dicen detestar. La “contra-cultura” es igualmente vacía cuando se basa en la negación casi nihilista de todo lo que acontece, haciendo tan solo una conveniente y arbitraria selección de todo lo que en su opinión merece el título de “legítimo”.
Es casi conocimiento general que las cosas se encuentran bastante mal, no solo en México sino en todo el mundo. Lo que sigue siendo esencialmente un misterio para la mayoría es el porqué. Es entonces normal que la única solución factible en la cabeza del gureso de la gente sea “echarle ganas” y “seguir trabajando”.
Cuando algunas voces se levantan ante tales alternativas, de inmediato se les insta a dejar de “pensar demasiado” y continuar con sus respectivas labores. Si eventualmente esa voz de inconformidad continua intentando cuestionar el porqué del devenir actual; entonces para muchos se vuelve molesta (o provocativa) y para callarla se le desacredita antes de desmantelarla con argumentación.
Cuando se cuestiona el trabajo se nos tacha de vividores. Cuando se cuestiona el consumo se nos hace ver que estamos lejos del ascetismo. Cuando se critican los poderes fácticos nos mencionan que son controlados por individuos que en vez de quejarse se pusieron a trabajar. Cuando se reprueba la injusticia se nos dice, así sin más, que la vida es injusta. Y por supuesto, cuando se pone algún mecanismo de nuestra sociedad de consumo en evidencia se nos dice que no estamos haciendo absolutamente nada al respecto para remediarlo más que vivir de lo mismo que criticamos.
Lo primero que los defensores del sistema fallan en ver es que la crítica misma ya es una actividad que conlleva tiempo, interés y esfuerzo. A diferencia de lo que se pueda pensar, los economistas, filósofos, sociólogos y científicos que arguyen en contra del “status quo” no sacaron sus argumentos de una repentina epifanía o alguna divina causa de iluminación. Para hacer una crítica (una válida al menos) se requiere tener curiosidad sobre un tema particular y el planteamiento de cuestionamientos sobre dichos tópicos. Eventualmente las preguntas llevan a una búsqueda de respuestas que, independientemente de su éxito o fracaso, trae consigo aprendizaje, ideas y bases para la discusión.
En un mundo dónde la absoluta congruencia fuera el fin máximo, el retirarse a las montañas y vivir de un huerto de tomates sería la única acción con la que podríamos defender una crítica del actual declive social. Sin embargo; como en toda peligrosa radicalidad, los extremos no suelen traer muchos beneficios y el perdernos en un bosque como ermitaños es algo que de poco ayudaría a la sociedad. La idea es tomar los mecanismos positivos y las posibilidades tecnológicas de nuestro haber actual para encaminarlas al mejoramiento de todo eso que se critica.
Como ingeniero de manufactura, al expresarme aunque sea levemente en contra del capitalismo puro, el primer lugar por dónde se me ataca es por mi ultra-capitalista profesión… y mi automóvil verde. La verdad es que ya sea siendo el dueño de Monsanto o un bohemio escritor de haikus, perteneces al mismo sistema. Más esto no significa que simpatices con él. Así como el CEO de un corporativo multinacional puede en cualquier momento darse cuentas de las deficiencias del país en cuestión de justicia social y trabajar para hacer algo al respecto; ese mismo poeta puede traicionar su consciencia artística y suscribirse a la voluntad del mercado (el arte también lo es) en beneficio de la mediocridad. De tal manera que el atacar ciertas profesiones o labores es tan vacío como cualquier otra generalización. Es posible que algunos puestos se encuentren más cerca de otros, en concepto y finalidad, del eje que mueve la maquinaria capitalista; pero para bien o para mal todos los engranes de ésta se requieren para verla funcionar.
Pasando al apartado de las posesiones materiales es fácil ignorar cualquier aportación al debate de la inconformidad cuando quién lo hace lo sube a su portal de Facebook tras escribirlo en se mega-computadora de cientos de dólares. En este caso tenemos dos cuestiones importantes: la primera es la circunstancia de la “suerte”. Me atrevo a decir que la mayoría de nosotros, “pequeños burgueses” nos encontramos en este mundo clase-mediero por azares del destino y la previa fortuna y/o trabajo de nuestros padres. Lo mismo les sucede a todos ellos que rozan las altas esferas de la sociedad y los que de plano viven en las nubes de la riqueza virtualmente ilimitada.
Sin embargo, no veo porque un reclamo argumentativo del sistema pierda o gane validez por las circunstancias económicas en las que nos encontramos. Así como un obrero puede detectar las injusticias de la explotación laboral; de la misma manera lo puede hacer su patrón. Pero para los defensores de la “inercia”, el segundo debería entonces donar todas sus riquezas y trabajar de sol a sol con sus propias manos para legitimar su preocupación sobre las regulaciones del trabajo. En una manera similar al ejemplo del ermitaño, esto tendría poco sentido en el momento en que tal acción se encuentra muy lejos de resolver las problemáticas subyacentes a dicha inconformidad. ¿O acaso entonces debemos ignorar el hecho de que la mayoría de la población vive en condiciones deplorables simplemente porque nos tocó la suerte de no ser alguna de ellas? El que el sistema nos tenga en una posición cómoda no significa para nada que sea justo, loable o defendible; pues lo anterior es meramente circunstancial en la gran mayoría de los casos.
La inconformidad no presupone una renuncia total del sistema en que se vive; pues es de los puntos positivos de éste de dónde se debe sacar la fuerza y el momentum necesario para proponer alternativas de cambio. Si dicho proyecto involucra la utilización de recursos, ideas y rituales de la misma sociedad que criticamos; lejos de desacreditar el esfuerzo, lo anterior atiende a la sensatez de utilizar lo que se encuentra a nuestra disposición para efectuar el cambio deseado. Al final es diferente el consumir que el ser consumista.
El renunciar a la totalidad del sistema es un impulso emocional, vertiginoso y principalmente visceral; cualidades con las que muchas veces se identifica el activismo. Sin embargo muchos de los que toman ese camino son los que eventualmente se ven inmersos en la inflexibilidad de la radicalidad dogmática; cayendo en incongruencias verdaderamente relevantes fruto de su caduca dialéctica. La inconformidad, el activismo y el debate sobre nuestro sistema económico y social deben ser tomados como actividades racionales, metódicas y reflexivas que nos permitan utilizar la fuerza inercial de esta mole capitalista para canalizar impulsos de cambio asentados en argumentos y no en meras desacreditaciones.
Lo anterior no exime de contradicciones tampoco; pues el trecho entre el pensar, el decir y el hacer puede ser abismal en algunos casos y también injustificable. Pero muchas veces, esas pequeñas incongruencias son mayormente irrelevantes y el atacarlas previene de entablar discusiones fructíferas sobre los hechos en cuestión.
Al final ser parte del sistema es muy diferente a estar a favor de él.