Lamento por los sueños de la oscuridad

Los jardines se encontraban hundidos en la ruina. Las demacradas estatuas de ángeles no habían sentido la luz del sol en años y todos los vitrales de la villa se encontraban a punto de sucumbir ante los fríos vientos de la eterna noche. Sin embargo, el agua aún corría y jugaba despreocupada en una fuente cubierta de espinas y rosas con aroma a sangre.

El aire había dejado de correr y ahora solo caminaba en círculos acariciando las torres del castillo. Y en silencio, los bosques se rehusaban a callar y dejar la ilusión de movimiento en el olvido. La luna tampoco sabía la verdad; pero en secreto lloraba al esconderse tras las grises nubes de un cielo abandonado.

Las montañas luchaban por no desmoronarse en las arenas del tiempo; pero éstas ya no albergaban nada más que el espectro de la vida. Y dentro de los pasillos, los tapetes color escarlata aún conservaban su temeraria calidez. El ventanal, en su frágil fortaleza, observaba al mar luchando por no morir ahogado en la tenebrosa playa de rocas.

El sonido de los violines y la danza de cientos de fantasmas perdidos mantenían la algarabía de los grandes salones del castillo. Pero en el fondo, la sangre seguía corriendo en un río de lamentos y maldición.

Como un corazón en armonía; el reloj nunca dejaba de marcar el paso de los segundos. Pero las otras manecillas jamás volvieron a dar vuelta. El fino trabajo de los engranes dorados había sucumbido ante la magia de la inevitabilidad.

Y en el suelo, la sinfonía de la muerte, esparcida y dividida por el terrible destino de lo inconcluso.

Un instante… un momento… una eternidad. La invisible línea que marca el final de la vida y el comienzo de la muerte había dejado de existir. Y ahora… condenada a contar los granos de arena del Universo; sus lágrimas era lo único que añoraba recordar.