Monday, December 2, 2013

Dibuje aquí un círculo azul. Agregue estelas.

Me gusta escribir alejado del texto. Redactar contextos lejanos. Como si pintara sobre un cuadro a cientos de kilómetros de mí. Pero hay maleficios y tormentos que se vierten sin querer en cada sílaba. Un fonema es suficiente para agrietar el Universo. Es claro que el frenetismo no cansa; pero si agota.

¿Qué dirán los fantasmas de nuestra irreverencia? Las hadas y los demonios pertenecen a una misma familia e incluso gustan de vestir los mismos colores. Arriba en las nubes también reina la desesperación. Si el cielo fuera traicionero como el mar, este nos llenaría de pavor. Ni el brillo de un sol inconsecuente sería consuelo suficiente para la inercia de ese miedo demencial.

¿Por qué los hombres no colapsan con mayor frecuencia? ¿Son acaso demasiado fuertes para rendirse? ¿O demasiado cobardes para hacerlo? Nos engaña nuestros mismos espejismos. Nos reconfortan las mentiras; nos alivian los elixires anestésicos. Soy tan débil como mi vecino, pero me alimento de las sombras en mis textos.

Cuando el sol parpadea lo hace por piedad de los animales. Las plantas; sin embargo, disfrutan del tormento pues para ellas el llanto es un delirio y la melancolía, regocijo.

En tu mirada se refleja una galaxia más joven y más intrépida. Desde tu centro, la imagen es grandiosa, épica y coherente. El destino se cierne sobre la aureola que dibuja tu juventud. Desde fuera; sin embargo, tu patetismo es irrisorio y tú esperanza insignificante. El Universo redactará tu historia en alguna nota perdida de otra canción mientras tu lloras la añoranza de un amor que parte para siempre.

¿Qué hay de aquellas despedidas injustas? Aquellos episodios mal acabos y esos torpes y asquerosos diálogos que se atoran en una trascendencia mal asumida. No hay duda de que el cosmos también es culpable de perder el ritmo y entorpecer la existencia. Pero los cometas no se preguntan jamás si volverán a ver a tal o cual bello planeta después de recordar los escasos minutos que compartió con él. ¿Por qué entonces nosotros nos aferramos a lo prístino del falso afecto si nuestro poder gravitatorio es mayormente despreciable?

El espacio es como un profundo mar y los planetas sus burbujas. Dentro, infinidad de vacíos en los que tampoco se puede respirar.

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