Sunday, December 22, 2013

Domingos y otras normalidades

Es normal que termine escribiendo sobre ideas y sentires que no pretendía expresar en un principio. Cuando la motivación de verter palabras llega, lo hace con la ambigüedad y el misticismo del viento. Sin embargo, repetidas ocasiones esas ideas llegan incompletas, quebradizas y empolvadas, transformando mi labor de mensajero en algo más del estilo de un arqueólogo rescatando vestigios emocionales y conceptos cuya trascendencia tendrá que cernirse en la sensibilidad e inteligencia de quiénes decidan atreverse a interpretar los fragmentos que aquí he decidido redactar. Tal labor no siempre me es atractiva, de forma que la construcción del texto muchas veces se olvida en pro de una elucidación más lúdica proveniente de emociones más mundanas; pero igualmente turbias.

Es normal, también, que la melancolía de mis múltiples vacíos potencialice las reflexiones de un domingo por la tarde. Especialmente en este mes que por más que intente disfrazarse de luces y calidez no podrá jamás deshacerse de su identidad del domingo perpetuo del año; recordándonos con su invierno la inevitabilidad de la muerte.

En normal, también, que esa melancolía crónica de medio atardecer se traduzca en remembranzas que aunque pudieran clasificarse como románticas; preferiría llamarles circunstancialmente humanas. Algún día tal vez tenga la oportunidad de expresar de forma ignorante e irresponsable mi opinión sobre las relaciones interpersonales en algún ensayo que solo este moderadamente plagado de metáforas exageradas. Hoy, sin embargo, solo quiero hablar de ella en plural; así como su imagen siempre me lo ha reclamado.

Hay bastantes cosas que me recuerdan esa pluralidad y eso es muy normal también. El viento frío y el café barato me remontan a una ciudad desconocida en dónde intercambiamos burlas y desdichas. La caminata por aquel parque a mediodía me recordó aquel picnic en dónde mi idea de domingo se desmoronaba ante tu posible ausencia. Así mismo, el ver todos esos perros jugueteando en el pasto me recordó tu amor y odio por mascotas que nunca fueron tuyas y otros animales más o menos igual de insensatos que yo. El trayecto al café me recordó  imágenes de realidades que solo fueron (y serán) imaginadas. La joven frente a mí me recuerda a esa otra muchacha cuya mirada me devastó en un instante. Casualmente es la misma que en otra ocasión me reconstruyo en ese mismo período de tiempo. El sabor del cigarro en el aire me recuerda aquellos besos que, como este vicio transitorio, ocurrieron para las imágenes y no por los sentimientos.

Es normal, también, que tu vicio por los retratos de vida me atraiga y me aleje en una proporcionalidad cuya ironía no puede ser explicada por la misma cultura que la produjo. Es normal que te destete un poco al conocer tus molestas inconsistencias y tu irresponsabilidad emocional. Normal, también, es el querer disculparme por ser un monolito de inexpresión o una cascada de innecesaria sinceridad. Es normal olvidar el olor de tu cabello, el color de tus ojos y las estrellas que se reflejan en tu alma. Es normal sonar ridículo cuando no se es poeta. Es normal vestir de azul en domingo y utilizar tu memoria para divertir a los que me leen.

Así como las ambigüedades de un texto atienden a un llamado en palabras que no leerás, así estas pluralidades genéricas son si acaso un fragmento de intención literaria para materializar las nubes moradas que han estado empañando mis lentes desde que me desperté en este domingo cualquiera.


Y al final, manejando de regreso tras esas vueltas innecesarias, escuchando la misma música que toca siempre cuando regreso solo de lugares a los que tenía que ir acompañado; ahí fue que al ver que el atardecer combina morados y amarillos sin esfuerzo que recordé entonces la traición de todos mis momentos y le maliciosa alegría que una satisfacción mal entendida puede producir. La contradicción bajo la que redactó todo lo que pienso sigue latente y alimentándose como una flama de quince colores. Inerte, esta se comporta como un ser vivo y en su ilusión de ser vida consume, ahoga y quema con irresponsabilidad fortuita. Si algo he de esperar de tal fenómeno no es más que las chispas de ese fuego enciendan luces más nobles que la mía. Pero si algo he aprendido es que la esperanza es tan insignificante como un color bonito.

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