Es normal que termine escribiendo sobre ideas y
sentires que no pretendía expresar en un principio. Cuando la motivación de
verter palabras llega, lo hace con la ambigüedad y el misticismo del viento.
Sin embargo, repetidas ocasiones esas ideas llegan incompletas, quebradizas y empolvadas,
transformando mi labor de mensajero en algo más del estilo de un arqueólogo
rescatando vestigios emocionales y conceptos cuya trascendencia tendrá que
cernirse en la sensibilidad e inteligencia de quiénes decidan atreverse a
interpretar los fragmentos que aquí he decidido redactar. Tal labor no siempre
me es atractiva, de forma que la construcción del texto muchas veces se olvida
en pro de una elucidación más lúdica proveniente de emociones más mundanas;
pero igualmente turbias.
Es normal, también, que la melancolía de mis
múltiples vacíos potencialice las reflexiones de un domingo por la tarde. Especialmente
en este mes que por más que intente disfrazarse de luces y calidez no podrá
jamás deshacerse de su identidad del domingo perpetuo del año; recordándonos con
su invierno la inevitabilidad de la muerte.
En normal, también, que esa melancolía crónica
de medio atardecer se traduzca en remembranzas que aunque pudieran clasificarse
como románticas; preferiría llamarles circunstancialmente humanas. Algún día
tal vez tenga la oportunidad de expresar de forma ignorante e irresponsable mi
opinión sobre las relaciones interpersonales en algún ensayo que solo este
moderadamente plagado de metáforas exageradas. Hoy, sin embargo, solo quiero
hablar de ella en plural; así como su imagen siempre me lo ha reclamado.
Hay bastantes cosas que me recuerdan esa
pluralidad y eso es muy normal también. El viento frío y el café barato me
remontan a una ciudad desconocida en dónde intercambiamos burlas y desdichas.
La caminata por aquel parque a mediodía me recordó aquel picnic en dónde mi
idea de domingo se desmoronaba ante tu posible ausencia. Así mismo, el ver
todos esos perros jugueteando en el pasto me recordó tu amor y odio por
mascotas que nunca fueron tuyas y otros animales más o menos igual de
insensatos que yo. El trayecto al café me recordó imágenes de realidades que solo fueron (y
serán) imaginadas. La joven frente a mí me recuerda a esa otra muchacha cuya
mirada me devastó en un instante. Casualmente es la misma que en otra ocasión me
reconstruyo en ese mismo período de tiempo. El sabor del cigarro en el aire me recuerda
aquellos besos que, como este vicio transitorio, ocurrieron para las imágenes y
no por los sentimientos.
Es normal, también, que tu vicio por los
retratos de vida me atraiga y me aleje en una proporcionalidad cuya ironía no
puede ser explicada por la misma cultura que la produjo. Es normal que te destete
un poco al conocer tus molestas inconsistencias y tu irresponsabilidad emocional.
Normal, también, es el querer disculparme por ser un monolito de inexpresión o
una cascada de innecesaria sinceridad. Es normal olvidar el olor de tu cabello,
el color de tus ojos y las estrellas que se reflejan en tu alma. Es normal
sonar ridículo cuando no se es poeta. Es normal vestir de azul en domingo y
utilizar tu memoria para divertir a los que me leen.
Así como las ambigüedades de un texto atienden
a un llamado en palabras que no leerás, así estas pluralidades genéricas son si
acaso un fragmento de intención literaria para materializar las nubes moradas
que han estado empañando mis lentes desde que me desperté en este domingo
cualquiera.
Y al final, manejando de regreso tras esas
vueltas innecesarias, escuchando la misma música que toca siempre cuando
regreso solo de lugares a los que tenía que ir acompañado; ahí fue que al ver
que el atardecer combina morados y amarillos sin esfuerzo que recordé entonces
la traición de todos mis momentos y le maliciosa alegría que una satisfacción
mal entendida puede producir. La contradicción bajo la que redactó todo lo que
pienso sigue latente y alimentándose como una flama de quince colores. Inerte,
esta se comporta como un ser vivo y en su ilusión de ser vida consume, ahoga y
quema con irresponsabilidad fortuita. Si algo he de esperar de tal fenómeno no
es más que las chispas de ese fuego enciendan luces más nobles que la mía. Pero
si algo he aprendido es que la esperanza es tan insignificante como un color
bonito.
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