Siempre había imaginado esta escena de manera
diferente, de forma más extraña tal vez. En ese momento, ambos sentados
tranquilamente en la terraza de ese viejo café, no pude evitar recordar algunas
imágenes de esas que quedan almacenadas como viejos libros en los estantes de
la memoria. Imágenes tan falsas como mis expectativas sobre la conversación que
estábamos teniendo tu y yo.
En ocasiones había soñado este mismo cuadro,
esta imagen de un dinamismo lento, casi torpe. Mi subconsciente tiende a pintar
este tipo de instantes en colores morados o verdes; siempre tendiendo hacia la oscuridad
o la aparente profundidad de la noche. En esos bellos momentos de estupor
onírico lo único que queda en la memoria son sentimientos un poco exagerados
aderezados de imágenes cuya relevancia solo se puede asumir como real por el
simple hecho de que su presencia permaneció aún después de despertar.
En mi sueño, el café se encontraba desierto. El
edificio entero tenía un aire, casi estético, de abandono. A lo lejos, sobre un
plano fijado sobre el océano, se observaban las luces de muchos barcos y
edificios antiguos. Acá, de este lado del puerto, no había más que un
emocionante y expectante silencio. Subiendo al segundo piso, de dónde se
observaba mejor ese bello cuadro pseudo-europeo, estaba ella, con su pelo
corto, su mirada extraña y una bufanda morada que imagino jamás existió en el
mundo de lo real. Esos mosaicos del subconsciente, sin embargo, no dejan de ser
fotografías engañosas y confusas. Un poco menos estáticas que las imágenes de nuestra
diaria superficialidad; pero igual de vacías de contenido.
Me gustaría pensar que en aquel sueño hablamos
de muchas cosas, de cosas bellas, profundas y trascendentes. Me gusta imaginar,
cuando conversamos, que estamos haciendo eco de la misma eternidad. Sentir,
como solo siente el viento, que el solo observarte hablar es entender el arte
de una creación violenta y hermosa a la vez. Me gusta(ría) el poder decirte con
una confianza total y sin ninguna otra pretensión más que la expresión sincera,
que tu representas la belleza del confluir aleatorio de este inmenso Universo.
Jamás sabré de qué hablamos aquella noche en
ese fantasmagórico puerto. En ese momento no éramos más que desconocidos. Éramos
la potencialidad infinita de lo que todavía no sucede, de lo que puede devenir
en cualquier cosa. Éramos ilusiones… eso es lo que éramos; un sueño, un
fragmento perdido en los ríos y lagos de ese misterioso y etéreo plano que se
compone de sueños, memorias y anhelos. Aquel reino (color esmeralda) de
espejismos humanos.
¿Cómo puede entonces este momento competir con
aquello que es infinito? ¿Qué podría yo esperar de la realidad, de un encuentro
verdadero, de una conversación no preparada, de un juego de dos? Da un poco de
miedo el estar tan enfrascado en esperanzas estúpidas que al final terminan
siendo combustible de una apatía auto-destructiva.
Entenderás entonces que estaba nervioso.
Comprenderás que sin querer, comencé a sudar frío, a sonrojarme de la forma más
ridícula, a desesperar ante la existencia toda. Imagino no será difícil el
darte cuenta que no podía ni siquiera ponerte atención. Justificarás, espero,
el que haya encontrado tus rabietas cotidianas odiosas, tus anécdotas estúpidas
y tus preocupaciones banales y sin ningún sentido verdadero. Espero puedas
perdonarme el hecho de que por momentos decidí ignorarte y dejarte hablar
mientras pensaba en esta angustia y en aquel sueño.
Espero no hay sido muy obvio cuando mi mirada
se perdía en el infinito de un horizonte lejano; uno que ni siquiera estaba
ahí. Ojala no te haya ofendido mi expresión neutra y despreocupada; mi
desentendimiento de ti, mi egoísmo social, mi arrogancia conversacional. Cuando
era mi turno de hablar no me quedaba más que emular tu superficialidad,
expresar trivialidades en mi descorazonadora desesperación. Crear paralelismos simbólicos,
recuentos planos y excusas para mi
actitud indulgente y soberbia.
No es tu culpa (en el estricto sentido de las
cosas si lo es); simplemente que tú no eres aquella chica de mi sueño. Incluso
si fueras ella, esto sería otra terrible desilusión. Tal vez simplemente tenga
que salir un poco más y enamorarme un poco menos. Entrenar la condición
sentimental de mi cansancio existencial y ser menos ingenuo y un poco más burdo; y ¿por qué
no? Menos sincero.
Tal vez todo esto sea una alegoría, como aquel
té frío sobre mi escritorio que demanda le vierta un poco de alcohol para
reafirmar su existencia y razón de ser. No sé si mi vida pueda sobrevivir de
símbolos y canciones con letras ambiguas; pero creo que puedo dejar de soñar
por algunos meses.
Hoy, por cierto, el clima gritaba melancolía
con una timidez de esa que solo al joven artista le parece tierna. Pero a pesar
de las engañosas nubes grises, la tarde del domingo no dejó de ser
relativamente calurosa. No sé puede entender el destino a más de veinte grados
centígrados. No al menos en el sentido verdadero de sí. La gente justifica su
miseria con una patética y equivocada idea de grandeza individual. Piensan que
destino es sinónimo de un futuro grandioso que eventualmente llegará, de la
nada, a una conclusión fantástica, épica y eufórica. Un momento que justificará
lo gris de una existencia mayormente genérica y un reclamo de eternidad
incierto. Lo que no se dan cuenta es que, creer en el destino, es creer en la
inevitabilidad de las más oscuras desavenencias. Quién verdaderamente cree en
el destino tiene que reconciliarse con la profundidad de todas las angustias,
tiene que poder contemplar la idea de que estas son eternas sin renunciar a la
cordura (al menos no en su totalidad).
Pero aquella noche que seguimos platicando; ya
no en ese café, ni aquel parque, ni el balcón de ningún edificio alto; sino en
ese lugar genérico dónde no puede uno distraerse con nada más que con lo
mundano de nuestro diálogo; ahí me di cuenta que a pesar de los sueños, las
imágenes, los espejismos y las añoranzas sentimentales; tu idea del destino es
aquella que detesto. Entonces la idea del abandono, como en aquel viejo
edificio verdoso, cobró nuevamente un hermoso sentido estético.
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