Cada vez me pesa más escribir ligerezas,
redactar cuentos o crear personajes. Toda mi motivación para generar ficciones
recaía sobre un tímido deseo escapista; una leve renuncia a lo insípido de un
presente (ahora pasado) por demás desabrido y un tanto deprimente. Tal vez no
en ese bello sentido melancólico de la existencia toda; pero más como una
incomodidad, una molestia inercial ante una vida demasiado paciente, demasiado
segura, demasiado indiferente.
En ese entonces me resultaba sencillo crear
mundos extravagantes, intrigas por demás complejas y una gama de personajes que
surgían de mosaicos oníricos ahora incomprensibles. Sus historias eran
sentimientos. Su esencia eran pasiones. Sus mayores cualidades y sus más
terribles y detestables defectos eran añoranzas emocionales; carencias propias
y deseos apagados, ahogados e ignorados.
Lo divertido es que posiblemente hasta hace
escasos minutos que escribí el párrafo anterior esto cobró verdadero sentido.
Puede ser que en esas mínimas e inconsecuentes realizaciones se encuentre mi
extraña pasión por el devenir escrito, ese extraño gusto de soltar caudales de
pensamiento y no saber en lo que puedan desembocar.
Ya no puedo escribir ficción. Una declaración
bastante atemorizante considerando que aun pretendo hacer pasar por falsas la colección
de experiencias de mi vida. Nunca he sabido de quién me escondo o para qué. La
exageración me es detestable en un texto y el abuso de imágenes para expresar
sentimientos aún es un vicio del cuál disfruto; cómo muchos otros reprobables
hábitos en mi vida.
¿Qué existe más complicado que escribir un
diálogo sensible? Me desgasta pelearme con la realidad y rogarle a la
verosimilitud. Es cansado ser coherente al crear mundos. Me agotan los detalles
que implican el describir un cuarto vacío y prefiero dejar de lado el frágil
deseo de autodestrucción que produce un conflicto existencial irreal.
Añoro volver a escribir ficción. Me gustaría
volver a tener la fuerza para hacerlo; la visión, la paciencia, la
irreverencia, el arrojo y la comprensión de un mundo existente; pero irreal. Pero
también he dejado de creer en las grandes historias, en las guerras y los
ideales, en la épica de conflictos grandiosos y destinos heroicos. He perdido
la ilusión de la magia, de la esperanza, de palabras como amor, libertad,
justicia y valor. Los discursos que hubieran motivado naciones enteras me
parecen absurdos. El presente y la nefasta realidad de una sociedad que parece
desear su destrucción y fracaso agotaron… extinguieron la flama de sentimientos
virtuosos; de alegorías bellas y dramáticas de ingenuidad humana.
Ahora solo siento lo trágico de la
individualidad, lo angustiante de vacío tras vacío de un Universo comprensible
pero tan angustiantemente inmenso como nuestra propia ignorancia sobre él. Me
da un poco de miedo el presente y a pesar de mi reconciliación con la
insignificancia no puedo dejar de preocuparme, alterarme y enojarme ante el
poco respeto que le tenemos al existir.
Para bien o para mal, es solo en los instantes que
se subliman dentro de un escrito que no pretende emular realidades que siento
toda esa angustia que quiero expresar. Esa realidad innegable de las cosas y del
estado de nuestra humanidad. Una humanidad genérica hasta en los sentimientos
que produce. Que brutal ironía que solo
hablando de uno mismo se intente describir a los demás; a todo lo demás. Hasta
en eso soy arrogante.
El escrito ficticio que cautiva es el que en
realidad no lo es. Son los cuentos más cercanos a nuestro sentir los que
recordamos; esos que parecieran redactados a partir de nuestro destino
irrealizable, de nuestras angustias más devastadoras, de nuestras alegrías más inconsecuentes,
nuestros miedos más irracionales y nuestras vulnerabilidades más arraigadas. Son
las ficciones que nos quiebran por dentro aquellas lecturas que más se apegan a
nuestra realidad. ¿Qué nos queda entonces? No me gustaría pensar que hemos
perdido incluso el reino de lo irreal.
2 comments:
Me voy por meses, regreso y todavía está Debbie Downer este pedo.
Nocierto. Te quiero mil
Es vernos a nosotros dentro de las historias ficticias lo que nos hace apreciarlas más. Es parte de nuestra naturaleza humana, querernos tanto que valoramos más lo que nos recuerda a nosotros mismos.
Abrazo de oso, fiesta!
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