Las elecciones están ya sobre nosotros. Se ha llegado a ese punto en dónde el tema de conversación para romper el silencio ya no es el clima sino el “clima electoral”. La mayoría de los que estamos contemplado votar ya tenemos una opinión de cada uno de los candidatos. A veces cáustica, otras veces crítica y de vez en cuando también fanática.
Las últimas semanas de la contienda no han pasado sin sobre salto. Desde declaraciones cómico-trágicas como lo del “cuchi-cuchi” hasta el movimiento #YoSoy132 y su debate. Si fruncimos el ceño y entrecerramos un poquito los ojos, hasta pareciera que estamos viviendo en una democracia.
El panorama; sin embargo, es desolador. Hace meses teníamos cuatro candidatos: Un EPN vacío y acartonado que nos recordaba el clásico operar del PRI y su corrupción; una JVM superficial, insípida y poco contundente que, como alegoría de la incompetencia panista, sufría de una campaña mal organizada; un AMLO pasivo, repetitivo y sin argumentos que en su casi senil aletargamiento no dejaba de ser incongruente; y finalmente un Quadri elocuente y preciso que solo fungía como adorno y recordatorio de la burla que representan los “pequeños” partidos en nuestra simulación política. El día de hoy poco ha cambiado, pues tenemos las mismas tristes opciones a la presidencia pero con posturas más “agresivas”, las cuáles solo han ayudado a evidenciar más y más todos sus defectos.
Pero mi preocupación no son los candidatos; pues sabiendo que su actuar en campaña es lastimoso no me queda más que esperar lo peor una vez que lleguen al poder. Lo que me sigue alarmando es la baja capacidad que tenemos como ciudadanos para ser verdaderamente críticos ante la excusa de sistema político que tenemos en frente.
Independientemente del candidato de nuestra preferencia, me parece sorprendente que en todos los niveles encuentro defensas ciegas, argumentos vacíos, reclamos infundados, deshonestidad intelectual, rigidez ideológica y un dogmatismo político que asemeja en irracionalidad a los fanatismos deportivos.
Me preocupa porque incluso con justificaciones cómo el “voto útil” o la ya trillada frase del “menos peor” hay muy poco que rescatar de cualquiera de los cuatro aspirantes a la presidencia. Aun así, encuentro individuos dispuestos a ponerse capa y la espada en un esfuerzo por defender lo indefendible.
Peña Nieto sigue siendo una construcción diseñada y ensamblada bajo todas las premisas que le han dado al PRI el poder que aún mantiene ahora. Mensajero de un partido que ha institucionalizado la corrupción e impunidad, sus propuestas –cuando no caen en la vacuidad de la nada- son un ejemplo del libro de texto de la demagogia aplicada. El actuar descarado del PRI es molesto por evidente; pero a los seguidores de Peña no parece importarles más que las migajas de un “hueso”, un lonche, un cobertor o alguna denominación monetaria.
Josefina intenta ser todo y termina en nada. Su “feminismo” pueril es ofensivo, sus antecedentes de “chapulín” y todas las oportunidades perdidas en sus diferentes funciones como servidora pública se antojan a otro sexenio de pasividad e incompetencia. Casi involuntariamente emula la arrogancia de Calderón en sus enérgicos ataques a los demás candidatos; y como una burla del mismo universo, sus tropiezos en campaña, fruto de la más precaria estupidez, son su pan de todos los días. Exhibiendo ese conservadurismo que le granjeará los votos de los jerarcas de la Iglesia, Vázquez Mota asume la rigidez, cerrazón y estancamiento de valores mediocremente argumentados como su carta fuerte. Valores que pretenden seguir guiándonos ciegamente a ideales frágiles y mal definidos de libertad, justicia y paz.
López Obrador representa, contradictoriamente, la esencia de un “cambio verdadero” al ser la misma bajeza política pintada de amarillo. Su “izquierdosidad” es solo un accesorio y el grueso de su campaña, al igual que su análogo priista, se basa en imagen. Se sube al metro, grita bajo la lluvia y repite consignas de amor al pueblo cómo si gestos tan insulsos representaran alguna propuesta social. En su ritmo lento y apesadumbrado nos recuerda a aquel anciano atrapado en sus concepciones de un mundo que no atiende a la realidad. Incoherente hasta en sus propuestas (especialmente las económicas) dice que acabará con la corrupción, construirá refinerías, circuitos de trenes de alta velocidad, recortará salarios de altos funcionarios, tendrá un crecimiento envidiable y; por supuesto, todo eso con austeridad. Así, un AMLO defensivo, cerrado a la crítica, repetitivo y que ya grita “¡Fraude!” con la contundencia de sus imaginarias encuestas ha embelesado a miles de jóvenes que aún ignoran que la lucha social también es un producto de consumo.
El IFE por su parte se presenta como la piedra angular de nuestra charada democrática. Cuando el sentido común dicta que los spots, espectaculares, despensas, publicidad engañosa y campañas basada en los principios éticamente “flexibles” de la mercadotecnia de consumo deberían encontrarse prohibidos; el IFE tarda meses en revisar quejas sobre anuncios que han salido del aire ya. Regulan tiempos, réplicas e inflexibles debates; pero no acarreos, desviaciones millonarias de fondos, ni irresponsabilidad periodística. En un mundo ideal este organismo incluso debería someter las propuestas de los candidatos al escrudiño de evaluadores de factibilidad.
Los medios, las encuestas y la gente dicen mucho sin decir nada. Bombardeados de información inútil nos encontramos verdaderamente en un desierto de datos verdaderos. Los estudiantes reclaman a las televisoras pero no impugnan al legislativo que las cobija. Las redes sociales comparten y difunden irresponsablemente cualquier gráfico casero o foto provocadora sin detenerse un segundo a evaluar su veracidad. Se gritan opiniones sin analizarlas, se escucha y ve solo lo que se quiere y se cierra los ojos ante cualquier argumento subversivo a nuestras propias ideas. Si se crítica, se tacha de pesimista, de destructivo, de poco cooperativo. El optimista es apedreado, el pesimista ignorado y la lógica sigue siendo sinónimo de pretensión.
Es claro que nuestra simulación de democracia ya no tiene rescate. Jamás en mis escasos años me había sentido tan atrapado al decidir el curso de nuestro país. Las elecciones locales piden anulación a gritos y gane quién gane parece que nosotros seguiremos perdiendo.
La verdadera tristeza viene cuando escucho gente que aún defiende el sistema político y todo lo que nos ha quitado. Gente que viendo el estado actual de las cosas aún guarda una esperanza en los partidos. Gente que, con buena intención tal vez, aún piensa que solo requerimos buena voluntad y no mecanismo para frenar la ambición de la gente. Seguimos teniendo el gobierno que merecemos y hasta que no entendamos que la democracia verdadera es análisis, pensamiento crítico, discusión y neutralidad; continuaremos viviendo en un país sin demócratas.
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