Monday, April 29, 2013

De niños y ciudadanía



Es verdaderamente frustrante el ver cómo no hemos aprendido a manifestarnos como ciudadanía. No hemos aprendido ni siquiera a comprender y cuestionar esas mismas manifestaciones que algunos grupos ejercen en una colectividad difusa y de intereses opacos.

Tenemos un retraso histórico brutal; que si bien es posible explicarlo en décadas de vivir una democracia fantasma, no deja de ser aún motivo de vergüenza nacional. En nuestra actualidad “globalizada” es triste ver que ni siquiera las cúpulas universitarias producen actitudes civiles de calidad cuando se tiene todo el contexto y justificación para generar reclamos coherentes y propositivos.

En un anacronismo disfrazado de nostalgia las ideologías del pasado se confunden en sí mismas y muestran una visión simplista y polarizante  de los problemas de nuestra actualidad. En ambas direcciones del espectro se maquillan reclamos egoístas en la emotividad de luchas históricas que se muestran con toda la insensatez que permite su descontextualización. Así, se justifican estúpidas y vacías argumentaciones en el campo de la moral y no en el de la lógica, el análisis, la reflexión o el diálogo. Una moral tan dogmática como la de cualquier religión estancada en doctrinas no debatibles.

La CNTE y los encapuchados de la UNAM nos representan a todos. Nos representan como una sociedad infantil, necia, caprichosa y negada a dialogar. Nos representan como ciudadanos que exigen antes de reflexionar su exigencia, antes de analizar sus demandas, antes de contextualizar sus reclamos y; por supuesto, sin considerar ninguna realidad histórica más que aquella torcida visión de luchas y manifestaciones de otras naciones, otros tiempos y otras circunstancias.

Se blanden ideologías caducas como pases gratis que permiten justificar cualquier desfiguro y desfachatez. Se exoneran de su propia estupidez culpando a un Estado deficiente y sordo. La inoperatividad del Estado de Derecho es un tema que vale la pena discutir; pero habrá que recordar que la culpabilidad ante el teatro democrático nacional es compartida.

En una necedad recalcable seguimos distanciándonos de los males que ejercen nuestros gobiernos sobre nosotros. Hemos olvidado, tal vez, que fue el imaginario colectivo nacional quién ha forjado la oxidada máquina política mexicana. Y aunque esto no significa que sea nuestra responsabilidad el corregir todo lo que lleva podrido durante décadas si debe obligarnos a tomar partido y posicionamiento de forma mucho más congruente y enérgica ante los simulacros de ciudadanía que algunos grupos minoritarios pretenden validar apelando a la indignación general del país.

Es verdad que las vías aceptables ante el mismo Estado han sido insuficientes para ejercer justicia y democracia ante las desavenencias generales de la población. Desde la fallida política de seguridad hasta nuestro irrisorio proceso electoral hemos pasando por un extenso listado de historias políticas de terror que parecen sacadas del más nefasto libro de humor negro.

Sin embargo, bajo esa argumentación tampoco es posible justificar actos de violencia, desorden y un libertinaje total en formas y medios para hacer visible un punto, por más obtuso, opaco y ramplón que este sea. Podríamos jugar a la lotería con palabras como liberalismo, privatización, modernización o represión en cada comunicado de algún grupo de tintes “anarquistas” (enfatizando las comillas), socialistas o afín; sin encontrar ni un ápice de sustancia o profundidad argumentativa en el campo de las ideas.

Estos grupos, disfrazados de luchadores sociales, manchan todo el esfuerzo que algunos otros colectivos han llevado a cabo mediante un ejercicio responsable de su ciudadanía. Así, cuando se da una manifestación genuina y conforme a la ley da pie a desacreditaciones rápidas y resonantes al equiparar cualquier reclamo a los escándalos de excusas de sindicatos o porros radicales que piensan tener derecho sobre todo dentro y fuera de la ley.

La postura hay que definirla, y en este caso no hay muchas opciones. O se busca el reclamo político y social dentro del mismo Estado de Derecho o se le combate abiertamente y no una selectividad cobarde. El desafiarlo con actitudes por fuera de la ley mientras que se exige se atiendan sus demandas dentro del esquema constitucional es un chiste que se cuenta solo. La ironía de combatir al Estado y luego pretender jugar a la víctima cuando este intente recobrar autoridad dónde la ha perdido es abismal. Si un niño comete actos vandálicos en las paredes de su casa la acción lógica es que sus padres ejerzan autoridad contra él para restaurar el orden del hogar. La alegoría pudiera ser muy tonta; pero la verdad es que la ciudadanía mexicana aún tiene la madurez de un niño; y aunque nuestro padre sea un imbécil; para poder confrontarlo hay que tener los medios y la estrategia para hacerlo cuando decidamos finalmente emanciparnos por completo de él. 

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