Todos esos conceptos (forma, tipo, construcción orgánica, total) están ahí, nota bene, para el comprender. No nos importan. Puede sin más ser olvidados o dejados de lado después de haber sido utilizados como magnitudes de trabajo para captar una realidad determinada, que está más allá y a pesar de todo concepto; el lector tiene que mirar a través de la descripción como por un sistema óptico.
E. Jünger, nota en “El trabajador”
He de aceptar que aún me es algo complicado el
escribir con los ojos cerrados. El encontrarse inmerso en una oscuridad
voluntaria es ampliamente relajante, especialmente cuando la poca consciencia
que permanece presente se deja guiar por sonidos musicales profundos y
tranquilos. En esa nada auto-inducida me es posible replicar la tranquilidad
del caminar dormido sin preocupación alguna sobre la condición, dirección u
origen del camino.
¿Cómo puedo entonces ser tan estricto ante el
estupor de nuestra sociedad cuando yo mismo disfruto del vacío que gusto de
criticar? Es desconcertante el seguir escuchando ideas y argumentos que
evidencian lo absurdo de nuestro arreglo actual. Todas esas conversaciones se
han vuelto tan familiares como las mismas nociones ramplonas de progreso,
bienestar y desarrollo que incuestionablemente se pregonan en cualquier ámbito
de la actualidad. Por momentos me es imposible saber si la falsedad recae en un
extremo o en ambos.
Poco de lo que expreso es realmente novedoso;
pero de momento me parece inútil el tratar de entender el origen y autoría de
todas estas ideas que ahora confluyen en mí. Al final, en esa misma visión
Hegeliana que poco a poco va cobrando sentido es posible retornar a la cuestión
metafísica de un espíritu colectivo y reposar ahí la fantasía de que este discurso
procede de un cúmulo histórico de concepciones similares.
Hay conceptos; sin embargo, que no dejan de
acosar mi mente como fantasmas condenados a mostrarme la razón de su velar para
obtener finalmente el descanso eterno. Conceptos que si expresara aquí su solo
identificador no mostraría más que un collage vacío de definiciones mal
interpretadas. Es importante mencionar que los conceptos han cobrado dinamismo.
La idea de una definición permanente me desespera por absurda. El lenguaje es
casi tan inquieto como la música y en su aparente simplicidad yace la mayor
herramienta y la mayor limitante de nuestra percepción de la realidad.
Aún sin el tiempo, lo estático sigue siendo una
falsedad insufrible. Dentro del eterno momento que conocemos como Universo es
posible desentenderse de la temporalidad y comenzar a visualizar una metafísica
renovadora. Esa misma metafísica que ha sido olvidada por la ciencia; aquella
ciencia que se ha convertido en un esquema de creencias no muy diferente al de
cualquier otra religión; esa ciencia que ha olvidado que antes de dogma y
pretensión era método de representación de una naturaleza que nos maravillaba. En
palabras de Heidegger, las ciencias “piensan que con la representación del ente
se ha agotado todo el ámbito de lo investigable y preguntable, y que fuera del
ente no hay nada.” Nos encontramos nuevamente con los vacíos.
Sin en esta sociedad de consumo todo se
encuentra a nuestro alcance mediante la purificadora moral del trabajo;
entonces la felicidad idealizada se trasforma en posibilidad manifiesta y real.
Entre más lejano sea el objetivo, más duro habrá que trabajar; y así, perdidos
en ese estado casi automatizado de logística cotidiana y labor constante
olvidaremos que nuestro único sueño es acabar con el tedio de la gestión de
nuestra propia realidad. Aquí un vacío.
¿Pero y si los futuristas tuvieran la razón?
¿Si mediante una tecnocracia real pudiéramos alcanzar la abundancia más allá de
cualquier teoría de mercado? ¿Si el potencial infinito de la ciencia nos diera
todo, que nos quedaría? Otro enorme vacío. La diferencia es la dualidad que
este presenta. Su naturaleza más próxima sería producto de la nostalgia por el reivindicador
vicio del trabajo. Si no se tiene que sudar para asegurar la supervivencia,
¿qué otro concepto moral podemos utilizar para justificar nuestras culpas?
Hemos olvidado que la noción de contribución nunca ha estado atada a la del
trabajo; en dónde el trabajo se entiende en la actualidad como el simple
alquiler de alguna habilidad que consideramos redituable; no precisamente
realizadora o trascendente.
Tal concepción proviene de un inescapable
vórtice que nos reduce a entendernos mediante nuestra relación con el sistema
monetario y no al revés. La economía se ha transformado en la sociología
moderna. Hemos olvidado que todo arreglo económico es, primeramente, un arreglo
social, una modelación de interacciones humanas. Al pasar por alto esta verdad
tan evidente no sorprende que el trabajo solo mantenga su concepción moral a través
de su esencia cómo vehículo para participar de la economía global. La
representación de esa idea es tan absurda y sus contradicciones tan evidentes
que sorprende el fanatismo con el que nuestra sociedad defiende ese concepto de
labor como cuasi-divino.
Pero incluso si lográramos superar esa inerte
barrera conceptual; la segunda esencia del vacío de una sociedad de abundancia inconmensurable
es la que permanece del encontrarnos con la irrelevancia de todo el existir
ante una falta de objetivos primarios de supervivencia. El nihilismo en su más
básica forma. Sería deshonesto decir que ese vacío no existe ya en nuestro
presente; sin embargo las tareas diarias y el hechizo del tiempo ocultan
eficientemente la insignificancia de todo el Universo.
Es aquí donde se presenta un tercer vacío; uno
que puede ser encontrado en donde quiera que exista un ser en presencia y
esencia. El vacío real y latente de la Nada. Los dos conceptos anteriores de
vacío atendían al tener todo en realidad o en ilusión; ya fuera mediante arduo
trabajo o por bondad de una visión tecnológica de la administración de la
riqueza. Pero el nihilismo verdadero despierta cuando en la Nada se descubre al
espejismo del sentido. Ahí, en ese oasis del existir, es irrelevante lo que se
tenga, lo que se desea o lo que se pueda alcanzar en términos de potencialidad
material, espiritual, intelectual o emocional. Todo pierde importancia al
entender que nunca nada lo tuvo.
La reconstrucción del Ser ante esa sencilla revelación
es un proceso delicado que puede traer una posterior destrucción, no solo
interna, sino de todo lo inmediato a nuestro existir. En su caso más común se presentará
como una excusa para solapar la irresponsabilidad ética del existir; fenómeno
que se presenta de forma inconsciente por generaciones enteras que sienten esa
Nada pero se rehúsan a reflexionarla.
Al llegar a ese punto no queda entonces más que
volver a la idea de la metafísica, entendiéndola como ese comprender de nuestra
presencia en la realidad. Es normal que al estar en presencia de la Nada
absoluta se nos muestre aquella pregunta atribuida a Liebniz y retomada por
Schelling de ¿por qué hay algo en lugar de nada?
Es entonces cuando la relación del nihilismo
con la metafísica se vuelve clara, al menos en premisa de continuidad (nunca de
temporalidad). Heidegger expresa en su carta a Jünger, Hacia la pregunta del Ser:
La Nada pertenece, aunque sólo la pensemos en el sentido del no pleno de lo presente, au-sente a la presencia // como una de sus posibilidades. Si con ello la Nada impera en el nihilismo y la esencia de la Nada pertenece al Ser, pero el Ser es el destino del sobrepasar, entonces se muestra como lugar esencial del nihilismo la esencia de la metafísica.
El nihilismo, como
concepto dinámico, se transforma entonces en ese sistema óptico para
reconstruir una metafísica del Ser, ese que la Ciencia en sus delirios divinos
ha olvidado. Desde una concepción panteísta podríamos decir que el nihilismo es
el vehículo para comprender la voluntad del Universo.
En esa reconstrucción del Ser, en ese
re-encuentro con la metafísica, en ese dinamismo que congrega nociones
filosóficas de espiritualidad, trascendencia y origen; ahí se transforma el
nihilismo en voluntad activa, en una necesidad de manifestar la existencia
mediante el ejercer de nuestra conciencia del existir.
Sin profundizar en nociones espirituales, es
posible entender esa regeneración del sentido en un flujo cambiante del
interpretar de nuestra existencia. Y aunque tal sentido sigue siendo mayormente
ilusorio, tras comprender el Universo sin tiempo es entonces que la eternidad
(idealista romance humano) se transforma en colectividad absoluta, en el Todo.
Ese conjunto infinito, total y absoluto existía puntual en la Nada, aquella
Nada que precedía al Universo. Éste, ya sea por esta misma búsqueda de propósito
o en un ejercicio similar de reconstrucción, se fragmento y expandió en
existencias seccionadas. El Todo; sin embargo, sigue ahí; pero su perfección no
radica en la sola naturaleza absoluta de un colectivo de manifestaciones de
existir; sino en el cambio constante y aparentemente caótico que permite
manifestar la voluntad misma del Universo de ser algo en vez de Nada.
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