Existe un juego muy extraño entre las particularidades y las
generalidades. Una relación
aparentemente trivial pero que en una mirada cercana descubre una
intrincada inter-relación que nos dice mucho de prácticamente cualquier
fenómeno natural que se intente explicar por medio de un enfoque teórico.
Un ejemplo sencillo que me viene a la mente es la inoperatividad del
concepto del Estado en la realidad práctica. Ese ente abstracto se justifica en
leyes generalizadas basadas también en otros imaginarios no menos
contradictorios –como el caso de nación.
Sin embargo, si se tratará de crear un mecanismo paralelo de arreglo social en
el cuál fuera preciso particularizar todos los contextos para su
funcionamiento, su mismo planteamiento sería imposible.
Ese concepto de nación que mencionaba presenta una situación similar. La
agrupación de un montón de individuos en base a una lengua, origen o
recolección histórica y/o territorial también da una base bastante tambaleante
a la hora de construir identidades; precisamente por la terrible generalización
del concepto. Es verdad también que el
tratar de crear comunidad en base a un genuino interés de la historia
individual de cada persona y sus respectivas motivaciones es, también, una
labor humanamente imposible.
En ambos ejemplos es posible darse cuenta que los discursos
generalizados normalmente son incompletos, arbitrarios e insuficientes para
englobar los fenómenos sociales humanos; mientras que por otro lado una
colectividad entendida como la totalidad de un infinito de perspectivas
individuales resulta agobiante por su imposibilidad; no sólo de agrupación o
enumeración; sino de reconciliación con respecto al resto de las perspectivas
personales con las que cada iteración tendría que enfrentarse. Tampoco cabría
aquí el utilizar aquel lugar común del “punto medio”, esa mágica fórmula que no
deja de ser generalidad absurda antes de ser perspectiva de moderación o
equilibrio.
Si bajamos a términos un poco más vivenciales podría asumir que, de no
conocerme personalmente, el redactar aquí alguna cuestión auto-biográfica no
les llamaría en absoluto su atención; a menos que esta se presentara mediante
algún estilo literario con estética y ritmo suficientes para atraparlos dentro
de una historia ya más semejante a alguna ficción literaria. Si este no fuera
el caso y al no conocerme ni a mí ni a mis ideas; cualquier fragmento histórico
de cómo llegue a ellas sería más que paja para su lectura.
Precisamente esa es la razón por la que de momento me inclino a
continuar escribiendo este tipo de reflexiones sin mucho rigor discursivo ni
estructural. Aunque podría utilizar estas mismas letras para seguir aderezando
otras páginas (un tanto olvidadas ya) sobre vivencias anecdóticas de mi corta
vida, he preferido dejar de lado esa “particularidad” de mi tiempo y
circunstancias para expresar una generalidad más vaga respecto a ideas y
sentimientos sobre el existir en estos tiempos.
Es mi ilusión el generar una empatía estética con ese lector invisible
al que de momento tú le das vida. Por fin he llegado a un momento existencial en
el que ya no tengo miedo a sonar pretencioso o equivocado ante las revelaciones
(simples o complejas) que, por decirlo de alguna manera, la existencia ha
puesto sobre mí.
Es verdad que vivimos en una época en dónde esta labor de reflexión no
genera mayor reconocimiento ni consideración. En pocos años la degeneración del
arte inmediato (ese que ya se encuentra masificado) se ha gestado mediante una
enfermiza necesidad de consumir contenido (sin mucho tiempo para disfrutarlo) y
compartir todo eso que supuestamente devoramos. El paralelismo evidente en la
acción social refiere a simplemente hacer, sin pensar mucho al respecto de lo
que se hace o sobre la problemática misma que se pretende atacar. Cuando
intento argumentar que mi rol, cómo miembro activo y consciente de mi sociedad,
es compartir ideas, pensamientos y generar crítica sobre mi realidad… así, con
palabras escritas sobre hojas electrónicas; es fácil esperar una reacción casi
inmediata de desacreditación.
Lo que expreso de momento no llega a mucha gente y por ello cualquier
argumento, por más valioso o inútil que sea, es difícil que resuene en algún
actuar real. La sola congruencia no es más que un requisito para validar,
aunque sea en ilusiones morales, lo que aquí escribo. Hemos olvidado que todo
lo que ahora nos engrandece o atormenta como sociedad es producto de un
discurso histórico de ideas. Que si tal o cuál filósofo, científico o poeta
nunca ejecuto su visión en realidad práctica no significa que su enfoque y
razón no hayan cambiado el arreglo social en el cuál vivimos.
Mi esperanza no radica en generar algún sistema filosófico, ético o
político que remplace los anticuados abstractos de nuestra sociedad. Me
conformo con plantearlos, así, en ideas particulares y fragmentarias, para que
otros los tomen y los modifiquen a su antojo. Soy enemigo de las ideologías por
su misma pretensión dogmática. No hay ninguno de mis grandes ídolos al que no
pueda levantarle la voz en aras de alguna argumentación que no me pareciera
convincente. En sí puede que ese sea el único pilar inamovible de mi discurso:
el cuestionarlo todo.
No hablo, obviamente, de un irresponsable y reaccionario cuestionar. De
un retar tan solo por hecho de transgredir o importunar; de un vacío delirio de
enemistad ante autoridad y tradición. Hablo de un cuestionamiento crítico
justificado en la constante re-evaluación de nuestras creencias. No hace falta
el poder conceptualizar alguna verdad absoluta o un imperativo moral para poder
ejercer juicios más o menos sensatos sobre nuestra existencia. Tampoco vale la
pena el buscar esas fantasmagóricas guías irreducibles que algunos tratan de
encontrar como si se tratase del mismísimo Santo Grial. Aquellos tiempos
terminaron, esos tiempos dónde algún maestro de la retórica o pensador
medianamente elocuente podía vender ideas de totalidad, divinidad y
trascendencia en directores absolutos. Al menos eso me gustaría pensar.
No sé trata tampoco de caer en un relativismo brutal o un nihilismo
vacío. Algo de verdadero hay en ambos tabús filosóficos, en su pretensión de
generalidad tienden a fallar e incluso en correr el riesgo de transformarse en
peligrosas ideologías. Podría decirse que comparto mucho de la visión de una “razón
vital” de Ortega y Gasset en la ciencia, la moral y el arte. Podría, en efecto,
intentar construir un modelo epistemológico, moral y estético a partir de ese
principio. Pero tal labor seria extenuante de momento.
Lo que pretendo por ahora es gestar una pequeña semilla de inquietud y
angustia en quiénes me lean. Plantar un sentimiento manejable de vacío
existencial. Esa mínima incomodidad ontológica puede ser, bajo las circunstancias
correctas, un maravilloso catalizador de acción razonada, crítica y reflexiva.
Es mediante el filosofar casi lírico de Cioran que aprendí a entender la
sensibilidad de la labor intelectual bajo el marco existencial. Mi labor
tampoco es colocar al humano en el centro del todo; sino justificar su
inescapable melancolía como parte de toda esa colectividad.
En pocas palabras, he entendido esta labor reflexiva y creativa en torno
a un concepto simple: la crítica del existir. Sin tratar de aludir al rigor de
la teoría crítica de la sociedad; si pretendo retomar algo de ese sentir que
tan propiamente expresaba la escuela de Frankfurt. En sí es un grito de
desesperación para recordarnos que hay que instalarnos en nuestro tiempo; pero
desde una perspectiva siempre alerta. El problema es que de momento nos hemos
mimetizado de forma tan eficaz con nuestros tiempos que es casi imposible
retroceder y observar nuestra naturaleza histórica; sin la cual no es posible
entender las contrariedad tan críticas de esta modernidad.
Créanme pues, que no es necesario (aún) el tomar una antorcha, salir a
la calle y jugar a la revolución mientras se intentan derrumbar espejismos tan
falsos como nuestras artificiales motivaciones. Antes de llegar a ese punto tan…
material de la transfiguración social es necesario despertar paulatinamente de
la anestesia que pesa sobre nosotros. Estamos adormecidos y atrapados en una
existencia de la cual no podemos escapar ni comprender. La salida tal vez nunca
sea fácilmente visible; pero por lo menos podemos ir asimilando un
entendimiento razonado de la fenomenología que nos rodea. No desde aquella
antigua visión de espectador; sino entendiéndonos como ese estar-ahí o ser-ahí
que tan oscuramente Heidegger intentó explicar.
Poco o nada de lo que expreso es particularmente original. Estas ideas
se las debo a mi contexto, a mi historia y al Universo en su extraña y caótica
bondad. Seguiré escribiendo lo que acontece en mis reflexiones personales con
la intención de poco a poco generar algo de sentido en esta existencia que
carece de él. Si hay alguna forma de escapar, aunque momentáneamente, a la
intrascendencia del todo es mediante la reflexión activa del existir. Hay que
meditar nuestros tiempos para poder transformarlos.
What we are trying to do, during
all these discussions and talks here, is to see if we cannot radically bring
about a transformation of the mind, not accept things as they are, nor revolt
against them. Revolt doesn't answer a thing. You must understand it, go into
it, examine it, give your heart and your mind, with everything that you have,
to find out a way of living differently. That depends on you, and not on
someone else, because in this there is no teacher, no pupil; there is no
leader; there is no guru; there is no Master, no Savior. You yourself are the
teacher and the pupil; you are the Master; you are the guru; you are the leader;
you are everything. And to understand is to transform what is. - Jiddu Krishnamurti
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