Friday, June 22, 2012

Democracia sin demócratas II


Las elecciones están ya sobre nosotros. Se ha llegado a ese punto en dónde el tema de conversación para romper el silencio ya no es el clima sino el “clima electoral”. La mayoría de los que estamos contemplado votar ya tenemos una opinión de cada uno de los candidatos. A veces cáustica, otras veces crítica y de vez en cuando también fanática.

Las últimas semanas de la contienda no han pasado sin sobre salto. Desde declaraciones cómico-trágicas como lo del “cuchi-cuchi” hasta el movimiento #YoSoy132 y su debate. Si fruncimos el ceño y entrecerramos un poquito los ojos, hasta pareciera que estamos viviendo en una democracia.

El panorama; sin embargo, es desolador. Hace meses teníamos cuatro candidatos: Un EPN vacío y acartonado que nos recordaba el clásico operar del PRI y su corrupción; una JVM superficial, insípida y poco contundente que, como alegoría de la incompetencia panista, sufría de una campaña mal organizada; un AMLO pasivo, repetitivo y sin argumentos que en su casi senil aletargamiento no dejaba de ser incongruente; y finalmente un Quadri elocuente y preciso que solo fungía como adorno y recordatorio de la burla que representan los “pequeños” partidos en nuestra simulación política. El día de hoy poco ha cambiado, pues tenemos las mismas tristes opciones a la presidencia pero con posturas más “agresivas”, las cuáles solo han ayudado a evidenciar más y más todos sus defectos.

Pero mi preocupación no son los candidatos; pues sabiendo que su actuar en campaña es lastimoso no me queda más que esperar lo peor una vez que lleguen al poder. Lo que me sigue alarmando es la baja capacidad que tenemos como ciudadanos para ser verdaderamente críticos ante la excusa de sistema político que tenemos en frente.

Independientemente del candidato de nuestra preferencia, me parece sorprendente que en todos los niveles encuentro defensas ciegas, argumentos vacíos, reclamos infundados, deshonestidad intelectual, rigidez ideológica y un dogmatismo político que asemeja en irracionalidad a los fanatismos deportivos.

Me preocupa porque incluso con justificaciones cómo el “voto útil” o la ya trillada frase del “menos peor” hay muy poco que rescatar de cualquiera de los cuatro aspirantes a la presidencia. Aun así, encuentro individuos dispuestos a ponerse capa y la espada en un esfuerzo por defender lo indefendible.

Peña Nieto sigue siendo una construcción diseñada y ensamblada bajo todas las premisas que le han dado al PRI el poder que aún mantiene ahora. Mensajero de un partido que ha institucionalizado la corrupción e impunidad, sus propuestas –cuando no caen en la vacuidad de la nada- son un ejemplo del libro de texto de la demagogia aplicada. El actuar descarado del PRI es molesto por evidente; pero a  los seguidores de Peña no parece importarles más que las migajas de un “hueso”, un lonche, un cobertor o alguna denominación monetaria.

Josefina intenta ser todo y termina en nada. Su “feminismo” pueril es ofensivo, sus antecedentes de “chapulín” y todas las oportunidades perdidas en sus diferentes funciones como servidora pública se antojan a otro sexenio de pasividad e incompetencia. Casi involuntariamente emula la arrogancia de Calderón en sus enérgicos ataques a los demás candidatos; y como una burla del mismo universo, sus tropiezos en campaña, fruto de la más precaria estupidez, son su pan de todos los días. Exhibiendo ese conservadurismo que le granjeará los votos de los jerarcas de la Iglesia, Vázquez Mota asume la rigidez, cerrazón y estancamiento de valores mediocremente argumentados como su carta fuerte. Valores que pretenden seguir guiándonos ciegamente a ideales frágiles y mal definidos de libertad, justicia y paz.

López Obrador representa, contradictoriamente, la esencia de un “cambio verdadero” al ser la misma bajeza política pintada de amarillo. Su “izquierdosidad” es solo un accesorio y el grueso de su campaña, al igual que su análogo priista, se basa en imagen. Se sube al metro, grita bajo la lluvia y repite consignas de amor al pueblo cómo si gestos tan insulsos representaran alguna propuesta social. En su ritmo lento y apesadumbrado nos recuerda a aquel anciano atrapado en sus concepciones de un mundo que no atiende a la realidad. Incoherente hasta en sus propuestas (especialmente las económicas) dice que acabará con la corrupción, construirá refinerías, circuitos de trenes de alta velocidad, recortará salarios de altos funcionarios, tendrá un crecimiento envidiable y; por supuesto, todo eso con austeridad. Así, un AMLO defensivo, cerrado a la crítica, repetitivo y que ya grita “¡Fraude!” con la contundencia de sus imaginarias encuestas ha embelesado a miles de jóvenes que aún ignoran que la lucha social también es un producto de consumo.

El IFE por su parte se presenta como la piedra angular de nuestra charada democrática. Cuando el sentido común dicta que los spots, espectaculares, despensas, publicidad engañosa y campañas basada en los principios éticamente “flexibles” de la mercadotecnia de consumo deberían encontrarse prohibidos; el IFE tarda meses en revisar quejas sobre anuncios que han salido del aire ya. Regulan tiempos, réplicas e inflexibles debates; pero no acarreos, desviaciones millonarias de fondos, ni irresponsabilidad periodística. En un mundo ideal este organismo incluso debería someter las propuestas de los candidatos al escrudiño de evaluadores de factibilidad.

Los medios, las encuestas y la gente dicen mucho sin decir nada. Bombardeados de información inútil nos encontramos verdaderamente en un desierto de datos verdaderos. Los estudiantes reclaman a las televisoras pero no impugnan al legislativo que las cobija. Las redes sociales comparten y difunden irresponsablemente cualquier gráfico casero o foto provocadora sin detenerse un segundo a evaluar su veracidad. Se gritan opiniones sin analizarlas, se escucha y ve solo lo que se quiere y se cierra los ojos ante cualquier argumento subversivo a nuestras propias ideas. Si se crítica, se tacha de pesimista, de destructivo, de poco cooperativo. El optimista es apedreado, el pesimista ignorado y la lógica sigue siendo sinónimo de pretensión.

Es claro que nuestra simulación de democracia ya no tiene rescate. Jamás en mis escasos años me había sentido tan atrapado al decidir el curso de nuestro país. Las elecciones locales piden anulación a gritos y gane quién gane parece que nosotros seguiremos perdiendo.

La verdadera tristeza viene cuando escucho gente que aún defiende el sistema político y todo lo que nos ha quitado. Gente que viendo el estado actual de las cosas aún guarda una esperanza en los partidos. Gente que, con buena intención tal vez, aún piensa que solo requerimos buena voluntad y no mecanismo para frenar la ambición de la gente. Seguimos teniendo el gobierno que merecemos y hasta que no entendamos que la democracia verdadera es análisis, pensamiento crítico, discusión y neutralidad; continuaremos viviendo en un país sin demócratas.

Sunday, June 17, 2012

Fragmentos de lo que no se ha escrito aún


“No sé porque me preguntó la hora. Estoy seguro que eso no le importaba. En estos tiempos todo mundo puede abrir su celular y ver rápidamente que hora es. Sin embargo, se aproximó; y con un extraño tono que mezclaba de forma natural la timidez con la seguridad de quien sabe que su pregunta es absurda pero necesaria, preguntó la hora.”


“Aunque no sé si realmente pueda culparlos. Es claro que entre estos cientos de estudiantes hay gente aterrizada, que de la misma forma que yo lo hago, se dan cuenta del patético intento de llamar la atención de algunos de los asistentes y sus pretenciosas preguntas fuera de lugar. Pero definitivamente no son la mayoría. Y desconozco si el sentido común es algo que se enseñe, se aprenda o simplemente se tenga; pero si estoy seguro que crecer en esta sociedad hace muy difícil cualquiera de las tres cosas. Por ello no estoy seguro si deba culparlos.”


“Todo esto lo anhelaba y lo peor no era que no tuviera palabras para expresarlo… el problema era que no tenía sentimientos para expresar.”


“Pero ahí, cuando la oportunidad para tratar de conocerla era clara, casi obvia; fue entonces que me di cuenta que todo esto lo hacía solo por mí. Que lo que me interesaba de ella era solamente el comprenderme a mi mí mismo en el origen de ese deseo. ¡Qué egoísmo tan más descarado! Me entendí entonces como alguien totalmente vacío.”


“Nuevamente me veo sorprendido de mi propio comportamiento, cómo si por más predecible que fuera no pudiera yo verlo con claridad. Es... como ver una foto demasiado cerca. No importa que tan bien definida se encuentre, no hay forma de distinguir lo que retrata.”


“Sentía una quietud que solo puede venir de viajar casi un día entero.”


“Cuando te encuentras en una ciudad extraña por un corto período no hay tiempo de establecer relaciones significativas en una base sólida de amistad. Tienes que catalizar el proceso, adelantarlo, llevarlo a su extremo. Tienes que conocer gente sin saber quiénes son y asumir que comparten intereses. Pero hay que hacerlo rápido, pues en pocos meses todo habrá llegado a su fin. Por ello hay que asistir a fiestas todos los días y beber como si no hubiera un mañana. Hay que meterle velocidad al asunto… intensidad y, si fuera posible, un sentimiento de éxtasis y reclamo de libertad.”


“No recuerdo de manera textual el comentario; pero hacía alusión a la reciente eliminación de la escuadra tricolor en la contienda mundialista. ¡Ah, qué golpe más bajo! El orgullo futbolístico es el pariente aparentemente inofensivo de los nacionalismos de antaño. Hay pocas cosas que calientan los ánimos con tanta prontitud como un insulto deportivo.”


“El solo viaje en tren ya me producía un intenso sentimiento de realización. Me sentí bien. Bien de que dentro de mis alucinaciones de opresión y las apariencias de libertad pudiera yo tomar un tren y recorrer un camino desconocido a un precio tan accesible y con una seguridad tan reconfortante. La seguridad que para ir a dónde quería no me quedaba más que elegir el destino y permanecer algunos minutos en un vagón cuyo trayecto se encontraba ya predefinido. Uno de esos momentos en los que solo desde lejos es posible observar la contradicción de sentirse libre al recorrer un camino ya delimitado. Destino le llaman algunos cuando se refieren a este fenómeno en la vida.”


“Dicen que es estúpido enamorarse de una desconocida. Yo pienso que es la manera más correcta de enamorarse;  y sin querer sonar trágico, tal vez la única forma de hacerlo.”


“Es refrescante porque, a diferencia de muchas, ella no es tonta. Pero eso lo sabía desde antes de verla aquí, en persona. Le pongo atención, disfruto cuando la conversación se torna hacia ella. Me siento cómodo cómo espectador, siempre lo he hecho. Invariablemente me tocará el turno de hablar y aunque sé que puedo manejar las trivialidades de esta conversación, no estoy seguro si puedo hacerlo de manera elocuente. Eso me preocupa. No me gusta decir cosas sin pensarlas -aunque tampoco me gusta expresarlas tras pensarlas demasiado-.”


“No me gusta hablar sobre negocios. No me gusta ni siquiera la palabra. Neg-ocio. Negar el ocio. Que atrocidad más grande. Así es como funcional el mundo y sería, no solo reaccionario, sino también un poco estúpido el pretender que se puede escapar de esto en su totalidad. La noción del éxito que manejamos se encuentra terriblemente estandarizada. Es algo que, tras reflexionarlo un poco, da algo de miedo.”


“Mientras escribo todo esto una familia baja las escaleras del hotel y salen cargados con maletas, edredones, sombreros, almohadas y juguetes. Que incomodidad. Repite el sentido común que hay que viajar ligero; y agregaría que no solo de pertenencias y equipaje, pero también ligero de pesadez, ligero de preocupaciones, ligero de angustias y ligero de tiempo. Incluso, ligero de compañía.”


“Es un poco frustrante esto de las fotos. Por un lado, son solo retratos vacíos. No indican nada. Ayudan a recordar el cuadro, pero no el momento. Si el instante es realmente significativo, la foto lo desvirtúa, pues todo lo que ese momento provoque desbordará de la imagen y será difícil de emular incluso en los rincones de la memoria y la imaginación. Por otro lado, si el momento es soso, común e insignificante -como es este caso en particular- la foto engañará a nuestra memoria en algunos años cuando tratemos de recordar por qué decidimos capturar ese fugaz evento. Si algo aprendería es que son aquellos instantes que no puedes fotografiar los que realmente valen la pena.”

En el libro de visitas


Museo de Arte Moderno – Alfredo Zalce
16/06/2012

"Nada sucede" y así es. Dentro de la tranquilidad de las paredes de esta casa son las obras las que observan dentro de nosotros y de nuestras almas. El tiempo aquí no existe y pareciera que afuera tampoco. El instante es tan relativo y; sin embargo lo único verdaderamente absoluto. Un momento dentro de todos los momentos.

Saturday, June 16, 2012

No lo sabía y no lo sabré, pero lo adiviné y lo adivinaré

La tierra gira alrededor del sol... o al menos eso dicen los científicos. ¿Alrededor de qué sol gira nuestra vida? ¿Acaso la gravedad es la misma cuando se habla de historias y sentimientos? Me gusta ver a la gente pasar, me gusta imaginar qué piensan y qué sienten. Me gusta aún más estar ahí con ellos mientras platican. Me emociona cuando me empiezan a platicar sobre ellos, sobre su vida, sobre su alma. Verlo todo reflejado en sus ojos... y el resto en sus movimientos. Ver a alguien expresarse es un espectáculo maravilloso, es una verdadera experiencia estética, un momento mágico. Lo es al menos cuando nuestros planetas parecen girar alrededor de la misma estrella. ¿O las estrellas seremos nosotros?

Muchas cosas han cambiado, muchas jamás dejarán de cambiar; sin embargo esa emoción extraña de entender las relaciones humanas, o al menos asimilarlas, es un juego invariablemente divertido. Hay personas difíciles de leer, en algunos casos es prácticamente imposible hacerlo. Lo es al menos cuando se les ve como entes aislados, como personalidades independientes, como estrellas y no como planetas.

Más... si se ve el sistema completo, si se toma el tiempo para ajustar el telescopio y re-calcular los elipses de nuestras propias órbitas, el cristal resulta opaco en comparación con lo claro de nuestras trayectorias. Y esto no tiene que ver con el destino, sino con el mismo ser inherente de nosotros como humanidad.

Lamentablemente nadie quiere escuchar que se le cuente su propia historia. ¿Hay acaso mayor ofensa que redactar el libro de otro autor? La osadía de presumir el saber del otro antes que él mismo es un acto de arrogancia... de arrogancia y naturalidad. Y el agravio es, también, fácil de explicar. Nos creemos bóvedas, nos creemos templos. Nos ocultamos verdades a nosotros mismos, ¿cómo entonces no sentirnos ultrajados cuando nos las recitan de forma clara, fácil y, lo peor de todo, acertada?

Pero que fácil es darse cuenta de las historias de los demás... me pregunto por qué será tan difícil darnos cuenta de las nuestras.


Friday, June 15, 2012

Palabras perdidas


Para que una palabra llegue a leerse tienen que pasar tantas pero tantas cosas. Hay palabras sueltas y libres en el mundo como arena en el mar. Palabras serias, lindas, graciosas, incoherentes y mal usadas; algunas lentas, otras veloces; unas que ofenden y otras que sanan. Pero aun así, para que una mísera e insignificante palabra llegue a tu cerebro y resuene en el interior de tu mente… prácticamente hay que crear el Universo de nuevo.

El proceso es largo, arduo, desgastante y complejo. Lo mínimo es que la palabra venga acompañada de otras de su misma alcurnia. Para que una palabra no se pierda en los inmensos huecos del cosmos, cada palabra que le preceda tiene que ser de igual o mayor importancia. Pero ¡cuidado! La importancia de una palabra es solo uno de tantos elementos. Cada palabra (menos algunas sosas conjunciones) tiene corazón y alma. Si tu palabra (porque cuando la escribes es tuya y tú eres su creador) nace sin alma o sin corazón, entonces solamente tenemos una carcasa de letras débiles e inertes. Una quimera de vocales y consonantes que solo exhalan el mismo aire gélido que las vio surgir en un mundo que detestan. Son, lingüísticamente hablando, muertas vivientes.

Las palabras muertas no siguen reglas ni persiguen sueños. Muchas veces ni siquiera completan ideas. Son empaques, recipientes vacíos y mercenarias de comunicación meramente funcional. Pasan la vida errando y buscando qué mensajes y qué ideas desvirtuar con su trivial presencia. Devoran a otras palabras solo para hincharse hasta estallar y desparramar letras profanas en algún texto vacío. 

Por el contrario, cuando una palabra nace viva y con alma, es como esos pequeños duendes multicolor que aparecen cuando las luces cambian. Son misteriosas, juguetonas y festivamente atractivas. Son farol, reflector y fuego fatuo al mismo tiempo. Esfera, rombo, esmeralda y rubí. Son contraste, chispa, vida y movimiento. Son energía descrita en fuego,  ritmos de baile y oda de sentimiento. Y así, como cualquier otra maravilla mundana, se unen con entes que exaltan su grandeza. Las palabras se juntan con palabras que aman para formar oraciones de pasión y párrafos que reconocen su propia existencia.

Ahora, todo lo anterior se oye muy bien y se antoja fácil; más no lo es. Retornemos al origen de todo el Universo… de nuestro percibir del Universo al menos. Volvamos a nuestra mente. La intimidad de nuestros pensamientos son como un plano astral y etéreo en dónde fantasmas de todo tipo rondan sin descanso. Antes de siquiera conocer el lenguaje, imágenes de realidad ya daban vuelta de forma incansable dentro de nuestra cúpula cognitiva. Eso pasa todo el tiempo y sin nuestra supervisión; estemos dormidos, despiertos, sanos o enfermos (¿muertos? Tal vez también). Cada “muy de vez en cuando” esos pincelazos de existencia son asimilados por la parte más estructurada de nuestro ser y, por una fracción de fracción de segundo, ¡BAM! (o ¡PUM! ó algo así…) asociamos a esa imagen fantasma con palabras. Pueden ser un par, decenas o cientos de ellas. Éstas van y vienen, nacen y mueren en intervalos de tiempo tan reducidos que duele la cabeza de tan solo imaginarlos. Ese chubasco de oraciones fragmentadas viene a nosotros de forma tan salvaje y dinámica como las mismas imágenes que las crearon. Para el joven humano promedio es incluso difícil (y filosóficamente retador) el tratar de definir temporalmente el orden de estos eventos.

Después de todo ese caos de luz, colores y vanidoso despliegue neuronal; la magia comienza a suceder… la verdadera “aijosuputamadre” magia. Cuando la parte de nosotros que vive en el mundo real empieza a dar cuenta de todo esto, es entonces cuando ese hechizo (en forma de pequeños gnomos mentales imagino yo) comienza a tomar toda la bola de estupideces que sin querer creamos y les empiezan a dar un acomodo más o menos inteligible. O sea… que se empieza a entender.

¡Ah bendito sea todo y todo lo que se creo a partir de ese todo que no era nada y que ahora es un buen de cosas! Algo hay dentro de nosotros que aún funciona ahí “2, 3” de forma decente. ¿Qué resulta de todo esto? Una oración. Entonces acá de este “lado” pensamos a nuestros adentros “¡Ándale! Se me acaba de ocurrir algo” y repetimos en nuestra mente esa frase que los gnomitos neuronales nos hicieron el favor de acomodar. Pero no se confíen aún. Esas palabras que ahora detectamos en el radar están aún lejos de sobrevivir… y más, obviamente, de ser leídas. Si la frase o idea vale la pena, entonces otra parte de nuestro cerebro (una que, por lo menos en mi caso, es altamente incompetente) desplegará un equipo especializado de recolectores de ideas para tratar de recuperarr la frase y almacenarla en algún lugar seguro mientras te decides a escribirla, gritarla o escupirla en la cara de algún incauto. Lo anterior si tuviste suerte, sino simplemente desecharás la excusa de pensamiento que fabricaste, matando impunemente unas cuantas docenas de palabras sin oficio ni beneficio.

Entonces, ya tienes tus palabras guardaditas y ordenadas, ¿qué sigue? Bueno, aquí viene otra fase delicada. Ya que estén en posición de expresar (es decir, exteriorizar) sus palabruchas o palabruchones entonces le llamas al departamento de recolección de revelaciones inspiradoras de tu mente para que te devuelvan tu idea. Lamentablemente ese departamento tiene fama de ser no muy ordenado; de forma que un amplio porcentaje de las veces tu idea volverá incompleta, dañada, abollada, aplastada, hueca o incluso… no volverá en absoluto. Aquí tengo dos teorías… bueno, solamente una, pero siempre me gusta alucinar que tengo más de una opción. Es posible que las palabras con su joven rebeldía y evidente ingenuidad traten de huir de tu mente en su precaria ignorancia. No saben que allá fuera, sin otras palabras que las acompañen y sin una estructura estética o lógico-argumentativa que las cubra, morirán en segundos, tristes, locas, solas y untando mantequilla en una tornamesa que toca el soundtrack de Ghostbusters. Palabras… literalmente, perdidas.

Las que no alcanzaron a escapar ahora se te presentaran con cierta extrañeza y con un dejo de demencia fingida. Será complicado entenderlas y verlas con los mismos ojos amorosos como aquella mágica primera vez. Pero harás lo posible, lo harás porque las quieres; porque ese segundo en el que se te ocurrieron fue un maravilloso segundo… un segundo bien vivido, lleno de jocosidad, algarabía y júbilo no justificado. Les darás amor, cariño, atención, e incluso otras palabras para que jueguen y no se aburran. Así, bajo el manto de tu paternal protección construirán un lazo de respeto mutuo. Pronto las palabras tendrán la confianza de decirte sus problemas, ideales, sueños y frustraciones. Y así, en todo este largo recorrido (que toma probablemente solo algunos minutos) irás comprendiendo la única y particular personalidad de cada una de esos conglomerados de letras y sonidos fonéticos. 

¡A qué maravilla! ¡Qué grandioso es el mundo! ¡Alabada la esperanza de un futuro mejor! Ahí lo tienes ya, una o varias frases razonadas como reales y con sentido. Dependiendo de cada quién esto puede ser un bello oleo de creatividad lingüística, un estructurado batallón de disciplinados argumentos o tan solo un conjunto libre y loco de apasionada libertad expresiva. No cantemos victoria aún, estas palabras que ya se arreglan y maquillan con puntos, comas y guiones imaginarios; aún pueden perderse. Pueden dar una vuelta errónea al salir de nuestra mente y perderse para siempre… para desvanecerse como aquel que lo tuvo todo y prefirió la nada. Aquí ya no depende de nosotros. Como padres adoptivos de esas bellas palabras (porque el natural sigue y seguirá siendo el cosmos), habrá que dejarlas ir y esperar que alguien las encuentre tan bellas como nosotros cuando las vimos partir.

Lo anterior suena lindo; sin embargo aquí es dónde la mayoría de esos párrafos cargados y cargados de palabras se descarrillan en vías que pasan por dentro de bosques encantados, selvas hambrientas e inmensos y sofocantes desiertos. Las palabras salen con ánimo, motivación y la esperanza de ser descubiertas, de ser escuchadas, leídas, observadas. De ser entendidas, aceptadas, cuestionadas; de ser de alguien más, para alguien más. De crear y gestar esos mismos torbellinos de imágenes que las cautivaron cuando fueron jóvenes y les dieron creación. Con un sentimiento y objetivo tan humano como animal… las palabras solo quieren reproducirse mientras son interpretadas como únicas y trascendentales.

Para que ello pase tiene que venir la persona correcta… aquella a quién las ideas le fascinen y las historias le cautiven. Una persona que leerá y no solo entenderá el concepto; sino que vivirá todo lo que esas palabras vivieron desde antes de nacer. Esa persona sentirá un ligero vacío… pero de esos que emocionan, de esos que te hacen sentir más ligero y con ganas de volar. De esos que sabes que lo llenarás con algo que antes no tenías  y que ahora deseas. Esas palabras vivirán y morirán contigo  hasta al final. Serán tu familia, tu dogma, tu argumento, tu historia, tu cuestionamiento, tu flexibilidad y toda la vida que te falta. Serán esas palabras las que dicten tu vida o al menos distorsionen tu mente. Serán esas palabras las que se convertirán en todo lo que eres y serás.  Esas palabras ya jamás serán perdidas y tan solo morirán para darle paso a otras de existir.

Tuesday, June 12, 2012

Sobrevivir una ilusión

Al principio es tenebroso, como cuando se sueña y no se puede despertar. Es peor aún si sabes que estas soñando, pues entonces das cuenta que ni siquiera tu conciencia (o subconsciencia) atiende tus deseos.

Da un poco de miedo porque conoces la historia ya. Es como vivir esa fracción de segundo antes de tropezar y caer por las escaleras pero a un ritmo lento y de instantes detallados. Primero sientes que un agujero se forma en tu pecho. Ese agujero se va abriendo y al tiempo que te sientes vacío imaginas que comienzas a flotar. Pero flotar es feo, no es como volar. Flotar es despegarte de tu referencia, es perder el piso y control. Flotar es angustia e intranquilidad.

Entonces viene un cañonazo de ideas, sentimientos y colores que llenan la mente pero vacían el alma. Y eso se siente terrible. Hay gente que habla del dolor de un corazón roto o la añoranza de un familiar perdido; pero el miedo del quebranto del alma, el ruido que hace un sueño al caer y romperse es estremecedor. El vaciarse es como explotar por dentro, lentamente y con cierto cosquilleo. Es sentir como la impotencia corre por las venas mientras respiras cada vez más rápido y con mayor pesadez.

Luego, dependiendo de la experiencia, es cuando te da sed. Se sienten los labios secos y la garganta pastosa. La piel incluso comienza a descarapelarse un poco… cómo arena. El oasis del espejismo sigue ahí, entonces bebes y bebes un líquido que también sabe a indiferencia. Eso ahoga… pero cuando la indiferencia es ajena y para uno; entonces sabe a fuego y huele a azufre. Tus ojos se abren (demás) y para cuando percatas la enorme grieta que dreno el estanque ya estás precipitándote bajo tierra.

La desesperación no dura mucho, pues dependiendo de que tan ligero eres (o quieres ser) la caída siempre es lenta y poco impresionante. El problema es que ahí, quieto, en el fondo de esa gruta mágica puedes ver brillar todos esos otros “felices” momentos que ahora son piedras cristalizadas, joyas enterradas y brillantes opacos.

El miedo vuelve de nuevo. El miedo de perder otro pedazo de carbón alucinado como diamante. Algunas veces fue por gusto, otras por apatía; pero cuando se alimenta la idealización con genuina motivación es entonces cuando más duele ver todos esos minerales incrustados en parajes remotos de nuestra cueva subterránea.

Algunos entonces lloran. Otros estallan en ira. Otros más agrietan las paredes con sonoras e hirientes carcajadas. Pero la verdad es que el daño es y se vive para uno mismo. Se siente, se devora, se analiza, se disfruta, se detesta, se exalta, se esconde, se potencia, se le da un nombre, se le describe, se le olvida, se le ama.

No dejamos; sin embargo, de jugar. Crear espejismos es un pasatiempo peligroso. Fugaz a veces, pero siempre potencialmente devastador. Algunos no lo sobreviven, otros aprenden a vivir de él. Yo no sé si pueda sobrevivir otra ilusión pues es posible que ya este ahogado en espejismos.


Monday, June 11, 2012

Sobre cosas en las que no creo


Hay cosas en las que no creo. No por convicción, sino solamente porque no las he vivido. Generalmente son cosas que no se pueden ver y que no tienen por qué verse. Un fantasma, por ejemplo, se siente y a veces se ve. A un fantasma se le teme o se le ama. Se huye de él o se le invita a jugar. Yo creo en los fantasmas. Creo que existen sin saberlo, que habitan nuestros sueños y que son los que nos hacen sentir intranquilos y ansiosos a pesar de que todo lo que nos rodea esta diseñado para adormecer ese sentimiento.

No creo, sin embargo, en los demonios. A diferencia de los fantasmas, los demonios no se ven. El abrumador terror de un demonio se siente y yo nunca lo he sentido.  He sentido que mi alma (otro fantasma más) se cae hasta el suelo. He sentido la inmensidad de un Universo repleto de espacios vacíos. He sentido la falsedad de la ilusión del tiempo. He sentido la contracción de mi mente cuando pienso en el infinito. He sentido la parálisis que provoca el pensar en la muerte. Pero nunca… jamás he sentido miedo verdadero. Solo he sentido fantasmas, pero jamás he mirado a un demonio a los ojos.

No creo en lo que no se escucha, en lo que no hace ruido. No creo en el verdadero silencio, sino tan solo en el bajo volumen de la trivialidad. Lo que no se escucha no existe, lo que no grita no se oye, lo que no tiene ritmo, armonía, melodía o algún tipo de disonancia tolerable no me llama la atención, exista o no.

La música (otro fantasma más) existe y comenzó a existir desde que el Universo se aburrió de ser una colección del todo en la nada; desde que en su infinita totalidad prefirió fragmentarse. Escuchar música es escuchar al todo, componer música es descubrir un fragmento de la galaxia. No creo en los que no entienden la música.

No creo tampoco en los espejos; porque sé que existen pero los odio. Los detesto porque se parecen mucho a nosotros. Brillantes y opacos; delgados y pesados a la vez; hermosos, pero vacíos. Frágiles, engañosos y sin luz propia. ¿Qué acaso no hay atrevimiento más grande que el tratar de imitar la realidad? El reflejarla, rechazarla, escupirla deformada y sin nada más que humo y luces.  No creo en los espejos porque se burlan del Universo.

Hay otras cosas en las que me gustaría creer pero no puedo… no aún. Fantasmas más elusivos. Algunos tímidos, otros bromistas. No creo en las palabras ambiguas. Creo en las imágenes que componen, pero no en los sentimientos que describen. No creo en los conceptos definidos tampoco. Creo en su utilidad discursiva, pero no en su descripción de la realidad.

No creo en el amor, ni en la libertad, ni la democracia. No creo tampoco en el mal, en la paz, ni el verdadero odio. Creo en el tedio, en la ilusión, en los momentos. No creo en la felicidad, ni en la inteligencia. Creo en la melancolía y en la ansiedad. No creo ni en el orden, ni en la coerción, ni en el destino. Creo en el caos, en la ira, en la euforia. No creo en la poesía, ni en la exageración; pero creo en la realidad y sus sentimientos. Creo en las coincidencias y en las estrellas que habitan dentro de nosotros. Creo en la inercia, en el movimiento y la detestable cotidianeidad.

No creo en el amor porque los que dicen que existe le llaman eterno. Porque se le confunde con sensualidad y con sexualidad. Porque se le utiliza como un pasatiempo. Porque se le idealiza como un ángel o se le toma por un demonio. No creo en el amor porque es exagerado e irreal por definición. Porque el verdadero amor es la unión del todo con el todo… es el placer de la inexistencia.

No creo en la libertad porque nadie ha sabido definirla. Porque es un concepto que justifica lo injustificable y cuestiona naturalezas inexistentes. Tal vez no creo en la libertad porque simplemente no la conozco, porque no la comprendo. Porque creo saber que es pero agonizo para justificarla, definirla y generalizarla. No creo en lo complicado de la libertad.

No creo en la democracia porque no la he visto funcionar, porque la historia me dice cuentos y la realidad me parte la cara. No creo en la democracia porque no existen mecanismos para que exista y porque nadie parece importarle. No creo en la democracia porque sigue siendo arbitraria, tiránica, frágil y peligrosa. No creo en las mayorías, por eso no creo en la democracia.

No creo en el mal porque el mal es absoluto. No creo en ignorar las circunstancias o en definir criterios de cosas que no se comprenden. No creo en la naturaleza del hombre o en su idea de moral. Creo en lo malo, pero no creo en el mal.

No creo en la paz porque es ambigua, porque es ambiciosa, porque es confusa. No creo en la paz porque la paz también duerme, porque también es excusa para la tiranía, el abuso y el miedo. No creo en la paz porque no existe. Creo en sus elementos, pero no en su totalidad.

No creo en el odio, no en un odio verdadero. No creo en que un sentimiento fruto de una mente nublada sea real. No creo en la honestidad del aborrecer algo. Creo en la ignorancia, en la intolerancia y en la estupidez. Pero no en el verdadero odio.

Creo en el tedio, en lo que significa y lo que representa. Creo en la irrelevancia de la vida y la falta de significado. Creo en el vacío del corazón, del alma y la existencia. Creo en la constructiva y destructiva magia del ocio. Creo en la hermosura del no hacer nada y del no ser nada.

Creo en la ilusión porque siempre nos rodea. Creo en los espejismos, en las idealizaciones, en las falsedades y en la carencia de nuestros sentidos para asimilar la realidad. Creo en los juegos mentales, en las caras a contra luz y los colores ambiguos. Creo en el enamorarse de desconocidos.

Creo en los momentos, pues no hay nada más que momentos. Un eterno instante. Creo en la experiencia estética, en la diversión, en el placer y el riesgo innecesario. Creo que la vida es la momentánea salida de la inerte eternidad.

No creo en la felicidad porque es un objetivo estúpido. No creo en ella porque se rehúsa a convivir con los instantes, porque se presenta a ella misma como un fin. No creo en metas de vida o finales felices. No creo en lo que niega lo más evidente de la realidad.

No creo en la inteligencia, pues se confunde con memoria. No creo en cosas intangibles que se evalúan o se miden. Creo en la sabiduría, en la genialidad, en la astucia, el ingenio y la creatividad. Pero no creo que todo eso se puede compactar en lo que llaman inteligencia.

Creo en la melancolía porque es profunda y significativa. Creo en ella porque en su nostalgia y tristeza nos recuerda como nos afecta la vida, más allá de su superficialidad. Creo en la melancolía porque aunque general, siempre es distinta y siempre está justificada.

Creo en la ansiedad, porque la ansiedad es movimiento, es sube y baja. Es nerviosismo, cuestionamiento y emoción. Creo en la ansiedad de lo desconocido porque eso es la vida.

No creo en el orden, porque aunque todo se ve perfecto desde lejos, la dinámica del mundo y el Universo es tal que nada permanece ordenado por mucho tiempo. No creo en el orden porque es una alegoría de lo estático, de lo muerto.

No creo en la coerción porque es consecuencia de la ignorancia y un egoísmo burdo y abusivo. No creo en sus métodos ni en sus fines. No creo en su razón de ser, pues está se deriva de la ignorancia y la falta de empatía; pero sé que a veces se tiene que vivir con ella y para ella.

No creo en el destino porque ni siquiera el Universo sabía que iba a estallar y expandirse hasta que lo hizo. Porque aunque todo parezca escrito, una canica aún no sabe si al caer rebotará o se fundirá con la probabilística naturaleza del piso. No creo en el destino pues aunque exista, nuestro horizonte cognitivo jamás nos dejará verlo.

Creo en el caos por lo mismo que no creo en el orden. Creo en lo nuevo, en lo impredecible, en la oscilación sin control. Creo en la nobleza de aquello que no solo carece de orden pero se empeña en salirse cada vez más de control. Creo en los sentimientos que la incertidumbre de un momento en desorden produce.

Creo en la ira por verdadera, por fugaz, por sincera. Creo en la ira por su humanidad y su calidad como instinto. Creo en la ira porque siempre es justificada, aunque no podamos comprenderla.

Creo en la euforia porque es momentánea y poderosa. Porque es la hermana mayor de la felicidad. Porque es plenitud de existencia y unión con el todo. Porque es volar sin despegarse del suelo, viajar sin moverse y sentir sin destruirse.

No creo en la poesía ni en sus exageraciones. Detesto su ambigüedad y sus ritmos carentes. No creo en que las palabras puedan imitar a la música o las imágenes. Son fotografías alteradas, condensados de experiencias torcidas. Son abuso de individualidad. Aun así, creo en lo que pretenden expresar, pues creo en la realidad como ensalada de emociones y sentimientos.

Creo en las coincidencias porque me parecen evidentes. Porque el Universo es demasiado grande para ser una coincidencia y; sin embargo, lo es. Creo en ellas porque son divertidas, porque son emocionantes y porque siempre tienen algo que decir sobre nosotros y los que nos rodean.

Creo en que estamos hechos del mismo material de las estrellas. Creo que somos historia natural y antropológica al mismo tiempo. Creo que todos somos parte de la misma estela de creación. Creo que somos planetas, estrellas y galaxias; tanto dentro como fuera.

Creo en la inercia aunque la detesto. Creo en el movimiento porque todo se mueve. Creo en la detestable cotidianeidad porque la vivo día con día y hay veces que me envuelve por completo en su opaca y pesada capa de quietud y adormecimiento.

Al final en lo creo es en el cambio, en el cuestionarlo todo, en la dinámica de las ideas y las emociones. Creo en la corona de fuego que la desesperación puede crear desde su potencialidad. Y creo que esa corona y las formas que desprenden de ellas pueden ser ahogadas con torbellinos de arena, agua y luz. Y así, al menos por un efímero momento, permitirnos ser alegres, tu y yo, juntos en la limitada unión que nos permiten nuestras almas.

Monday, June 4, 2012

Sobre expresar un momento


Describir me es complicado. Me es complicado el encontrar las palabras, no solo en su significado sino en su correcta cantidad. De la misma manera en la que la memoria de un sueño desaparece progresivamente cada segundo que permanecemos despiertos, el sentir de una descripción pierde fuerza con cada palabra innecesaria que se le va agregando.

Me es complicado expresar un momento, más no el vivirlo. El estar sentado al borde de una fría alberca mientras la lluvia produce ondas sobre ella es relajante y devastador al mismo tiempo. El explicar por qué, apoyándome en la sola fotografía del momento visto como realidad me es imposible. Podría divagar en párrafos que mencionan el acomodo de aquel patio, el tamaño exacto de la luna, las especies presentes de flores, plantas y árboles; y por supuesto, todas las tonalidades de azul que la mezcla de la lluvia y el sol del atardecer producen sobre la piscina. Pero el momento, lo realmente estético de ese fragmento de vida quedaría olvidado en detalles que las palabras pueden proyectar pero no emular. No me gusta describir fotografías.

La imaginación es traicionera como un río bajo en una tormenta. Confunde presentes con memorias, memorias con sueños y sueños con verdades. Mueve y acomoda retratos como le place, engañándonos con una novedad inexistente. Impresiona por fugaz, pero decepciona por superficial. Esos instantes, borrosos y escurridizos, son el martirio de la existencia reflexiva; pero también son su combustible y sola razón de ser.

Me decepciona cuando nada sale de todo aquello. Cuando las realizaciones son repetitivas y solamente agregan a la angustiante incertidumbre de un sinsentido abrumador. Aunque todo eso es un simple defecto de mi utilitaria programación.

Aun así, el detenerme y pensar… detenerme y sentir es ya un éxito de todo el cúmulo de coincidencias que llamamos existir. Al final no me queda más que expresar los momentos con palabrería vaga y, a veces, circular. Nada de esto simula siquiera las reflexiones del día de hoy; pero al menos me ayuda a justificar mi incapacidad para describirlas.

Pero estos párrafos, como el vivir, se sienten incompletos.