Al principio no puedo decir que los veo; pero
definitivamente los siento. Y eso sucede muy rápido en algunos casos, como si
la vida misma quisiera darles importancia a esas miradas desconocidas. A muchas
de ellas las conozco bien, a otras simplemente me hubiera gustado hacerlo. Al
final, los colores que se desprenden de sus imágenes tienen todos un toque
profundamente melancólico; pero de nuevo, muchas veces esto es obra de esa
confusión tan deliciosa entre la memoria y los sueños.
Empezaré por ella cuyo color siempre me pareció
el amarillo. Un tono suave y tímido cuando se pierde en la luz; pero alegre y
contrastante en ciertos puntos de la noche. Tal vez por ello no la note al principio;
pues al final la conocí en un día soleado y ruidoso. De regreso aquella tarde,
cuando el cielo comenzó a nublarse y la lluvia se dejó caer, fue entonces que
su voz me resulto importante.
Pasaron pocos días, la vi pocas veces; pero su
color amarillo se volvió cálido, aunque tenue. El solo timbre de su voz y ese
delicado acento eran suficientes para entenderla. Aunque es presuntuoso decir que
así fue. Ella; sin embargo, parecía comprenderme a la perfección. Esas últimas
palabras que me dijo fueren preocupantemente atinadas.
Sigamos pues con lo que el flujo de la memoria
dicta. Ella se encuentra presente porque desde hace mucho tiempo se volvió
cercana. Su color es más como el negro: inmutable y difícil de ignorar por su
misma profundidad. A veces es pesado y, debo admitirlo, aburrido. Creo que prefiero
los colores vivos. En su caso no ha sido un problema, pues hemos preferido
contrastar que combinar, y tal vez por eso nos llevamos bien.
Ella es un suave tono púrpura que conozco muy
poco, casi nada. El morado me encanta y me gustaría decir lo mismo de ella,
pero no es así. Si se diese la oportunidad podría suceder; pero normalmente ese
tipo de cosas no se presentan con la magia que se esperaría. Es un tono
inteligente y fácil de combinar, cambiante y lleno de sorpresas. Lo veo de
lejos porque lejos está, aunque ella no pierde oportunidad para dibujarse de
forma sutil y constante. Es un tono triste y reconfortante al mismo tiempo,
como esa canción que a ambos nos gusta.
Hablando de colores lejanos, como olvidar ese
brillante y vivo blanco tan exótico como familiar, tan alegre como serio, tan
claro como misterioso. Así tal cual es ella. Se lleva bien en todas partes y a
todas horas, pero su combinación tan perfecta también era distante. Se podía
ver a través de ella solo para encontrar otra vez esa blancura impecable. Libre,
eufórica, reservada y madura. Al final su tono es sinónimo de paz.
Uno de mis colores favoritos siempre fue el
gris; ese gris que ella representa en toda su belleza. Como el color, se sabe
linda más no se considera hermosa. Este tono me es tan familiar como ella. Lamentablemente
siempre requiere de algún otro tinte para resaltar. Es un color que lleva otros
tiempos y otros ritmos. La conozco desde años, pero es como si solo hubiéramos convivido
un par de días. En la lentitud de su pintura se disfrutan mucho los pequeños
trazos; pero cuando volvemos al tiempo de nuestra realidad su hermosura se
decolora en mi incapacidad para cambiar el tempo.
El café es una tonalidad fuerte, pesada y seria.
Y en su caso esa rigidez provoca una inercia que al entrar en movimiento la
lleva muy lejos, pero al desacelerar la hace caer con una tremenda fuerza. Me gusta y nunca sabré porque. Su simplicidad
y terrenal alegría me contagian, pero como el suelo mismo en el que piso, su
tonalidad es superficial, predecible y demasiado estable para mí.
Ella es sin duda el rojo. Ese rojo que solo
hace sentido en los labios de una mujer, ese rojo que contagia con un racional
pero explosivo ardor. El rojo muchas veces termina por quemarme; pero detrás de
esa corona de fuego parece haber alguien muy parecido a mí. Ella brilla con
idealismo, energía y una verdadera alma de poeta. Al menos eso es lo que creo.
Otro tono interesante es el azul claro de esta
elusiva dama. Ella no es más que una estela en la mirada de esas que vagan como
fantasmas tras un severo cambio de luz. Hay días que parpadeo y su chispa se
confunde con verdes, morados y anaranjados. Si dejo los ojos cerrados todos los
colores desaparecen y esa tonalidad tranquila e inteligente permanece. El problema
es que al abrir los ojos doy cuenta que esa mirada es tan engañosa como el mar
y tan lejana como el cielo.
El verde en su presencia era palpable. Un color
que debo admitir me quitó el sueño durante un tiempo. Graciosa e inadecuada,
tal vez incluso más que yo. Tímida pero libre en su rareza. Tonta y feliz;
triste y delicada. No supe cómo interpretar lo vivo de su esencia, lo esperanzador
de su originalidad, lo tranquilizante de su individualidad. Hoy me parece
distante; pero desde entonces lo era ya.
Anaranjado es tal vez el último que vale la
pena mencionar. Exótico y llamativo; pero cansado si se le ve con regularidad.
Es un tono divertido, pero insustancial. Ella era brillante y carismática en su
estar; pero incluso si ignoramos las problemáticas circunstanciales de nuestro
coincidir; lo único que me dejó fue su calidez inicial y esa frialdad surgida
de la opacidad de su color.
Una paleta de emociones se refleja en las tonalidades
de sus personalidades; pero siempre me es sencillo detectar un solo color
distintivo que llena mi memoria y se refleja en mis sueños. Al final las combinaciones
son infinitas y su movimiento es música. Tal vez el problema, si es que hubiera
alguno, es que no puedo ver mi color; sino tan solo sentir su textura.