Wednesday, May 20, 2009

Querido Chef:

Día a día me levanto diligentemente para tomar mi ducha matutina y ese baño especial en leche de soya que tanto me encanta. Al relajar mi cuerpo en tan rutinaria actividad imagino con un toque de ingenuidad y falsa esperanza la hora de la comida.

Mientras arreglo mi sombrero de copa y saco el monóculo del día de su empaque sé que si hay algo seguro en la vida es el placer del refrigerio a la 1 de la tarde. El cereal mañanero me da esa dosis que necesito para arrancar mi vehículo y dirigirme a la oficina.

Debo aceptar que mi trabajo se lleva a cabo en lo que me gustaría denominar como un templo a la inspiración. El llegar a mi pequeño espacio personal dentro de ese gris edificio me produce un lindo sentimiento de pertenencia. De esa manera, comienzo mis labores diarias.

Al tiempo que saboreo un café de muy mala calidad, veo lentamente los minutos pasar mientras continúo escribiendo mis memorias. Así, pronto, esa mágica hora se ve más y más cerca. Mientras tanto, sigo hojeando el montón de papeles amarillos que se han acumulado en mi oficina en búsqueda de algo que merezca salvarse de la perdición inmediata; representada adecuadamente por esa diabólica maquinita que come papel.

Pronto dan las 11, tiempo adecuado para hacer una visita al sanitario. Hago lo que tengo que hacer, y de paso limpio de forma cuidadosa mi fino bastón. Así mismo, con un poco de agua desempaño la pequeña circunferencia de mi lente. Vuelvo a mi lugar y continúo escribiendo.

Reviso rápidamente la plataforma de correos electrónicos, respondiendo de forma concisa los más importantes. Goku, mi simpático colega, llega alrededor de las 12, listo para llevar a cabo la empresa que yo le pida.

Conversamos un rato y lo venzo en una rápida partida de polo de mesa. Me cuenta de sus sueños e ilusiones y lo mucho que extraña a Tertulia la anaconda. Sin embargo, parte de mi mente se pierde en esa ilusión de una comida completa. Al acercarse la hora del descanso sé que la cafetería del lado este no me fallará.

La corporación de Fede se ha caracterizado por sus excelentes servicios alimenticios entre otras cosas. Dicen por ahí que no saben fallar, como esas plumas del hombre con cabeza de ruedita. Y así había sido siempre querido Chef. Como he acostumbrado desde hace ya mucho tiempo me gusta ir hasta el comedor B-15 debajo del piso dónde guardan los misiles anti balísticos. Usted conoce muy bien ese lugar; ahí es donde labora.

Debo felicitarlo primero que nada, porque si no fuera por usted, nada de esta carta tendría sentido. Usted fue quien le puso esperanza a mis días, quien marcó permanentemente esa hora en mi calendario. Y usted lo sabe porque se lo he hecho saber. Ya sea con esas deliciosas crepas o el más casual viernes de Tacos Locos, su sazón no deja de sorprender.

Pero de igual forma, me imagino que usted ya sospecha de que trata esta carta. De cuál es ese motivo latente que le da forma y voluntad de existencia a estas palabras. El día de ayer, mientras probaba uno más de sus novedosos platillos, ese maldito sabor a muerte penetró mi paladar.

Fue tan repentino e impactante que mi reacción provocó la caída del monóculo dentro de mi pequeña taza de té. Signo irrefutable de una terrible impresión. Mis colegas también quedaron pasmados al verme en ese estado. Sin querer, una lágrima escapó de mis ojos color esmeralda y se deslizo cuesta abajo como gnomo en trineo.

Los francotiradores del lobby nerviosamente ajustaron sus armas al no estar seguros de lo que vendría. Afortunadamente pude calmarme y reflexionar. Detenerme por unos cuantos segundos y asimilar el agrio trago que la vida me había dado en la boca.

No quiero que se alarme Sr. Chef, pero aquí yo solo le platico las cosas tal y como sucedieron. Estoy seguro que a muchos les ha de haber encantado su crema de espárragos chipriotas; pero en mi caso muy particular, me sentí profundamente ofendido por su falta de sabor.

Es claro que mi intención es de proporcionar un canal de retroalimentación abierto y maduro. Y por eso le hago presente mi sentir. Yo sé que es muy fácil para mí criticar la ejecución de sus recetas; pero no lo vea esto como un ataque, si no como una recomendación.

Así mismo lo quiero invitar cordialmente a que tengamos una plática para intercambiar impresiones, e incluso enseñanzas de lo sucedido el día de ayer. Usted sabe dónde encontrarme.

Sin más, me despido.

Su amigo que lo ama,

Sr. Pistacho.

3 comments:

Pinkrobot said...

entonces el señor pistacho le copia el atuendo a mr. peanuts? o es solo que las nueces son todas refinadas? shame on mr. pistacho

Fede Fiesta said...

1. El Sr. Pistacho es real, Mr. Peanut no lo es.

2. Las nueces SI son muy refinadas

'ElectroPOP ♥.' said...

creo que ha de ser un poco molesto tener como empleado a Goku ya que he escuchado por ahi que gusta de romper los codigos de vestimenta y utiliza tintes de pelo muy extravagantes para el mundo laboral.

Senior Fede Fiesta, es usted un maestro de la imaginacion

hahah saludos x)