Es verdaderamente frustrante el ver cómo no hemos aprendido a
manifestarnos como ciudadanía. No hemos aprendido ni siquiera a comprender y
cuestionar esas mismas manifestaciones que algunos grupos ejercen en una
colectividad difusa y de intereses opacos.
Tenemos un retraso histórico brutal; que si bien es posible explicarlo
en décadas de vivir una democracia fantasma, no deja de ser aún motivo de vergüenza
nacional. En nuestra actualidad “globalizada” es triste ver que ni siquiera las
cúpulas universitarias producen actitudes civiles de calidad cuando se tiene
todo el contexto y justificación para generar reclamos coherentes y
propositivos.
En un anacronismo disfrazado de nostalgia las ideologías del pasado se
confunden en sí mismas y muestran una visión simplista y polarizante de los problemas de nuestra actualidad. En
ambas direcciones del espectro se maquillan reclamos egoístas en la emotividad
de luchas históricas que se muestran con toda la insensatez que permite su
descontextualización. Así, se justifican estúpidas y vacías argumentaciones en
el campo de la moral y no en el de la lógica, el análisis, la reflexión o el
diálogo. Una moral tan dogmática como la de cualquier religión estancada en
doctrinas no debatibles.
La CNTE y los encapuchados de la UNAM nos representan a todos. Nos
representan como una sociedad infantil, necia, caprichosa y negada a dialogar. Nos
representan como ciudadanos que exigen antes de reflexionar su exigencia, antes
de analizar sus demandas, antes de contextualizar sus reclamos y; por supuesto,
sin considerar ninguna realidad histórica más que aquella torcida visión de
luchas y manifestaciones de otras naciones, otros tiempos y otras circunstancias.
Se blanden ideologías caducas como pases gratis que permiten justificar
cualquier desfiguro y desfachatez. Se exoneran de su propia estupidez culpando
a un Estado deficiente y sordo. La inoperatividad del Estado de Derecho es un
tema que vale la pena discutir; pero habrá que recordar que la culpabilidad
ante el teatro democrático nacional es compartida.
En una necedad recalcable seguimos distanciándonos de los males que
ejercen nuestros gobiernos sobre nosotros. Hemos olvidado, tal vez, que fue el
imaginario colectivo nacional quién ha forjado la oxidada máquina política
mexicana. Y aunque esto no significa que sea nuestra responsabilidad el
corregir todo lo que lleva podrido durante décadas si debe obligarnos a tomar
partido y posicionamiento de forma mucho más congruente y enérgica ante los
simulacros de ciudadanía que algunos grupos minoritarios pretenden validar
apelando a la indignación general del país.
Es verdad que las vías aceptables ante el mismo Estado han sido
insuficientes para ejercer justicia y democracia ante las desavenencias
generales de la población. Desde la fallida política de seguridad hasta nuestro
irrisorio proceso electoral hemos pasando por un extenso listado de historias
políticas de terror que parecen sacadas del más nefasto libro de humor negro.
Sin embargo, bajo esa argumentación tampoco es posible justificar actos
de violencia, desorden y un libertinaje total en formas y medios para hacer
visible un punto, por más obtuso, opaco y ramplón que este sea. Podríamos jugar
a la lotería con palabras como liberalismo, privatización, modernización o represión
en cada comunicado de algún grupo de tintes “anarquistas” (enfatizando las
comillas), socialistas o afín; sin encontrar ni un ápice de sustancia o
profundidad argumentativa en el campo de las ideas.
Estos grupos, disfrazados de luchadores sociales, manchan todo el
esfuerzo que algunos otros colectivos han llevado a cabo mediante un ejercicio
responsable de su ciudadanía. Así, cuando se da una manifestación genuina y
conforme a la ley da pie a desacreditaciones rápidas y resonantes al equiparar
cualquier reclamo a los escándalos de excusas de sindicatos o porros radicales
que piensan tener derecho sobre todo dentro y fuera de la ley.
La postura hay que definirla, y en este caso no hay muchas opciones. O
se busca el reclamo político y social dentro del mismo Estado de Derecho o se
le combate abiertamente y no una selectividad cobarde. El desafiarlo con
actitudes por fuera de la ley mientras que se exige se atiendan sus demandas
dentro del esquema constitucional es un chiste que se cuenta solo. La ironía de
combatir al Estado y luego pretender jugar a la víctima cuando este intente
recobrar autoridad dónde la ha perdido es abismal. Si un niño comete actos
vandálicos en las paredes de su casa la acción lógica es que sus padres ejerzan
autoridad contra él para restaurar el orden del hogar. La alegoría pudiera ser
muy tonta; pero la verdad es que la ciudadanía mexicana aún tiene la madurez de
un niño; y aunque nuestro padre sea un imbécil; para poder confrontarlo hay que
tener los medios y la estrategia para hacerlo cuando decidamos finalmente
emanciparnos por completo de él.