Monday, April 29, 2013

De niños y ciudadanía



Es verdaderamente frustrante el ver cómo no hemos aprendido a manifestarnos como ciudadanía. No hemos aprendido ni siquiera a comprender y cuestionar esas mismas manifestaciones que algunos grupos ejercen en una colectividad difusa y de intereses opacos.

Tenemos un retraso histórico brutal; que si bien es posible explicarlo en décadas de vivir una democracia fantasma, no deja de ser aún motivo de vergüenza nacional. En nuestra actualidad “globalizada” es triste ver que ni siquiera las cúpulas universitarias producen actitudes civiles de calidad cuando se tiene todo el contexto y justificación para generar reclamos coherentes y propositivos.

En un anacronismo disfrazado de nostalgia las ideologías del pasado se confunden en sí mismas y muestran una visión simplista y polarizante  de los problemas de nuestra actualidad. En ambas direcciones del espectro se maquillan reclamos egoístas en la emotividad de luchas históricas que se muestran con toda la insensatez que permite su descontextualización. Así, se justifican estúpidas y vacías argumentaciones en el campo de la moral y no en el de la lógica, el análisis, la reflexión o el diálogo. Una moral tan dogmática como la de cualquier religión estancada en doctrinas no debatibles.

La CNTE y los encapuchados de la UNAM nos representan a todos. Nos representan como una sociedad infantil, necia, caprichosa y negada a dialogar. Nos representan como ciudadanos que exigen antes de reflexionar su exigencia, antes de analizar sus demandas, antes de contextualizar sus reclamos y; por supuesto, sin considerar ninguna realidad histórica más que aquella torcida visión de luchas y manifestaciones de otras naciones, otros tiempos y otras circunstancias.

Se blanden ideologías caducas como pases gratis que permiten justificar cualquier desfiguro y desfachatez. Se exoneran de su propia estupidez culpando a un Estado deficiente y sordo. La inoperatividad del Estado de Derecho es un tema que vale la pena discutir; pero habrá que recordar que la culpabilidad ante el teatro democrático nacional es compartida.

En una necedad recalcable seguimos distanciándonos de los males que ejercen nuestros gobiernos sobre nosotros. Hemos olvidado, tal vez, que fue el imaginario colectivo nacional quién ha forjado la oxidada máquina política mexicana. Y aunque esto no significa que sea nuestra responsabilidad el corregir todo lo que lleva podrido durante décadas si debe obligarnos a tomar partido y posicionamiento de forma mucho más congruente y enérgica ante los simulacros de ciudadanía que algunos grupos minoritarios pretenden validar apelando a la indignación general del país.

Es verdad que las vías aceptables ante el mismo Estado han sido insuficientes para ejercer justicia y democracia ante las desavenencias generales de la población. Desde la fallida política de seguridad hasta nuestro irrisorio proceso electoral hemos pasando por un extenso listado de historias políticas de terror que parecen sacadas del más nefasto libro de humor negro.

Sin embargo, bajo esa argumentación tampoco es posible justificar actos de violencia, desorden y un libertinaje total en formas y medios para hacer visible un punto, por más obtuso, opaco y ramplón que este sea. Podríamos jugar a la lotería con palabras como liberalismo, privatización, modernización o represión en cada comunicado de algún grupo de tintes “anarquistas” (enfatizando las comillas), socialistas o afín; sin encontrar ni un ápice de sustancia o profundidad argumentativa en el campo de las ideas.

Estos grupos, disfrazados de luchadores sociales, manchan todo el esfuerzo que algunos otros colectivos han llevado a cabo mediante un ejercicio responsable de su ciudadanía. Así, cuando se da una manifestación genuina y conforme a la ley da pie a desacreditaciones rápidas y resonantes al equiparar cualquier reclamo a los escándalos de excusas de sindicatos o porros radicales que piensan tener derecho sobre todo dentro y fuera de la ley.

La postura hay que definirla, y en este caso no hay muchas opciones. O se busca el reclamo político y social dentro del mismo Estado de Derecho o se le combate abiertamente y no una selectividad cobarde. El desafiarlo con actitudes por fuera de la ley mientras que se exige se atiendan sus demandas dentro del esquema constitucional es un chiste que se cuenta solo. La ironía de combatir al Estado y luego pretender jugar a la víctima cuando este intente recobrar autoridad dónde la ha perdido es abismal. Si un niño comete actos vandálicos en las paredes de su casa la acción lógica es que sus padres ejerzan autoridad contra él para restaurar el orden del hogar. La alegoría pudiera ser muy tonta; pero la verdad es que la ciudadanía mexicana aún tiene la madurez de un niño; y aunque nuestro padre sea un imbécil; para poder confrontarlo hay que tener los medios y la estrategia para hacerlo cuando decidamos finalmente emanciparnos por completo de él. 

Monday, April 15, 2013

Pensar nuestra actualidad


Existe un juego muy extraño entre las particularidades y las generalidades. Una relación  aparentemente trivial pero que en una mirada cercana descubre una intrincada inter-relación que nos dice mucho de prácticamente cualquier fenómeno natural que se intente explicar por medio de un enfoque teórico.

Un ejemplo sencillo que me viene a la mente es la inoperatividad del concepto del Estado en la realidad práctica. Ese ente abstracto se justifica en leyes generalizadas basadas también en otros imaginarios no menos contradictorios –como el caso de nación. Sin embargo, si se tratará de crear un mecanismo paralelo de arreglo social en el cuál fuera preciso particularizar todos los contextos para su funcionamiento, su mismo planteamiento sería imposible.

Ese concepto de nación que mencionaba presenta una situación similar. La agrupación de un montón de individuos en base a una lengua, origen o recolección histórica y/o territorial también da una base bastante tambaleante a la hora de construir identidades; precisamente por la terrible generalización del concepto.  Es verdad también que el tratar de crear comunidad en base a un genuino interés de la historia individual de cada persona y sus respectivas motivaciones es, también, una labor humanamente imposible.

En ambos ejemplos es posible darse cuenta que los discursos generalizados normalmente son incompletos, arbitrarios e insuficientes para englobar los fenómenos sociales humanos; mientras que por otro lado una colectividad entendida como la totalidad de un infinito de perspectivas individuales resulta agobiante por su imposibilidad; no sólo de agrupación o enumeración; sino de reconciliación con respecto al resto de las perspectivas personales con las que cada iteración tendría que enfrentarse. Tampoco cabría aquí el utilizar aquel lugar común del “punto medio”, esa mágica fórmula que no deja de ser generalidad absurda antes de ser perspectiva de moderación o equilibrio.

Si bajamos a términos un poco más vivenciales podría asumir que, de no conocerme personalmente, el redactar aquí alguna cuestión auto-biográfica no les llamaría en absoluto su atención; a menos que esta se presentara mediante algún estilo literario con estética y ritmo suficientes para atraparlos dentro de una historia ya más semejante a alguna ficción literaria. Si este no fuera el caso y al no conocerme ni a mí ni a mis ideas; cualquier fragmento histórico de cómo llegue a ellas sería más que paja para su lectura.

Precisamente esa es la razón por la que de momento me inclino a continuar escribiendo este tipo de reflexiones sin mucho rigor discursivo ni estructural. Aunque podría utilizar estas mismas letras para seguir aderezando otras páginas (un tanto olvidadas ya) sobre vivencias anecdóticas de mi corta vida, he preferido dejar de lado esa “particularidad” de mi tiempo y circunstancias para expresar una generalidad más vaga respecto a ideas y sentimientos sobre el existir en estos tiempos.

Es mi ilusión el generar una empatía estética con ese lector invisible al que de momento tú le das vida. Por fin he llegado a un momento existencial en el que ya no tengo miedo a sonar pretencioso o equivocado ante las revelaciones (simples o complejas) que, por decirlo de alguna manera, la existencia ha puesto sobre mí.

Es verdad que vivimos en una época en dónde esta labor de reflexión no genera mayor reconocimiento ni consideración. En pocos años la degeneración del arte inmediato (ese que ya se encuentra masificado) se ha gestado mediante una enfermiza necesidad de consumir contenido (sin mucho tiempo para disfrutarlo) y compartir todo eso que supuestamente devoramos. El paralelismo evidente en la acción social refiere a simplemente hacer, sin pensar mucho al respecto de lo que se hace o sobre la problemática misma que se pretende atacar. Cuando intento argumentar que mi rol, cómo miembro activo y consciente de mi sociedad, es compartir ideas, pensamientos y generar crítica sobre mi realidad… así, con palabras escritas sobre hojas electrónicas; es fácil esperar una reacción casi inmediata de desacreditación.

Lo que expreso de momento no llega a mucha gente y por ello cualquier argumento, por más valioso o inútil que sea, es difícil que resuene en algún actuar real. La sola congruencia no es más que un requisito para validar, aunque sea en ilusiones morales, lo que aquí escribo. Hemos olvidado que todo lo que ahora nos engrandece o atormenta como sociedad es producto de un discurso histórico de ideas. Que si tal o cuál filósofo, científico o poeta nunca ejecuto su visión en realidad práctica no significa que su enfoque y razón no hayan cambiado el arreglo social en el cuál vivimos.

Mi esperanza no radica en generar algún sistema filosófico, ético o político que remplace los anticuados abstractos de nuestra sociedad. Me conformo con plantearlos, así, en ideas particulares y fragmentarias, para que otros los tomen y los modifiquen a su antojo. Soy enemigo de las ideologías por su misma pretensión dogmática. No hay ninguno de mis grandes ídolos al que no pueda levantarle la voz en aras de alguna argumentación que no me pareciera convincente. En sí puede que ese sea el único pilar inamovible de mi discurso: el cuestionarlo todo.

No hablo, obviamente, de un irresponsable y reaccionario cuestionar. De un retar tan solo por hecho de transgredir o importunar; de un vacío delirio de enemistad ante autoridad y tradición. Hablo de un cuestionamiento crítico justificado en la constante re-evaluación de nuestras creencias. No hace falta el poder conceptualizar alguna verdad absoluta o un imperativo moral para poder ejercer juicios más o menos sensatos sobre nuestra existencia. Tampoco vale la pena el buscar esas fantasmagóricas guías irreducibles que algunos tratan de encontrar como si se tratase del mismísimo Santo Grial. Aquellos tiempos terminaron, esos tiempos dónde algún maestro de la retórica o pensador medianamente elocuente podía vender ideas de totalidad, divinidad y trascendencia en directores absolutos. Al menos eso me gustaría pensar.

No sé trata tampoco de caer en un relativismo brutal o un nihilismo vacío. Algo de verdadero hay en ambos tabús filosóficos, en su pretensión de generalidad tienden a fallar e incluso en correr el riesgo de transformarse en peligrosas ideologías. Podría decirse que comparto mucho de la visión de una “razón vital” de Ortega y Gasset en la ciencia, la moral y el arte. Podría, en efecto, intentar construir un modelo epistemológico, moral y estético a partir de ese principio. Pero tal labor seria extenuante de momento.

Lo que pretendo por ahora es gestar una pequeña semilla de inquietud y angustia en quiénes me lean. Plantar un sentimiento manejable de vacío existencial. Esa mínima incomodidad ontológica puede ser, bajo las circunstancias correctas, un maravilloso catalizador de acción razonada, crítica y reflexiva. Es mediante el filosofar casi lírico de Cioran que aprendí a entender la sensibilidad de la labor intelectual bajo el marco existencial. Mi labor tampoco es colocar al humano en el centro del todo; sino justificar su inescapable melancolía como parte de toda esa colectividad.

En pocas palabras, he entendido esta labor reflexiva y creativa en torno a un concepto simple: la crítica del existir. Sin tratar de aludir al rigor de la teoría crítica de la sociedad; si pretendo retomar algo de ese sentir que tan propiamente expresaba la escuela de Frankfurt. En sí es un grito de desesperación para recordarnos que hay que instalarnos en nuestro tiempo; pero desde una perspectiva siempre alerta. El problema es que de momento nos hemos mimetizado de forma tan eficaz con nuestros tiempos que es casi imposible retroceder y observar nuestra naturaleza histórica; sin la cual no es posible entender las contrariedad tan críticas de esta modernidad.

Créanme pues, que no es necesario (aún) el tomar una antorcha, salir a la calle y jugar a la revolución mientras se intentan derrumbar espejismos tan falsos como nuestras artificiales motivaciones. Antes de llegar a ese punto tan… material de la transfiguración social es necesario despertar paulatinamente de la anestesia que pesa sobre nosotros. Estamos adormecidos y atrapados en una existencia de la cual no podemos escapar ni comprender. La salida tal vez nunca sea fácilmente visible; pero por lo menos podemos ir asimilando un entendimiento razonado de la fenomenología que nos rodea. No desde aquella antigua visión de espectador; sino entendiéndonos como ese estar-ahí o ser-ahí que tan oscuramente Heidegger intentó explicar.

Poco o nada de lo que expreso es particularmente original. Estas ideas se las debo a mi contexto, a mi historia y al Universo en su extraña y caótica bondad. Seguiré escribiendo lo que acontece en mis reflexiones personales con la intención de poco a poco generar algo de sentido en esta existencia que carece de él. Si hay alguna forma de escapar, aunque momentáneamente, a la intrascendencia del todo es mediante la reflexión activa del existir. Hay que meditar nuestros tiempos para poder transformarlos.

‎What we are trying to do, during all these discussions and talks here, is to see if we cannot radically bring about a transformation of the mind, not accept things as they are, nor revolt against them. Revolt doesn't answer a thing. You must understand it, go into it, examine it, give your heart and your mind, with everything that you have, to find out a way of living differently. That depends on you, and not on someone else, because in this there is no teacher, no pupil; there is no leader; there is no guru; there is no Master, no Savior. You yourself are the teacher and the pupil; you are the Master; you are the guru; you are the leader; you are everything. And to understand is to transform what is. - Jiddu Krishnamurti


Sunday, April 14, 2013

De otras libertades


No sé cómo explicar (o explicarme) el qué cuando más ganas tengo de escribir es cuando menos claro tengo el sobre qué hacerlo. Esta es una contrariedad que disfruto bastante y, por ese mismo placer, he aprendido a lidiar con ella. Tal vez algún día la domine y pueda redactar cientos de párrafos sobre la totalidad de la nada sin poner en evidencia mi falta de cohesión discursiva.

Si observo detenidamente este fenómeno puedo incluso justificar –tal vez de forma ilusoria- su aparición en los circuitos del mi tiempo y mi conciencia. Últimamente me es más complicado percibir la temporalidad de todo lo que me rodea; y cómo si el Universo mismo intentará echar abajo todas mis nociones de referencias temporales; me topo día con día con imágenes, palabras y figuras que refuerzan todo lo que ahora “siento” sobre el tiempo.

Y digo sentir porque de momento esas emociones aún no se han consolidado (o degenerado) en ideas o argumentaciones.  Pero ese sentir cada vez más cohesivo de todo lo que me rodea me lleva por cavilaciones un tanto confusas. Es de esa concentración de ideas y emociones de donde surge esta espontánea necesidad de escribir de todo sin tener claro ninguna idea en particular.

No puedo ya negar que todos los ejes temáticos que acechan mis escritos tienen interconexiones más o menos evidentes o justificables. Hablar de cultura, naturaleza, ciencia, religión, tiempo, sombras, soledad, música y demás fantasmas es un pasatiempo que se podría resumir en una crítica variada sobre toda la realidad.

Antes las cosas no pasaban tan rápido. Los años siguen pasando igual; o en caso de que haya alguna diferencia apreciable hablaríamos de un relativismo irrelevante a estos temas. Lo que pasan son las cosas y desde hace algunos años siento que ocurren más rápido de lo que las puedo asimilar. Hay momentos en los que me gustaría tener semanas enteras para hacer orden del collage de imágenes inconclusas con el que me bombardea mi mente en su esfuerzo, loable, por entender su propia existencia.

Bien decía Ficthe que “filosofar, propiamente, quiere decir no vivir, y vivir quiere decir, propiamente, no filosofar". Se intercambia la una por la otra y lamentablemente la logística diaria no da tregua a la esporádica reflexión. Podría lamentarme al respecto (cómo lo he hecho muchas veces ya) pero en la vaguedad de este texto siento (nuevamente en total subjetividad) que eso no es lo que quisiera desarrollar.

Quiero seguir hablando de cohesiones abstractas e imaginarios de colectividad. Últimamente he comenzado a sentir un ligero desprecio por los conceptos. Las palabras y sus definiciones, además de arrogantes y arbitrarias, me parecen que pecan de sobre-análisis; pues cuando se habla de cosas más complejas que una leve descripción de algún objeto en la realidad es inevitable caer en problemáticas muy profundas.

Todos esos supuestos e imperativos conceptuales (léase: justicia, democracia, libertad, economía, derechos, moral) me parecen cada vez más difusos y hasta cierto grado inútiles. Ideologías del pasado, sacadas de todo contexto, siguen siendo las armas preferentes de los ignorantes guerreros del dogmatismo. Pienso que la connotación tan negativa de ciertas delicias filosóficas como el nihilismo nos han orillado a refugiarnos (léase, por miedo) en construcciones discursivas que tanto hoy como en su origen histórico; pretendían poner en “claro” el devenir humano. Con un gran dejo de arrogancia esas grandes conceptualizaciones del pasado intentaban dictaminar el camino del hombre bajo supuestos y bases tan tambaleantes como las de cualquier argumentación moderna.

Muchos hombres y mujeres pecaron de tal insensatez. Instituciones (en su muy particular abstracto) y naciones enteras (otro imaginario engañoso) siguieron promesas de emancipación y libertad. Recetas que parecían resolver todos los problemas del hombre. No les recrimino el intento de solventar la abrumadora duda del todo; pues en su momento yo también intente clarificar la realidad hasta su mínimo irreductible; pero ahí todo se vuelve estéril pues la inevitabilidad del dejar algo “fuera”, de tener solo un panorama “incompleto” es suficiente para frenar toda ambición de conceptualizar alguna ideología verdaderamente “humana”.

Ese vacío terrible puede mostrarse como el origen de un nihilismo destructor y un miedo devastador; sin embargo, el verdadero filósofo entenderá que ahí en esas difusas bases de la historia del hombre, la ciencia y las ideas es dónde todo confluye en un anarquismo argumentativo, por decirlo de alguna manera. Ese cuestionar de lo estático de nuestros pilares conceptuales es la loable labor de la verdadera filosofía, la que en su asumida inutilidad pretende no dejar nada claro.

De esas inertes preconcepciones de la realidad, una de las primeras que debe ser derrumbada es la fragmentación de las ciencias y la enfermiza clasificación de todo y el todo. Es mediante esa misma visión limitada y lineal del tiempo que pareciera que el separar nuestra interpretación de la realidad en especializaciones enfermizas es la forma correcta de asumir nuestro rol de existencia ante al gran misterio del Universo.

Solo hace falta el observar al hombre como una criatura histórica, en ese magistral entendimiento de la naturaleza y potencialidad del hombre que Ortega y Gasset expresa con una elocuencia envidiable. Dice, entre muchas otras cosas, “historia no es un montón de recuerdos ni siquiera una colección de documentos, historia es la reconstrucción orgánica de las variaciones del sujeto”; ese sujeto de un dinamismo trascendente e innegable.

Esa transición eterna del devenir histórico podría entonces considerarse cómo nuestra única naturaleza. La de una voluntad manifiesta de existencia que se va re-interpretando a sí misma en un caminar temporal que no atiende a esa misma linealidad tan restrictiva; sino que genera curvas, círculos y flujos igual o más complejos que el de los vientos cardinales y las corrientes marinas.

La naturaleza histórica del hombre no es una acumulación progresiva de conocimiento o entendimiento, sino una constante asimilación de una realidad base que puede y debe ser cuestionada ante el poder liberador de la razón. No en el sentido estricto de un positivismo estéril; pues las preguntas de la metafísica son parte de esa re-configuración histórica de la realidad. Y dispensen insistencia pero es el cruzar esa “línea” de la que hablaba Jünger y comentaba Heidegger del nihilismo lo que nos debe llevar nuevamente de vuelta a los cuestionamientos primordiales del existir humano y universal.

Esas preguntas esenciales tampoco deben de plantearse en una expectativa infantil de respuestas claras; pues como Douglas Adamas hacia burla con su famoso 42, sería ingenuo pensar que con nuestras limitantes cognitivas pudiéramos comprender de forma tan total nuestra propia naturaleza.

La razón a la que refiera es esa misma respuesta crítica ante los aparentemente inamovibles conceptuales de nuestra obtusa modernidad y nuestra irrisoria e irónica posmodernidad. Nuevamente me remito a la efectiva expresión de Ortega en este sentido para finalizar este espasmo de reflexiones domingueras:


[…] es la racionalidad la más difícil tarea que cabe imaginar. Porque es ella un terrible imperativo que nos exige no aceptar ninguna de esas creencias ciegas que en forma de hábito, de costumbre, de tradición, de deseo, componen la textura misma de nuestra psique. Toda esa vida ingenua y espontánea tiene que ser intervenida, rota, pulverizada, a fin de que dudando de la creencia ciega hallemos su razón y nazca la creencia fundada, motivada, probada. ¿Cabe más heroico destino? No sólo de los poderes exteriores tenemos que liberarnos. Razón quiere decir hacernos independientes de nosotros mismos, de nuestros hábitos y espontáneas apetencias, triunfar de nosotros mismos como seres automáticos, para renacer como obra de nuestro propio juicio.

Saturday, April 13, 2013

Nosotros los cultos


La cultura se ha masificado y de eso no queda duda. La música, la literatura, el cine; todo en mayor o menor medida ha experimentado las contrariedades de la masificación. El entretenimiento televiso es el ejemplo ideal; pues el modelo al que atiende surge precisamente de esa misma estandarización y transformación cultural en un producto de consumo.

Bajo este modelo no es sorprendente –ni reprobable- que un programa de televisión sea diseñado para llegar de forma efectiva al mayor número de personas posible. Esto es lógico y justificable dentro del mismo esquema ético que observa la sociedad de consumo como moralmente aceptable. El criticar este enfoque básico debería de llevar consigo una crítica igual de severa a todo el modelo de producción-consumo que rige nuestra sociedad actual.

Sin embargo, este no es el caso. La hipócrita sociedad regiomontana no se encuentra escandalizada ante la degradación del espíritu del hombre producida por la masificación de la experiencia de vida. Tampoco les alarma el reduccionismo brutal que ha despojado de toda trascendencia nuestro existir. Mucho menos les inquieta el darse cuenta que la logística diaria de nuestra epopeya de producción y consumo nos ha vuelto individuos autómatas y acríticos.

Lo que tiene en agitación al regiomontano es que una muchacha “grosera” y “sin educación” haya llegado a la televisión que, esencialmente, nos representa. La indignación que la sexy vaguita ha producido no es más que otra cara del aparato cultural y social que la llevaron ahí. La situación no es del todo clara y es por ello que quisiera explicar aquí algunas consideraciones que parecen haber evadido a la reflexión crítica de todos aquellos defensores culturales de las artes que parecen estar a un paso de salir a las calles para clausurar el aparato de degeneración social de Multimedios.

De entrada parece que nuestras burbujas sociales de reduccionismo virtual nos has hecho olvidar que la marginalidad, en sus infinitas magnitudes, es un fenómeno vigente. Si la sexy vaguita se mueve en un ambiente de pandillas e insultos soeces no es, cómo la visión simplista de las clases altas no hicieran pensar, porqué ella en plena libertad y facultad de su potencialidad decidió que así afuera. Desconozco su contexto preciso; más no estaría demás considerar la posibilidad que su situación social facilita algunas de las conductas observadas en el popular video; conductas que, cabe mencionar, no tienen nada de escandaloso si nos quitamos la banda de la hipocresía y las “buenas costumbres” de los ojos.

Sin embargo, las reacciones percibidas en los comentarios del video son sorprendentes e irónicas en el sentido que muestran una ignorancia más profunda y reprobable que la que se le achaca a esta jovencita. Haciendo alusión a su percibida clase social, se leen claros ejemplos del fuerte sentido de discriminación clasista tan característico de México y, especialmente, de Monterrey. La ilusoria justificación de este discurso retrograda es que si tenemos un poder adquisitivo considerable es seguramente porque somos merecedores de él y por ende, moralmente superiores a todos aquellos que soportan la base de la pirámide.

La diferencia entre este video y el de los hijos de Roberto Garza Sada haciendo desfiguros por una herencia desaparecida es mínima y muestra de forma evidente ese contraste inexistente que reprueba actitudes que no tienen relación alguna con el nivel socio-económico de quiénes las ejercen. Porque en un mundo ideal y sin límites para Multimedios no dudo que, de poder, hubieran también traído a la familia Garza Delgado a su programación.

Es ahí donde se pone en evidencia la profunda hipocresía regiomontana. Nos escandalizamos y persignamos antes actitudes triviales que nada tienen que ver con la degeneración social real en la que estamos inmersos. Criticar a una muchachita que dice maldiciones es como criticar el color con el que pintan los tanques en una guerra. Más cuando muchos de los ofendidos por el lenguaje de la vaguita operan en un nivel de elocuencia similar o inferior (al menos ella produce cierto nivele de versos).

Si Multimedios es una cadena de medios ramplona, corriente y populachera (cómo lo lleva siendo años ya) es porque hay una población dispuesta a consumir lo que ofrece. ¿De qué sirve entonces gritar a los cuatro vientos lo evidente? Los que saltan ofendidos tal vez no vean el programa de Chavana día con día; pero siguen la excusa de noticieros, los programas de “variedad” y; por supuesto, todo el fútbol y programas relacionados.

Lo sorprendente es que ahora incluso leo opiniones que claman que el Estado tendría el deber de regular la ofensiva programación de nuestros medios. No es suficiente que ya nos hayan quitado la sal de la mesa; ahora también les daremos el control de nuestro televisor. No me gusta dejar en manos del gobierno lo que yo puedo hacer por mi cuenta; en este caso; apagar la tele.

¿Pero qué hay de los que disfrutan de estos programas? Aquellos que seguirán consumiendo ese putrefacto producto de entrenamiento. La decisión es suya y si sintiesen necesario hacer una labor para elevar la madurez crítica de la sociedad para evitarlo; el que el gobierno regule estos circos o el gritarles en la cara que sus valores son “incorrectos” no ayudará más que  como una labor de sustitución de dogmas por otros menos ofensivos pero similarmente peligrosos.

Si la programación es ofensiva, es porque nosotros como sociedad somos ofensivos también. Ese colectivo  de costumbres, valores y formas de vida tiene que ser visto como una totalidad social que olvide esas imaginarias burbujas clasistas que parecen ocultarnos le naturaleza del problema. El gobierno y sus leyes tampoco nos reformarán como comunidad; pues ese abstracto del Estado no es más que una extensión de nuestra misma sociedad. Hay que empezar a desconectarnos de esos discursos retrogradas que hace décadas tal vez podían darnos una leve dirección de cómo vivir nuestra vida y nuestros valores. Nada de eso ha estado claro nunca y ahora que por fin podemos levantarnos ante las ruinas de esos dudosos imperativos morales parece que muchos prefieren seguirse santiguando en las sombras de esos mismos escombros. 

Wednesday, April 3, 2013

Otras consideraciones del nihilismo y la actualidad


Todos esos conceptos (forma, tipo, construcción orgánica, total) están ahí, nota bene, para el comprender. No nos importan. Puede sin más ser olvidados o dejados de lado después de haber sido utilizados como magnitudes de trabajo para captar una realidad determinada, que está más allá y a pesar de todo concepto; el lector tiene que mirar a través de la descripción como por un sistema óptico.
E. Jünger, nota en “El trabajador”

He de aceptar que aún me es algo complicado el escribir con los ojos cerrados. El encontrarse inmerso en una oscuridad voluntaria es ampliamente relajante, especialmente cuando la poca consciencia que permanece presente se deja guiar por sonidos musicales profundos y tranquilos. En esa nada auto-inducida me es posible replicar la tranquilidad del caminar dormido sin preocupación alguna sobre la condición, dirección u origen del camino.

¿Cómo puedo entonces ser tan estricto ante el estupor de nuestra sociedad cuando yo mismo disfruto del vacío que gusto de criticar? Es desconcertante el seguir escuchando ideas y argumentos que evidencian lo absurdo de nuestro arreglo actual. Todas esas conversaciones se han vuelto tan familiares como las mismas nociones ramplonas de progreso, bienestar y desarrollo que incuestionablemente se pregonan en cualquier ámbito de la actualidad. Por momentos me es imposible saber si la falsedad recae en un extremo o en ambos.

Poco de lo que expreso es realmente novedoso; pero de momento me parece inútil el tratar de entender el origen y autoría de todas estas ideas que ahora confluyen en mí. Al final, en esa misma visión Hegeliana que poco a poco va cobrando sentido es posible retornar a la cuestión metafísica de un espíritu colectivo y reposar ahí la fantasía de que este discurso procede de un cúmulo histórico de concepciones similares.

Hay conceptos; sin embargo, que no dejan de acosar mi mente como fantasmas condenados a mostrarme la razón de su velar para obtener finalmente el descanso eterno. Conceptos que si expresara aquí su solo identificador no mostraría más que un collage vacío de definiciones mal interpretadas. Es importante mencionar que los conceptos han cobrado dinamismo. La idea de una definición permanente me desespera por absurda. El lenguaje es casi tan inquieto como la música y en su aparente simplicidad yace la mayor herramienta y la mayor limitante de nuestra percepción de la realidad.

Aún sin el tiempo, lo estático sigue siendo una falsedad insufrible. Dentro del eterno momento que conocemos como Universo es posible desentenderse de la temporalidad y comenzar a visualizar una metafísica renovadora. Esa misma metafísica que ha sido olvidada por la ciencia; aquella ciencia que se ha convertido en un esquema de creencias no muy diferente al de cualquier otra religión; esa ciencia que ha olvidado que antes de dogma y pretensión era método de representación de una naturaleza que nos maravillaba. En palabras de Heidegger, las ciencias “piensan que con la representación del ente se ha agotado todo el ámbito de lo investigable y preguntable, y que fuera del ente no hay nada.” Nos encontramos nuevamente con los vacíos.

Sin en esta sociedad de consumo todo se encuentra a nuestro alcance mediante la purificadora moral del trabajo; entonces la felicidad idealizada se trasforma en posibilidad manifiesta y real. Entre más lejano sea el objetivo, más duro habrá que trabajar; y así, perdidos en ese estado casi automatizado de logística cotidiana y labor constante olvidaremos que nuestro único sueño es acabar con el tedio de la gestión de nuestra propia realidad. Aquí un vacío.

¿Pero y si los futuristas tuvieran la razón? ¿Si mediante una tecnocracia real pudiéramos alcanzar la abundancia más allá de cualquier teoría de mercado? ¿Si el potencial infinito de la ciencia nos diera todo, que nos quedaría? Otro enorme vacío. La diferencia es la dualidad que este presenta. Su naturaleza más próxima sería producto de la nostalgia por el reivindicador vicio del trabajo. Si no se tiene que sudar para asegurar la supervivencia, ¿qué otro concepto moral podemos utilizar para justificar nuestras culpas? Hemos olvidado que la noción de contribución nunca ha estado atada a la del trabajo; en dónde el trabajo se entiende en la actualidad como el simple alquiler de alguna habilidad que consideramos redituable; no precisamente realizadora o trascendente.

Tal concepción proviene de un inescapable vórtice que nos reduce a entendernos mediante nuestra relación con el sistema monetario y no al revés. La economía se ha transformado en la sociología moderna. Hemos olvidado que todo arreglo económico es, primeramente, un arreglo social, una modelación de interacciones humanas. Al pasar por alto esta verdad tan evidente no sorprende que el trabajo solo mantenga su concepción moral a través de su esencia cómo vehículo para participar de la economía global. La representación de esa idea es tan absurda y sus contradicciones tan evidentes que sorprende el fanatismo con el que nuestra sociedad defiende ese concepto de labor como cuasi-divino.

Pero incluso si lográramos superar esa inerte barrera conceptual; la segunda esencia del vacío de una sociedad de abundancia inconmensurable es la que permanece del encontrarnos con la irrelevancia de todo el existir ante una falta de objetivos primarios de supervivencia. El nihilismo en su más básica forma. Sería deshonesto decir que ese vacío no existe ya en nuestro presente; sin embargo las tareas diarias y el hechizo del tiempo ocultan eficientemente la insignificancia de todo el Universo.

Es aquí donde se presenta un tercer vacío; uno que puede ser encontrado en donde quiera que exista un ser en presencia y esencia. El vacío real y latente de la Nada. Los dos conceptos anteriores de vacío atendían al tener todo en realidad o en ilusión; ya fuera mediante arduo trabajo o por bondad de una visión tecnológica de la administración de la riqueza. Pero el nihilismo verdadero despierta cuando en la Nada se descubre al espejismo del sentido. Ahí, en ese oasis del existir, es irrelevante lo que se tenga, lo que se desea o lo que se pueda alcanzar en términos de potencialidad material, espiritual, intelectual o emocional. Todo pierde importancia al entender que nunca nada lo tuvo.

La reconstrucción del Ser ante esa sencilla revelación es un proceso delicado que puede traer una posterior destrucción, no solo interna, sino de todo lo inmediato a nuestro existir. En su caso más común se presentará como una excusa para solapar la irresponsabilidad ética del existir; fenómeno que se presenta de forma inconsciente por generaciones enteras que sienten esa Nada pero se rehúsan a reflexionarla.

Al llegar a ese punto no queda entonces más que volver a la idea de la metafísica, entendiéndola como ese comprender de nuestra presencia en la realidad. Es normal que al estar en presencia de la Nada absoluta se nos muestre aquella pregunta atribuida a Liebniz y retomada por Schelling de ¿por qué hay algo en lugar de nada?

Es entonces cuando la relación del nihilismo con la metafísica se vuelve clara, al menos en premisa de continuidad (nunca de temporalidad). Heidegger expresa en su carta a Jünger, Hacia la pregunta del Ser:

La Nada pertenece, aunque sólo la pensemos en el sentido del no pleno de lo presente, au-sente a la presencia // como una de sus posibilidades. Si con ello la Nada impera en el nihilismo y la esencia de la Nada pertenece al Ser, pero el Ser es el destino del sobrepasar, entonces se muestra como lugar esencial del nihilismo la esencia de la metafísica.
El nihilismo, como concepto dinámico, se transforma entonces en ese sistema óptico para reconstruir una metafísica del Ser, ese que la Ciencia en sus delirios divinos ha olvidado. Desde una concepción panteísta podríamos decir que el nihilismo es el vehículo para comprender la voluntad del Universo.

En esa reconstrucción del Ser, en ese re-encuentro con la metafísica, en ese dinamismo que congrega nociones filosóficas de espiritualidad, trascendencia y origen; ahí se transforma el nihilismo en voluntad activa, en una necesidad de manifestar la existencia mediante el ejercer de nuestra conciencia del existir.

Sin profundizar en nociones espirituales, es posible entender esa regeneración del sentido en un flujo cambiante del interpretar de nuestra existencia. Y aunque tal sentido sigue siendo mayormente ilusorio, tras comprender el Universo sin tiempo es entonces que la eternidad (idealista romance humano) se transforma en colectividad absoluta, en el Todo. Ese conjunto infinito, total y absoluto existía puntual en la Nada, aquella Nada que precedía al Universo. Éste, ya sea por esta misma búsqueda de propósito o en un ejercicio similar de reconstrucción, se fragmento y expandió en existencias seccionadas. El Todo; sin embargo, sigue ahí; pero su perfección no radica en la sola naturaleza absoluta de un colectivo de manifestaciones de existir; sino en el cambio constante y aparentemente caótico que permite manifestar la voluntad misma del Universo de ser algo en vez de Nada.

Tuesday, April 2, 2013

Sobre excesos y otras ilusiones de significado


La gente no cree en nada. No hay nada en lo que creer hoy […] Existe un vacío […] lo que la gente deseaba con más intensidad, es decir, la sociedad de consumo, se ha hecho realidad. Y, tal y como sucede con cualquier sueño que se hace realidad, queda una obsesiva sensación de vacío. De modo que buscan cualquier cosa, creen en cualquier extremismo. Cualquier despropósito extremista es mejor que nada […]. En fin, opino que hemos emprendido un sendero capaz de conducir a cualquier tipo de locura. Creo que la sinrazón que puede surgir de todo esto no tiene límites, además de ser muy peligrosa. Yo podría sintetizar el futuro en una sola palabra; y esa palabra es aburrido. El futuro será muy aburrido.
J. G. Ballard

Hemos dejado de mirar al cielo, de observar las estrellas y de buscar significado en el soplo del viento. Jamás habíamos estado tan seguros de nuestra supuesta superioridad como especie ante el mundo natural. Hemos subyugado la realidad misma y la forma en la que decidimos percibirla. Para efectos prácticos, nuestra divina ciencia ha resuelto todo lo que vale la pena resolver y lo que falta es mera cuestión de tiempo. Sabemos cómo funciona el mundo por lo que no nos queda más que vanagloriarnos en la sociedad de consumo que inconscientemente hemos generado.

Todo está aparentemente resuelto ya. Los deseos son realidades o ilusiones. Espejismos alcanzables mediante las artificiales libertades de una realidad digerida, estandarizada y mayormente bajo control. Jugar, estudiar y trabajar muy duro mientras seguimos las máximas de leyes, convenciones y tradiciones absurdas e inexplicables es todo lo que necesitamos hacer para cumplir nuestras fantasías más anheladas.

Nietzsche sabía que nuestro amor por el deseo siempre ha sido superior al objeto deseado. ¿Qué nos queda entonces ahora que hemos traicionado esa característica básica y vital de nuestra humanidad? Nada. Un vacío. Un nihilismo que finalmente nos alcanzó como sociedad y cuya burla mayor es la ironía de presentarse como la única significancia de nuestra modernidad.

¿Cómo explicar esa Nada eterna e infinita que ahora se ha vuelto puntual, cotidiana y terriblemente angustiante? La dificultad que presenta el nihilismo en cuanto a su descripción proviene de su estado dinámico y cambiante. Su naturaleza no es un concepto en sí; sino un proceso, un mecanismo que está en marcha bajo una temporalidad invisible.

El nihilismo es un instante supremo en dónde, contrario a lo que se podría pensar, confluye absolutamente todo. Es en esa presencia total en la que es posible visualizar el vacío. Ese vacío no se observa en tanto que se siente; pues es solo a través de las emociones podemos escapar al tiempo. En esa experiencia consciente de existencia se da la realización de que el nihilismo no deber ser explicado; sino entendido en el mismo sentido que se entiende un sentimiento.

¿Qué sentimiento identifica entonces el vacío de nuestra arrogante sociedad? El tedio, en su fenomenología moderna. Jamás habíamos estado tan aburridos en un mundo con tan aparente potencialidad. Ortega y Gasset ya lo expresaba con precisión:

Vivimos en un tiempo que se siente fabulosamente capaz para realizar, pero no sabe qué realizar. Domina todas las cosas, pero no es dueño de sí mismo. Se siente perdido en su propia abundancia. Con más medios, más saber, más técnicas que nunca, resulta que el mundo actual va como el más desdichado que haya habido: puramente a la deriva. (1)

Las consecuencias de este estado tan literalmente deprimente son múltiples y complejas. Tanto en la ética como en la estética hemos vaciado de significado y trascendencia a cualquier experiencia humana, artística y moral. Es entonces cuando los excesos se vuelven fascinantes. La transgresión de límites superficiales es nuestro opio moderno. Somos adictos a las imágenes de falsa libertad, a observarnos como rebeldes de causas que no conocemos ni por accidente. Entes creativos cuya sensibilidad es el reconocer lo culturalmente relevante en una sociedad dónde la cultura se ha masificado como una marca de refresco más.

Todos jugamos a ser artistas sin entender lo humano de una verdadera experiencia estética. La emancipación creativa es una inerte superposición de imágenes que interpretamos como significativas. Pero pronto nos encontrarnos nuevamente con ese profundo vacío, con ese desgastante tedio, con un inmenso aburrimiento ante la potencialidad insatisfecha de una generación históricamente ignorante y socialmente miope.

Nos perdemos en vicios banales y destructivos de forma casi inconsciente. Buscamos la emoción de un sentimiento puro en los extremos de una vida de la cual nos sentimos merecedores y supremos soberanos. Ignoramos voluntariamente el contexto de nuestra existencia asumiéndonos herederos de un presente construido mayormente en circunstancias que jamás nos preocupamos en procurar.

Cuando nuestros compromisos sociales, nuestro trabajo, nuestra familia y nuestras religiones nos reclaman lo infantil de estos excesos, ahogamos esta incomprendida culpabilidad en rituales de reivindicación tan vacíos como todo lo demás. Convivimos con gente que detestamos, trabajamos en oficios que nos desgastan, cumplimos con una familia que no conocemos y nos damos golpes de pecho ante instituciones y credos que jamás hemos profesado. Así, sofocando el ligero fuego de la angustia mediante arrepentimientos absurdos, nos sentimos nuevamente tranquilos para seguir auto-destruyéndonos en un nihilismo verdaderamente destructor.

No todo está perdido aún; pues ese mismo abismo también alberga la contraparte, el gemelo de ese nihilismo pasivo e inerte. En un rincón de aquella oscuridad conversan la angustia, la melancolía y nuestra olvidada razón histórica; ahí en dónde la naturaleza aún reina suprema y dónde los sensibles no se avergüenzan en aseverar que el Universo seguirá siendo un misterio es dónde está la chispa que puede hacer arder nuestra marchita sociedad.

(1)    José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, Colección Austral, 2010, p. 102