Tuesday, March 5, 2013

XXXVI: Relativamente lejos


Los cuentos se vuelven reales en tanto menos lo son. O al menos se sienten reales entre más lejanos aparentar ser. Lo explicaré en un cuento:

Había sido un día largo pero verdaderamente relajante. El viento soplaba en una temperatura tan perfecta que tenía uno que poner atención para sentir lo cálido de sus caricias. Para fortuna mía, el estar afuera en el campo te permite sentir y sentirte. Ser y verdaderamente estar. Todo se observa más claro, se escucha más nítido y se respira mejor. No podré ocultar que ya llevábamos algunas horas nublando los sentidos con ese vicio maldito del alcohol, pero aun así la plena consciencia de ese “afuera”, ahora tan místico y poco común, no se perdió en ningún instante.

Caminábamos por senderos de tierra y roca entre arbustos poco amistosos y cactáceas enojadas. Entendía su coraje al tener que soportar nuestra torpe intrusión, una que les significaba pisotones y maltrato, que aunque involuntario, no dejaba de ser menos molesto para ellas. Las rocas no parecían tan alteradas; de hecho juraría que disfrutaban al ser aplastadas por mis pesadas botas de seguridad. Finalmente tanto las piedras, los cactus y yo estábamos ahí, manifestando de una u otra manera nuestra voluntad de existir. Desafortunadamente no puedo comunicarme con las plantas y saber que tan emocionadas o no están con la idea de ser lo que son y manifestarse como un doloroso pinchazo que atraviesa la más dura de la mezclillas al tiempo que permanecen firmes en su circunstancial posición. A muchas las odié por ello.

El día aún le quedaba bastante vida mientras seguíamos subiendo esta meseta olvidada. Llegamos a un punto en el que podíamos apreciar la modesta altura a la que nos encontrábamos, observando casas y ranchos ubicados a pocos kilómetros de nuestra ahora privilegiada posición. Pero él tenía razón, aún se sentía un leve vacío, había que seguir subiendo. Continuamos así durante algunos minutos más, pasando desfiladero tras desfiladero hasta que finalmente encontramos uno que, como la fotografía de una bella dama, llenó de calidez nuestros corazones. Una vista humilde pero majestuosa en su natural modestia; como una chica linda que sin saberse o esperarse hermosa; simplemente lo es. Tal vez no para todos, pero si para los más sensibles.

Ahí, en esa cima imaginaria nos sentamos a tomar un par de tragos y escuchar un poco de música. La música, a pesar de que no encuentro como puede presentarse de manera “espontanea” es tan orgánica como esas lechuguillas de agave que se negaban a dejarnos subir. Es decir, sus ritmos manifiestan también una voluntad poderosa de existencia ¿Será la nuestra o la del todo? En ese lugar y a pesar de lo limitado de la bocina de dónde escapaba, la música sonaba más fuerte. Manifestaba una juguetona alegría similar a la del viento que empezaba a refrescar más. Así, sin decir nada en el lenguaje del hombre, me comunicaba mucho más que ensayos enteros o un libro lleno de fotografías; de esas que hoy veneramos más que cualquier realidad.

No podría explicar de forma contundente por qué estábamos ahí. Como todo lo que hacemos, hay explicaciones funcionales en la superficie que permiten dar justificación suficiente para incluso el más complejo de nuestro comportamiento; más ambos sabíamos que no estábamos ahí para cumplir con nada en particular; estábamos ahí por el solo placer de estarlo, por el solo hecho de querer hacerlo; por el deseo verdadero de estar ahí y no del de observarnos estando ahí (o que otros lo hicieran). Hay días en los que se ganan pequeñas batallas, días como aquel.

El regreso fue menos emocionante; pues el camino recorrido siempre resulta más fácil y más corto. El sol se ocultaba y aunque esto había sucedido ya millones de veces, su espectáculo seguía siendo impresionante. ¿Cómo lo hace?

De vuelta en la casa, Pepe estaba ahí esperándonos ya. Debo decir que estaba un poco nervioso. “Hacer cuentas” es una cuestión que siempre me ha parecido delicada y estresante; más en una situación así. No soy ajeno a esto; pero es algo de lo que prefiero no hablar. Con una seriedad y trato que respeto, mi amigo comenzó la labor de cuadrar el presupuesto de la huerta con los gastos acontecidos durante el año. Para aminorar la tensión presente cuando se habla de estas cosas, nos tomamos un caballito de sotol parrense a salud del patrón. Que delicia.

Lo que aconteció durante las siguientes horas tiene poca importancia. Tan poca como lo que acontece y acontecerá de aquí al fin de los tiempos. Sin embargo así como se desarrollaba una realidad tangible en el plano de las cosas; así se desarrollaba otra en el plano de mi mente. No sé cómo explicar la relativización de la experiencia sin aludir a alegoría poco claras. Conforme pasaban las horas más pensaba en ella. Esa figura elusiva, genérica y siempre presente de “ella”, de alguien. En las altas horas de la madrugada esos pensamientos reconfortan el corazón. Hace falta solamente recordar su mirada para llegar al borde de un llanto injustificado y un tanto ridículo; pero afuera nada de eso sucede, afuera todo fluye normal, la música suena igual, la carne sabe bien y la plática no pierde algarabía. Pero adentro suceden muchas cosas. Sentimientos tan irreales y absurdos que no puedo más que atribuirles algún origen ficticio y engañoso.

Una constante común en estas situaciones es que ella no es nadie y es muchas personas a la vez. Es aquella muchacha que encontré en un café, la chica linda con la que baile aquella noche, esa amiga que dejé de ver hace años, esa joven que siempre veo en el bar, esa voz que nunca tuvo rostro y esos rostros que nunca tuvieron voz. No son nombres, sino sentimientos. Son y fueron momentos. Instantes que por cualquier circunstancia se sublimaron en ilusiones. Soledad que en el candor de la memoria y sus mentiras se convirtió en añoranza. No puedo negar, sin embargo, que sus ojos se encontraban más presentes que los de cualquier otro espejismo. El imaginar su rostro, apenas perceptible en la oscuridad de mi mente, me hacía sonreír. ¿Quién será esta chica? O más bien, ¿qué será ese sentimiento y en qué idea se transformara?

Más por voluntad del tiempo y debilidad de mi cuerpo que por elección propia caí dormido entre ese bosque de ilusiones. En esta lejanía auto-impuesta la carga onírica se volvió terriblemente pesada; en ocasiones más pesada que la misma realidad. En una recurrencia inusual soñé que despertaba más veces de las que puedo recordar. Cada despertar falso era más agobiante y aparentaba ser más real que el anterior. Ahí también estaban presentes símbolos e imágenes tan significativas como abstractas. Nadie me creería si les explicara que soñé con Lady Jaye antes de saber quién era y cómo había muerto. En un punto estaba en mi trabajo sin poder resistir la urgencia de dormir; después me encontraba en una fiesta al aire libre de motivo o razón indiscernible. En otro momento estaba a bordo de mi carro observando en colores morados y verdes terriblemente borrosos; finalmente terminé en alguna callejuela europea en una noche de concursos eclécticos e incomprensibles. El sueño jamás perdió claridad. En esa sofocante noche nuevamente fue su idea la que me salvó, la que me hizo sonreír y esperar con paciencia la mañana. Tal vez algún día pueda agradecérselo personalmente, pues creo saber quién es ella esta vez.

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