Los cuentos
se vuelven reales en tanto menos lo son. O al menos se sienten reales entre más
lejanos aparentar ser. Lo explicaré en un cuento:
Había sido
un día largo pero verdaderamente relajante. El viento soplaba en una
temperatura tan perfecta que tenía uno que poner atención para sentir lo cálido
de sus caricias. Para fortuna mía, el estar afuera en el campo te permite
sentir y sentirte. Ser y verdaderamente estar. Todo se observa más claro, se
escucha más nítido y se respira mejor. No podré ocultar que ya llevábamos
algunas horas nublando los sentidos con ese vicio maldito del alcohol, pero aun
así la plena consciencia de ese “afuera”, ahora tan místico y poco común, no se
perdió en ningún instante.
Caminábamos
por senderos de tierra y roca entre arbustos poco amistosos y cactáceas
enojadas. Entendía su coraje al tener que soportar nuestra torpe intrusión, una
que les significaba pisotones y maltrato, que aunque involuntario, no dejaba de
ser menos molesto para ellas. Las rocas no parecían tan alteradas; de hecho
juraría que disfrutaban al ser aplastadas por mis pesadas botas de seguridad.
Finalmente tanto las piedras, los cactus y yo estábamos ahí, manifestando de
una u otra manera nuestra voluntad de existir. Desafortunadamente no puedo comunicarme
con las plantas y saber que tan emocionadas o no están con la idea de ser lo
que son y manifestarse como un doloroso pinchazo que atraviesa la más dura de
la mezclillas al tiempo que permanecen firmes en su circunstancial posición. A
muchas las odié por ello.
El día aún
le quedaba bastante vida mientras seguíamos subiendo esta meseta olvidada. Llegamos
a un punto en el que podíamos apreciar la modesta altura a la que nos encontrábamos,
observando casas y ranchos ubicados a pocos kilómetros de nuestra ahora
privilegiada posición. Pero él tenía razón, aún se sentía un leve vacío, había
que seguir subiendo. Continuamos así durante algunos minutos más, pasando desfiladero
tras desfiladero hasta que finalmente encontramos uno que, como la fotografía
de una bella dama, llenó de calidez nuestros corazones. Una vista humilde pero
majestuosa en su natural modestia; como una chica linda que sin saberse o esperarse
hermosa; simplemente lo es. Tal vez no para todos, pero si para los más sensibles.
Ahí, en esa
cima imaginaria nos sentamos a tomar un par de tragos y escuchar un poco de
música. La música, a pesar de que no encuentro como puede presentarse de manera
“espontanea” es tan orgánica como esas lechuguillas de agave que se negaban a
dejarnos subir. Es decir, sus ritmos manifiestan también una voluntad poderosa
de existencia ¿Será la nuestra o la del todo? En ese lugar y a pesar de lo
limitado de la bocina de dónde escapaba, la música sonaba más fuerte.
Manifestaba una juguetona alegría similar a la del viento que empezaba a
refrescar más. Así, sin decir nada en el lenguaje del hombre, me comunicaba
mucho más que ensayos enteros o un libro lleno de fotografías; de esas que hoy
veneramos más que cualquier realidad.
No podría
explicar de forma contundente por qué estábamos ahí. Como todo lo que hacemos,
hay explicaciones funcionales en la superficie que permiten dar justificación
suficiente para incluso el más complejo de nuestro comportamiento; más ambos sabíamos
que no estábamos ahí para cumplir con nada en particular; estábamos ahí por el
solo placer de estarlo, por el solo hecho de querer hacerlo; por el deseo
verdadero de estar ahí y no del de observarnos estando ahí (o que otros lo
hicieran). Hay días en los que se ganan pequeñas batallas, días como aquel.
El regreso
fue menos emocionante; pues el camino recorrido siempre resulta más fácil y más
corto. El sol se ocultaba y aunque esto había sucedido ya millones de veces, su
espectáculo seguía siendo impresionante. ¿Cómo lo hace?
De vuelta en
la casa, Pepe estaba ahí esperándonos ya. Debo decir que estaba un poco
nervioso. “Hacer cuentas” es una cuestión que siempre me ha parecido delicada y
estresante; más en una situación así. No soy ajeno a esto; pero es algo de lo
que prefiero no hablar. Con una seriedad y trato que respeto, mi amigo comenzó
la labor de cuadrar el presupuesto de la huerta con los gastos acontecidos
durante el año. Para aminorar la tensión presente cuando se habla de estas
cosas, nos tomamos un caballito de sotol parrense a salud del patrón. Que
delicia.
Lo que
aconteció durante las siguientes horas tiene poca importancia. Tan poca como lo
que acontece y acontecerá de aquí al fin de los tiempos. Sin embargo así como
se desarrollaba una realidad tangible en el plano de las cosas; así se
desarrollaba otra en el plano de mi mente. No sé cómo explicar la
relativización de la experiencia sin aludir a alegoría poco claras. Conforme
pasaban las horas más pensaba en ella. Esa figura elusiva, genérica y siempre
presente de “ella”, de alguien. En las altas horas de la madrugada esos pensamientos
reconfortan el corazón. Hace falta solamente recordar su mirada para llegar al
borde de un llanto injustificado y un tanto ridículo; pero afuera nada de eso
sucede, afuera todo fluye normal, la música suena igual, la carne sabe bien y
la plática no pierde algarabía. Pero adentro suceden muchas cosas. Sentimientos
tan irreales y absurdos que no puedo más que atribuirles algún origen ficticio
y engañoso.
Una
constante común en estas situaciones es que ella no es nadie y es muchas
personas a la vez. Es aquella muchacha que encontré en un café, la chica linda
con la que baile aquella noche, esa amiga que dejé de ver hace años, esa joven
que siempre veo en el bar, esa voz que nunca tuvo rostro y esos rostros que
nunca tuvieron voz. No son nombres, sino sentimientos. Son y fueron momentos. Instantes
que por cualquier circunstancia se sublimaron en ilusiones. Soledad que en el
candor de la memoria y sus mentiras se convirtió en añoranza. No puedo negar,
sin embargo, que sus ojos se encontraban más presentes que los de cualquier
otro espejismo. El imaginar su rostro, apenas perceptible en la oscuridad de mi
mente, me hacía sonreír. ¿Quién será esta chica? O más bien, ¿qué será ese
sentimiento y en qué idea se transformara?
Más por
voluntad del tiempo y debilidad de mi cuerpo que por elección propia caí
dormido entre ese bosque de ilusiones. En esta lejanía auto-impuesta la carga
onírica se volvió terriblemente pesada; en ocasiones más pesada que la misma
realidad. En una recurrencia inusual soñé que despertaba más veces de las que
puedo recordar. Cada despertar falso era más agobiante y aparentaba ser más
real que el anterior. Ahí también estaban presentes símbolos e imágenes tan significativas
como abstractas. Nadie me creería si les explicara que soñé con Lady Jaye antes
de saber quién era y cómo había muerto. En un punto estaba en mi trabajo sin
poder resistir la urgencia de dormir; después me encontraba en una fiesta al
aire libre de motivo o razón indiscernible. En otro momento estaba a bordo de mi
carro observando en colores morados y verdes terriblemente borrosos; finalmente
terminé en alguna callejuela europea en una noche de concursos eclécticos e
incomprensibles. El sueño jamás perdió claridad. En esa sofocante noche
nuevamente fue su idea la que me salvó, la que me hizo sonreír y esperar con
paciencia la mañana. Tal vez algún día pueda agradecérselo personalmente, pues
creo saber quién es ella esta vez.
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