Tuesday, March 12, 2013

Brujería


-El tiempo es una ilusión 

-Eso da un poco de miedo, por lo que es mejor olvidarlo

 -Pero, ¿y si fuera cierto?

Lo que atemoriza no es la verdad en sí, ni mucho menos sus ininteligibles implicaciones; lo realmente aterrador es vivir en una falsedad tan monstruosa. No es necesario darle mucho tiempo a la duda para germinar un árbol de abrumadora incertidumbre. Si nuestra referencia suprema, esa que domina la vida, la ciencia, las profecías y todo lo humano; es falsa, ¿qué nos queda entonces? ¿Qué hay fuera del tiempo? ¿No es acaso el infinito también un ente temporal? Pensar fuera del tiempo es casi tan inverosímil como pensar fuera del lenguaje; la diferencia es que lo segundo es imposible.

La osadía no radica en salirse del tiempo; sino en ver que la verdadera identidad de las cosas es atemporal. El fenómeno de la vida no es más que un momentáneo escape de la eternidad; una eternidad inmensa, completa y contingente solo a la voluntad del Universo entero. El tiempo surgió de la misma nada de la que surgieron las estrellas y bajo el manto de una misma intencionalidad. Su rol es generar un espejismo de propósito, un motivador para no congelarnos en un vacío de entropía. ¿Por qué es entonces tan detestable? Puede que tan solo sea por su agobiante ironía, por su labor tan engañosa y traicionera; pero su moral incierta y su indiferencia total.

El tiempo nos impulsa, nos mueve y nos motiva ante la aparente fugacidad del todo. Sin embargo es esa misma prisa la que nos vacía de toda significación en una modernidad sobre-acelerada. Hay un vórtice nihilista en ambos puntos del camino. ¿Pero si es tan falso, porqué se siente tan real? ¿Quién o qué ayuda a que su espejismo perdure en esa eternidad, según yo, tan evidente?

Dejemos de lado el miedo a pisar puentes invisibles y pensamos en todas aquellas ocasiones en las que el tiempo se antojó falso. Aquella vez que adivinamos una carta antes de sacarla de la baraja; esa otra ocasión en que conocimos por primera vez a alguien que sabíamos quién era ya; ese sentimiento de deja vu tan trillado e insignificante; ese destino oculto en nuestros nombres; esa seguridad inexplicable de saber algo antes de realmente conocerlo. Trivialidades tal vez; pero que en su naturaleza tan común dan para dudar del paso de las horas y del flagelo de los años.

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