-El tiempo es una ilusión
-Eso da un poco de miedo, por lo que es mejor olvidarlo
-Pero, ¿y si fuera cierto?
Lo que atemoriza no es la verdad en sí, ni
mucho menos sus ininteligibles implicaciones; lo realmente aterrador es vivir
en una falsedad tan monstruosa. No es necesario darle mucho tiempo a la duda
para germinar un árbol de abrumadora incertidumbre. Si nuestra referencia
suprema, esa que domina la vida, la ciencia, las profecías y todo lo humano; es
falsa, ¿qué nos queda entonces? ¿Qué hay fuera del tiempo? ¿No es acaso el
infinito también un ente temporal? Pensar fuera del tiempo es casi tan
inverosímil como pensar fuera del lenguaje; la diferencia es que lo segundo es
imposible.
La osadía no radica en salirse del tiempo; sino
en ver que la verdadera identidad de las cosas es atemporal. El fenómeno de la
vida no es más que un momentáneo escape de la eternidad; una eternidad inmensa,
completa y contingente solo a la voluntad del Universo entero. El tiempo surgió
de la misma nada de la que surgieron las estrellas y bajo el manto de una misma
intencionalidad. Su rol es generar un espejismo de propósito, un motivador para
no congelarnos en un vacío de entropía. ¿Por qué es entonces tan detestable?
Puede que tan solo sea por su agobiante ironía, por su labor tan engañosa y
traicionera; pero su moral incierta y su indiferencia total.
El tiempo nos impulsa, nos mueve y nos motiva
ante la aparente fugacidad del todo. Sin embargo es esa misma prisa la que nos
vacía de toda significación en una modernidad sobre-acelerada. Hay un vórtice
nihilista en ambos puntos del camino. ¿Pero si es tan falso, porqué se siente tan
real? ¿Quién o qué ayuda a que su espejismo perdure en esa eternidad, según yo,
tan evidente?
Dejemos de lado el miedo a pisar puentes
invisibles y pensamos en todas aquellas ocasiones en las que el tiempo se
antojó falso. Aquella vez que adivinamos una carta antes de sacarla de la
baraja; esa otra ocasión en que conocimos por primera vez a alguien que
sabíamos quién era ya; ese sentimiento de deja vu tan trillado e
insignificante; ese destino oculto en nuestros nombres; esa seguridad
inexplicable de saber algo antes de realmente conocerlo. Trivialidades tal vez;
pero que en su naturaleza tan común dan para dudar del paso de las horas y del
flagelo de los años.
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