Wednesday, March 13, 2013

Morelia II


Sentado en un café, lejos de los cafés del centro, de todos esos que están cerca de la catedral. Lejos porque soy egoísta y me molestan las luchas absurdas de nuestros “maestros”. Lejos porque he de aceptar que me dan asco los ejercicios falsos y desvirtuados de “lucha social”.

Esos maestros se rehúsan a ser evaluados, se rehúsan a dejar sus plazas compradas y heredadas, se rehúsan a enseñar, se rehúsan a formar, se rehúsan a ser maestros, a ser lo que México necesita que sean. Confunden causas históricas. Se escudan en luchas que no son y jamás serán suyas. Conocen una cara de la protesta y es la del perfil vacío y contradictorio. Rojo, el Che, la hoz. Tanta historia desconocida, tanta historia prostituida. La única semejanza es la calle. En la calle todo parece valer. Lo más estúpido se vuelve virtud, lo más absurdo adquiere sentido. El gritarlo una, dos o cien veces; es gritar una verdad. Nunca en argumento, pero si en reiteración. Los detesto porque son culpables de la confusión de conceptos, de la comercialización de la afrenta, del estigma de todo aquello que se sale del eje del capital.

Por eso estoy en una café lejos del centro. Es un hotel en la calle Madero. Mi primera parada rumbo al acueducto, rumbo al bosque Cuauhtémoc. Me encanta el acueducto, desde que era niño. Este y el de Querétaro. Son monumentales, funcionales y lindos. El color de la cantera es el color de una ciudad en paz, firme y con historia. Eso me gusta.

Sentado en el café imagino cómo sería si el viaje fuera diferente. Si el tiempo no fuera un problema, aunque siempre lo es. Me niego a creer que el tiempo es real, que la naturaleza divide los instantes de forma arbitraria como lo hacemos nosotros. El tiempo, como otros dioses, es algo que creamos nosotros y en su momento podemos destruir. Mientras comienzo a desayunar imagino que el tiempo no existe. Aunque sea por un momento, lo he destruido.

Justo en el centro del café hay una roca esférica, una roca como de volcán. Tal vez vuelva aquí por la noche. Comienzo a escribir todo esto para acordarme después. No lo escribo tal cual como lo escribiré después; pero con suficiente detalle y con énfasis en las palabras adecuadas para entender este momento. Escribo fragmentos, oraciones, pequeñas reflexiones. Sobras de un texto podríamos decir.

Trato de escribir en todos los lugares dónde me atacan las ideas; pero no siempre es posible. Las ideas vienen no por el lugar, sino por los momentos. Y así es mejor. Si por cada lugar escribiera una página, necesitaría una vida entera viajando para completar un libro; gracias al cielo solo me bastan instantes para llenar capítulos enteros.

Mientras escribo todo esto una familia baja las escaleras del hotel y salen cargados con maletas, edredones, sombreros, almohadas y juguetes. Que incomodidad. Repite el sentido común que hay que viajar ligero; y agregaría que no solo de pertenencias y equipaje, pero también ligero de pesadez, ligero de preocupaciones, ligero de angustias y ligero de tiempo. Incluso, ligero de compañía.

Termino mi almuerzo y mi primera taza de café. Me siento lleno, pero no muy lleno. Continúo leyendo, pero ahora sin pensar mucho en ella; sino más bien porque tengo muchas ganas de leer. El mesero me sirve más café. Tomo el azúcar y le agrego un par de cucharadas. Leche también. Leo y leo y entre más leo más me olvido de que leo. Toma tiempo y concentración; pero eventualmente llegas a un punto en el que las palabras te hablan sin que tengas que voltear a verlas. Las palabras tienen que estar bien acomodadas, entre otras cosas, de forma que si se requiere bastante la ayuda del autor. Pero cuando finalmente te ves inmerso en la lectura, ¡ah! Que maravilla.

1 comments:

Anonymous said...

Үou сould ԁefіnitely see your eхpeгtіse іn thе woгk you write.
Thе sectоr hopеs for more pаsѕionаtе writеrs such as you who aren't afraid to say how they believe. At all times follow your heart.

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