Para mucho una hoja en blanco es intimidante. Como un reto que tal vez no puedan cumplir. El escribir siempre conlleva, aunque sea en pequeña medida, el “riesgo” de que tus palabras sean leídas. Y aunque no se reciten en voz alta, hay veces que pueden resonar más fuerte al interior del alma de algún incauto.
Para algunos estos les fascinará mientras que otra gente se sentiría aterrada. Al final, una hoja en blanco es un cuestionamiento, un requerimiento de nosotros mismos hacia nuestro interior. Si nadie nos pide que escribamos nada, ¿qué es entonces lo que vamos a escribir?
Hay gente que no escribe nada porque no tiene nada que decir. Hay gente que no lo hace porque simplemente no quiere decirlo. Otros tantos no escriben por el simple hecho de que no pueden hacerlo. Pero hay algunos pocos que simplemente no escriben por temor.
Un miedo manejable, pero verdadero. Con causas claras; pero igual de injustificado. La mirada de las masas pesan, aunque sean solo unos cuantos los que juzguen un escrito. Siempre hay un rol que llenar, un molde, un patrón que tiene que ser seguido.
Hay que escribir como se espera que escribamos, como ingenieros, como letrólogos, como hombres... como mujeres, como moderados, como reaccionarios, como gente común y corriente. Y esto aplica para tantas otras cosas más.
Por ello muchos temen hacerlo. Porque no quieren llenar el rol... o peor aún; piensan que deben pero no pueden hacerlo. Tener una opinión, una visión, una idea es problemático desde el momento en que empezamos a cuestionarnos que pensarán de ella todos aquellos que nos rodean.
Muchos jamás tendrán la necesidad de expresar algo así; pero todo aquel que sí lo tenga se ven ante una barrera terriblemente fortificada por el ojo vigilante de una sociedad que exige mediocridad y sataniza todo tipo de irregularidad o arranque novedoso.
Y así, día con día nos vemos privados de ideas, sueños, imágenes, opiniones y genialidades que muchos se niegan a compartir. El debate continúa siendo sinónimo de conflicto, el diálogo signo de debilidad y las nuevas ideas desacreditadas como ingenuas mientras se sigue perpetuando todo lo que por costumbre o imposición ha permanecido aquí.
Ahora vivimos en santuarios virtuales dónde todos nos animamos a compartir y a comentar. Pero solo compartimos lo que “gusta” y retro alimentamos con la misma tibieza todo aquello que levanta alguna efímera sonrisa o algún lugar común en nuestro corazón.
Nadie exalta sus pasiones, nadie defiende lo que ama, nadie se levanta ante lo que cree o profesa lo que detesta con verdadera libertad. Se crítica, si; pero se crítica lo obvio y criticable. Y cuando se hace es con un discurso ya muy digerido, ya muy probado. Los argumentos siempre son los mismo y nunca invitan a la discusión.
Somos tibios... somos clichés. Y cada que nos retiramos de una hoja en blanco reafirmamos que estamos vacíos...
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