Es extraño que al leer tus textos me remonte a
una época en la que enamorarse de
espejismos virtuales era algo perfectamente aceptable. Extraño cómo son tus escritos
y cómo es tu caminar parsimonioso por la vida.
Desde afuera pareciera que simplemente estas
ahí, esperando a escribir una oración brillantemente extraña mientas te
alimentas de jugos y bebidas saludables. La manera en que te burlas de la
realidad me hace pensar que nunca jamás te has visto envuelta en ella.
Eres sabia e ignorante al mismo tiempo. Atinas
como aquellos niños simpáticos que parecen saber de qué hablan al tiempo que
ponen en evidencia su infantil irracionalidad. Eres un alma abrumada en la angustia
y la genialidad del sentir inadecuado de las cosas.
Vives, si, en una fantasía completamente
desapegada de nuestra estricta y limitada realidad. Eso lo reclamas con cada
incoherencia que describes de forma brillantemente inocente. En tu mente, la esperanza
de un presente basado en las curiosidades de la imaginación es la única
realidad que vale la pena describir.
Conversar contigo era como platicar conmigo
mismo. Era, en cierta manera, una extraña mirada al espejo de mi niño interior.
Hablar contigo era perderme en los ojos de un fantasma, en la actitud de un
espectro que únicamente sondea la realidad por su potencial mérito artístico.
Salir contigo era caminar de la mano de un artista sustraído de la historia y
el presente. Era como presenciar un ente recolectando colores, sentimientos y
manifiestos para su próxima obra absurda y fugaz. Era el caminar invisible de
un melancólico domingo de ligera embriaguez.
Y de repente te transformas en un ente
diferente, en una alegoría estética de ojos grandes, brillantes y vacíos. Te
vuelves, como sin pensarlo, en una representación de lo detestable y en reivindicación
de una generación perdida en imágenes. Enjaulada en pretensiones de cristal y
fotografías color ocre te vuelves, nuevamente, en deseo de emancipación
artística.
Dejas la irreverencia de una oración absurda
para convertirte en la estética de una imagen depurada, filtrada y,
sorprendentemente, aún con corazón. No quisiera más que adivinar tu esencia,
presenciar tu historia y potencializar el reclamo creativo de tu alma. Mi único
anhelo es el verte desplegar el par de alas destructoras que te pueden separar
de la mediocridad de nuestro suelo interpretativo.
Besarte es un delirio, imaginarnos es
irreverencia existencial. Tus colores son cambiantes y los míos virtualmente
inexistentes. Me he quedado atrás, como espectador, como flama y chispa que
solo el viento de la filosofía crítica puede llegar a potencializar como la
base de tu despertar quasi-divino.
Eres (y son) lo que era (y no somos). Eres (y
son) el caleidoscopio que reclama irrealidades de símbolos de colores vivos y
manifiestos de trascendente emancipación.
Son el amor de la vida del mundo y otro hermoso espejismo en mi desértico
andar.
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