Algunos de los arrepentimientos más dolorosos
son aquellos que desbordan de la desidia de hacer nimiedades cotidianas. Son,
sin duda, de una pesadez similar a cualquier sentimiento de pretendida trascendencia;
sin embargo, en su naturaleza banal y mundana retoman cierta esencia mística de
irrelevancia y contrariedad.
Pequeños sobresaltos o condiciones abruptas del
día a día socavan, en mayor o menor medida, la templanza existencial del
hombre. Cabe, por supuesto, la cuestión de definir si esos mecanismos de
frustración crónica son causa o consecuencia del mismo pacto de mediocridad
vital que hemos firmado en nuestro silencioso tolerar de un devenir cimentado
en lo permisible de una realidad de ofensivo conformismo.
Hay un temor, justificado, en el explorar las
condiciones casi irreales de un presente alternativo; de un re-planteamiento
casi atemporal de nuestra potencialidad infinita en un presente de
oportunidades superior al de épocas pasadas. La ilusión de una re-significación
humanista de nuestro curso cernido en la auto-destrucción sigue pareciendo un
grito poético de desesperación más que un verdadero argumento de reconstrucción
histórica; sin embargo es la labor del sensible, el genio y el inadaptado el
hacer presentes las contradicciones del deplorable arreglo actual al tiempo que
se advierten alternativas de un atractivo futuro justificado en la sola voluntad y
nobleza de la ingenuidad humana.
Para lo anterior no hace falta recurrir a las
agotadas alegorías del poeta o las metáforas que, con mucha precisión, delinean
paralelismos cósmicos en el actuar irracional de la sociedad humana y su
irrisoria condición histórica. Tal vez lo único que haría falta iría más en relación
a la sublimación de instantes a través de acordes musicales, aromas elusivos o
composiciones estéticas de brillantez pura. Lamentablemente las mismas condiciones
mecánicas del orden mundial exaltan la reproducción mecánica de ideas,
fragmentos y componentes que pretenden ser arte mientras re-definen la descripción
de este como insulsa artificialidad.
Si hubiera algo que rescatar de éste fenómeno
de carencia sensible es que, desde la perspectiva indicada, esas propias desavenencias
de nuestra híper-modernidad amalgaman un relato melancólico de nuestro
fracaso generacional. Pareciera como si la misma actualidad nos obligara a
disfrazar nuestra estupidez en un manto de indulgencia histórica para advertir
a generaciones futuras de nuestra rendición forzada ante la masividad de un
presente asfixiante.
Somos trágicos incluso en nuestra ilusoria
festividad. La ironía se vuelve entonces un discurso normal, cotidiano y
típico; antes que un recurso de re-interpretación artística o declaración
militante. El arte por sí solo ha desaparecido en su ilusión de relevancia y el
acto político inherente de su creación se fusiona entonces con los mismos
mecanismos que le han robado el alma de su escurridiza esencia.
Nos hemos visto envueltos entonces en una burbuja
inescapable de restitución moralista basada en una ética efímera de progreso
insulso e incongruente. Ciertas palabras clave se posicionan como doctrinas de
paquetes ideológicos tan limitados como contradictorios. Tolerancia, libertad,
democracia y otros tantos sinsentidos han transformado el discurso de la
realidad en una deprimente pantalla de conceptos negados a contextualizar una
realidad que adolece de evaluación crítica y vitalismo existencial. Quedan,
entonces, únicamente los suspiros de la irresponsabilidad hedonista de aquellos
que niegan el presente como dictamen de moralidades absolutas. Es, por medio de
los escandalosos arquetipos de rebeldía, que podemos asimilar dejos de
voluntades reconstructoras y planteamientos verdaderamente reconfigurantes.
Pero, ¿podemos acaso esperar a que esos interceptos
fortuitos reacomoden el presente mientras seguimos negando los vacíos de
nuestra auto-impuesta presión autómata? Si la respuesta de usted es afirmativa,
es evidente que dichos destellos solamente le apetecen como graciosas
irregularidades en su condescendiente declive existencial; en cuyo caso, nada
de lo anterior debe hacerle mucho sentido. Por otro lado, si el cuestionamiento
anterior ha llegado a preocuparlo; entonces tal vez deba cernir su consternación
en una sana arrogancia, casi tiránica, que nos permita alterar nuestro
deprimente presente.
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