Friday, July 11, 2014

Arreglos artísticos y la vida diaria antes de las 2am

Algunos de los arrepentimientos más dolorosos son aquellos que desbordan de la desidia de hacer nimiedades cotidianas. Son, sin duda, de una pesadez similar a cualquier sentimiento de pretendida trascendencia; sin embargo, en su naturaleza banal y mundana retoman cierta esencia mística de irrelevancia y contrariedad.

Pequeños sobresaltos o condiciones abruptas del día a día socavan, en mayor o menor medida, la templanza existencial del hombre. Cabe, por supuesto, la cuestión de definir si esos mecanismos de frustración crónica son causa o consecuencia del mismo pacto de mediocridad vital que hemos firmado en nuestro silencioso tolerar de un devenir cimentado en lo permisible de una realidad de ofensivo conformismo.

Hay un temor, justificado, en el explorar las condiciones casi irreales de un presente alternativo; de un re-planteamiento casi atemporal de nuestra potencialidad infinita en un presente de oportunidades superior al de épocas pasadas. La ilusión de una re-significación humanista de nuestro curso cernido en la auto-destrucción sigue pareciendo un grito poético de desesperación más que un verdadero argumento de reconstrucción histórica; sin embargo es la labor del sensible, el genio y el inadaptado el hacer presentes las contradicciones del deplorable arreglo actual al tiempo que se advierten alternativas de un atractivo futuro justificado en la sola voluntad y nobleza de la ingenuidad humana.

Para lo anterior no hace falta recurrir a las agotadas alegorías del poeta o las metáforas que, con mucha precisión, delinean paralelismos cósmicos en el actuar irracional de la sociedad humana y su irrisoria condición histórica. Tal vez lo único que haría falta iría más en relación a la sublimación de instantes a través de acordes musicales, aromas elusivos o composiciones estéticas de brillantez pura. Lamentablemente las mismas condiciones mecánicas del orden mundial exaltan la reproducción mecánica de ideas, fragmentos y componentes que pretenden ser arte mientras re-definen la descripción de este como insulsa artificialidad.

Si hubiera algo que rescatar de éste fenómeno de carencia sensible es que, desde la perspectiva indicada, esas propias desavenencias de  nuestra híper-modernidad  amalgaman un relato melancólico de nuestro fracaso generacional. Pareciera como si la misma actualidad nos obligara a disfrazar nuestra estupidez en un manto de indulgencia histórica para advertir a generaciones futuras de nuestra rendición forzada ante la masividad de un presente asfixiante.

Somos trágicos incluso en nuestra ilusoria festividad. La ironía se vuelve entonces un discurso normal, cotidiano y típico; antes que un recurso de re-interpretación artística o declaración militante. El arte por sí solo ha desaparecido en su ilusión de relevancia y el acto político inherente de su creación se fusiona entonces con los mismos mecanismos que le han robado el alma de su escurridiza esencia.

Nos hemos visto envueltos entonces en una burbuja inescapable de restitución moralista basada en una ética efímera de progreso insulso e incongruente. Ciertas palabras clave se posicionan como doctrinas de paquetes ideológicos tan limitados como contradictorios. Tolerancia, libertad, democracia y otros tantos sinsentidos han transformado el discurso de la realidad en una deprimente pantalla de conceptos negados a contextualizar una realidad que adolece de evaluación crítica y vitalismo existencial. Quedan, entonces, únicamente los suspiros de la irresponsabilidad hedonista de aquellos que niegan el presente como dictamen de moralidades absolutas. Es, por medio de los escandalosos arquetipos de rebeldía, que podemos asimilar dejos de voluntades reconstructoras y planteamientos verdaderamente reconfigurantes.

Pero, ¿podemos acaso esperar a que esos interceptos fortuitos reacomoden el presente mientras seguimos negando los vacíos de nuestra auto-impuesta presión autómata? Si la respuesta de usted es afirmativa, es evidente que dichos destellos solamente le apetecen como graciosas irregularidades en su condescendiente declive existencial; en cuyo caso, nada de lo anterior debe hacerle mucho sentido. Por otro lado, si el cuestionamiento anterior ha llegado a preocuparlo; entonces tal vez deba cernir su consternación en una sana arrogancia, casi tiránica, que nos permita alterar nuestro deprimente presente.


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