Luz y sombras en un ocaso cualquiera. La luna
sigue en su faceta risueña mientras que el cielo, partido en tres colores,
intenta mantener la seriedad que se le atribuye al horizonte.
Espejismos y falacias, de eso está hecho el
presente; de eso se alimentan los cultos y con ello se olvidan del día a día
los inconsecuentes.
El exceso se respeta siempre y cuando justifique
su utilidad. El freno es un pecado mayor, así como la reflexión y el estar
estático y dinámico de una mente sin recuerdos. La memoria sigue siendo el
jardín confuso de lo sensibles. Sus fuentes, olvidadas por el tiempo, fluyen
sin agua, ni alma, ni luz.
Apostamos a la sensatez mientras que
recompensamos la exageración; al menos aquella que parece genuina. Reconocemos
la sinceridad siempre y cuando no perturbe la seriedad de nuestros significados
simulados.
Círculos que giran, que existen, que miden y
que mueven los terrenos de una naturaleza incierta.
Corazón: Una palabra tierna
Corazón: Una palabra roja
Corazón: Una palabra incierta
Sangre es el color de los ríos en febrero.
Sangre es por dónde imaginamos llega el amor. Sangre es retórica del romance y el
consumo de esta confluye en el desapego de una generación que ha olvidado el
significado de la soledad.
Los fantasmas, sin embargo, nunca andamos
solos.
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