La absurdidad es algo irremediablemente mío y
nuestro; pues en su constante ironía, lo absurdo es la percepción que proviene del despertar, del
cuestionar y del dar cuenta de lo elusivo del sentido y de la obviedad de los
vacíos en su cotidiana profundidad.
Dicha absurdidad puede desencadenar, como lo
comenta Camus, en suicidio o res-establecimiento; pero se encuentra lejos de
ser una condición meramente dual. Es producto y productora de una angustia, de
una inquietud que puede progresar en desesperación y desasosiego. Es, como bien
decía Kierkegaard, el reclamo que la eternidad tiene sobre el hombre; en el
sentido de la conciencia que tenemos de nuestra propia existencia. Y entre más
profundo y despierto sea ese caminar a través de ese mundano día a día; más
prominente se volverá ese manifiesto de ansiedad el cual puede o no traducirse
en un pánico, aversión o simple renuncia al tedio de la vida.
Sin embargo, considero que esa misma angustia
puede ser potencial y móvil creativo. El aceptar el absurdo y la inquietud
existencial que viene de él es combustible, también, para una labor de
conciliación entre el todo y la nada; entre la insignificancia y la virtud del
re-significar la existencia sin desafiar la absurdidad; pero siendo partícipe
consciente de ella. Pues al fin, lo absurdo es el todo, pero nosotros, como
fragmentos, podemos escapar a esa totalidad y re-significar nuestra angustia en
potencial creativo, reflexivo o de acción; pues por más ilusorio que resulte,
la decisión la ejercemos en un espejismo insoluble de aparente libertad.
Como enfatiza Camus, el absurdo es evidente;
sin embargo sus consecuencias, entendidas como la potencialidad individual que
cada quién obtiene de esta realización, no lo son. Entiéndase entonces esta
contradicción, en el cual el sinsentido se nutre le la incógnita y curiosidad
que el hombre tiene por el hombre; incertidumbre misma que normalmente guía poco
a poco al abismo de la realización de insignificancia; pero que en esa misma
oscuridad motiva la exploración y la esperanza de observar lo que hay en el
fondo, no del abismo, sino del individuo consciente.
¿Cómo es entonces, que mediante la
precipitación de una caída personal podremos comprender generalidades de una
naturaleza inexistente? ¿O es acaso la comprensión propia suficiente redención
de la obviedad del absurdo de este mundo? Si esa realización es tan general,
tan obvia y elocuente; en dónde radica la multiplicidad de respuestas, teóricas
e instrumentales, a la carencia de sentido en la existencia razonada,
consciente y transitoria. Es verdad que muchos responderán bajo el mismo
suplicio del estupor ignorante; mientras que otros (como yo lo hago a veces)
justificarán la afrenta como el reclamo de una eternidad real en la cual
nuestro efímero caminar es si acaso un mero escape, una pausa dentro de nuestra
pertenencia al todo.
A manera de un torbellino curioso y silencioso
damos cuenta entonces de una cascada de contradicciones e incoherencias que se
responden así mismas en una satírica congruencia, muchas veces devastadora.
Devenimos entonces en lo absurdo nuevamente, como el caminar en una montaña
rusa sin fin; o en una referencia más apropiada y alegórica, nos encontramos
bajo el mismo castigo de Sísifo al que Camus hace referencia cuando nos
describe los muros de esta absurdidad.
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