De lo catastrófico a lo trivial, todo oscila en
colores.
Hay palabras que me causan más conflictos que
otras; no tanto por los conceptos que refieren; sino por la misma pretensión de
lo que quieren englobar. La palabra “libertad” encabezaba esa lista. El
definirla es tan fácil o tan difícil dependiendo del grado de generalización,
simplicidad o corriente política que desees asumir como aceptable; sin embargo el
intentar cerrar ese concepto siempre resulta abrumador, ignorante,
inconsecuente o simplemente fútil.
Pero esa palabra ya no me preocupa. Se
encuentra tan prostituida que incluso el descubrir su verdadera cualidad como
definición me produciría algo de asco. Así, en otra de esas leves
inconsistencias, otra palabra que llama mi atención en un sentido similarmente
extraño es la de “amor”.
La palabra y el concepto ideal de nube fatua
son cosas diferentes, muy diferentes; y aun así no se les puede separar. ¿Es
acaso tan limitante nuestro lenguaje? Puede que no; tal vez simplemente estoy
ignorando principios lingüísticos, lógicos y matemáticos básicos. Pero hoy no
quiero intentar definir corolarios referentes a declaraciones y su
interpretación; simplemente quiero jugar un poco con la palabra “amor”, su concepción y alguna paleta de colores imaginarios expresados en palabras
incoloras; pero no por ello insípidas.
El amor se le imagina en colores vivos; pues
normalmente se le relaciona con una gama de emociones que oscilan entre la
pasión y la locura. Poco lugar se le da a los momentos melancólicos del amor y
el romance, a esas bocanadas de aire gélido que erizan la piel y cristalizan el
actuar. Son momentos bastos, significativos y tan profundos como el océano de ese
color azul que suelen evocar (e igual de traicioneros). Un momento de locura
puede ser tan oscuro y asfixiante como la profundidad de un abismo submarino.
Aunque el fuego que arde en columnas y torbellinos naranjas también suele
consumir oxígeno demás. Los sentimientos intoxican en ambos casos y si acaso la
única variante es la temporalidad del suplicio.
Hay ocasiones que me gusta pensar en el color
blanco como referente del amor. No, obviamente, en referencia a alguna ingenua
idealización relacionada con la pureza que proviene de anacrónicos imperativos
morales; sino en un color blanco translúcido similar al de una película de
azúcar. Tan frágil, efímero y vulnerable que una sola gota de lluvia basta para
desaparecerlo. Ese es el amor moderno que disfraza su fugacidad y arrogante
superficialidad en estética.
Sin embargo, el hablar de colores tiende a
remitirme invariablemente al púrpura y al verde; dos de mis reflejos luminosos
favoritos. Podría hablar del amarillo también, pues es complemento natural de
esos tonos morados tan adorables; sin embargo su presencia me irrita y altera
de vez en cuando. Por otro lado, el púrpura y todo lo que se encuentra entre él
y los verdes brillantes me dan una visión más afín de lo que puedo
conceptualizar como amor, en referencia a la condición popular del concepto.
El tono morado tiene una calidez poco valorada;
pues la combinación de la serenidad y melancolía de un azul profundo se mezclan
con la rebeldía de un color que oscila entre juventud y sabiduría. Algo así
como un eco de alguna manifestación de divinidad cuestionable. Por su parte el
verde es juguetón y solitario a la vez. Caos y calma, dinamismo y quietud;
esperanza en su misma contradicción. Es, por decirlo de manera mundana, una
pareja ideal de la profundidad inocua del color púrpura. Detesto el color rojo.
El relacionarlo con la palabra “amor” se une a otra decena de razones por las
que cuestiono la existencia del concepto mismo del romance. Sin embargo, cuando
pienso en términos de colores para intentar visualizar el relativismo de una
idea tan ambigua y demeritada como esta; un confort inusitado me invade sin ningún
tipo de explicación.
El mundo sigue siendo un lugar mayormente
detestable y la naturaleza; en su divina neutralidad, no le queda más que ser
testigo (y a veces juez) de nuestro declive espiritual. El viento llevaba estos
colores de un lado para otro; pero ahora… solo con problemas podemos distinguir
los tonos fuera de las luces blancas y oxidadas de nuestros absurdos
espejismos.
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