¿Sería descabellado el preferir el sueño al
despertar? No sé si los adultos aún sueñan, y si lo hicieran, no sé qué tanto
puedan recordar.
Querer pasar la vida durmiendo es desear un
poco la muerte; es preferir las ilusiones a esa supuesta realidad que sigue
siendo tan incierta como el tiempo.
Los sueños y las memorias no son tan distintos.
Se alimentan los unos de los otros, se confunden en espejismos y los que terminamos
engañados somos nosotros.
Siempre sueño con ella. Ella que es tantas
personas a la vez.
En esta ocasión vestía de blusa blanca y
pantalón de mezclilla. Usaba lentes y era risueña. Conozco su nombre esta vez,
pero decirlo es soplar para intentar mover las nubes.
Pensar mucho en la muerte torna la vida un poco
aburrida. Reafirma, digamos, su insignificancia.
Leer no es entender. Escuchar no es sentir.
Sentir no es idear. La vida requiere muchos compromisos.
Un parque en una ciudad colonial. Tonos verdes
y oscuros. Su risa y una habitación demasiado familiar. Una mesa, una fiesta,
un banquete, una reunión. Un joven aprendiz. Armas y armaduras de guerra. Todo
en partes, en momentos, en fragmentos. Sin sentido aparente, como la vida
misma.
Despertar de una siesta en la que se sueña es
peligroso. Te levantas perdido, embriagado, borracho con ilusiones. ¿Qué
peligro hay en sentir demasiado?
Esa es la gran ironía, la sensibilidad ante la
vida produce una visión particularmente afable de la muerte.
Cada vez se me dificulta más el hablar. Dependo
demasiado de estas letras y esto tiempos. El ritmo del día a día traiciona mis
palabras.
Mi mente mi habla en fragmentos, por ello los
redacto así.
Extraño sentirse más libre dormido que
despierto.
¿Por eso ignoramos nuestra inercia? Amo todo lo
que crítico en paralelismos alegóricos.
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