Ver las nubes cubrir las montañas es
una sensación tranquilizante. Más, el no poder capturarlo en una fotografía me
incomoda un poco. Una imagen vaciaría de todo significado mi sentir; sería
artificial y forzado. La posibilidad de hacerlo; sin embargo, siempre está ahí,
y creo esa es la razón de mi extraña inquietud.
No soy inmune a estos tiempos, yo también me
embriago de imágenes como el resto de la gente. Imagino siempre que pensarías
tú al observar lo que observo. ¿Sentirás algo parecido? El instante se pierde
para siempre y las preguntas mueren sin ser respondidas. En parte me da
curiosidad porque realmente no sé quién eres. Tengo una extraña adicción a no
conocerte. Dicen que es estúpido enamorarse de una desconocida. Yo pienso que
es la manera más correcta de enamorarse y, sin querer sonar trágico, tal vez la
única forma de hacerlo.
No tengo problema en escribir sobre
desconocidas, sobre esas inocentes ilusiones que fabrican los fantasmas de mi memoria
y el embriagante aire de un presente nocturno. Es fácil ahogarse en el reflejo
de ojos falsos y alucinar con sonrisas a medio terminar. Pero escribir sobre ti
no es tan sencillo; porque conozco tu rostro, tu voz y tu nombre; pero sigues
siendo una extraña.
El primer problema es que tú esperarías
este texto. Imaginarías, estoy seguro, que todo esto habla de ti y de esos momentos
que nuca hemos tenido. Pensarías que disfrazo tu referencia con alegorías y
todo lo que aquí no coincide contigo es un intento de cubrir la obviedad de mis
sentimientos. Sin embargo, estas letras podrían ser para cualquiera. Podrían
ser tan falsas como los colores que se ocultan bajo luces de neón o como la fe
que se disfraza de esperanza.
Pero tal vez eso también sean
ilusiones mías. Cuando observas un espejo, parte de tu reflejo penetra hacia la
otra dirección. Los espejismos tranquilizan, aunque sea por un instante. Es
claro que no sé quién eres realmente; aunque lo mismo podríamos decir todos de
todos; hasta de nosotros mismos. No hay mucha necesidad de misterio, pues las
letras son más fugaces que el viento. Esto podría leerse mil veces y todas tendrían
diferente significado. Esa oración es la única verdad de estos párrafos.
Alguna vez platique contigo en un
bar. En otra ocasión bailamos sin siquiera dirigirnos la palabra. Una vez
confundí tu nombre con el de tu amiga. ¿Recuerdas aquella vez que nos
presentaron? Sucedió dos veces. O qué me dices de aquel día que caminamos
juntos en los oscuros callejones del casco antiguo. Nunca te gustó mi música,
salvo ese día en el festival. Antes de conocernos me pediste una foto en un
concierto. Hace no mucho también compartimos un par de cervezas en un
restaurante cualquiera. Recuerdo claramente cuando nos topamos al cruzar la
calle y traías tu vestido amarillo. Aquella vez que fuimos al cine te iba a
invitar a una boda; pero recordé que no te gustaban las fiestas. ¿Fuiste tú con
quién platiqué sobre ese libro de filosofía que nunca había leído? Si, fue
aquella vez en la terraza que hablamos sobre lo mucho que detestabas tu viejo
trabajo. Parece que fue ayer cuando tuvimos ese picnic en el parque con tus
amigos. Pensé que no ibas a ir y eso terminaría por arruinar mi domingo. Te he
dicho muchas cosas; pero al mismo tiempo creo que tampoco sabes nada de mí. Ese
día, cuando compartimos un paraguas camino a tu casa, pensé que no te volvería
a ver jamás. Sin embargo, sigues aquí y yo; sigo sin entender quién eres o que
representas.
Algún día, tal vez, dejaremos de ser
desconocidos. Hablaremos de este turbio texto y de cómo solo lo escribo para no
olvidar. Muchas veces exagero y hablo como si te hubieras marchado, como si
nunca hubieses existido. Pero tu bien sabes que sigues aquí.
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