Tuesday, May 28, 2013

De vicios y responsabilidades

En este momento debería estar escribiendo textos pendientes de mucho más urgencia; sin embargo no pude ignorar la cantidad de ideas y sentimientos que atacaron mi desequilibrada mente en mi camino de regreso del trabajo.

Por las tardes, cuando he dejado la oficina ya, procuro olvidar o ignorar cualquier cuestión que haya quedado detrás en la cúpula laboral del día a día.  La razón es simple y sano equilibrio. De unos años para acá he logrado llenar mis tiempos libres de actividades más o menos variadas y orientadas a mis extrañas y a veces excéntricas ideologías. Desde el solo y llano placer de escuchar música hasta la escritura de cientos de páginas llenas de reflexiones tan inconsecuentes como esta.

Mi desapego a mi trabajo en mi horario personal no atiende, en absoluto, a un desprecio de la labor ingenieril en sí o a un menosprecio de mis responsabilidades. Es bien sabido; sin embargo, que lo que hago no precisamente me apasiona. Hay una diferencia muy marcada entre gustar de alguna labor y sentirse apasionado al respecto de ella; casi tan pronunciada como la brecha que hay entre que te guste tu trabajo y que lo detestes por completo.

En mi caso, el gusto por mi labor me motiva (para bien o para mal) a nunca dejar de lado un leve y, tal vez, mal interpretado sentido de responsabilidad. Soy terrible para dar negativas y hay veces que pareciera que algunas personas con las que laboro han dado cuenta de esta “debilidad”. Una asumida diplomacia a la hora de lidiar con conflictos, malos entendidos y desacuerdos al parecer también me han puesto en una perspectiva de alguien más o menos manipulable. En general, tanto en casos positivos o negativos, muchos han asumido mi compromiso como un pase gratis a delegarme algunas de sus responsabilidades indirectas.

Lo anterior nunca ha sido un problema en el estricto sentido de la palabra. Mucho he aprendido al entrar en procesos, tareas o responsabilidades que simplemente alguien dejo de lado. El problema radica ahora que el tiempo parece ya no ser suficiente. Es verdad que, si lo anterior se ha vuelto un problema, la culpa ha sido solamente mía. También es de notar (y agradecer) que muchos otros han preferido apoyar y trabajar en conjunto antes de desentenderse de algún proyecto que en corto plazo pareciera no concernirles.

Entiendo también que las particularidades organizacionales y el enfoque generalmente operativo de mi giro hace complicado el dar seguimiento y avance efectivo a actividades de muy largo plazo o cuestiones de muy amplio alcance. Durante el par de años desempeñándome en este puesto he tratado diferentes aproximaciones para hacer un poco más efectiva la gestión y ejecución de los proyectos correspondientes. Algunas han servido, otras no.

Sin embargo, en vez de sentir un avance sobre la gestión general de estos proyectos pareciera ser el caso contrario. Tal vez por la fuerte carga de trabajo que se vive a lo largo de toda la organización o tal vez por los vicios propios de una cultura laboral que busca cero problemas y cero responsabilidades. No me incómoda expresar esto en un foro abierto; y puede incluso que algunos de mis compañeros de trabajo lean este texto. Lo hago, específicamente, porque no es cuestión de tal o cual persona; o tal o cual departamento; sino un caso general y repetitivo (del cual incluso yo no puedo declararme inocente).

Entre más estructurado, inclusivo, robusto y comprometido es el planteamiento de un proyecto; más se asume como responsabilidad ajena. Como si la sola extrañeza de la metodología fuera suficiente para alienar cualquier tipo de involucramiento. Por otro lado, esa misma magnitud (verdadera o percibida) de la responsabilidad mencionada se supone ajena también; y por lo tanto, todo involucramiento inconsecuente o innecesario.

La contrariedad radica en que bajo esa visión también se va generando un sentido de exigencia superior que se materializa en un progresivo y continuo aumento del alcance de un proyecto específico. Así, la combinación se vuelve auto-destructiva, al generar una demanda mayor de actividades y consideraciones al tiempo que proporcionalmente disminuye el nivel de acercamiento y compromiso con las tareas correspondientes.

Es como una pequeña bola de nieve gestora que en un esfuerzo por convertirse en un sano y medianamente decente mono de nieve termina asumida como una materialización inicial de una réplica tamaño real de la estatua de la libertad hecha de hielo.

¿Es acaso por ello por lo que promovemos, en el lado operativo, un involucramiento general y casi absurdo de todo el equipo de trabajo? Al parecer aún sigue siendo más efectivo el forzar, mediante alguna junta innecesaria, un acercamiento de todo el personal ligeramente relacionado con un problema específico. Esa clara ineficiencia organizativa de recursos parece ser la única manera en que se pueden concretar acciones; ahí “en caliente” con todos los involucrados en un acuerdo que me recuerda a la mal entendida democracia de los círculos activistas en los que he podido participar.

Aún es difícil (y arriesgado) asumir que un cortés correo electrónico solicitando apoyo supone la ejecución de una tarea determinada; por más evidente que parezca la responsabilidad. Las juntas siguen siendo pérdidas de tiempo y la supuesta eficiencia del ámbito privado se ahoga así misma en una sistematización burocrática absurda que solo intenta subsanar ese descontrol fruto de una gestión en la que pocos se hacen cargo de lo que realmente les corresponde.

Puede ser que exagere, puede que no; y en un vicio particular de tratar de racionalizar el entorno que produce este queja de elocuencia moderada, no puedo dejar de lado el intentar explicar en términos más generales los fenómenos que producen este tipo de actitudes.

La rutina es, por definición, desgastante. No se requiere tener el peor trabajo del mundo para irse hundiendo en una inercia despreciable al cabo de algunos años. Sin embargo, quién encuentra algún gusto o placer en lo que hace sabe rescatarse a sí mismo de la locura una semana a la vez. Lo que me parece extraño (en la definición precisa de la palabra) es que a pesar de que solo una particular minoría de las personas se siente a gusto en sus trabajos de 8 a 6; la gran mayoría están sometidos voluntariamente a tal arreglo.

Siendo completamente sincero, lo anterior no es en absoluto extraño si nos detenemos un poco a observar el funcionamiento del arreglo social y económico de la actualidad. Por, vaya usted a saber qué desavenencia histórica, nos encontramos en un vórtice sistemático, particular e identificable del cual es sumamente complicado escapar.

Más, el sucumbir voluntariamente a la renuncia de toda motivación, responsabilidad y compromiso me parece casi tan lamentable como la rigidez del sistema en sí. No podré salir intacto de esta generalización masiva, tan falaz como cualquier otra; pero día con día uno va adaptándose a ese simple “pasar el rato” en el trabajo al tiempo que sale de los apuros más o menos urgentes. Nos acostumbramos a olvidar de lado una responsabilidad latente para asumir únicamente una responsabilidad reactiva. Lo anterior no me sorprende, e incluso podría justificarlo; pues día a día me siento más tentado a plantear esa misma estrategia.

Sin embargo la falta de compromiso es algo que se refleja mucho más allá del ámbito laboral. Esa inercia desgastante es la que va mellando los engranes de toda la máquina social; los cuales ahora producen el rechinido de nuestro imaginario colectivo con políticos corruptos, criminales violentos, madres y padres irresponsables, ciudadanos apáticos, juventudes arrogantes y una cultura decadente y de continua degradación.


El cambio; sin embargo, no está en uno mismo, por más que la retórica de superación o la supuesta y trillada cruzada de la “crisis de valores” quieran hacernos pensar. Esto no es cuestión de actitud en absoluto. Los vicios tan generalizados solo pueden ser atribuidos a un desajuste a nivel sistema. No sé, y no pretendo saber el cómo dar solución a estos problemas. Es mi única intención el tratar de romper esos picos de inercia mediante un compromiso más o menos congruente. No he tenido mucho éxito; pero tampoco he fracasado del todo.

Sunday, May 26, 2013

Voces y contradicciones

Escribo porque quiero ser tu voz. 

Escribo porque así se manifiesta tu existencia. 

Escribo porque la expresión es una droga, porque estamos atrapados en una jaula de ilusiones.

Escribo porque quiero que me escuches; porque somos (y seremos) potencialidad perdida.

Escribo porque las letras son prismas y en una libreta la luz se mueve más lento que las emociones.

Escribo porque la angustia sigue intoxicándome; porque su veneno es bálsamo para las heridas del vacío.

Escribo porque soy caos; porque soy arrogante y contradictorio.

Escribo porque soy fragmentos; porque somos partes de un espejo.

Escribo porque tengo hambre de ficción; porque la realidad de los sueños me parece verdadera.

Escribo porque busco la humildad en mi labor; porque tú eres agua y yo soy viento.

Escribo para describir(me) al mundo; para atraer fantasmas.

Escribo porque no sé componer; porque la música me murmura a los oídos del alma.

Escribo porque no veo el horizonte; porque pareciera que quiero morir.

Escribo porque solo así he logrado vencer la inercia; porque algún día los héroes comprenderán tu mensaje.

Escribo con pluma roja y recuerdo aquella vacía estación en Gernika.

Escribo porque hay días en que estoy muerto por dentro.

Escribo porque confundo colores con sentimientos e ideas con extraños aforismos.

Escribo porque he olvidado cómo llorar; porque soy víctima de mi tiempo.

Escribo para que sepas que puedo escribir; para que algún día hablemos de estos textos.

Escribo porque me da miedo destruirte; así como las letras destruyen la memoria.

Escribo para confundir a los demonios que me persiguen; para agradecer al Universo su protección.

Escribo para invitarte un café; para que cierres los ojos y observes estrellas.

Escribo con líneas y cuadros.

Escribo porque la luna me ha descubierto y las rocas me han regañado.

Escribo para mentirte y engañar a tus parpados.

Escribo para jugar a existir; para darle sentido a la tarde.

Saturday, May 18, 2013

Sobre mi muerte


Todos moriremos algún día… aunque en mi caso, seguramente será mi culpa.

Monday, May 13, 2013

Si te escribiera un capítulo entero


Ver las nubes cubrir las montañas es una sensación tranquilizante. Más, el no poder capturarlo en una fotografía me incomoda un poco. Una imagen vaciaría de todo significado mi sentir; sería artificial y forzado. La posibilidad de hacerlo; sin embargo, siempre está ahí, y creo esa es la razón de mi extraña inquietud.

No soy inmune a estos tiempos, yo también me embriago de imágenes como el resto de la gente. Imagino siempre que pensarías tú al observar lo que observo. ¿Sentirás algo parecido? El instante se pierde para siempre y las preguntas mueren sin ser respondidas. En parte me da curiosidad porque realmente no sé quién eres. Tengo una extraña adicción a no conocerte. Dicen que es estúpido enamorarse de una desconocida. Yo pienso que es la manera más correcta de enamorarse y, sin querer sonar trágico, tal vez la única forma de hacerlo.

No tengo problema en escribir sobre desconocidas, sobre esas inocentes ilusiones que fabrican los fantasmas de mi memoria y el embriagante aire de un presente nocturno. Es fácil ahogarse en el reflejo de ojos falsos y alucinar con sonrisas a medio terminar. Pero escribir sobre ti no es tan sencillo; porque conozco tu rostro, tu voz y tu nombre; pero sigues siendo una extraña.

El primer problema es que tú esperarías este texto. Imaginarías, estoy seguro, que todo esto habla de ti y de esos momentos que nuca hemos tenido. Pensarías que disfrazo tu referencia con alegorías y todo lo que aquí no coincide contigo es un intento de cubrir la obviedad de mis sentimientos. Sin embargo, estas letras podrían ser para cualquiera. Podrían ser tan falsas como los colores que se ocultan bajo luces de neón o como la fe que se disfraza de esperanza.

Pero tal vez eso también sean ilusiones mías. Cuando observas un espejo, parte de tu reflejo penetra hacia la otra dirección. Los espejismos tranquilizan, aunque sea por un instante. Es claro que no sé quién eres realmente; aunque lo mismo podríamos decir todos de todos; hasta de nosotros mismos. No hay mucha necesidad de misterio, pues las letras son más fugaces que el viento. Esto podría leerse mil veces y todas tendrían diferente significado. Esa oración es la única verdad de estos párrafos.

Alguna vez platique contigo en un bar. En otra ocasión bailamos sin siquiera dirigirnos la palabra. Una vez confundí tu nombre con el de tu amiga. ¿Recuerdas aquella vez que nos presentaron? Sucedió dos veces. O qué me dices de aquel día que caminamos juntos en los oscuros callejones del casco antiguo. Nunca te gustó mi música, salvo ese día en el festival. Antes de conocernos me pediste una foto en un concierto. Hace no mucho también compartimos un par de cervezas en un restaurante cualquiera. Recuerdo claramente cuando nos topamos al cruzar la calle y traías tu vestido amarillo. Aquella vez que fuimos al cine te iba a invitar a una boda; pero recordé que no te gustaban las fiestas. ¿Fuiste tú con quién platiqué sobre ese libro de filosofía que nunca había leído? Si, fue aquella vez en la terraza que hablamos sobre lo mucho que detestabas tu viejo trabajo. Parece que fue ayer cuando tuvimos ese picnic en el parque con tus amigos. Pensé que no ibas a ir y eso terminaría por arruinar mi domingo. Te he dicho muchas cosas; pero al mismo tiempo creo que tampoco sabes nada de mí. Ese día, cuando compartimos un paraguas camino a tu casa, pensé que no te volvería a ver jamás. Sin embargo, sigues aquí y yo; sigo sin entender quién eres o que representas.

Algún día, tal vez, dejaremos de ser desconocidos. Hablaremos de este turbio texto y de cómo solo lo escribo para no olvidar. Muchas veces exagero y hablo como si te hubieras marchado, como si nunca hubieses existido. Pero tu bien sabes que sigues aquí.

Saturday, May 11, 2013

¿De qué hablarán los fantasmas?


A los fantasmas no se nos permite estar cansados. O más bien no se nos permite utilizar esa excusa. Cuando el clima se encuentra todo fuera de balance y loco a nosotros es a los primeros que nos echan la culpa. ¡Bah! Que nos queda si no es jugar un poco… la eternidad tiende a volverse un poco aburrida, de eso no hay duda. Pero deja te platico un poco más sobre nosotros, verás que no te la vas a pasar mal de este lado. Nada peor que el mundo de allá arriba, eso si te lo puedo asegurar. Cuando tenía tu edad… bueno, no tu edad, porque no sé exactamente cuántos años tienes y pues yo no recuerdo tampoco cuantos años tengo ya; o cuantos años tenía cuando se supone tenía la edad que ahora tú tienes. Aunque técnicamente ya no la tienes porque estás muerto, pero algo de años debiste tener, el caso es que ahora tenemos tiempo de conversar.

Los fantasmas gustan de una elocuente conversación al igual que tú o yo. En su libre confluir a través de los canales del mundo y los sueños acostumbran también reunirse a platicar sobre las irrelevancias de un Universo carente de sentido. Son especialmente buenos en comprender la insignificancia del todo; por ello son bromistas natos e ilusionistas de la más alta categoría. Platican acerca de la manera más divertida de engañar a los humanos. Gustan hacerlo con sueños, con música y con espejismos; pero la mayoría encuentra en las memorias el vehículo perfecto de la ilusión.


Las memorias son fantasmas que se encuentran dentro y fuera de nuestra mente. Se confunden con lo onírico y la añoranza de futuros perdidos. Se hacen presentes cuando se habla de ellas, cuando se reviven momentos e instantes que han quedado olvidados por el tiempo. Son lágrimas que se derraman por tiempo pasados, son risas tímidas de recuerdos confusos, son melancolía pura y estética de existencia.


Cuando los espíritus conversan lo pueden hacer por segundos o por siglos enteros. El tiempo, al ser un fantasma también, no tiene efecto ya sobre estos entes. Ríen, muchas veces, al observar nuestro cansancio, nuestro frenetismo y nuestra obsesión con la fugacidad de momentos incomprendidos. Otras veces hablan sobre los perros que se pierden en la calle, sobre los posters que se pegan ofreciendo recompensas y sobre los nombres absurdos que reciben las mascotas. Hay veces que discuten sobre el clima, aunque para ellos es un tema mucho más emocionante. Hablan sobre porqué los espíritus de las estaciones y el viento han perdido el encanto a los patrones y ahora hace lo que les plazca con las corrientes de los océanos.


Los fantasmas también gustan de hablar de ellos mismos. Han olvidado al mundo de los humanos pero no sus sentimientos. Aunque comprenden su colectividad y eterno devenir mucho mejor que nosotros, son seres fragmentados también. Hablan de amor, de libertad, de justicia; pero en un sentido que no podríamos comprender. Son narcisistas y superficiales, pero lo son porque los ríos de conciencia no permiten nada más.


Ellos han olvidado el cansancio y han aceptado la eternidad. Prefieren por ello hablar con preguntas. Eternas y constantes preguntas. Largas, cortas, coherentes y muchas veces sin sentido. Al tener al infinito delante no les queda más que entretenerse en cuestionamientos eternos. Ellos tampoco comprenden del todo la voluntad del Universo y su manifestación; sin embargo existen en esa misma grandiosa coincidencia que comparten con nosotros. Saben, al menos, que nada es fortuito.


Los fantasmas no hablan de imágenes, pues estas les son invisibles. En su etérea naturaleza no comprenden los juegos de colores que solo nosotros observamos. Ellos sienten la creación en el sentido de la esencia de las cosas. No requieren observar, ni escuchar, ni oír; pero si hablar. También les da sed de expresión, pues es solo mediante esta que pueden manifestar esa voluntad universal que no comprenden.


Los fantasmas no hablan entonces con palabras, sino a través de ellos mismos. Para ellos todo es una sola cosa, pero no la misma cosa. Así como nosotros sentimos nuestras manos, nuestro cabello y nuestro cuerpo que sabemos es uno pero no uno solo, ellos sienten la totalidad del espectro de existencia; y así como nosotros expresamos deseos a nuestro cuerpo, ellos conversan de todo esto en su peculiar infinidad.


Por ello sus pláticas nos confunden cuando estas penetran en nuestros sueños, en nuestras visiones, en nuestras ideas y en nuestro sentir. Sus conversaciones son nuestra existencia; sus risas nuestros sonidos; sus llantos nuestros tormentos; sus angustias nuestros miedos. Pero hemos olvidado cómo escucharlos. Tememos terriblemente a sus palabras; nos aterra lo parecido que son a nosotros y, al no conocer que hay detrás de las puertas dónde habitan, preferimos ignorarlos.


Ellos también se han alejado de nosotros, huyen al ruido excesivo de nuestro presente. Se esconden en dónde el silencio aún habla, dónde el viento juega y las gotas de lluvia componen profundas melodías. Algunos se han refugiado en la torre invisible que lleva a la luna, otros entre las cuevas y sus ancestrales rocas. Muchos se encuentran en el tope de las montañas, dónde la fertilidad aún reina. Otros vuelan al lado de las nubes, retumbando en los cielos y cargando de colores el panorama. Los más inquietos fluyen con el fuego, con el carbón, las chispas y el viento. Otros más tranquilos habitan los ríos, mares y océanos. Los más desesperados han huido lejos, se han convertido en cometas, estrellas y galaxias enteras. Ella era así. La tierra también fue un fantasma.

Tuesday, May 7, 2013

Sueños y fragmentos


¿Sería descabellado el preferir el sueño al despertar? No sé si los adultos aún sueñan, y si lo hicieran, no sé qué tanto puedan recordar.


Querer pasar la vida durmiendo es desear un poco la muerte; es preferir las ilusiones a esa supuesta realidad que sigue siendo tan incierta como el tiempo.


Los sueños y las memorias no son tan distintos. Se alimentan los unos de los otros, se confunden en espejismos y los que terminamos engañados somos nosotros.


Siempre sueño con ella. Ella que es tantas personas a la vez.


En esta ocasión vestía de blusa blanca y pantalón de mezclilla. Usaba lentes y era risueña. Conozco su nombre esta vez, pero decirlo es soplar para intentar mover las nubes.


Pensar mucho en la muerte torna la vida un poco aburrida. Reafirma, digamos, su insignificancia.


Leer no es entender. Escuchar no es sentir. Sentir no es idear. La vida requiere muchos compromisos.


Un parque en una ciudad colonial. Tonos verdes y oscuros. Su risa y una habitación demasiado familiar. Una mesa, una fiesta, un banquete, una reunión. Un joven aprendiz. Armas y armaduras de guerra. Todo en partes, en momentos, en fragmentos. Sin sentido aparente, como la vida misma.


Despertar de una siesta en la que se sueña es peligroso. Te levantas perdido, embriagado, borracho con ilusiones. ¿Qué peligro hay en sentir demasiado?


Esa es la gran ironía, la sensibilidad ante la vida produce una visión particularmente afable de la muerte.


Cada vez se me dificulta más el hablar. Dependo demasiado de estas letras y esto tiempos. El ritmo del día a día traiciona mis palabras.


Mi mente mi habla en fragmentos, por ello los redacto así.


Extraño sentirse más libre dormido que despierto.


¿Por eso ignoramos nuestra inercia? Amo todo lo que crítico en paralelismos alegóricos.

Wednesday, May 1, 2013

Cafés e ilusiones


Me encuentro una vez más sentado dentro de un Starbucks. Desde el momento que entro me doy cuenta de una superficial, pero latente contrariedad. Vengo aquí a escribir por razones muy particulares. Vengo a estas cúpulas de confort artificial para distanciarme de mi propia burbuja de distracciones en casa. Eso es todo, no hay mucho más.

Es un ejercicio divertido el desconectarte de toda esa ultra-comunicación que hoy ha pasado a ser estándar. No pretendo menospreciar la potencialidad que toda esta tecnología nos ha dado; pero cada vez es más difícil escapar al ejercicio de interconectividad global que involuntariamente ejercemos en nuestro día a día.

Aquí, a pesar de tener la oportunidad de hacerlo, desconecto toda posibilidad de contactarme o conectarme con alguien más que no sea mediante un encuentro directo y fortuito dentro de las instalaciones de la franquicia. Este sencillo simulacro de tiempos pasados me permite concentrarme de formas que me parecen ya imposibles en el advenimiento de una colectividad entendida como el sobre-compartir información que imaginamos nos representa como individuos.

En esa emulación de asilamiento digital es dónde me topo con la contrariedad que mencionaba al principio. El Starbucks es un lugar terriblemente inerte. Esto no debe producir ninguna sorpresa; lo gracioso es la ironía que resulta de pensar que la intención del establecimiento pareciera ser totalmente diferente.

Todos los Starbucks son iguales. Siguen un cuidadoso diseño de espacios, mobiliario y atmosfera muy característicos. Al entrar, ordenar una de sus múltiples y confusas combinaciones de café y sentarse en sus sillones de tonos sobrios pareciera que se ejerce un proceso estándar y sin mucho lugar para el error o variación. La arquitectura del lugar, el arte de sus paredes y el romanticismo del producto que ofrece (con todo y su fachada de responsabilidad social) pretenden crear un hogar lejos de casa en el que se pueda experimentar de un  momento especial, solo o acompañado, disfrutando de la delicia que es la vida del siglo XXI en su añoranza de significación.

El comprar una taza de café (o más bien un vaso desechable) es comprar toda esta idea. Es pagar por experimentar la fantasía de una delicada tarde lluviosa o soleada al calor de un café recogido a mano por trabajadores que para nada fueron explotados; sino que seguían el gran sueño de su vida al recolectar los ingredientes de la magia de un mercado justo que culmina en el exquisito sabor de un mocha.

Y aunque no quiero objetar con la validez de ese trueque entre dinero e ilusiones; es muy fácil ver lo vacío y superficial del concepto. Hay un esfuerzo evidente por simular esa sublimación que viene por sí sola de la experiencia estética de la vida. El problema, obviamente, no es el esfuerzo; sino la artificialidad de éste.

En una generación que ha sustituido los sentimientos por imágenes de sentimientos no es sorpresivo ver que la fórmula que aquí venden sea millonaria. Pero su naturaleza ilusoria no deja de molestarme. Podrán llamarme incongruente al escribir todo esto dentro del objeto de mi crítica; sin embargo eso también proviene de una profunda confusión entre comprar un producto y comprar su ideología.

El café del Starbucks representa para mí parte innegable de una realidad que gusto de analizar y criticar. Es en mi visión de vivir observando en dónde concilio lo que me rodea con lo que entiendo sobre esa misma realidad aparentemente evidente. Lo que compro es café. Ellos quieren darme todo lo que anteriormente mencione; pero hay días en los que prefiero solo llevarme la bebida.