Wednesday, February 6, 2013

Metafísica política

1. Todo debate político y social es primeramente un debate ético.

2. Antes de esgrimir juicios éticos o de valor se tiene que estar comprometido a un esquema moral o meta-moral determinado.

3. La elección o coherencia de ese sistema moral se basa en un arreglo de creencias que se justifican en una determinada concepción del mundo.

5. Si esa concepción del mundo (o de la realidad) no ha sido reflexionada, las creencias que derivan de ella en juicios o aserciones de valor ético no tienen sustento lógico o epistemológico consciente; y por ello, son irrelevantes al debate social.

6. Hay dos niveles generales en el debate social y político:

El funcional; aquel que se ocupa de las cuestiones prácticas y técnicas del día a día; ese que funciona dentro del mismo aparato que le impide cuestionarse. Es el debate inmediato, irreflexivo, opaco y siempre urgente. El de primera necesidad. El que opera como se definió que debía ser operado.

Este debate es generalmente superficial. Sus contrariedades resultan de malentendidos más o menos conciliables. El debate funcional puede apuntar a ciertos aspectos del arreglo político y evidenciar injusticias; pero no puede explicarlas ni resolverlas de forma general; únicamente de forma particular.

El reflexivo; aquel de abstractos, de utopías, de ideales y de atribuciones morales. El de la filosofía política y social. El que cuestiona el orden actual, dentro y fuera de él mismo. Su problemática radica en el punto 5. Entonces se transforma en un debate de dogmas aún más intrascendente y estúpido que aquel debate funcional que ilusiona redimir al aparato político.

7. Es posible operar el aparato político sin tener una concepción previa y consciente del mundo; pero no puede determinarse nada de los méritos o carencias éticas de éste. Su calidad moral depende enteramente de los antecedentes que lo plantearon y desde dónde opera. Es decir, se basa enteramente en el discurso reflexivo que dio origen, consciente o inconscientemente, al sistema que pretende operar.

8. Dado que ningún sistema es infalible, siempre existe la posibilidad de que el aparato político permita ejecutar acciones perjudiciales contra la sociedad o el individuo. De forma que independientemente del planteamiento reflexivo que le dio origen, la calidad moral del sistema dependerá en mayor o menor medida de los operadores funcionales de dicho aparato.

9. El problema de la injusticia social se vuelve entonces un problema de comportamiento.

10. El comportamiento humano se rehúsa a ser explicado por las llamadas ciencias sociales; acreditadas como ciencias por la arrogancia de algunos cuantos retóricos del pasado.

11. Entonces, el problema de la injusticia se rehúsa también a ser resuelto por esquemas positivistas; pues por un lado, la racionalidad del hombre sigue siendo cuestionable; y por el otro, no tenemos métodos confiables para determinar las leyes de nuestro propio comportamiento.

12. Es evidente entonces que cualquier injusticia percibida es imposible de resolverse entera y permanentemente desde el debate funcional. Se tiene que caer forzosamente en el debate reflexivo. Esto despoja de cierta trascendencia al debate público funcional pues dicho nivel podrá resolver “casos” o instancias de injusticia; pero no podrá alterar el sistema que las produce.

13. Esto, inevitablemente, coloca al activismo político y social como intrascendente al cambio de sistema mientras este no avance o debata en el nivel reflexivo de la política, en el ámbito de las ideas.

14. El debate político partidista es generalmente funcional. Los vestigios ideológicos son meras fachadas para perpetuar un orden establecido. Los beneficiarios de dicho orden son, generalmente, quiénes lo operan.

15. Es evidente entonces que las injusticias percibidas en el debate público no podrán ser resueltas mediante el sistema político actual. O al menos en su estado actual.

16. Incluso si se entra en el nivel de debate reflexivo, el peligro sigue radicando en la dogmatización de los ideales confrontados.

17. Para evitar esto, el revolucionario tiene entonces que reflexionar su concepción del mundo antes de esgrimir alguna concepción política o social.

18. Dicha reflexión, un tipo de metafísica política, tiene que partir de un juicio crítico estricto, casi escéptico (al no poder nunca ser totalmente objetivo). Más, no debe ser cínico, pues entonces solo sería una burla, un tipo de estética que refleja la problemática que se pretende criticar.

19. Ese juicio debe ser abierto, colectivo y maleable. Adaptable y lógico. Sin lealtad a ninguna idea concebida. Debe ser un tipo de anarquismo cognitivo y argumentativo.

20. Entre más se profundice en la concepción personal del mundo, bajo el esquema mencionado, más robusta será la ascensión de un moralidad reflexionada que permita plantear un aparato político y social de mayor nivel.

21. En ese período reflexivo confluirán planteamientos sociales, metafísicos, espirituales, éticos, lógicos y estéticos. Formaran quimeras de ideas. Algunas deformaran en ideologías.

22. Bajo esa nueva construcción puede entonces aterrizarse un nuevo esquema funcional que solventará las injusticias percibidas.

23. Dicho sistema tampoco será infalible; pero entre mayor libertad permita de seguir ese flujo de reflexión, más dinámico y auto-correctivo será.


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