Wednesday, May 11, 2011

Sobre las marchas, reclamos, alternativas y demás...

Las marchas no sirven para nada” es una expresión que nunca pasará de moda. Gritarle cosas al aire es liberador, pero un tanto infructuoso. Es raro, la verdad, que el viento te responda con algo más que una suave o juguetona brisa; pero aún así es arriesgado el decir que alzar la voz es del todo inútil.

Las marchas, por su misma naturaleza, son actos simbólicos. Representan la materialización de un mensaje, un reclamo o una intención. En sí, es una forma más de expresar algo que muchas veces no permite su transmisión de maneras tradicionales.

Yo puedo venir aquí y redactarles un ensayo sobre porque el país lleva décadas precipitándose hacia el vacío. También puedo tratar de escribir un libro (o varios) sobre como el sistema capitalista de esta época esta destruyendo la conciencia de nuestra generación y las que están por venir. Puedo de forma similar intentar (dada mi poca sensibilidad artística) plasmar en un lienzo el terrible sentimiento de impotencia que siento ante nuestro carente sistema de justicia. Incluso podría tratar de componer una pequeña canción denunciando las limitaciones del sistema político mexicano actual.

Sin embargo, todos esos mensajes (con su validez o falta de ella) serían escuchados por un número muy reducido de personas, de las cuáles tan solo algunas les interesaría tratar de entender el contenido de éste. A diferencia del gobierno, de los partidos políticos, de los grandes empresarios o incluso, de los criminales; cuyos mensajes, acciones y actores reciben una dosis considerable de tiempo en los medios masivos de comunicación; la ciudadanía en general tiene pocos espacios para difundir su sentir de forma colectiva.

Una manifestación permite dar a conocer, no solo a las autoridades sino también a la ciudadanía en general, la opinión de un grupo de personas. Eso, por si solo, ya posee un valor positivo partiendo de la premisa de que se pretende vivir en una sociedad mayormente libre y democrática. Las marchas son ya resultado de una organización ciudadana previa; que sin importar la escala, representa el ejercicio de un derecho constitucional.

Más no es sorprendente que los mexicanos en su mayoría consideren el acto de una marcha inútil y ridículo. Estamos tan desacostumbrados a exigir nuestros derechos como sociedad y como individuos que cuando alguien lo hace no podemos más que sentirnos incómodos y alienados de esa persona. Es de esperarse que sí nos da pena hacer valer la garantía de nuestros electrodomésticos, pedir la devolución de nuestro dinero por un mal servicio o callar al que no para de hablar en el cine; nos desconcierte que alguien exija justicia social, instituciones responsables y un gobierno que trabaje para el pueblo y no solo para su partido.

Otros dirán que lo anterior no cambia el hecho de que una marcha no resuelve ningún problema. Sin embargo el comentario anterior es tan obvio (o incluso más) para los marchantes como para los críticos de esta actividad. Nadie pretende salvar al mundo con una pancarta; o al menos yo nunca fui a la junta dónde se acordó hacerlo. Asumir que una manifestación es concebida como el fin de alguna causa o la panacea de algún tipo de enfermedad social es tan estúpido como pensar que un partido cambiará a México, que una ley de seguridad terminará con el narcotráfico o que unas cuantas becas sacaran a la nación de su bache educativo.

Una marcha permite unir voces similares para que suenen más fuerte. Que las autoridades se rehúsen a escuchar no es un defecto de la actividad sino del sistema en el que se lleva a cabo. Una marcha permite conocer gente de intereses similares; con la misma validez que a otros les significa salir a un bar por la noche o jugar fútbol en las tardes. Una marcha es, ante todo, un espacio para crear un diálogo; tanto de los marchantes como de la población que decida escuchar. Claro, que siempre es más fácil desacreditar antes de tomar un poco de esfuerzo y debatir en el terreno de las ideas antes que en el de las actividades.

Si nos enfocamos a la marcha del pasado 8 de Mayo y el tema de la violencia en México hay mucho más que decir. Uno de los primeros argumentos en contra de la convocatoria del pasado fin de semana cuestiona por qué se le reclaman 40,000 muertos al gobierno y no a los criminales cuya responsabilidad es aparentemente mayor.

Sería intelectualmente deshonesto negar que lo anterior es verdad. Materialmente hablando no dudo que los asesinos, secuestradores y demás escoria criminal carguen en su espalda el grueso de esas muertes; sin embargo aquí hay dos cuestiones fundamentales. La primera es que aunque todas y cada una de esas muertes hayan sido perpetradas por criminales y contra criminales (lo cuál el creciente número de víctimas y desaparecidos inocentes nos dice que no es el caso), la responsabilidad de mantener un Estado seguro es finalmente del gobierno.

El segundo punto a recalcar es que el hacer un llamado a los mismos criminales a que, por su buena voluntad, dejen de hacer fechorías es tan absurdo como inútil. Lamentablemente parece ser lo mismo con nuestros gobernantes en todos sus niveles; sin embargo la premisa teórica indica que este no debería ser el caso.

Exigir resultados al gobierno no es un lujo o un berrinche. Es nuestra responsabilidad. Así como en nuestros trabajos nosotros tenemos que responder ante nuestros respectivos jefes o sufrir la agridulce experiencia del desempleo; así también nuestros representantes tienen el deber de escuchar, cotejar y alterar el rumbo si la población se los pidiese.

Si todo el párrafo anterior no es más que una guajira esperanza es porque hemos dejado pasar demasiado tiempo para hacer los reclamos pertinentes. Esa indiferencia, confundida con individualidad, tan pronunciada lleva años debilitando nuestras mismas instituciones. Si el gobierno es incompetente es porque nosotros como sus mandatarios también lo hemos sido.

Es claro que hoy no podemos esperar a que nuestro sistema político mágicamente se reforme. Si eso va a suceder es porque la misma sociedad se comprometerá a entrar a esa oxidada máquina para revivirla desde adentro. Este trabajo es de todos y tiene que ser llevado en paralelo. Y eso es lo que esta marcha representó. Una necesidad de seguir exigiendo que se respeten nuestros derechos; desde la vida hasta la libertad de caminar con pancartas contrarias al gobierno, mientras que al mismo tiempo construimos desde el corazón de la sociedad el México en el que queremos vivir.

Finalmente queda el argumento de que en las manifestaciones nunca se propone nada, o nada constructivo al menos. Asumiendo que la sola finalidad de reclamar no fuera suficiente (a pesar de que lo es) la marcha del pasado fin de semana tenía exhortaciones claras al gobierno, a los medios y a la población. Más es comprensible que esto no sea del conocimiento general. Es triste ver como los medios internacionales realizaron una mejor cobertura del evento que las agencias noticiosas mexicanas. Aún más deprimente es darse cuenta que las notas, cortas como el sueño de un estudiante en finales, son vagas, dispersas, simplistas y superficiales.

La gente asume que los marchantes solo pedían paz a secas, una retirada del ejército a los cuartales (que aunque en opinión de un servidor no es la solución, no deja de ser un reclamo válido). En el caso particular de Monterrey los planteamientos eran tan distintos y diversos como los colectivos que atendieron a la manifestación. Para alguien que no asistió y solo recibió la escueta cobertura de algún deficiente medio local es sorpresivo el enterarse que durante casi dos horas, representantes de estas organizaciones dieron su punto de vista sobre la situación actual del país.

Gritos de impotencia de familiares en busca de sus desaparecidos, invitación al respeto de los derechos humanos, planteamientos socialistas, cantos de anarquía, reclamos ante desapariciones políticas, exhortaciones de participación ciudadana, recuperación de espacios públicos, restauración por medio del arte, educación de paz, resolución pacífica de conflictos, crear comunidad a través del deporte, entre muchos otros llamados más.

Calderón continuamente invita a la población a proponer cursos de acción; argumentando que nadie lo hace. Algunos proponen retirar al ejército, otros enfocar no solo recursos (que muchas veces no faltan; pero son terriblemente utilizados) sino acciones y trabajo en cuestiones de pobreza, educación y lucha contra la corrupción institucional. Otros tantos piden que no se ataque al narcotraficante con balas para diezmar sus filas más bajas, la cuales son sustituidas rápidamente con gente cada vez más joven, sino en su economía de escala persiguiendo el lavado de dinero y su flujo irregular. Muchos también exigen que el combate a la delincuencia organizada se centre en los delitos que afectan a la población civil (robo, secuestro, extorsión, etc.) no en intentar frenar el interminable flujo de droga a un país que no ha movido un solo dedo para frenar el interminable flujo de armas al nuestro. También se ha propuesto reformar el sistema de impartición de justicia que tiene a inocentes y criminales menores presos en prisión preventiva mientras que solo un mínimo porcentaje de los presuntos sicarios que arrestan son condenados.

Otro sector clama que la respuesta es una educación orientada a la paz y el respeto de los derechos humanos en todos los niveles; desde pre-escolar hasta en los mismos cuartales del ejército. Algunos también luchan para que los medios masivos de comunicación dejen de idiotizar a las masas y hundirlos en un estupor de apatía e indiferencia. Muchos abogan también por que el gobierno regule las agresivas prácticas empresariales que con imperios casi monopólicos exprimen los recursos de la población y hacen cada vez más pronunciada la brecha de desigualdad.

Los mismos generales de las fuerzas armadas lamentan que la estrategia de guerra la decida el ejecutivo y no los estrategas militares; quiénes aseguran que si se evacuan las zonas dónde el Estado ha dejado de existir y se concentra el poder del ejército en combatir como un ejército esta entrenado para hacerlo, podrían librar una guerra que duraría semanas o meses y no años. Claro que para declarar el Estado de excepción en zonas del país se requieren mucho más que el valor y firmeza simulada que trata de proyectar el ejecutivo desplegando una “guerra” a medias.

Pero el presidente dice que nadie le ha dicho como hacer su trabajo. Y por eso saldremos, cada vez más, a gritarle al viento por más inútil que parezca. Porque cuando seamos tantos que nuestra misma voz suene como las ráfagas de un furioso tornado; entonces puede que los de “arriba” escuchen al fin nuestras propuestas y podamos todos comenzar a trabajar por un México mejor.


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