Hay veces que tengo muchas ganas de escribir, pero las opciones me paralizan. Siento la necesidad de desarrollar infinidad de ideas que al final no logro decidirme por ninguna, y lo peor es que termino olvidando todas. Normalmente cuando la inspiración toma posesión de mí me encuentro lejos de la computadora, y aunque he intentado diferentes métodos para plasmar (aunque sea) la esencia de aquella escurridiza idea que se planta frente a mí; no he logrado desarrollar un procedimiento efectivo para hacerlo.
De repente me encuentro en la parada de camión y empiezo a dialogar con ese yo imaginario. Entonces lo callo con la mente y le reviro un montón de ideas estructuradas de forma natural, ágil y concisa. Le argumento mi planteamiento como lo hace la “gente grande” y esas mismas ideas desencadenan un flujo dinámico y coherente a conceptos más complejos; pero igual de interesantes e importantes.
Terminado mi embate personal, trato de repasar de manera breve todo el desarrollo anterior para darme cuenta tristemente que los detalles los he olvidado por completo. Sin embargo no me desanimo; tomo la premisa general y nuevamente juego con ella para recordarla a futuro y volverla a desarrollar después. Aún así no es fácil mantener la esencia de la tesis fresca e inalterada. Pronto mi cerebro solo puedo evocar una o dos oraciones de todo aquel ensayo mental y para cuando finalmente llego a mi computadora, queda si acaso la palabra principal.
Pienso que tal vez mi acercamiento a esta problemática ha sido el incorrecto. Como muchas otras cosas en mi vida, siento que el problema aquí es la sobre-racionalización de lo que acontece en mi cerebro. Las veces en que he expresado cosas que realmente han valido la pena no han sido por causa de un proceso como éste. Cuando he descubierto una importante revelación personal no ha sido siguiendo una metodología ni estructurando una vía de pensamiento concreto.
En la parada del camión, en el balcón de aquel departamento, en la habitación de esa antigua casa, en la terraza de aquel otro hogar, en el camastro de ese gran barco, en la mesa de ese pintoresco restaurante, al cruzar aquel moderno puente, al calor de esa enorme fogata, a la orilla de la playa aquella noche… en todas esas ocasiones en las que he sentido un flujo incontenible de pensamientos, ideas y conceptos realmente emocionantes no han sido más que fruto de sentimientos muy intensos provocados por la misma temporalidad y locación de donde fueron experimentados.
Es entonces un poco tonto de mi parte el pretender revivir esas experiencias en el familiar ambiente de mi escritorio apelando tan solo a la construcción de oraciones a partir de borrosas siluetas conceptuales. Aunque me imagino también que, el tratar de replicar los sentimientos que produjeron tal inspiración es algo que se podría tachar de inconcebible.
La memoria es una herramienta poderosa, pero traicionera. Al cerrar los ojos puedo evocar un sinnúmero de acontecimientos tal y como sucedieron (acorde a uno mismo). Así, con un esfuerzo considerable, puedo incluso tratar de emular los sonidos y el sentir de mi cuerpo al ser bañado por burbujas en la pista de baile, empujado por el viento en la cubierta de aquel barco o refrescado por la brisa de aquella noche en el casco antiguo.
La memoria, sin embargo, no me advierte de todas las inconsistencias que realizar esto conlleva. Para ella, la exageración y explotación de vivencias o el menosprecio de las mismas es algo que le tiene sin cuidado. La memoria juega en conjunto con la imaginación y el olvido en una convivencia por demás irracional. Un pequeño detalle perdido o una imagen falsa estratégicamente colocada pueden ser suficientes para olvidar, cambiar, transformar o destruir la profunda realidad que representaba aquella idea.
Y aunque el resultado puede que no varié en demasía, no deja de ser una riesgosa apuesta al cuestionable poder de nuestra mente. Ahora, a pesar de que dicha capacidad es grande, la memoria es un mecanismo que pierde muy rápidamente su habilidad para replicar sentimientos y pronto se convierte tan solo en un proyector de imágenes estáticas, borrosas y con poca significación. Esto no quiere decir que tales momentos se pierdan para siempre; simplemente significa que ha cambiado la forma en que podemos acceder a ellos.
Cuando aquel momento de brillante inspiración es olvidado casi por completo (en lo que respecta a los sentimientos que lo produjeron) ya no queda más que acudir a los sueños para intentar revivir esos poderosos viajes de auto-revelación. Al cerrar los ojos, el cerebro continua trabajando horas extras y en un breve acto de benevolencia decide no solo proyectarnos de forma brutalmente directa la experiencia de aquellos momentos de exaltación intelectual; sino que a su vez construye (con nuestra sutil autorización) escenarios, diálogos y personajes que complementan, desarrollan o transforman en su totalidad la idea que pretendíamos recuperar en un principio.
Me gusta pensar que, de recordar estos sueños al amanecer, no solo he ganado una segunda oportunidad de plasmar valiosas ideas en un texto; sino que además viví un proceso de argumentación interno que me permitió obtener la esencia de aquellos sentimientos y al mismo tiempo darles una interpretación personal muy fuerte.
Ahora bien, lo anterior no es algo que pueda replicar o realizar a voluntad; de forma que mi problemática inicial permanece. No tengo forma de recuperar muchas ideas, muchas frases, muchos sentires. Es tan rara la vez que logro hacerlo que ahora prefiero tan solo experimentar de la forma más real posible aquellas revelaciones internas en su momento y dejar a la suerte su eventual regreso al reino de mi mente.
Cuando comienzo a jugar con esa espada de doble filo que llamamos memoria, hay veces que me invade un extraño sentimiento de atemporalidad. De repente siento que todo acontece al mismo tiempo. Recuerdo cosas que no han sucedido y siento que mi presente es un sueño aún sin realizarse. Eso me sucede bastante cuando veo en retrospectiva, y recuerdo a todos aquellos que no conozco pero que quisiera conocer.
Es como un extraño torbellino de sentimientos en el cual no es posible distinguir cual precede o antecede a los demás. Me siento perdido ante una tormenta de ideas en donde muchas se antoja totalmente nuevas cuando no son más que una amorfa combinación de otras ya existentes, resultado de la inestabilidad de ese mismo tornado de sentires.
Es como verla a los ojos por primera vez y sentir que la conozco de toda la vida. Soñar que tomo su mano y despertar al darme cuenta de que no sé quién es. Platicar con ella e imaginar nuestro mañana para después enterarme que no la volveré a ver. Encontrármela camino a casa y tras conversar amenamente, darme cuenta que nunca antes le había hablado. Es, simplemente, como sentir que todo sucede al mismo tiempo, que las fronteras del ayer, el hoy y el mañana se desvanecen en mi mente creando tan solo un gran charco de imágenes ininteligibles en el que comienzo a ahogarme al encontrarme rodeado únicamente de agua y color.
Ahí, donde la imaginación y la memoria se confunden es el lugar donde se guardan todas estas ideas, en donde se gestan todos estos sentimientos y en donde eventualmente vuelven a morir; como una gota de lluvia que se fragmenta en el concreto mientras espera incompleta para ascender de nueva cuenta a las nubes que la vieron partir.
1 comments:
AIJUESUPUTAMADRE
Es cierto lo que dices hermano, mi consejo sería cargar una desas libretitas fresas de notas, como las que tiene Pepe T. O no escribir algo a menos que lo sientas vívidamente todavía, para no desvirtuarlo.
Sabes si vívidamente todavía lleva acento?
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